Hola!!

Aquí estoy de nuevo, con una nueva historia. La verdad es que "esto" se me ocurrió mientras estaba escribiendo otro de mis fanfics, y no lo pude apartar de la cabeza. Seguro que es a causa de leer tanto manga, últimamente no hago nada mas que esto. La verdad es que no tiene nada que ver con la trama original de magia en Hogwarts, simplemente he cogido los personajes y les he puesto en un escenario totalmente distinto.

Espero que os guste. Disfrutad, leed y soñad!

Por cierto!!! Esta historia es un SLASH! Es decir, relaciones chico- chico, aunque no se va a ver hasta dentro de unos cuantos capítulos. Pero igualmente, a quien no le gusten este tipo de historias, que de media vuelta, no quiero ser la causante de ningún tipo de trauma emocional. Si en cambio te gustan estos fanfics tanto como a mi, adelante!! Disfrútalo y si quieres más, deja un review por favor!!!

Disclaimer: Como siempre, los personajes y sus personalidades pertenecen a la asesina de Rowling, yo no gano nada con esto, aparte de mi satisfacción personal y la alegría de saber que hay alguien que lo lee.

Entre el cielo y el infierno.

Capítulo 1. La sala de las guerras.

Era un atardecer precioso. Desde lo alto del campanario de una iglesia, sentado tranquilamente en el tejado, un apuesto joven se deleitaba con el espectáculo. A su lado, otro chico de revueltos cabellos le miraba nerviosamente. Pero a él no le importaba. Aquél era un momento mágico, único. La puesta de sol teñía de sangre carmesí la superficie del tranquilo mar. Sangre... Sangre roja con la que mancharía sus manos algún día. Ahhhh.... maldito destino el suyo!

El muchacho de piel blanca y ojos azules dejó de mirar por un momento el bello paisaje. El viento agitaba su cabello reluciente, de un negro azulado imposiblemente lacio y suave como hilos de seda, dificultándole aquella tranquila visión. Pero aquello era un detalle sin importancia, es más, adoraba aquellos pequeños estorbos que daban realidad al momento. Adoraba sentir el viento acariciando su piel pura, una sensación de la que no podía disfrutar muy a menudo. El momento era sublime, la libertad, completa. No quedaba mucho para el anochecer, y en silencio, lo agradecía. La luz radiante del sol quemaba sus profundas pupilas, y abrasaba si delicada piel.

Realmente no era perjudicial para él, solo molesto. No estaba acostumbrado a la luz, no era parte de su naturaleza estarlo. Su lugar, su morada, residía en la oscuridad, como aclamaba su propio nombre: Sirius Black. Negro, aquel era uno de los pocos colores que conocía. El negro que teñía su presente su pasado y su futuro. Pero bien, pronto no tendría de qué quejarse, a partir de aquella semana un nuevo color se añadiría a su reducida gama cromática: el rojo escarlata de la sangre pura.

- Se... señorito Black?- aventuró una voz a sus espaldas.

- Dime James. – respondió el aludido sin apartar la mirada del infinito

- No cree que el echo de haber salido tan pronto y de... esto... de estar precisamente aquí, puede enojar a su padre?

- Que se enfade, a mi me trae si cuidado. Que haga lo que le salga de las narices. Igualmente lo hará, maldito vejestorio... lleva siglos haciéndolo.

El muchacho llamado James pareció poco sorprendido ante aquella declaración. Estaba  más que acostumbrado a aquel tipo de comentarios. Y aunque él estaba completamente de acuerdo, se limitó a desempeñar el papel para el cual le habían creado.

- Señorito... sabe muy bien que no debería hablar así de su padre

- Ya, y tu sabes perfectamente que no tienes porqué llamarme señorito, sino por mi nombre, y no lo haces. Pues bien, yo no pienso dejar de insultar a mi padre, después de todo, la mayor parte de la humanidad le odia... tú no haces lo que debes y yo tampoco. Nuestra mutua conciencia está limpia.

- Para empezar, no debo llamarle por su nombre, me está prohibido. Y si que hago lo que debo, pues cumplo ordenes. Y además... los demonios no tenemos conciencia.

