HOLA HOLA! Bueno, no hay novedades, de nuevo esto es un regalo, pero doble! Es por cumpleaños y día de las madres para... mi oka-san! Se me ocurrió una noche fría, con escueta iluminación en mi alcoba y una sesión intensa de Nightwish y su disco Wishside. Últimamente han ocurrido muchas cosas y me vi tentada a escribir esto. Oka-san, aquel día me dijiste que querías conocer más de mí. No se me ocurre qué mejor retrato darte que esto, me he plasmado tal como soy en estas líneas y de verdad espero que te gusten, pues pensé en ti casi todo el rato escribiendo este primer cap. Les recomiendo leerlo escuchando el CD de Nightwish llamado Wishside o sino la canción "At the beginning", que si vieron Anastacia, la película animada, sabrán cuál es. Esta última es la que elegí como canción tema del fic y la que mejor se adapta a la situación.
Título: Una historia de amor
Autora: Hikaru no Yami
Género: Romance, angustia.
Advertencias: Tómenlas ustedes y (obvio!) Yaoi.
Sumary: Un camino sinuoso se esclarece con compañía, una pesadilla puede volverse un grato sueño con una simple palabra, un deseo que se rompe en pedazos... Es inesperado lo que el camino nos traerá un día, las desgracias parecen desaparecer junto a él.
Disclaimer: Beyblade y sus personajes no me pertenecen... sino habría muuuuuuuuuucho yaoi en ese anime!!
AVISO SUPER IMPORTANTE: Para alguien muy especial que me ha hecho crecer como persona y escritora, con mucho cariño.
1.- Hubo una vez un trovador
–Maldición... –masculló Mihaeru por lo bajo. Arrojó el libro lejos. Allí estaba de nuevo: la angustia. De nuevo tomó la guitarra y la acomodó en sus piernas. La sujetó con una mano y con la otra ajustó las cuerdas, al probar el sonido no consiguió agradarle demasiado. Sabía que no podía hacer más.
Dejó sus dedos deslizarse a voluntad sobre las cuerdas, la melodía brotó de la nada. La magia fluía de dentro de nuevo. No quería pensar en la universidad, ya tenía mucho sobre sus hombros. Debía admitir que dos carreras eran realmente abrumadoras pero dejar una... era un martirio. Amaba lo que estudiaba y decidirse lo estaba matando.
Psicología o Literatura.
Su pasión y su vida. A la disputa. La guitarra y su voz eran una, entonando la misma canción, la misma tonada. La música podía con él, podía con esa bestia que agitándose dentro de él le recordaba la precaria situación a que se había reducido todo. Pensó que podía con ambas, sin descuidar la otra. Pero su vida, sus amigos, su trabajo no podían ser relegados a segundo plano. Y ahora debía decidirse por dos de sus más grandes pasiones. Un año entero preparándose, siendo aceptado en Cambriage, ni más ni menos y, sin embargo, la terrible obligación de abandonar una de las dos.
No podía.
Era demasiado difícil decidirse.
No quería.
Tocó y cantó, dejando que la música actuara como un calmante, como un bálsamo para su herida. Un sueño estaba muriendo. Una promesa estaba siendo rota. Ya no veía nada más que sus recuerdos y su angustia, no reparó en el joven que había entrado a la estancia y lo observaba fijamente, tan sólo escuchando e imaginando la incertidumbre que Mihaeru vislumbraba.
–A lonely bard wandering across the lands am I. Singing dancing finding answers to every why. The taverns are full and one crosses my path, too. I just might reward myself with a beer or two. This inn the place of many romantic tales. On the loft women offer their sales. But my eyes they catch a girl beat by everyone. A slave she is but for me a rose undone.
La suave voz del rubio, las melancólicas notas de la guitarra, la confusión en sus ojos. Por fin comprendió parte de su frustración. Se sentía como un niño, desamparado en lo más profundo. Creía conocerlo. Ahora lo veía más claramente que nunca.
