Era el bar de moda en el Callejón Diagon, llamado «Witch, One on One», una versión mejorada de los bares a los que habitualmente acostumbraban frecuentar magos y brujas del mundo mágico. Luego de la guerra y, con el correr de los años, muchas cosas habían cambiado: una de esas era que dicho mundo ya no era tan patriarcal como ella lo conoció de adolescente. Existía ahora una Primera Ministra de Magia, con una con una ayudante directa, llamada «Ministra de Asuntos Internos», cargo que detentaba su antigua amiga Hermione Granger. Y, ese bar, no era la excepción. Era realmente fuera de todo precepto mágico concebido hasta ese momento: era tan mágico, que parecía muggle…
Respiró profundo y bebió un pequeño sorbo de un trago extraño que el mago de la barra le había ofrecido. Le dijo que las mujeres muggles lo consumían muchísimo: era presentado en una copa boca de ancha; por la orilla de esta se encontraba adherida sal y al probarlo sus papilas gustativas se inundaban de un sabor ácido y sabroso, que al momento se esparcía por todos sus sentidos: Tequila Margarita, nada más y nada menos. Algo tan convencional para los muggles, como novedoso para ellos. Era el trago de moda y, por lo mismo, el bar, totalmente iluminado, con música ambiental, copas de distintos colores y tamaños en cristales carísimos y elaborados especialmente para ese lugar. Todo aquello había logrado posicionar a «Wich One on One» como el bar élite de magos y brujas, y lugar de encuentro para tratar asuntos de negocios.
Pestañeó con la intención de cerrar por algunos segundos sus ojos, respirar pausado y calmar los nervios. Bebió otro trago, mientras que con una mano tamborileaba sobre la mesa. Miró por la ventana y afuera advirtió a numerosa gente que iba y venía por el transitado callejón. Eran recién las diez de la mañana y ya la calle estaba atestada de personas para comprar los útiles escolares. Sí, era finales de agosto y por ende, pronto los niños ingresarían a Hogwarts. Rio con un dejo de tristeza al pensar que ella aún no tenía hijos en edad escolar; que al terminar su relación con Harry Potter (hacía unos cuatro años) no había vuelto a tener una relación seria que la invitara a formar un hogar.
Otro suspiro, mientras inconscientemente su mente calculaba el tiempo que había pasado desde la guerra: doce años.
Doce años en los que ella había estudiado, trabajado y seguido estudiando. Era medimaga con varias especializaciones. Fue una de las mejores medimagas de San Mungo. Tanto, que algunos hospitales mágicos de Estados Unidos le habían solicitado que se trasladara hacia ese país, específicamente a los lugares en donde realizó algunos cursos de perfeccionamiento. Pero ella sentía que debía respetar sus raíces y sobretodo el amor por mantenerse en una tierra por la cual había luchado, no siendo protagonista, pero sentía que su lucha, si bien un poco anónima a ratos, fue lucha al fin y al cabo y entre todos lograron derribar al mago que intentó arrebatarles la libertad y sus vidas.
Ginny Weasley, ahora llegando a los treinta, sentía que su mundo, tan bien constituido: con trabajo, con un departamento propio, una familia extensa a quien visitar y uno que otro amigo, se veía amenazado por la decisión que había tomado, sabiendo perfectamente que además afectaría a muchas personas… Decisión que ya había comenzado a dar sus primeros frutos. Pues, a pesar de lo bien evaluada que estaba en San Mungo, ya no trabajaba allí.
Otro sorbo de su trago y el sabor ácido y dulce le remembró lo que había ocurrido hacía casi dos años, luego de una intervención quirúrgica realizada por ella y asistida por el médico con quien había compartido facultad y trabajo: Draco Malfoy.
En efecto, el mismo ex mortífago que había estado en las huestes de Voldemort, había sido absuelto, puesto que el Ministerio y su defensa dijeron que todo había sido culpa de Lucius Malfoy, y que Draco solo resultó ser una víctima más la guerra. Él también había logrado estudiar, casarse, tener hijos y ser un excelente profesional, tanto como ella en San Mungo.
