¡He vuelto! Muchos pedíais mi regreso con fics de Malec y aquí estoy de nuevo :) Con motivo de la finalización de las grabaciones de la serie ShadowHunters TV, mi fangirleo por Cazadores de Sombras ha regresado al punto máximo. Además, ha coincidido con la publicación de Las crónicas de Bane y nada más caer en mis manos me he puesto a leer las historias dedicadas a estos dos y AH. Cómo puede ser una pareja tan preciosa. Cómo lo haces, Cassie. CÓMO. En fin, el caso es que he vuelto a las andadas. Estoy un poco oxidada porque hace mucho que no escribo sobre ellos, así que perdonadme. Este fic está ambientado después de Ciudad de Fuego Celestial así que si aún no habéis leído el libro, absteneos. También contiene alguna referencia a Las crónicas de Bane pero no spoilers.

Los personajes no me pertenecen, son de Cassandra Clare

Contiene spoilers de Ciudad de Fuego Celestial


Sus dedos entrelazados encajaban perfectamente. Era algo que no se cansaba de comprobar, pues le gustaba saber que dos piezas tan diferentes se ajustaban con la precisión de un reloj. Se acomodó entre las sábanas, con su espalda pegada al cabecero de la cama, mientras la respiración del otro cuerpo le acompañaba en sus pensamientos. Había sido un día tranquilo, sin ninguna misión que amenazara su vida o la de sus compañeros. Un día normal y anodino para la complicada existencia de un cazador de sombras. Y, sin embargo, no podía dormir. Intentaba convencerse de que se debía a la poca actividad y cansancio que había acumulado durante la mañana y la tarde, pero sabía que no se trataba de eso y auto engañarse no iba a solucionar el problema. Giró la cabeza para observar al chico que murmuraba en sueños.

-Presidente, te he dicho que no hay más comida por ahora. –Magnus se revolvió inquieto, para después colocarse más cerca de Alec, sin soltar su mano.

Su aliento le rozaba en la cadera desnuda y le hacía unas agradables cosquillas. Le acarició el pelo apaciblemente, manchándose de purpurina en su camino. No tenía ni idea de cómo conseguía que ese potingue brillante no desapareciera después de una buena ducha. Incluso aunque sudara. Se mordisqueó el labio inferior, observando con detenimiento al brujo, pensativo. En algún momento tendría que tomar una resolución y el tiempo se le acababa. No es como si pudiera postergar aquello más, por mucho que quisiera. Después de lo ocurrido en Idris y en Edom, las cosas habían avanzado a mejor. Y era algo que agradecía de verdad, pero esa evolución había traído ciertos cambios que, aunque sabía que eran buenos, no le estaba resultando fácil aceptarlos, se le resistían.

Magnus se acercó a un más, pasando su brazo libre por encima de las piernas de Alec y atrayéndole hacia sí. En ese instante pareció darse cuenta de la postura en la que estaba el nefilim, pues abrió los ojos, parpadeando varias veces para acostumbrarse a la penumbra y para despejarse.

-¿Garbancito? –murmuró, restregándose los ojos y soltando su mano, para disgusto del cazador. Se incorporó con torpeza sobre la almohada y le miró, con rastro de sueño en su rostro aceitunado. -¿No puedes dormir?

El primer impulso de Alec fue recordarle que odiaba que usara aquel apelativo con él. El segundo, peinar su cabello despedido en puntas en todas direcciones. Pero se mantuvo quieto.

-No tengo sueño –aclaró en voz baja. No era oportuno contarle qué le mantenía desvelado.

-Yo pensé que después de nuestra sesión intensa estarías más cansado –ronroneó juguetón, acariciando su pecho. Como venía siendo habitual, las mejillas de Alec se colorearon en un bonito tono rojo.

-Me he despertado y no consigo dormir –se disculpó, haciendo un gran esfuerzo por mantenerle la mirada a pesar de que se sentía del todo avergonzado.

Magnus le cogió de la muñeca y tiró de él, recostándolo sobre las almohadas, quedando así a la misma altura. Alec se tumbó de lado, con la atención fija en los ojos de gato que le observaban con ternura.