Dejó que tocara y, por medio de su amada música, se desahogara. Seguramente luego conectaría el reproductor de música y Nightwish sería lo que sonaría por mucho rato en su departamento, después de todo lo que cantaba era una de las canciones de ellos. Movió los labios tarareando las partes más agudas de la canción, las que la ronca voz no quería alcanzar: Hear me sing, watch me dance. Play that lute of thine and share with me this dance.
–As she danced my eyes began to shine, rhere she was the maiden so divine. How could I approach her with my outlook so poor. Her beauty being much more than I could endure.
Mihaeru vestía una camiseta de mangas largas y unos vaqueros azules, sobre todo una chaqueta abierta. El cabello rubio sumamente desordenado y notables ojeras bajo sus ojos azules. Ahora más que nunca tenía esa notable imagen bohemia que tanto le caracterizaba.
–So I asked if I could sing a chanson, with a language of ancient and of lore. Gathered the men around us me and the girl in rags. Soon were the melodies heard by everyone.
Mihaeru desentonó justo al final, no llegando ni a terminar la canción. Apretó la mandíbula y dejó a un lado la guitarra, casi con furia. Trataba de dominar su ira, la carga de emociones lo estaba matando. Cuando levantó la cabeza se encontró con una persona, esbelta, pelirroja y firme parada en el lumbral de la puerta, que lo escrutaba fijamente con sus ojos azules, tan fríos como el hielo. Pasó saliva, parpadeó para alejar las lágrimas un poco. Sentía tanta impotencia como miedo.
–¿Qué haces aquí, Yuriy? –preguntó finalmente, sin levantarse de la cama. Yuriy descruzó los brazos, caminó unos pasos y tomó de sobre la colcha azul índigo un librito pequeño. Justo encontró una frase muy interesante en latín.
–La filosofía es el arte de aprender a morir –tradujo al ingles, demostrando de nuevo sus grandes dotes para los idiomas. Ruso, japonés, ingles y latín. Próximamente francés, estaba en proceso. Ojeó un poco más el pequeño volumen, lo arrojó a la cama y se dedicó a observar de nuevo al rubio.
–Vete, por favor.
–En pie, daremos un paseo. Te invito un café –dijo como si no lo hubiera oído. No le dedicó ni una mirada, ocupado en leer los distintos títulos esparcidos sobre la cama. Mihaeru calló, apretando con fuerza los labios, sentía una terrible desolación.
Su vida se estaba desmoronando, se dijo mientras veía por la ventana el paisaje pasar a gran velocidad. Escuchó a Yuriy hacer los cambios a la velocidad para luego cruzar violentamente a la derecha. Una suave melodía escapaba por los modernos waffles del automóvil del pelirrojo. Bach, una maravilla de la música y el arte. Cerró los ojos y se concentró en las notas.
Al detenerse frente a la bonita fachada de antaño de su café favorito, Yuriy mantuvo las manos en el volante, la vista al frente, casi sin moverse. A su lado Mihaeru permaneció en silencio el mismo tiempo, unos eternos segundos, quizá minutos, no les importó. El mayor de los dos respiró hondo y abrió la puerta, Mihaeru lo hizo seguidamente y bajaron del auto.
El frío del exterior les golpeó la cara, Mihaeru pensó que aquello era necesario. Metió las manos dentro de los bolsillos de su gabán largo negro, escudando parte de su rostro tras la bufanda azul grisáceo que cubría su cuello. Yuriy pasó a su lado con dirección a la puerta del establecimiento, ataviado con una gabardina más corta que la suya de color azul celeste, que iba perfectamente con sus hechizantes ojos y se ceñía al punto de su definida cintura. Entró detrás de él, el interior del local era cálido, agradable, con un suave olor a café, té, pastelillos y chocolate flotando como un afrodisíaco en el aire y una música muy leve pero agradable. El notable estilo ingles dentro era palpable hasta en la iluminación, era como la combinación de un pub y un café. Unas pocas personas ocupaban las mesas, tomando café y leyendo el diario o algún libro, una pareja con las manos entrelazadas, una chica ya universitaria llenando un crucigrama, los empleados yendo y viniendo con sus uniformes cafés y blancos, estéticos contra todo.