Sí, Draco Malfoy, el médico, el padre, el ex mortífago, se había casado hacía ocho años con Hermione Granger. Eso aún no le quedaba muy claro cómo había ocurrido. Solo recordaba que su antigua amiga había roto con Ronald hacía poco cuando, luego de una noche de copas, en una celebración para los trabajadores del Ministerio, había terminado saliendo con Malfoy. Luego la boda y todo lo que ella se perdió, pues ya no eran amigas. Su distanciamiento se debía a diversas peleas que ella tuvo con Hermione a causa de Ron. Era su hermano y como fuera, lo protegería, a pesar de que existieron situaciones indefendibles, como las continuas infidelidades de Ronald.
Aquel día de la difícil operación que hizo junto a Malfoy, fue inolvidable. Habían celebrado luego del triunfo, pues todo el mundo pensaba que sería imposible salvar la vida a ese hombre que había sufrido graves lesiones a causa de una poción que le estalló en pleno rostro. Para muchos magos curar quemaduras o sanar heridas era fácil. Sin embargo, la poción hecha por este hombre se había impregnado en su cuerpo y nadie sabía qué ingredientes poseía. Con instinto, paciencia y mucha magia, entre ambos lograron saber qué padecía aquel hombre que, aparte de estar quemado y desfigurado, su cuerpo comenzaba a presentar tejido necrótico, amenazando con convertirlo en inferi a corto plazo.
Pues bien, ese logro le valió a ella para ganarse la simpatía de Draco, quien generalmente era poco expresivo y bastante serio. Muy pocas veces se reía con alguien o aplaudía un triunfo. En cambio aquel día habían terminado en ese mismo bar, brindando y aplaudiendo por el gran logro en su carrera profesional: juntos vencieron un desafío que para muchos resultaba imposible de soslayar.
Lo que vino después solo fue instinto, deseo y pasión: salieron juntos de ese lugar con el propósito de desaparecer e irse cada uno a sus respectivos hogares. Sin embargo, Draco le había tomado la mano y llevado a un callejón oscuro en donde, sin contemplaciones la besó en forma desenfrenada y casi salvaje. Ella respondió de la misma forma, porque ansiaba ese contacto desde que comenzaron la velada. Ahí, a oscuras, en medio de los edificios con luces tenues o apagadas, Draco le levantó el vestido y rasgó su prenda interior… en tanto ella, deslizó sus dedos por la cremallera de él, ayudándolo en la tarea…
Jadeantes, cansados, y con las piernas adormecidas, se quedaron apoyados en la fría pared por algunos segundos antes de tomarse las manos y desaparecer juntos hacia un motel muggle, el que durante los últimos casi dos años había sido su lugar de encuentro de una vez a la semana. Planificaban la hora y se veían. Se gustaban, se deseaban y se pertenecían. Hablaban de todo, de sus vidas, de lo solos que se sentían y sobre todo de lo mucho que les gustaba estar juntos. Lo demás, era deseo, pasión… ganas de sentirse vivos y de explorar sus cuerpos como hombre y mujer.
Ella sabía que Draco estaba mal, que no dormía y que tenía un sentimiento horrible de culpa por haber engañado a Hermione. Sin embargo, se confortaba diciendo que lo de ellos ya no daba para más, que estaban juntos por los hijos, por el nombre, por costumbre y un montón de pretextos que solo dilataban una situación que tenía a ambos viviendo una historia distinta a la que se imaginaron cuando decidieron contraer matrimonio.
Pero un secreto de ese tipo no se podía ocultar toda la vida: Hermione un día se enteró que Draco no estaba en reuniones o trabajando a deshora, como él decía y, siendo una bruja avezada, bastó con que pusiera un rastreador a su esposo, sin que este se diera cuenta, y los encontrara juntos.
Eso había ocurrido hacía solo dos semanas…
Desde ese día, todo su mundo se fue al barranco. No tenía trabajo. Hermione, con sus contactos, logró que la despidieran; Draco estaba con una carta de aviso de despido enviada por la gerencia del hospital, a objeto de que tuviera tiempo para buscar trabajo en otro sitio, contando para ello con solo un mes. Y, para rematarla, Hermione había interpuesto la demanda de divorcio. Draco había contraatacado pidiendo visitas reguladas con sus hijos: Scorpius y Jean, pero el tiro le salió por la culata. Hermione no opuso resistencia en que tuviera visitas con sus hijos, lo cual valió para que el juicio por divorcio se adelantara, ya que ambos habían llegado a acuerdo en lo respecta a la custodia de los niños.