-¿Debería provocar que cayeras rendido utilizando para ello mis encantos? No me importa en absoluto sacrificarme por este apuesto cazador de sombras –susurró, seductor. Alec se estremeció y maldijo el efecto que aquellas palabras surtían en su cuerpo. Soltó una risita para disimular y se inclinó sobre él, para rozarle con sus labios.

-Creo que ya te has sacrificado suficiente –murmuró en su boca.

-Nunca es suficiente –sonrió entre dientes y le atrajo más.

Alec no pudo resistirse. Quién podía con Magnus. Se dejó llevar, besándole con calma, deleitándose, como si tuvieran todo el tiempo del mundo para ellos dos, sin nada ni nadie que pudiera interrumpirles. Llevaban años juntos, pero para el nefilim besarle siempre era nuevo, como si en cada ocasión pudiera descubrir sensaciones desconocidas que lograban que su corazón se desbocara. Sus sentidos eran Magnus. Sus pensamientos eran Magnus. Su existencia era Magnus. Antes de Magnus es como si no hubiera nada, como si la historia se hubiera borrado porque comenzaba con Magnus. Y sabía que terminaría con Magnus. Sin soltarle, se colocó encima del brujo. Bebía de su cuerpo como si esta fuera la única manera de alimentarse, como un vampiro que absorbía la esencia del brujo. El oxígeno apremiaba y se separó un poco, a disgusto. Cuando estaban juntos se olvidaba de acciones tan básicas como respirar. Tenían los labios hinchados y Magnus estaba realmente sexy con la respiración agitada y ese brillo malicioso en sus ojos dorado verdosos. Alec pegó su frente a la del subterráneo.

-Ey, me haces cosquillas con el flequillo –sonrió el brujo, acariciándole la mejilla.

-Sabes que te quiero, ¿verdad? –Normalmente no era tan atrevido. Es más, en el tiempo que llevaban juntos apenas se lo había dicho porque prefería demostrárselo. Había sido un impulso, acuciado por el repiqueteo de su corazón enloquecido que parecía fundirse en su pecho. Muchas veces deseaba reunir el valor suficiente para expresar con palabras las emociones que pugnaban por salir de su interior, pero se quedaban atrapadas en su garganta, demasiado tímidas para ver la luz.

Magnus se sobresaltó por la inesperada declaración. Su expresión indicaba sorpresa, luego placer y, por último, ternura.

-Alexander, si no me quisieras ahora mismo haría gala de mis mejores dotes de drama queen, llorando por las esquinas y comprando el bol más grande de helado del supermercado para después comérmelo a cucharadas mientras me lamento por lo desdichada que es mi existencia. –Una amplia sonrisa iluminó su cara. –Que me quieras es maravilloso porque no querría engordar a causa de ese helado. La desesperación y los kilos de más no me sientan bien –bromeó.

La sonrisa de Magnus era contagiosa y Alec sintió sus comisuras tirantes, en un intento por imitarle.

-No sé a qué ha venido eso pero quiero dejar constancia de que me encanta. –Presionó la punta de la nariz del nefilim con su largo dedo índice. –Solo espero que esa repentina muestra verbal de amor no esconda ningún secreto oculto ni ninguna paranoia propia de ti, porque me voy a enfadar de verdad y no creo que quieras ver tus preciados jerséis andrajosos tirados en la basura. Es decir, devueltos al lugar al que pertenecen –matizó.

Alec fingió una mueca de horror absoluto y negó con la cabeza, tranquilizándole. Se acurrucó en su pecho, relajándose con los latidos de su corazón, mientras Magnus le decía cosas bonitas y definitivamente vergonzosas para ayudarle a coger el sueño. Pronto se quedó dormido.

El nefilim se despertó cuando el olor del café recién hecho acarició sus fosas nasales. Parpadeó confuso, palpando en la neblina de su aturdimiento el lado vacío de la cama. Normalmente era él quien despertaba al subterráneo con una buena taza de café, no a la inversa. Una sonrisa bobalicona se dibujó en su cara cuando recordó que Magnus la había comprado cuando empezaron a verse, como un signo indicativo de que era más que bienvenido en su loft. ¿Quién le iba a decir que tiempo después vivirían juntos?