Uno de los chicos los saludó con un gesto de la cabeza y se acercó a ellos con las intenciones de atenderlos una vez se hubieran sentado en la mesa de siempre, cerca de la ventana, junto a la desgastada columna de ladrillo, bajo la maceta de plantas siempre lozanas.
–Buenas tardes. Sean bienvenidos.
–Buenas tardes, Benjamín. Lo de siempre –contestó Yuriy, dirigiéndole una tranquila sonrisa y una fugaz mirada.
–Claro –asintió, sin la necesidad de anotar nada en su libreta–. ¿Mihaeru?
–Un...
–Un chocolate caliente y un café pequeño, tráele panecillos con almendras –dijo el pelirrojo antes de que su compañero terminara. El joven Benjamín apartó unos mechones castaños de sus ojos verdes, casi pantanosos, que miraron curioso al par–. Por favor.
–De acuerdo. Cinco minutos –y se fue sin cuestionar, ya acostumbrado a la actitud siempre misteriosa de Yuriy.
Por su lado, Mihaeru le dirigió al chico frente suyo una mirada cargada de duda, ligeramente mosqueado, ya con la bufanda a medio quitar. Yuriy bajó el cuello de su chaqueta y acomodó los brazos sobre la mesa. Levantó una mirada, confirmando que su helecho favorito estuviera bien cuidado como siempre.
Tras un lastimero suspiro que indicaba que no iba a discutir el menor se encogió en la silla a esperar que llegara "su" pedido, cinco minutos después así fue. Se encontró aspirando hondamente el delicioso vapor que manaba de la bonita taza frente a sí. El café pequeño aún no estaba. Benjamín parecía conocerlos muy bien.
Yuriy a penas endulzó su café negro y tomó enseguida, dándose su tiempo para degustar, probar y disfrutar su pedido de siempre, con aquel inigualable toque a almendras, olía como Mihaeru.
–Come –dijo bajito, tomando uno de los buñuelos de mantequilla del platito frente a él, parte de la orden de siempre.
–Estúpido –dijo tomado la taza entre sus manos.
–Idiota –rebatió con el mismo tono indiferente, casi sin verlo.
El chocolate estaba muy bueno y los buñuelos recién hechos, debían ser de esa misma mañana, frescos y deliciosos. La atmósfera y el refrigerio ayudaron a diezmar la preocupación que lo carcomía por dentro.
–Debemos ir al cementerio este mes, recuerda que ya se cumple un año de su muerte. No quiero tener una aparición que me reproche mi falta de compromiso.
–Oh, él no haría eso.
–Eso no lo sabes –Mihaeru le miró acusadoramente, Yuriy se encogió de hombros y bebió más café, no dándole más importancia al hecho.
–Prefiero pensar que no.
–Prefiero ir a correr el riesgo.
–No te creía tan supersticioso –murmuró con sorna el rubio. Yuriy abrió uno de sus párpados y lo miró tras el bollo que comía.
–No lo soy –contestó rotundamente. A Mihaeru no le quedó más opción que aceptar esa confesión–. Debemos ir. ¿Bien?
–Bien –asintió vencido. No podía con él, pocas veces había podido.
Ya iba por la mitad de su exquisito chocolate y su cuarto panecillo de almendras cuando Yuriy habló, ganando su atención en el acto.
–Las leyes no son tan malas, hay que leer mucho pero vale la pena. Llegas a conocer mucho de la psicología humana –el estómago de Mihaeru experimentó una desagradable sacudida. Yuriy se lamió los labios, conciente de que dio en el clavo.