—Draco, ¿por qué tuvo que pasar tanto tiempo para fijarme en ti? Y, ¿por qué me siento desleal con Hermione, si ella y yo, ya no somos amigas? La poca amistad que tuvimos luego de la guerra, se desvaneció con el tiempo y ahora ella me ve como la peor de las mujeres. Incluso, como ladrona
No te he robado nada
no me estoy alimentando de algo tuyo.
Por un poco de buen gusto y de orgullo
tu deber es ignorarme
y de quedarte callada.
No te he robado nada
ni yo delincuente, ni tú despojada.
Hace tiempo ya hacían un cortocircuito,
era una guerra incesante
y un maldito e ingrato modo de vivir.
Una lágrima resbaló por sus mejillas secándola con la mano de inmediato al recordar aquel día en que Hermione encontró a ambos en el motel muggle y, aunque juntos estaban, no se hallaban en la cama.
Hermione apareció de un de repente al interior de la habitación, pues Draco estaba tan confiado de que jamás nadie los encontraría en el mundo muggle, que nunca analizó la opción de activar algún hechizo de ocultamiento. Así que los encontró sentados en el sofá, bebiendo una copa de champagne. Ambos vestían ropas que sugerían que algo había ocurrido u ocurriría más tarde: ella con una camisola de seda, bastante sensual y él solo con la parte inferior de su pijama, dejando el torso al denudo.
—Ya veo que tus reuniones son muy íntimas —dijo Hermione en ese momento a su esposo, en un tono sereno pero con mirada cargada de decepción. Luego fijó su mirada en ella con asco, analizándola de arriba hacia abajo y, en forma despectiva le habló—: Siempre supe que eras una zorra —dicho aquello, simplemente, despareció.
Y Draco la siguió.
Luego de aquello, sobrevino un torbellino de recriminaciones, pues Hermione se lo confidenció a Harry, su eterno gran amigo, quien a su vez no dudó en buscarla y tratarla como lo peor: que si no le importaba destruir un matrimonio, que habían dos hijos de por medio… En fin, todo lo que se imaginó en ese momento, Harry se lo dijo… ¿Y ella? Simplemente no se sentía culpable de nada pues amaba a Draco. Era el hombre perfecto… o casi. Ese «casi», que lo oscurecía todo: era casado.
Esperó uno, dos, tres días y no tuvo respuesta. Salvo un par de vociferadores de su madre y una que otra carta de Ron hablando de la decepción que era ella para la familia. ¡Ron le decía eso! ¡Y si fue por culpa de él que ella terminó su amistad con Hermione! Si ese distanciamiento no hubiese ocurrido, quizá nada de eso estuviera viviendo…
Pero lo hecho, hecho estaba.
Y no se arrepentía para nada de lo que existía entre ella y Draco Malfoy.
El cuarto día, un «toc-toc» sonó insistentemente en la puerta del departamento. Al abrir se encontró con Draco de frente, demacrado, despeinado, incluso parecía que había bebido. Además con una maleta sostenida en su mano derecha. Le dio la impresión que hacía días no dormía, ni comía. Simplemente lo abrazó y él le correspondió el abrazo.
Ambos habían sido señalados con el dedo en el trabajo: luego de lucirse y de recibir las felicitaciones de todo el mundo, ahora eran repudiados: ella desvinculada irremediablemente de su fuente laboral, aquella por la que desechó buenas ofertas de otros lugares, y sindicada como la «rompe hogares» y él siendo señalado (nuevamente) como el «ex mortífago».
