¡Hola! Este es mi primer intento de fan ficción, he estado leyendo por un tiempo y ahora decidí probar mi mano y escribir algo. También quería compartir una de mis historias favoritas y adaptarla con otros personajes.
Disclaimer: Nada me pertenece; hago esto solo por diversión. La historia le pertenece a M.N Tellez y los personajes son de S. Meyer
PRÓLOGO
Tenían los felices habitantes del Reino de las Luces, el Rey más amable y bondadoso que se ha visto jamás, el cual cifraba su ventura en hacerlos dichosos. Este Rey era poderoso e invencible en la guerra, y sabio cual ninguno en el manejo de su Reino en la paz; era terrible y justiciero contra sus enemigos; pero amable como el mejor de los padres para con sus fieles vasallos; no veía derramar una lágrima sin enjugarla; no había un desgraciado que al punto no recibiera el consuelo de sus manos. En aquel dichoso lugar reinaba siempre la abundancia, la paz y la alegría. Los felices moradores se amaban entre sí, como los más cariñosos hermanos. La discordia, la envidia y todos los demás vicios estaban lejos de aquella mansión venturosa. Y todo era debido a la bondad del más poderoso, del más sabio y del más amante de todos los reyes. En este imperio feliz se veía reunido todo lo útil, todo lo saludable y todo lo bello que se podía desear: mil canales unían sus numerosos ríos, fertilizando sus amenos campos y haciéndolos producir toda suerte de flores y de frutos. Allí se veían también elevadas montañas, lagos encantadores y primorosas cascadas.
Pero lo que hacia la mayor ventura de los habitantes de este Reino, no era ni la amenidad de sus fértiles campos, ni la frescura de sus cristalinas aguas, ni todas las inmensas comodidades de que gozaban, sino el tierno amor que les profesaba su Rey. Si: saber que eran amados con cariñosa ternura, y corresponder con un amor semejante era lo que ponía el colmo a su dicha, y se estremecían de gozo y de respeto cuando tenían el placer de mirar el hermoso y amable rostro de su buen padre.
Un día que este amabilísimo Rey había salido a pasear por los bellos y más lejanos alrededores de su amada ciudad, en su magnífica carroza y acompañado de sus más íntimos amigos, llegó a una pobre cabaña donde vivía un hombre a quien el Rey quería elevar del polvo, solamente porque le amaba, por pura bondad. Llamó a la puerta, presentóse Charlie Swan, pues así se llamaba el dichoso protegido: «–Charlie, amigo mío –le dijo el generoso monarca, mirándole con semblante afable–, ven conmigo, te llevaré a mi palacio, te daré un empleo, y si eres fiel te colmaré de riquezas y de honores». Y tendiéndole bondadosamente la mano le subió a su carroza y Ie sentó a su lado.
Charlie no cabía en sí de gozo, no sabía lo que le pasaba, le parecía un sueño, un sueño dulcísimo del que temía despertar. Miraba el hermoso semblante de su Rey, su agradable sonrisa, su viva y al mismo tiempo apacible mirada, y se quedaba extasiado.
Llegaron por fin al esplendido palacio del augusto Monarca, donde Charlie se quedó sorprendido al ver una magnificencia de la que no había tenido jamás ni una idea. Por dondequiera se veía brillar el oro y las piedras preciosas: mil fragantes flores, colocadas en vasos de hermoso cristal, esparcían por todas partes un suavísimo perfume; se escuchaban allí siempre armoniosas músicas y dulcísimas voces, que entonaban canticos alabando sin cesar la sabiduría y la gloria del poderoso Rey de las Luces.
Charlie, al mirar las maravillas del bello palacio, Ie parecía que si mil años estuviera en aquella mansión deliciosa, siempre le sorprenderían nuevos encantos que no había visto el día anterior.
El Rey le dio por esposa a. una hermosísima doncella llamada Renee, y condujo a ambos a un bello jardín que poseía a extramuros de la ciudad, y que se llamaba el jardín de Bellas Flores.
Charlie y Renee vivían en un estado de completa felicidad. El vergel que habitaban era verdaderamente delicioso: estaba regado por ríos de una agua clara como el cristal, donde se cogían toda clase de peces; multitud de árboles elevados, que producían sabrosas frutas, formaban hermosísimos bosques, donde se gozaba una encantadora frescura, y en su espeso ramaje hacían nido una porción de aves de variadas plumas y melodioso canto; en fin, todo era allí bello, todo deleitable; y los dos esposos no formulaban un sólo deseo que no vieran cumplido.