–La semana pasada eligieron a un grupo para participar en un juicio como abogados, entre ellos estoy yo, es la tercera vez que lo hago.
–Eso es genial –Yuriy agitó la mano en el aire, como restándole importancia.
–Es un buen cambio, a veces las simulaciones en clases son vanas y poco satisfactorias.
A pesar de su tristeza, Mihaeru sonrió divertido. Yuriy era extremadamente listo, sagaz, agudo, con el mejor léxico que hubiera escuchado para un chico de su edad, pero sobre todo, increíblemente astuto y sabio. Hablando de eso...
–Sea como sea, dime cómo entraste a mi casa –inquirió con notable tono de desconfianza, entrecerrando los párpados. El otro se encogió de hombros, restándole gravedad al asunto.
–Cómo usualmente lo hago.
–Sólo que esas veces yo soy quién te abre.
–¿Cuál es tú punto?
–Yuriy... –siseó en tono de advertencia.
–¿Acaso importa? –preguntó sencillamente–. Hay asuntos más importantes que tratar en estos momentos.
El rubio refunfuñó, mascullando incoherencias por lo bajo, claro signo de su mejor humor y al mismo tiempo de su creciente frustración. Le dirigió una mirada envenenada al elegante, atractivo y desgarbado pelirrojo frente a él, que revisaba los mensajes de texto de su móvil. Se permitió resoplar. Yuriy alzó una ceja.
–Qué amargado –dijo arrastrando las palabras, guardando el móvil en uno de los bolsillos interiores de la chaqueta–. Bryan te envía saludos.
–Que se muera –rezongó.
–Sigues enojado –dictaminó con calma.
Era obvio que seguía molesto por su último encuentro, donde el alto fornido y aguileño muchacho, amigo y compañero de la facultad de ciencias jurídicas, con sus malintencionados comentarios había herido el orgullo del rubio.
Yuriy, pasando de él, alargó la mano sobre la mesa y tomó uno de los panecillos que habían sobrevivido al voraz gusto de Mihaeru. No pudo evitar notar, preocupado, que él apenas le vio de soslayo, sin decirle nada, alejar el plato o como mínimo golpear su mano.
Ya era obvio, el hechizo del momento, que le mantuvo entretenido, alegre se atrevería a decir, estaba acabándose rápidamente. Debía pensar en algo pronto o era probable que de nuevo se hundiera en la tristeza. Carraspeó, llamando al instante su atención.
–¿Seguirás con tu empleo?
–No puedo dejarlo y dudo encontrar algo mejor que se adapte a mi horario y situación. Necesito el trabajo.
–Puedo conseguir que entres como pasante al área de redacción de esa revista que tanto te gusta. Pero es necesario que estudies literatura. Pagan bien.
Mihaeru bajó la cabeza con cierto pesar y un terrible conflicto interno. Sentía como nuevamente la confusión, la incertidumbre y la decepción se agolpaban dentro de él, mareándolo con abrumadora fuerza.
–Estoy... tan confundido, Yuriy –musitó tras un largo silencio–. Todo... todo parece desmoronarse poco a poco, mi vida se cae en pedazos.
Escondió la cara entre sus manos, temblorosas. Escuchó a Yuriy suspirar y se sintió avergonzado.
–Discúlpame –susurró aun tras sus manos.
–Yo te invitó, ¿no? Benjamín, por favor.
El chico, que pasaba cerca, asintió y se apresuró a llevar la orden que traía en manos. El pelirrojo se masajeó el puente de la nariz, preparando su argumento. Esperó a que el café estuviera sobre la mesa para hablarle.
–Cortesía de la casa –dijo el muchacho de ojos verdes–. Disfrútalo, Miha.
–Gracias –musitó apartando las manos. Benjamín le dirigió una última sonrisa y se marchó.
Yuriy endulzó él mismo el café.
–Fue tu decisión estudiar ambas, sabías que sería difícil con un empleo a cuestas.
–Pensé que podría con todo...