Oh, vaya, así que era eso... ¿ como podía haber omitido el insignificante detalle de que era un demonio? Ah! Detestaba su condición. De repente, una risa fuete pero increíblemente amarga brotó de lo más profundo de su ser. La situación era insólita. ¿ El mismísimo hijo de Lucifer negando a su padre? Odiándose a sí mismo por ser lo que era? Si, ese era él. Un demonio fracasado, un pobre diablo.

Sirius Black, el único hijo del señor de la oscuridad, el vástago del ángel negro caído en las garras de la ambición, nunca había mostrado interés alguno por la muerte. Ni por la muerte, ni por la tortura, ni por la destrucción. Pero, sorprendentemente, su padre no estaba decepcionado de su persona. La verdad es que tampoco mantenía una relación tan estrecha como para saberlo de primera mano. Casi nunca le veía. Había pasado la mayor parte de su existencia rodeado de instructores, criados y otros seres de la oscuridad. El regente del averno estaba siempre muy ocupado, tanto que no pudo ni educar a su hijo.

Aun así, aquel escaso interés no dejaba indiferente a nadie. Los consejeros de Lucifer le habían recomendado paciencia. El muchacho crecería y seguiría los pasos de su padre. Se volvería fuerte y poderoso, y aprendería su oficio, heredando el control del infierno y recibiendo sobre sus hombros la eterna tare de vencer a Dios.

Pero el tiempo pasaba, ya nada sucedía. No demostraba la más mínima maldad. Se pasaba el día haciendo trastadas con su lacayo, James Potter, molestando a los criados del palacio ya quien se pusiera a tiro en su camino. Al principio lo tomaron como una buena señal. El diablillo mostraba un ápice de maldad en sus acciones, pero pronto se dieron cuenta de que no era ese tipo de maldad la que ellos buscaban.

El pequeñajo se dedicaba a gastar bromas inocentes que en vez de causar terror, miedo o dolor, daban lugar a hilaridad y alegría. Dos sentimientos muy contrarios a los que ellos aspiraban. Aquello no era correcto, no seguía el orden lógico de las cosas.

Por lo demás, era el perfecto diablo. Su dominio de la magia negra era espectacular. Se sabía de memoria todas y cada una de las maldiciones existentes, incluso había inventado nuevas, eso si, inofensivas. Podía crear mil y un brebajes que solo con olerlos, matarían al más fuerte de los humanos, o confundirían su mente hasta hacerle enloquecer.

Volaba con la maestría de los dragones y la agilidad de las águilas. Sus majestuosas alas perladas de plumas negras como la pez, batían imponentes en el cielo cuajado de estrellas, compenetrándose perfectamente con el resto de su esbelto cuerpo. Era capaz de adquirir velocidades de infarto, y su resistencia al frío, el viento y el cansancio era envidiable.

Por otra parte, en la lucha cuerpo a cuerpo era excepcional. Su precisión y rapidez eran fundamentales en sus ataques, sus movimientos exquisitos, como si danzara en vez de luchar. Lo malo era que aun no había llegado a matar a ninguno de sus contrincantes. Simplemente les dejaba inconscientes o llenos de fracturas, pero en ningún momento en peligro de muerte. Ni con la espada lo conseguía. Durante la trepidante lucha, el arma llegaba a fundirse con su brazo, su dominio era tan espectacular, que parecía una prolongación de él mismo. Pero el acero chocaba una y otra vez con el de su oponente, y nunca acababa por hundirse en la blanca y tibia carne, solo llegaba a desarmar al contrincante.

Simplemente, era perfecto en todo lo que se proponía. Su facilidad de comprensión y asimilación de conceptos era asombrosa, todo un prodigio.

- Dime James... – susurró bajito volviendo a la realidad – si los demonios no tenemos conciencia...que es lo que siento en mi interior? Qué es esa voz que se desgañita gritando que no debo cumplir mi misión? Dime la razón por la que soy incapaz de cumplir órdenes, el porqué de los retortijones que siento con solo pensar en arrebatar una vida.

James no respondió. Solo se limitó a mirar con triste expresión a su amo, su único amigo, su única familia. La misión.... maldita misión! Sirius estaba sufriendo mucho por ella. Pero no podía ayudarle de ninguna otra manera que demostrándole su apoyo en lo que él decidiera. Era ley de vida, parte de su naturaleza.