Eso había sido el resultado de aquel amor repentino que se dio una noche de copas, una noche en donde ambos habían dejado a sus instintitos fluir, abandonándose al placer de unir sus cuerpos en uno solo. Sin embargo, aquella noche se transformó en dos noches, luego comenzaron a salir juntos e ir a lugares muggles en diversas partes de Europa, utilizando para ello trasladores. Inventando capacitaciones inexistentes y estando incluso semanas enteras encerrados en un hotel, todo a espaldas de Hermione quien trabajaba arduamente junto a la Primera Ministra Mágica. Muchos pensaban que Granger sería la próxima Ministra. Ginny creía que sí, pues con todo lo ocurrido, (situación a la que «El Profeta» había sacado el mayor partido), era posible que Hermione fuese la sucesora y por mayoría de votos, sobre todo el de las dueñas de casa que se sentían identificadas con la situación de Hermione, así como los conservadores de siempre. Así que era muy probable que dentro de un par de años, esa mujer que la llamó «zorra» sin titubear, fuera la primera autoridad del país.
Sabía que profesionalmente estaba acabada. Nadie la querría en su hospital. Nadie se atendería con ella. Draco le había dicho que juntos viajarían a Estados Unidos y que allí podrían trabajar pero entendía que eso era realmente quimérico pues él tenía a sus hijos y estos debían tener contacto con su padre. No obstante, se conformaba con ser la doctora en algún pueblito mágico alejado de Londres en donde nadie supiera quién era ella. Pero ese era un tema que luego analizaría junto a Draco y con tranquilidad, una vez que el terremoto pasara o que las aguas se calmaran.
Pero por más extraño que resultara, el hecho de aceptar las críticas, el odio, la poca comprensión de su familia o incluso el repudio público, seguía sin arrepentirse de nada, como tampoco se sentía culpable. No era la usurpadora que llegaba a destruir un hogar. Ellos no se amaban, hacía mucho tiempo que entre Draco y Hermione la chispa del amor se había extinguido. Cada uno vivía en su mundo profesional, tratando de ser mejores en sus especialidades… lo único que los unía eran los hijos, que al final de cuentas serían los más perjudicados con la separación de sus padres. Pero ni eso le importaba. Los niños tarde o temprano entenderían que ellos estarían mejor separados, que juntos.
Amaba a Draco, no lo iba a negar. Le encantaba cómo era con ella, sus pequeños gestos o su silencio. Amaba la forma en cómo la besaba, cómo sus caricias la hacían sentir mujer y cómo ella había logrado conocerse a sí misma estando con él. ¿Por qué Hermione no supo apreciar al hombre que tuvo a su lado? ¿Por qué dejó que la monotonía llenara sus vidas y destruyera ese matrimonio?
«Boda de papel» le decía a esa unión, porque estaba segura que Draco y Hermione jamás se amaron. Es que era tan ilógico como increíble que ambos estuviesen casados.
¿Cómo fue que la sabelotodo, la insulsa y poco agraciada de Granger había logrado atrapar a Malfoy? ¿Qué le vio él a ella, siendo tan perfectamente varonil y atractivo? No quería pensar en pócimas de amor o algo parecido, pero todo le resultaba bastante extraño. Ellos no eran el uno para otro y eso estaba a la vista de todo el mundo.
Sin darse cuenta su copa estaba a la mitad. En medio de tantos pensamientos sintió que sus nervios habían cedido, incluso sus dedos estaban serenos sobre la mesa, a la espera de…
—Así que ahora bebes tragos distintos. Supongo que Draco te ha enseñado a tomar algo más que cerveza de mantequilla.
Sus ojos se abrieron formando inmensos círculos celestes. Allí, frente a ella, estaba a quien había esperado por largos minutos: Hermione Malfoy… No, solo Granger, pues dentro de unas pocas semanas ese apellido no le pertenecería. Hermione se veía realmente bien. Tenía que reconocerlo: elegante, cabello cuidadosamente peinado, un traje de dos piezas de tela fina y carísima consistente en falda y chaqueta de sastre en color blanco, acompañado de una blusa carmesí que hacía el contraste perfecto. No era la Hermione que ella recordaba. Ésta que tenía en frente, intimidaba y cohibía a cualquiera, incluso a ella que fue su amiga por varios años.
Sintió que su garganta se secaba y que si hablaba, su voz sonaría rasposa o como un pitillo. Se tranquilizó instintivamente y al cabo de unos segundos respondió, tratando de sonar segura:
—Así es. Draco tiene gustos refinados en licor.
—Lo sé y por lo mismo creí que con las mujeres sería igual, pero ya veo que no.