–Lo has hecho bien hasta ahora, sin ayuda.
No es cierto, pensó Mihaeru. Claro que había recibido ayuda, de muchas personas, de él sobre todo. Recordaba las primeras semanas en Londres, ciudad natal de su pare. Lo veía como un lugar frío, oscuro y extraño. Sus tíos paternos, únicos familiares en Gran Bretaña, le facilitaron una habitación hasta que encontrara un lugar para vivir. Al día siguiente a su llegada y durante una semana buscó con ahínco un empleo, sufriendo constantes decepciones.
Fue al segundo día de haber empezado las clases en ambas facultades que todo empezó a recobrar el sentido en su vida. El día inició un tanto movido y tras cuatro horas de clases en psicología se dirigió a la facultad de literatura. Se sentía débil, había descuidado mucho sus comidas y hábitos alimenticios, le daba vueltas la cabeza y, sin más, soltó los libros y se desvaneció, precipitándose por una de las tantas escaleras del edificio. Al despertar se encontraba en uno de los mejores hospitales de la zona, descubriéndose alimentado por vía intravenosa y un fuerte dolor en la mano.
–Ya has despertado –dijo un hombre joven, sonriéndole–. Soy Mystel Lewis. ¿Cómo te encuentras?
–Bien... Creo. ¿Qué pasó?
–Sinceramente, tuviste suerte. Sólo te doblaste la muñeca –dijo el doctor revisando su historial médico. Al ver su largo y alborotado cabello rubio estaba amarrado en un trenza y sus ojos azules, que resplandecían gallardamente al hablarle, alzó una ceja. Pero qué doctor tan peculiar. Cuando él se mostró preocupado por la cuenta el hombre rió y dijo, con voz agradable–: Ya eso está arreglado. El chico que te trajo se encargó de eso.
–¿El chico que me trajo?. ¿Quién era? –se apresuró a preguntar–. ¿Cómo se llama?
–Yuriy Ivanov, si no me equivoco. Llegó contigo en brazos y se fue tras dejarte a mi cargo sin esperar resultados.
No supo si aquello que sentía era vergüenza, agradecimiento o molestia, como si le hubieran insultado.
–Tratamos de localizar a algún familiar, dimos con la embajada griega. Nos facilitaron el número de tus tíos. No han podido venir pero dijeron...
–No importa –le cortó, con expresión seria–. Eso no importa.
Se levantó, más que dispuesto a irse. Por poco cayó al suelo, con un terrible mareo. Apartó al doctor agradeciendo su ayuda y le hizo prometer que se quedaría hasta comer.
–Luego podrás irte. Le pediré a alguna enfermera que te traiga algo. Por ahora recuéstate y descansa. Puedes ver la televisión, tenemos satelital.
–Gracias, doctor.
–No hay de qué. Puedes llamarme Mystel solamente –Mihaeru, aunque asintió, pensó que sería mejor sólo llamarlo "doctor" –. Vendré a verte más tarde, ¿bien?
Cerca de las seis de la tarde le dieron de alta y fe al llegar que sus tíos le preguntaron cómo se encontraba, con una sonrisa forzada entró a su alcoba, alegando que estaba muy cansado. Le dejaron que descansara y declinó la oferta de su tía de cenar, sabiendo que faltaba la última promesa que le hizo al doctor. Ya acostado, lo único que podía pensar era en que estaba solo allí y en un nombre: Yuriy Ivanov.
Días después Mihaeru estuvo al pendiente en la universidad en caso de toparse con el misterioso Yuriy. Había ido a información y al decanato pero no le dijeron gran cosa. Aquellos días continuó con la empresa de buscar empleo. Un día, lluvioso como ninguno que había visto, entró a una vieja tienda de antigüedades, llena de polvo, libros, muñecas de porcelana, ropa de época, figurillas de porcelana y otro centenar de cosas inusuales y extravagantes. Buscaba refugiarse de la lluvia y al entrar se llevó la sorpresa de encontrarse tantas maravillas reunidas en un solo lugar. Acercó las manos a una cajita que parecía de música, tallada maravillosamente muchos años atrás por el estado de la madera.