Se levantó, perezoso, y avanzó con pasos torpes hasta la cocina, bostezando por el camino. Magnus estaba concentrado en cómo usar la cafetera, pues él era más de "tomar prestado" los cafés de la cafetería de abajo, un hábito que al cazador de sombras no le gustaba. Tan ensimismado estaba, que pegó un respingo cuando Alec le dio los buenos días. Su mirada se iluminó al verle y enseguida abandonó su tarea para darle un corto, pero fantástico, beso en los labios.

-Cómo me gusta que lo primero que vea por las mañanas sea tu espectacular cuerpo semidesnudo –dijo mordiéndole con suavidad el lóbulo derecho y dándole un cariñoso cachete en el culo, lo que hizo que Alec se quejará, incómodo y abochornado.

Había olvidado por completo que estaba en ropa interior y los ojos de Magnus fijos en una parte indecorosa de su anatomía le instaron a ponerse el pantalón del pijama mientras él seguía soltando tacos contra la cafetera. Regresó a la cocina un poco más adecentado. Magnus pareció regodearse en su falta de camiseta y su exposición del torso, pero hacía demasiado calor como para cubrirse. Se acercó hasta él, que había logrado desentrañar los misterios de la tecnología y le ofrecía una taza humeante de café cargado, con una cucharada de azúcar, como a él le gustaba.

-Y bien –Magnus parecía hacer un esfuerzo real para dejar de mirar los abdominales del nefilim, pero relamerse el labio de abajo constantemente le delataba -¿Cuándo pensabas decirme que tus padres me han invitado a una bonita comida familiar?

Alec se atragantó con el café. Al toser, diminutas gotas del líquido marrón salpicaron la palma de su mano y la bata de seda del brujo. Este parecía divertirse ante la escena, con una sonrisa socarrona en su rostro.

-¿Có-cómo sabes eso? –preguntó sobreponiéndose al ataque de tos y respirando con dificultad. Magnus cogió su móvil de la encimera y lo balanceó delante de él. En su pantalla aún relucía la última llamada que había recibido. De Isabelle Lightwood.

-Digamos que tu adorada hermana me llamó para preguntarme si ya me había decidido a asistir o no. Y claro, me puso al corriente –levantó una ceja.

-Te lo pensaba decir –se excusó, extendiendo las manos hacia él y dejando el café en la encimera donde antes reposaba el teléfono. –Pero no encontraba la ocasión adecuada y además tenía muchas dudas y yo-

Magnus cortó su explicación con un beso, aprovechando para mordisquear su labio inferior, lo que sacó de Alec un adorable gemido.

-No tienes por qué disculparte, te conozco suficiente como para saber los numerosos quebraderos de cabeza que te han impedido contármelo –depositó un suave beso en su mejilla –Isabelle me ha hecho un resumen, ¿me harías el honor de darme la versión extendida?

Alec inspiró con fuerza y se revolvió el pelo incómodo. No creía estar preparado para ello, pero ahora que Magnus estaba al corriente no podía tan solo dejarlo correr.

-Digamos que mis padres están haciendo un verdadero esfuerzo por compensar de algún modo lo que ocurrió –hizo una mueca al recordar pasajes desagradables con su padre que prefería borrar de su mente. –No es que hayan aceptado que a su hijo mayor le gustan los hombres, exactamente. Y mucho menos que encima le guste un subterráneo –Ahora fue el turno de Magnus de hacer una mueca-, se lo han tomado más bien como un tema que no pueden seguir ignorando y del que mantenerse al margen.

-Tu padre se mostró de lo más comprensivo después de la batalla en Idris. Me refiero, teniendo en cuenta lo comprensivo que suele ser. –Presidente Miau hizo acto de presencia, enrollándose a los pies de Magnus.

-Sí, bueno, está haciendo un gran esfuerzo para desechar su creencia de que he deshonrado a la familia Lightwood –soltó una risa sarcástica.

Magnus deslizó sus brazos alrededor de la cadera del cazador, besando su pelo, su frente, bajando por la línea de su mandíbula hasta su barbilla, para luego subir nuevamente hasta su nariz y quedarse allí paralizado, atrapado por los ojos azules como el mar.