La indirecta bastante directa la golpeó de lleno en el pecho, pero no dijo nada. Hermione se sentó frente a ella y se sintió como un figurín de costurera al lado de la elegancia de la mujer que era ahora la Encargada de Asuntos Internos del Ministerio. Advirtió que Hermione no había llegado sola. Un par de Aurores estaban apostados en la entrada del bar, suponía que eran sus guardaespaldas directos. Contra ese poderío sabía que ella no podría luchar jamás. Ahora más que nunca entendía que debía alejarse pronto de Londres. Allí no tenía nada más qué hacer. Su futuro era con Draco, con nadie más y con quien definitivamente formaría un hogar. Un verdadero hogar, aquel que esa mujer elegante y que desconocía a pesar de saber quién era, no le supo entregar.
Uno de los muchachos que atendía el lugar se acercó a Hermione y le sirvió un vaso de agua con hielo. Al parecer uno de los Aurores lo había ordenado. Ella solo agradeció al joven con un movimiento de cabeza y este se retiró. Bebió un sorbo y luego miró a Ginny a los ojos.
—Pensé que no vendrías a la cita —dijo Hermione.
—No tuve tiempo de responder la lechuza que me enviaste ya que estaba…
—Pero me avisaron que habías llegado y por eso vine de inmediato —la interrumpió. No tenía ganas de escuchar las excusas de esa mujer que le había robado parte de su vida.
Ginny sonrió. Debió haberse imaginado que Granger tendría ojos asociados en muchos lugares y que ese bar no sería la excepción.
—Tú dirás para qué me citaste —mejor ir al grano luego. Quería terminar pronto con esa plática.
—Solo quería verte la cara y mirarte a los ojos, Ginevra Weasley, para decirte que acabas de destruir mi vida y la de mis hijos.
—No, no es así…
No te he robado nada
por favor evita todo comentario.
El amor es una flor de riego diario,
hace tiempo no se amaban,
ya ni de broma se hablaban.
No te he robado nada
en tu cama no existía fuego alguno,
se bañaba y de ropa se cambiaba,
más de aquello indispensable
sólo había un completo ayuno.
No te he robado nada, nada, nada
—Te metiste con mi esposo y hoy te lo llevas… a Draco jamás lo perdonaré, así que es todo tuyo… Me lo robaste.
—¡No! Yo no te he robado nada. Lo de ustedes hace tiempo ya había terminado. Ustedes no estaban nunca juntos, vivían solo por sus hijos. No había nada… —Hermione echó atrás la silla y la miró con tristeza.
—Me imagino que eso te lo dijo Draco. Y, ¿si yo te dijera que sí nos amábamos y que sí éramos felices?
—No te creería, porque si fueran felices y se amaran, él no me habría buscado.
—¿Sí? ¿Segura que te buscó o solo fue la calentura de una noche que le quedó gustando a ambos?
—No, eso no es así. Además, cómo tú… como tú…
—¿Cómo me enteré? —Hermione negó con la cabeza. Ginny era inteligente pero al final de cuentas, igual de ingenua que ella—. Tú y yo, tenemos algo… o alguien en común: Draco —dijo encogiéndose de hombros—. Me contó todo, como para redimir su culpa. Me imagino que te dijo que él y yo también habíamos comenzado así luego de una noche de copas, ¿no? Pues fíjate que no fue así. Lo de Draco y yo se gestó poco después de la guerra, aun estando en Hogwarts, pero tuvimos que guardar las apariencias hasta que él pudiera probar su inocencia. Sí, Ginny. Draco y yo llevamos más años juntos de lo que aparentamos… pero, ¿sabes? El daño ya está hecho… y puedes quedarte con él. Draco me ha defraudado pero no por eso le negaré a sus hijos. Ellos lo adoran y no soy quién para utilizarlos como arma en contra del hombre que les dio la vida. Ese será un vínculo que él y yo compartiremos por siempre… el recuerdo de nuestro matrimonio, de nuestro noviazgo, en fin… son años de historia que tú te diste la tarea de borrar.
Hermione se puso de pie al igual que Ginny. Esta última esperaba algo más de su ex amiga, sin embargo, ella sonrió amablemente y referido algo que no sabía. ¿Es que entonces Draco le había mentido?