–¿Puedo ayudarte? –preguntó la rasposa voz de un anciano, sobresaltándolo. Su cara arrugada y sus sienes canosas le daban cierto aire agradable, sin embargo, su expresión de enojo era bastante notable. Balbució un par de cosas tímidamente–. ¿Y bien?
–Volveré en otro momento, señor Dickenson –dijo otra voz.
Hasta ese momento Mihaeru no había reparado en la desgarbada y alta figura frente al mostrador, detrás del cual estaba el viejo tendero. Era un muchacho pelirrojo, con el cabello largo atado en una coleta baja y algunos mechones sobre su níveo rostro. Sus labios rojos estaban fuertemente apretados y sus ojos azules parecían dos témpanos de hielo, a tal grado que le helaron la sangre. Vestía una gastada chaqueta color vino. Le pareció lo más curioso en todo el lugar.
El anciano gruñó.
–De acuerdo, pero no te prometo nada.
El joven asintió, tomó unas cosas en la mesa y se apresuró a irse, ignorándolo al pasar a su lado. Se sintió extrañamente ofendido pero quiso no reparar en eso. La voz del anticuario detuvo al pelirrojo, que justo abría la puerta, dejando entrar aire frío y agua.
–Escucha bien, Yuriy, a veces la búsqueda no suele terminar en buenos términos. Ten eso presente.
–Ya lo sé, anciano –dijo su voz aterciopelada, que arrastraba algunas letras, cargada de ira.
Finalmente se fue.
–¿Qué quieres, muchacho? No tienes apariencia de venir a comprar algo y preferiría que te fueras de aquí si vienes a hablarme de escudos o historias familiares. Ya tuve mucho por el día de hoy.
–Ah... Sólo me refugiaba de la lluvia. Lo siento –se excusó incómodo, con la curiosidad carcomiendo su mente–. Yo... venía de una entrevista de trabajo y me cogió de improviso. Aún no me acostumbro al clima londinense.
–¿Eres extranjero? –preguntó el señor Dickeson, escrutándolo detenidamente con la mirada.
–Sí, técnicamente. Soy en parte ingles, señor.
Las espesas cejas del hombre se elevaron con sorpresa y cruzó el mostrador, acercándose lentamente a él. Una gran barriga y una calva prominente hacían gracioso contraste con el asombro tallado en sus arrugadas facciones.
–¿Estudias?
–Sí, en la Universidad de Cambriage, señor. Literatura y Psicología.
–¿Simultáneamente?
–Así es –el hombre repasó sus facciones con mucho interés.
–Admirable, admirable... –murmuró.
Mihaeru empezaba a sentirse realmente incómodo ante la intensa y analítica mirada que le dirigía el tendero. Unos instantes después sonrió afable y se frotó las manos, le invitó a pasar y tomar una taza de té, alegando que de seguro conocía y entendía las costumbres inglesas. Mihaeru no supo, mejor dicho, no pudo negarse y se vio arrastrado a la trastienda para terminar sentado en una desgastada mesa de caoba con detalles en la madera bellísimos y una taza de té humeante bajo su nariz. Observó curioso la taza, en forma de una flor, el plato eran las hojas y los terrones estaban ligeramente coloreados, como si fueran las hadas del jardín de porcelana. Unos panecillos con pastas y dos servilletas amarillentas con encajes adornaban el centro, como una bizarra taza de té de las ninfas.
–Dijiste que buscabas empleo, ¿es cierto eso?
–Sí, es correcto. Necesito un empleo –suspiró abatido.
–Tus estudios deben ser un tanto costosos. Dos facultades a la vez... –el señor Dickenson sorbió de su té. Vio que él no había tocado su taza–. Oh, no seas tímido, bebe, bebe o sentiré que me has despreciado.