Todo empezó la noche anterior, cuando Lucifer hizo llamar a su hijo. Sirius y James se encontraban en las cocinas de palacio, preparando una "inocente" broma. Si todo salía bien, los miembros del consejo sufrirían una leve intoxicación que les mantendría alejados de aquellas horribles reuniones durante algún tiempo. Sirius sabía que el tema que estaban tratando durante aquellos días era importante. Se pasaban el día metidos en la "Sala de las guerras", y solo salían de allí para comer.

La sala de las guerras... La habitación más importante de todo el inframundo. Nunca había estado allí dentro, pero por lo que le habían contado, era espectacular. En ella, como muy bien rezaba su nombre, se habían planeado y programado todas las guerras habidas entre los humanos desde que su padre se había sublevado ante Dios. Todas las batallas ocurridas, desde las cruentas luchas entre Cromañones y Neandertales que terminaron con la existencia de estos últimos, hasta el último conflicto armado de Sierra Leona o Costa de Marfil, habían sido fruto de la estrategia del señor de la oscuridad y sus secuaces.  Todo el mal de aquél mundo, salía de las puertas de esa sala maldita.

Y el echo de que estuvieran tantos días seguidos, solo podía decir una cosa: la Tercera Guerra Mundial. Eso, o el fin del mundo. Pero no podía estar más equivocado. Aquella misma noche lo descubrió. Cuando vieron aparecer al lugarteniente del señor oscuro, Peter Pettigrew, supieron que nada bueno iba a ocurrir.

- Señorito Black, su padre reclama su presencia en "la Sala de las guerras"

- Yo? Quiero decir... a mi? Mi presencia???- pregntó Sirius incrédulo- Se pude saber que pinto yo allí?

- Menos preguntas, si me sigue lo descubrirá.

Se le notaba tenso, nervioso y temeroso. La verdad es que para ser un diablo no intimidaba mucho. Su corta estatura, la figura rechoncha y aquellos ojos diminutos y húmedos que nunca paraban de moverse de un lado  otro, no transmitían ningún tipo de confianza. Era huraño y hostil.  A Sirius nunca le cayó bien. Además, no le gustaba la forma en que le trataba. Al igual que el resto de los demonios, la hablaba de usted por petición expresa de su padre, pero cuando este no estaba, le trataba como a un chillo insolente.

Era cierto que no tenía más de quinientos años, un suspiro para un demonio como él, teniendo en cuenta que su padre llevaba reinando en la oscuridad desde los albores del tiempo. Pero igualmente, no era la edad lo que importaba, lo que a él le repateaba era el desprecio con el que le trataba. Aunque el hombre tenía sus motivos, no en vano, el hijo de su jefe había intentado que le echaran del consejo en más de una ocasión.

- Vamos James, veamos lo que quieren. Cuanto antes acabemos antes podremos continuar con lo que teníamos entre manos.

- Por supuesto seño....

- Lo siento – dijo Pettigrew con un brillo de malicia e los ojos – pero las ordenes solo le incluyen a usted, no al sirviente. Recuerde que a los demonios de rango inferior se les está vedado el paso a los lugares importantes.

Sirius miró a Peter con cara de odio. Si se esforzaba sí que sería capaz de matar a alguien como él. Aquella era la forma de venganza favorita del detestable individuo. Realmente era repugnante.

- Para empezar, James no un sirviente si no un lacayo, lo cual en la graduación de rangos es bastante diferente. No se como puedes serle útil a mi padre.. tu inteligencia no llega a algo tan elemental, no es mi problema. Eso si, odio discutir con necios, no lleva a ninguna parte. Pero sobre todo, James es un amigo, mi mejor amigo, así que trátalo con más respeto. Es la última vez que te lo digo, sirviente...

Sirius sabía que se había excedido, pero el hombrecillo no podía recriminarle nada, estaba obligado a cumplir ordenes. Pero en aquel momento no parecía muy dispuesto ha hacerlo, las palabras del joven habían herido su ya pisoteado orgullo.