—Sé feliz, Ginny con lo que me has quitado. Y suerte. Espero que él no te haga lo mismo que a mí: engañarte y dejarte por otra, porque se siente horrible.
Giró y caminó hacia la salida. Ginny se apresuró en dejar unos galeones sobre la mesa y salió tras ella, encontrándola en la puerta de entrada al bar, momento justo en que Draco Malfoy cruzaba la calle pues había leído la lechuza que Ginny había dejado en el departamento contándole que Hermione quería hablar con ella. Imaginándose lo peor, también acudió a la cita.
Ahí estaban ambas: Hermione, elegante y hermosa como siempre, secundada por dos Aurores del Ministerio. Sabía que ese era el protocolo y que por el cargo que detentaba la seguridad hacia ella debía ser máxima. Unos pasos más atrás, estaba ella, la pelirroja que lo hacía suspirar y delirar en sus noches de pasión: su cabello pelirrojo liso y largo, vestida con unos jeans ajustados y una blusa de color azul. Era un contraste verlas a ambas. Sintió que su corazón se detenía cuando las dos se percataron de su presencia. Para evitar alguna escena en plena vía pública, aceleró su paso y cruzó rápidamente.
Ginny sonrió y le dio la mano para que él se la tomara. Draco titubeó unos segundos y Hermione lo advirtió. Luego, con un gesto en su mirada le dio entender que podía hacerlo, pues al fin y al cabo todo entre ambos había acabado.
—Que estén bien —les deseó sinceramente. Luego su mirada se posó en el que todavía era su esposo—. Draco, nos vemos la próxima semana en el tribunal.
Dicho lo anterior, volteó para caminar junto a los Aurores. Sin embargo, al dar la espalda, sus ojos liberaron las lágrimas que estaban retenidas desde hacía rato. Acababa de renunciar al hombre que amaba, cediendo ante esa mujer que otrora fuera su amiga.
Si él era feliz con Ginny, ella era capaz de renunciar a él, pues su amor era tan grande, incluso para hacerse a un lado y dejar el camino libre esa «otra» con tal que Draco fuese feliz, pues si él lo era, ella debía también serlo. El amor verdadero no es mezquino y se fortalece con la felicidad del otro. Pero, ¡cuánto dolor había en aquello! Su alma se partía en mil pedazos y su corazón estaba destrozado, aun así por sus hijos y por la felicidad de Draco, seguiría en pie. Nadie debía saber cuánto sufría al perder una parte de sí que hoy se marchaba con ella, con Ginny Weasley.
Desapareció. No podía seguir en ese lugar sabiendo que el amor de su vida tenía de la mano a otra mujer. Los Aurores la siguieron.
Draco por su lado, sintió una pesadez tremenda en el estómago y un nudo se formó en su garganta mientras Ginny lo abrazaba y posaba la cabeza en el pecho de él. ¿Cómo había llegado a ese punto? ¿Qué lo llevó a echar años de matrimonio al tarro de la basura? ¿Estaba realmente enamorado de Ginny?
No lo sabía. No sabía qué sentía por ambas, ¿se podía amar a dos personas a la vez? Imposible, una siempre sobresale… y esa era Hermione, su esposa. A quien amó y amaría por siempre, pero estaba con Ginny, la mujer que había significado el placer de lo prohibido, aunque ahora se daba cuenta de que eso realmente no era amor.
Temía que la relación con Ginny no iba a durar, que la haría sufrir…
No, a Ginny no la haría sufrir, ni pagar por sus culpas… estaría con ella, pero ¿por cuánto tiempo? No lo sabía.
Draco besó la frente de la mujer que tenía entre sus brazos y le dijo suavemente:
—Tranquila, todo va a estar bien.
Ginny se aferró más a él, pensando: —Estará todo bien, pero… ¿por será por siempre?
Y como bien dice el dicho, «que nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido», Draco Malfoy acababa de perder a la mujer que amaba, solo por una pasión. Ginny dejó su amistad con Hermione por defender situaciones que no tenían explicación. Y todos al final perdieron.
A Draco, sobretodo, le quedó claro que el amor era una cosa y el «enamoramiento», otra…
F I N