El Rey, al llevarlos a aquella mansión encantadora, dio a Charlie la llave de una jaula en que estaba aprisionado un horrible monstruo, una sierpe de siete cabezas: es a saber un formidable genio, feroz enemigo a quien el Rey había vencido.
El augusto Monarca le dijo: «–Charlie, confío en tu fidelidad y prudencia, y te hago custodio de este horrible monstruo espero que por ningún motivo dejaras que se escape». Y Ie dijo también: «–Por la ciencia que tengo de conocer lo futuro, sé que tendrás una niña a la que doy el nombre de Isabella, y desde ahora la escojo para esposa de mi hijo». Porque el Rey tenía un hijo tan hermoso y amable como el mismo lo era.
Charlie y Renee no sabían cómo corresponder a tantas bondades.
El Príncipe de las Luces, el amable hijo del Rey, que todavía era un niño, concibió desde luego un ardiente amor por su futura esposa aún antes de que naciera. «–Qué hermosa –decía–— y qué amable será mi Isabella, y cuan feliz seré si corresponde a mi cariño. Yo le diré: ¡Isabella mía, te amo desde antes de que nacieras! Y ella tan buena como hermosa, sin duda me dirá: ¡Príncipe mío, yo también te amo!»
El tiempo del nacimiento de Isabella se acercaba y el cariñoso Príncipe iba muchas veces a visitar a Renee, esperando con ansia el feliz día por el tan deseado.
Nació por fin la niña llenando de placer a sus felices padres y a su apasionado Príncipe, quien dio a Renee una cajita en que estaba su retrato, el título de Princesa de las Luces otorgado por el Rey a Isabella, y la solemne promesa que hacía el Príncipe de recibirla por esposa si ella lo aceptaba, y colocó el mismo un anillo en el dedo de la amada niña.
Pasaron algunos días, y una tarde que Renee se paseaba por el hermoso jardín llena de paz y de contento, llevando en sus brazos a su querida hija, Ie habló la terrible sierpe y le dijo: «–Renee, hermosa Renee, déjame salir de esta triste prisión. Yo soy un poderoso rey. Aquí, bella Renee, aunque disfrutes algunas comodidades, no eres más que una pobre esclava, y yo empeño mi palabra y te prometo que te haré una reina tan poderosa como lo es el Rey de las Luces». Renee, seducida por tan brillantes promesas: aseguró a la sierpe que le abriría, y fue al instante a buscar a Charlie y le habló así: «–Amado esposo, voy a pedirte una prueba del cariño que me tienes; abre, te ruego, la jaula de la sierpe».
Charlie quiso resistir, pero Renee le dijo: «— ¡Ah, cruel Charlie, tú no me amas!»; y abundantes lagrimas corrieron por sus mejillas; Charlie, que la amaba con exceso, la consoló diciéndole: «—Enjuga tu llanto, ¡qué no sería capaz de hacer por ti, oh mi amada Renee! toma, pues, la llave de la jaula». Renee, llena de gozo, enjugó su llanto, se sonrió con su esposo y fue corriendo a donde estaba la jaula, puso la llave en la cerradura, y al instante miró cerca de si a la horrible sierpe que clavaba en ella su feroz mirada. La triste Renee tembló viendo los ardientes ojos de la sierpe fijos en ella.
El horrendo monstruo, arrojando humo por sus siete formidables bocas, envolvió en los torbellinos de su impuro aliento a la desventurada Renee y a su hija, y haciendo aterrador estruendo desapareció. Renee salió desvanecida y sofocada de aquella atmosfera impura, pero Isabella, pequeñita y débil, sintió mucho más los daños de aquel veneno que había aspirado. Desmayada, asfixiada, moribunda, quedó en los brazos de su madre; pero lo que vino a poner el colmo a la desolación de aquellos desgraciados fue el mirar que en el hermoso cuello de su hija, de la prometida esposa del Príncipe de las Luces, había quedado impresa, imborrable, la ignominiosa marca de la sierpe, Charlie y Renee quedaron sobrecogidos de terror: sintieron entonces todo el peso de su crimen, y para colma de su espanto, el Rey de las Luces se presentó en este momento. Bondadoso y amable, venía como otras veces a visitar a sus favorecidos; mas al saber lo que pasaba, su ternura y afabilidad trocaronse en furor. ¡Ay! si su rostro era majestuoso y bello al esparcir sus miradas de benevolencia, majestuoso y bello era también, pero terrible, al estallar de su ira y de su justa indignación, terrible como el oleaje de la mar embravecida, como el tronar de furibunda tempestad. «—Charlie —dijo—, infiel Charlie, ¿así has burlado mi confianza? ¿Dónde está la sierpe confiada a tu cuidado? ¿Dónde está la prometida esposa de mi hijo? Ella no lo será, lo juro, mientras lleve la abominable marca de mi enemigo: habéis merecido la muerte, y moriréis... » Charlie y Renee temblaban a los pies del Rey y no osaban levantar los ojos, aterrados a la vista de su semblante indignado; pero en este momento, cual iris de consuelo, se dejó ver el amable Príncipe de las Luces. Traspasado de dolor por la desgracia de Isabella, bañado en lágrimas, se arrojó al cuello de su Padre, y besando y bañando con su llanto sus reales manos, Ie dice: «— ¡Oh, Padre mío! aplaca tu furor, yo remediaré el mal que estos han hecho, yo me constituyo fiador de Charlie y tomo sobre mí su culpa para darte de ello cumplida satisfacción. Yo venceré y encadenaré a la sierpe, y yo también quitaré… sí, quitaré esa marca del cuello de mi Isabella. Pero entonces, cuando esto haya hecho, ¿permitirás que sea mi esposa?»
