I
Atravesar la Puerta del Demonio fue relativamente fácil: los humanos sabían ahora cómo comportarse y qué esperar de los guardianes de la entrada, y los vampiros conocían bastante bien el lugar al que estaban volviendo. El único problema fue, una vez más, ocultar los trances premonitorios de Bonnie y las auras demasiado poderosas de Elena, Stefan y Margaret. Una vez dentro, era de esperarse adonde se dirigirán.
—¡Lady Ulma!
—Ah, la bella Elena —lady Ulma la recibió con un abrazo—. Creí que nunca regresarían aquí. Supe lo que pasó en el Mundo Inferior, y de la muerte del señor Damon; pero ahora… él está aquí.
La hermosa mujer, ataviada con vestidos y joyas extraordinarias, no pudo evitar hacerle una reverencia a Damon: ella jamás dejaría de agradecerle por haberle devuelto su libertad.
—Esa es una historia larga, Ulma —dijo él—; te la contaré más tarde. Ahora precisamos tu hospitalidad: hemos hecho un largo viaje.
—Por supuesto; pueden quedarse todo el tiempo que quieran. ¿Bonnie?
Bonnie se adelantó para abrazarla también.
—Este es mi esposo, Matt.
—Oh, sí, vinieron algunos que no conozco. Y otros muy cambiados. Meredith, ¿eres una vampira ahora? Que eso no te impida saludarme.
Meredith en verdad había estado apartada y así permaneció; saludó a Ulma solo con un gesto de cabeza y un "hola". Elena presentó al resto.
—Ella es mi hermana, Margaret; y él es Stefan…
—Ah, Stefan es…
—Nuestro hijo —Damon se acercó a Elena y Ulma vio que en verdad todo estaba muy cambiado, y muy extraño.
—Elena, querida, necesitas ponerme al tanto de lo que ha pasado con sus vidas.
—Lo haré, pero… ¿puede ser mañana? Ahora en verdad estamos muy cansados.
—Sí, puede ser. Entonces, ¿5 habitaciones?
—Ajá, exactamente —Elena asintió.
—Síganme; por aquí.
Como siempre, lady Ulma tenía para ellos las mejores atenciones. La habitación de Elena y Damon no tenía nada que envidiarle a la de un palacio: cortinajes dorados, sábanas de seda negra —el color favorito de Damon— bordadas en oro, una cama con dosel. Damon levantó a Elena en brazos y la lanzó sobre la cama en cuanto estuvieron solos.
—Hey, ¿qué pretendes? —Elena le sonrió con ironía—. Estamos muy cansados, ¿no?
—Yo soy un vampiro, Elena; no me canso tan fácilmente. Pero tal vez si…
—Damon yo sí estoy muy cansada.
—Ah, vamos —él puso cara de decepción y ella volvió a sonreír asintiendo mientras él ya se lanzaba a besarla y acariciarla.
Mientras, Stefan había salido a hurtadillas de su cuarto para colarse en el de Margaret; él abrió la puerta y ella aún se estaba cambiando, por lo que pudo ver parte de su cuerpo desnudo. Su reacción fue impetuosa: se lanzó sobre ella para besarla y acariciarla y ella consintió sin defensas. Pero cuando las caricias empezaron a subir de tono, ella lo detuvo.
—No, Stefan, no ahora. Regresa atu habitación, por favor.
—Maggie… —él se veía contrariado.
—Vamos, niño, sal de aquí —ella lo empujó suavemente hasta la puerta y lo hizo salir. Fue hasta la cama y se arropó; entonces evocó la dulzura de los besos de Stefan antes de quedarse dormida.
II