- Yo no soy tu sirviente niñato.. - explotó al final sin poder reprimirse.

- Perdón? Me ha parecido oír a un demonio de clase superior llamando "niñato" al príncipe de los demonios? Bien, por tu bien espero que no sea eso y que me haya confundido. No se si mi padre toleraría una falta de respeto de semejante magnitud....

Peter palideció ante la mención de Lucifer.

- Lo siento señorito... no volverá a ocurrir. Si es tan amable de seguirme le llevaré ante el señor de la tinieblas...

- No es conmigo con quien tienes que disculparte.. has ofendido a mi amigo

Sirius no estaba dispuesto a zanjar el tema. Aquel hombre siempre llenaba la cabeza de su padre de estúpida ideas. Era su sombra, todo el día tras de él, sugiriendo esto o aquello, con su vocecilla temblorosa , aguda y asustada. Era el que más insistía en que Sirius nunca sería capaz de llegar al trono, aunque lo hacía de una forma muy sutil, claro.

Y la mejor forma de humillarle era esa: haciendo que se rebajara ante un demonio de rango inferior.

Las castas eran muy importantes entre los demonios. El esquema era sencillo, elemental. Era lo primero que aprendían los demonios neófitos en su educación. Una estricta jerarquía que se debía seguir al pie de la letra, o de lo contrario, los castigos eran bastante importantes. Era una de las muchas maneras que tenía su padre de mantenerlo todo bajo control. Nadie se atrevería  una insurrección como la que ocurrió en el cielo. Era más listo que Dios, o eso era lo que solía afirmar. Menudo ego... era en lo único que se le parecía a su padre.

Pues bien, la escalera de poder era bastante sencilla. En lo más alto del poder estaba Lucifer y su familia, reverenciados e idolatrados hasta la muerte. El escalón inmediatamente inferior estaba ocupado por los demonios de rango superior, los cuales formaban parte del consejo. Luego estaban los de grado medio y grado inferior. Para terminar, estaban los sirviente y lacayos. 

Los sirvientes eran el rango más bajo y despreciado, y para colmo, el más abundante. Servían a los demonios de la realeza y del consejo. No solían vivir durante mucho tiempo, y eran aquellos diablos que no habían demostrado ningún tipo de dominio de la magia negra, también llamados squibs. En cambio, los lacayos no seguían la misma línea que los sirvientes, eran un tipo muy especial de demonios.

Realmente, James era uno de ellos, pero Sirius no lo consideraba como tal. Y no es que fueran seres inferiores o parias, simplemente no entraban en la clasificación social del averno, y por eso, al ser nombrados se les colocaba junto a los sirvientes, al final  de todo. 

Pues bien, en esos momentos Sirius estaba pidiendo a un demonio de grado superior que se disculpara ante un lacayo. No podía negarse de ninguna de las maneras adecuadas. La orden provenía de un miembro de la realeza, imposible de ignorar, y técnicamente el joven James no era de una casta inferior, sino diferente, no tenía otra salida que tragarse lo poco que le quedaba de orgullo.

- Lo siento, lacayo. – dijo secamente

- Esto... no me gustaría que se disculparan conmigo de esta forma... ¿ Y a ti James? Te han gustado sus disculpas??

- No, en absoluto – sonrió burlonamente

- Si, eso era lo que pensaba.. que tal si lo intentamos de nuevo, sirviente??? Estoy seguro que esta vez lo sabrás hacer mejor. Veamos.... repite conmigo: " Mis más sinceras disculpas, gran James"

El rostro de Pettigrew irradiaba un odio casi irracional. Sirius sin embargo estaba disfrutando enormemente.

- " Mis mas sinceras disculpas, lacayo"

- No!!!!! – exclamó Sirius reprendiéndole como a un niño pequeño – Esas no eran mis palabras! Tu me has oído decir eso James?

- No, francamente no he oído tal afirmación. Pero sin duda si he percibido un ligero cambio en las palabras y la omisión de una de ellas.

- Como ves, mi amigo tiene razón otra vez... Bueno, tengamos paciencia. Repite conmigo, sirviente! " Mis más sinceras disculpas gran James"- y añadió- ," tienes suerte de ser amigo del gran Sirius, príncipe de los demonios, cuya belleza espectacular deslumbra mi visión..."