Calmado el Rey por las caricias de su hijo y enternecido al ver sus lágrimas, abrazándole le contestó: «—Sí, hijo mío, mi amado hijo, objeto caro de mis complacencias, no llores, hare cuanto deseas. Pero escúchame: yo acepto tu mediación y te considero en todo rigor de la ley como el fiador de Charlie y responsable de su culpa. Por tu respeto trocare su sentencia de muerte en destierro temporal: irán al Desierto de las Lágrimas y permanecerán alii sin que puedan volver a su patria hasta que tú hayas cumplido lo que prometes. Si Isabella llega a verse libre de la marca y veneno de la sierpe, y esta quedare encadenada, yo te empeño mi palabra real de permitir que sea tu esposa, y Charlie y Renee restablecidos en su empleo». Dicho esto, el Rey se retire. Los dos esposos lloraban amargamente: en aquel día fatal perdían todos los bienes que gozaban, y se veían rodeados de innumerables males. A Isabella la había dejado moribunda el emponzoñado aliento de la sierpe; salían desterrados de su amada patria, y lo que era más terrible para ellos, ya no gozaban de la gracia de su generoso protector el Rey delas Luces.
Renee tenía en los brazos a la niña, y no sabía que hacerle para librarla de la muerte. Entonces se acercó el amable Príncipe, y lleno de solicitud y de cuidado por el mal de su pequeña prometida, a fuerza de delicado esmero la hizo tragar algunas gotas de un elixir de maravillosa virtud que él traía. Con la eficacia de esta medicina, Isabella tornó a la vida: abrió sus hermosos ojuelos y recompensó a su pequeño médico con una graciosa sonrisa.
Sus padres se sintieron aliviados en su dolor, y más cuando el Príncipe les dijo: «—Consolaos, yo amo tiernamente a Isabella. Ella no puede ser mi esposa mientras lleve la marca; pero esta marca, oídlo bien, yo la borraré. En el Desierto donde vais tendréis mucho que sufrir; pero no temáis; yo nunca os abandonaré. Habladle de mi amor a Isabella, en tanto que yo puedo verla, y, escuchadme bien, os voy a revelar un secreto. EI Desierto de las Lágrimas, tierra inculta y estéril por demás, produce no obstante un árbol muy precioso y que forma la principal riqueza del Reino de las Luces. ¡El Árbol de los Perfumes! Este árbol, eficaz medicina contra el veneno de la sierpe, es desde ahora muy caro para mí. Si, por cierto, porque su maravillosa virtud ha de servirme en gran manera para la curación de mi Isabella, Buscad ese árbol luego en llegando y hacedla crecer bajo su sombra. Si ella me ama —añadió—, mi tiempo llegará, yo volveré al Desierto, venceré y encadenaré a la sierpe, y mediante la virtud del árbol, yo borraré de ese cuello la ignominiosa marca, satisfaré a mi padre, volveréis a vuestra patria, e Isabella al fin será mi esposa. Llevad, llevad para vuestro consuelo en tan penosa ausencia estas dulces esperanzas. En seguida les dio ricas alhajas que eran la dote de su esposa y se retiró después de hacerle mil caricias.
Charlie y Renee se despidieron llorando de su hermosa habitación, el jardín de Bellas Flores, de su amada patria y partieron para el lugar de su destierro, llevando consigo a una esclava, cuyo nombre era Victoria, para que sirviera de nodriza a Isabella.
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