–Oh, sí... –tomó la taza y, secretamente, agradeció el calor que inundó su cuerpo.
–¿Está bueno? Muy bien... ¿Cómo te llamas, hijo?
–Mihaeru, señor, Mihaeru Pope.
–Pope, como Alexander Pope, claro. ¿Has leído sus obras? Entre mis volúmenes la tengo. Creo haberte escuchado decir que no eres totalmente ingles. ¿Podrías explicarme?
–Ah... –Mihaeru bebió más té, con la esperanza de alargar el momento. Decididamente no se sentía cómodo a contar este tipo de cosas con un hombre al que recién conocía–. Bueno yo...
–¿Sí? –algo en los acuosos ojillos oscuros del hombre le brindó la confianza necesaria para bajar la taza y hablar.
–Mi padre es ingles y rumano. Viajó a Grecia por sus estudios, allí conoció a mi madre. Yo me crié en Rumania, estuve allí los primeros años de mi vida pero luego... –su mirada se fue apagando gradualmente de forma inconsciente, el anciano entrecerró los ojos, no perdiendo detalle de sus expresiones-. Mi madre y yo viajamos a Grecia. Más adelante conseguí una beca para la universidad de Cambrige y vine aquí.
–Una historia interesante, verdaderamente –murmuró el anciano. Bebió un poco más y lo miró largo y tendido por unos minutos enteros, a Mihaeru le costó sostener su mirada–. Cuando te vi presentí algo extraño, sin dudas sobresales del montón. Supongo que en parte fueron tus facciones, lo otro...
Dejó la frase en el aire y terminó de tomar el té. El rubio se apresuró a hacerlo rápidamente, deseando que la lluvia cesara, ya que no podía salir con semejante diluvio... Fue entonces cuándo lo recordó.
–Disculpe, señor... Quisiera preguntarle algo.
–Adelante, hijo, adelante.
–Ese muchacho que antes estuvo en la tienda hablando con usted...
–¡Ah, ese pelirrojo! –saltó sin dejarlo acabar-. Vino porque quería que investigara sobre el árbol genealógico de su familia pero sigo diciéndole que es muy difícil poder armar uno coherente en su caso... Creo que el tuyo sería más complicado ya que son tres ramas diferentes: la griega, la inglesa y la rumana. No cobro muy caro y...
–¡No, se equivoca! No se trata de eso. Es su nombre... ¿Cuál es su apellido?
–Para qué lo quieres saber? –preguntó con suspicacia, alzando una ceja y achicando los ojos–. Lo siento, política y ética.
Y Mihaeru le contó su curiosa experiencia en las escaleras y cómo el médico le había dado el nombre de alguien a que, todavía, no había podido localizar.
–Tienen el mismo nombre, esto es todo. Me gustaría encontrarlo para hablar con él. Quisiera saber si fue él la persona que me salvó.
–Quizá. ¿Cómo te dijeron que se llamaba?
–Cómo era... a ver... –dijo pensativo, estrujándose el cerebro para estudiar sus recuerdos–. Yuriy algo... Yuriy Iva... Ivanov... ¡Sí, es algo así, estoy casi seguro!
El señor Dickenson abrió grande los ojos, pero no dijo nada. Mihaeru tomó nota de ese detalle y, tras meditarlo un poco, se atrevió a preguntar por la identidad del chico pelirrojo de mirada fría.
–¿Cómo se llama el joven que estuviera aquí antes?
–Lo siento, hijo, ya te lo dije, política del negocio y ética personal. No puedo develar así el nombre de mis clientes, sólo los que trabajen aquí están en el derecho de saberlo... Buscas empleo, ¿verdad?
–Así es. Ahora me quedo con mis tíos, por eso es tan importante que consiga empleo, no quiero ser una molestia para ellos y me ahorraría muchos inconvenientes.