- Oye!- exclamó James sin apenas esconder su risa y aparentando indignación– no me estaba haciendo la pelota a mi? Siempre tiene que ser el centro de atención?

- Ups... lo siento, me he dejado llevar..- se disculpó Sirius sinceramente – Pero que lo diga igualmente, total, no mentiría ¿verdad?

Pettigrew acabó por resignarse. Para regocijo de los dos muchachos repitió aquella letanía hasta que quedaron satisfechos. Luego les  miró y, mientras los dos jóvenes se revolcaban en el suelo de la risa, con voz neutra volvió a pedir a Sirius que le siguiera. James le miró divertido, y le hizo un gesto con la cabeza, e instándole a marcharse. Llevaban ya cinco siglos de amistad, no necesitaban palabras para comunicarse. Con aquello, le había dado a entender que no le importaba que se fuera. Sirius sonrió. James era genial. Pero igualmente iba a hacerlo, podía ser un poco  malintencionado y travieso, pero nunca cruel. Ni con aquel estúpido sirviente. Ya había mancillado bastante  su ego , así que le siguió sin hacer ningún comentario más.

Recorrieron multitud de pasillos oscuros y mortecinos por los que Sirius nunca había ido. Ciertamente, la ubicación de "la sala de las guerras" era secreta. Nadie aparte del señor oscuro y su séquito sabía donde se encontraba. El joven intentó memorizar el camino por el que le conducían, estaba seguro de que a James le encantaría visitar la mítica sala, pero al séptimo recodo desistió, aquello parecía un laberinto. Después de dar vueltas y más vueltas llegaron delante de dos inmensas puertas de metal. Peter anunció su llegada, y los dos esperaron en silencio a que les abrieran.

Mientras tanto, se dedicó a observar aquellas puertas de más de cinco metros de altura. Recordaba que, cuando era pequeño, un demonio viejo, le habían dicho que allí estaban encerradas las almas corruptas de los demonios asesinados por su padre en sus continuos ataques de furia.  Cuando lo oyó se sintió muy triste... él apenas veía a su padre, pero al fin y al cabo era su padre, su única familia. No lo podía entender muy bien, pero no le gustaba la idea de que alguien tan cercano a él, fuera matando a sus esclavos sin ton ni son. Claro, que aun no entendía quien era su padre, ni lo que hacía con los humanos y con el resto de los seres vivos. Aquello lo aprendió más tarde, paulatinamente, mientras fue creciendo y preguntando, quien era él, porqué su padre era así...

Sirius desechó esos pensamientos de su mente. No era momento para perderse en los remansos de sus recuerdos. Aquella puerta infundía un gran respeto. Estaba grabada con los rostros de cientos de criaturas monstruosas. El relieve de sus caras, perfectamente perfiladas y con minuciosos detalles, era aterrador, angustioso. Los cuerpos de aquellos seres informes se retorcían tratando de escapar de su prisión eterna. Sentía como una fuerte magia emanaba de ella, una magia que clamaba desesperadamente ayuda. No podía ser, todo eran imaginaciones suyas. Lo que le dijo aquel anciano era una leyenda más. Si que era cierto que su padre había matado alguno de sus consejeros, pero nunca en esa sala, y aun menos con frecuencia.

El joven demonio estaba ansioso por entrar ahí dentro, y también por huir de delante de aquellas puertas. Al fin se oyó un chirrido muy fuerte, el que indicaba que nuestra entrada ya no estaba franqueada por los colosos de metal. Su respiración se aceleró de impaciencia. Muchas veces había soñado con entrar, pero nunca creyó que fuera posible. Ahora la sala se abría ante él, cálida y acogedora.

Continuará....

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Que os ha parecido?? Pensaba poner más acción, pero al final me he acabado hiendo por las ramas, como siempre.... Bueno, espero que os haya gustado. Ya sabéis, cualquier sugerencia o crítica será bien recibida!

Un bexito a todas!!!!!

Sakuratsukamori, miembro de la orden Siriusana, devota del gran dios Sirius Black y de sus apóstoles San James y San Remus. Muerte a la rata traidora!!!