-Alexander, puedes dar por seguro que yo estaré orgulloso de ti siempre y si tengo que estarlo en compensación por aquellos que no ven lo increíble que eres, lo haré. No consientas que nadie te diga lo contrario porque estaría mintiendo.

La cercanía de Magnus le producía un delicioso hormigueo en el estómago y la certeza de sus palabras le llenaban de dicha. El mundo podía derrumbarse a su alrededor que sabía que él no le fallaría.

-Izzy insistió en esta absurda comida familiar. –Cerró los ojos, pues la intensidad de sus ojos de gato le estaba matando. –Quería que mis padres asumieran de una vez que nuestra relación iba en serio. Tan solo reconocerlo, no les pedía que lo aceptaran ni nada así. Y bueno, yo me dejé arrastrar –Sus últimas palabras sonaron casi como un murmullo. Magnus le besó una vez más y se separó, acuciado por los maullidos persistentes del gato atigrado que no dejaba de demandar su desayuno.

-Asistiremos, ¿verdad? –Se agachó para coger a Presidente en brazos y rascarle tras las orejas, mientras buscaba en los armarios su comida.

-¿Tenemos alternativa? Sabes que mi padre no acepta un no por respuesta.

-¿Crees que algún día podrá lidiar con esto? –Rellenó el cuenco y depositó de nuevo al felino en el suelo para que diera cuenta de su banquete.

-Honestamente lo dudo. Pero Isabelle me ha asegurado que lo está intentando de verdad. Al menos, que está tratando de admitir que de esta forma soy feliz y, por tanto, eso debería bastarle a él.

-Alexander, ¿eres feliz? –Magnus se giró y le encaró. Esa pregunta le pilló desprevenido.

-¡Claro que lo soy! –respondió con entusiasmo y un deje de enfado en su voz. –No hemos llegado hasta tan lejos por nada.

-Eso es cierto. Ya hemos superado lo peor, no puedes abandonarme ahora –bromeó.

Alec regresó su atención al café. Puso una expresión de desagrado porque se había enfriado, así que lo tiró y comenzó a lavar la taza.

-No tienes por qué ir si no quieres. –Sus manos se cubrieron de espuma-. Ellos entenderán que no quieras verlos después de todo. Sería lo lógico.

-No quiero que mis suegros me odien en exceso. –Observaba a Alec, distraído. –Además, tendremos que darles la gran noticia, ¿no? –Aunque estaba de espaldas a él, el brujo sonrió de lado sabiendo que el nefilim se había sonrojado.

-Dicho así parece que vamos a anunciarles que estoy embarazado o algo por el estilo.

-¡Oh, Alexander! Eso sería maravilloso –suspiró, soñador-. Un pequeño cazador de sombras moreno con ojos azules.

Alec se giró y salpicó al brujo con la espuma restante.

-No te hagas ilusiones. Eso nunca pasaría.

Magnus soltó un pequeño chillido al ver que su bonita bata se manchaba.

-Nunca digas nunca –Con consternación, restregó sus manos por la espuma para quitarla.

-Entonces imagino que cuento contigo para nuestra pequeña y aburrida reunión de cazadores de sombras, ¿no?

-Oh, bomboncito, cuenta con ello. –Alec le dio un suave puñetazo en el hombro por llamarle así, pero su expresión mostraba un claro alivio.

El nefilim se resignó a contactar con su hermana y darle las "gracias" por informar a Magnus de todo. Le aseguró que estarían allí y que avisara a sus padres para que organizaran la comida. El brujo permanecía pegado al teléfono, cotilleando la conversación abrazado a las caderas de Alec, no quería perderse detalle. Isabelle acordó en enviarle un mensaje cuando supiera la fecha y la hora. Se despidió con un prometedor "¡vete mentalizando!" con risita incluida y colgó.

-Sabes que tu hermana te apoyará pase lo que pase, ¿verdad? –dijo Magnus cuando hubo cortado la llamada, aún abrazado a su cintura y con su cabeza en el hueco del cuello. –No estarás solo, Alec. Isabelle y yo estaremos contigo, apoyándote frente a tus padres. Defendiéndote si es necesario. Nunca estarás solo pues siempre estaré a tu lado. –Besó su hombro sellando su promesa.