–Entonces tengo una proposición para ti –dijo misteriosamente el señor Dickenson, inclinándose sobre la mesa tanto como le permitía su enorme estómago. También él se acercó–. Ya estoy muy viejo como para hacerme cargo de este lugar yo solo, además míralo, todo lleno de polvo y desordenado... Lo que necesito son manos fuertes, brazos firmes, una juventud envidiable. Un ayudante joven que se encargue de ciertas cosas... ¿No te interesa?
Esa tarde perdió la primera clase de su bloque de la tarde por cambiar parte de sus horarios, para que se adaptaran mejor al horario de su nuevo trabajo.
Por las mañanas iba a la escuela, en las tardes trabajaba y por las noches cubría su otra carrera. Su vida pareció recomponerse, leía y curioseaba cada cosa, cada rincón de la tienda mientras barría, desempolvaba y ordenaba artículos. El anciano era el que atendía a los clientes mientras él se encargaba de otros tanto trabajillos. Incluso logró conseguir gratuitamente un par de libros necesarios para sus dos carreras entre los muchos volúmenes que ocupaban espacio en los libreros de la tienda.
Cierto día, a dos semanas de trabajo, mientras barría la trastienda escuchó la campana de la entrada sonar, indicando que alguien había entrado. Lo siguiente fue el característico gruñido del señor Dickenson y una voz aterciopelada y fría al tiempo. Se le heló la sangre. Era Yuriy, el mismo chico que un par de semanas antes había encontrado en la tienda, "importunando" a su jefe.
Escuchó la conversación con la oreja pegada a la puerta, aunque no entendía del todo bien. Alrededor de unos veinte minutos después la campanilla sonó nuevamente. Abrió la puerta y, respirando con profundidad, preguntó:
–¿Quién es ese muchacho?
–Ya eres parte del negocio... Se llama Yuriy Ivanov, el mismo que te llevó al hospital aquella vez.
Yuriy Ivanov.
Preguntó todo acerca de él al señor Dickenson y a cuanto profesor de la Universidad pudiera. En un par de días sabía que Yuriy, como él, no era originario de Inglaterra, se había ganado una beca, que era ruso, estudiaba leyes y tenía pocos amigos.
–¿Cómo van tus investigaciones con respecto al joven Yuriy? –preguntó un día el anciano tendero. Dejó de leer el libro de poesía que sostenía, pensando en la respuesta. Había estado a la caza, demorándose a propósito en el comedor, la librería y la biblioteca, buscando el característico cabello rojo, incluso pasando frente a la facultad de leyes. Pero no había podido dar con él.
–Infructuosa, sé lo básico, pero...
–¿Por qué insistes tanto en buscarlo? –preguntó suspicaz. Él trago duro.
–No todos los días te salva la vida un desconocido que, precisamente, suele venir a dónde trabajas. Quiero agradecerle y pagarle lo que le debo del hospital.
–Sí que eres orgulloso, muchacho.
–¿Le parece? –preguntó con una sonrisa de circunstancia. La campanilla de la puerta sonó. Se volvió con una sonrisa a darle la bienvenida al nuevo cliente pero se detuvo en seco–. Bienve...
–Yuriy –saludó el señor Dickenson, con voz ruda y poco amigable, a diferencia de cómo era el resto del tiempo. El joven miró al anciano y saludó murmurando un "Señor Dickenson", rígido pero desgarbado.
Eso es todo. Por suerte no es muy largo y actualizaré pronto. El plan original era actualizar la semana pasada pero... Al parecer muchas cosas dejan de salir bien a veces... Por algo será, pienso yo. Sin más me despido y prometo actualizar la próxima semana a más tardar, recomendándoles oír las canciones que nombré al principio. Son gran fuente de inspiración. Oka-san, feliz cumpleaños y feliz día de las madres! Ojalá te haya gustado tanto como a mí me gustó escribirlo.
"La guerra es un joven muriendo y un anciano hablando" (Epitafio)
