1.-Futuro inevitable.
Las sombras se alargaban conforme caía la tarde y la luz del crepúsculo se filtraba por entre los pliegues de las cortinas que cubrían la ventana, rasgando la oscuridad que consumía poco a poco su alrededor. No le molestaba la oscuridad, por el contrario, en sus actuales circunstancias era tranquilizadora, pues significaba que estaba solo, pero, ¿por cuánto más? La lámpara cerca de su lecho estaba apagada y no tardaría mucho antes de que uno de esos soldados de la Alianza fuera a prenderla.
Tal vez, si fingía dormir, se fuera sin más y lo dejaría solo de nuevo, pensó unos minutos después, cuando un guardia entró a su cuarto. Tal vez debería de fingir que violentaban su pudor si seguía ahí, mirándolo, aunque sabía que no podía evitarlo. No todos los días podías presenciar a un príncipe del Imperio derrotado y postrado en la cama por el dolor.
Por fortuna no fue necesario y salió mientras mascullaba una rápida disculpa, que lo hizo sonreír un poco.
A veces, solo a veces, era una ventaja no ser un varón, como su hermano Kouen, sino un doncel, como Kouha, capaz de concebir y aparentemente frágil, lo que era una ventaja a la hora de manipular a la gente, que solía condolerse más por ver a alguien hermoso y noble sufriendo que si no lo fuera. Por lo demás, jamás había abusado de su posición, ni siquiera porque en Kou lo había dejado en un lugar privilegiado, con los mismos derechos que su hermano, pero protegido en otros aspectos como sus hermanas.
No era una posición única. En su país, en la mayoría de ellos, solía ser así, pero aun había lugares donde se los consideraba inferiores no solo a los hombres, sino también a las mujeres, donde era una vergüenza ser lo que era, y debían fingir toda su vida ser varones. Una de las cosas que habían luchado por cambiar, en especial dentro de su propio imperio.
Intento sentarse, pero el dolor se lo impidió. Estaba cansado, fastidiado, y ni siquiera podía moverse sin que eso le significara una dosis considerable de dolor, pero aun no caía tan bajo como para pedirle ayuda al enemigo luego de que le negaran saber la suerte de sus hermanos.
De no ser por la Alianza no estaría en esa situación, herido, incomunicado, vencido. Lo que pudiera pasarle a él poco le importaba, y eso que contra un crimen como la traición de nada le serviría ser doncel en vez de varón, pero pensar en sus hermanos era lo que consumía sus escasas fuerzas.
Perdieron por la traición de Hakuei-dono, que prefirió la vida de su hermano por sobre la estabilidad del Imperio, sobre lo que los había impulsado a luchar por todos esos años. Y ahora que veía cerca la muerte de los suyos, no podía culparla. Si tan solo hubiera sabido que Hakuryuu-dono se uniría a la Alianza jamás habría emprendido la guerra de ese modo, pues lo perdieron todo.
Ella, tal vez Kougyoku, serían las únicas que saldrían sin castigo por haber participado en la rebelión, pues de lo único de lo que tuvo noticia fue de qué su hermana se había entregado y forzado la rendición de Kouha para salvarlo, pero sus hermanos seguían en riesgo. En especial su hermano y rey, emperador coronado hacía menos de dos semanas sobre cuya cabeza pesaba ahora el título de usurpador, de cabecilla de la guerra civil…
Él debía cargar con todo el peso de la derrota por ser su líder, y hasta hacía unas horas, ni siquiera sabía si había peleado, salido herido de su enfrentamiento… pero Balbadd estaba intacto y aunque eso significaba que debió rendirse, no podía sino preguntarse bajo qué condiciones lo hizo, lo que debía sufrir al saber perdido aquello por lo que lucho toda su vida, presos a sus hermanos y herido él, pues esos magos que habían tratado de examinarlo cuando llegó intentaron convencerlo diciéndole que Kouen había sido informado de su herida, dándole solo una preocupación más, y todo porque decían que no mejoraba como lo esperaban y no se explicaban porque al llegar a Balbadd hacía unas horas no les había permitido examinarlo por completo.
En condiciones normales no se lo hubieran permitido, ni siquiera si hubiera cometido la tontería de escudarse en su sexo, pero estaba tan débil que no quisieron contradecirlo, y, suponía, mientras estuviera vivo para oír su sentencia de ejecución a Hakuryuu-dono no debía importarle demasiado el estado en que se encontrara.
Se cubrió el rostro con la mano y volvió a pensar en Kouen, en lo doloroso que era que no le permitieran por lo menos despedirse de él si todos debían morir, y en que ojalá Hakuryuu-dono aceptará su petición de perdonar a Kouha, quien solo fue un peón más en la batalla que, si bien Kouen ordenó, él comandó, dirigió los ataques y planeó acabar con su vida para terminar la guerra. La culpa era suya, no de Kouha, y esperaba comprar con su vida la piedad de su emperador.
Por lo menos, pensó, mirando hacia la ventana, por donde la luz había dejado de filtrarse, ya era tarde, y ahí, en ese castillo, rodeado de guardias de Kou, ese hombre no se atrevería a ir a su habitación.
Un día. Ya solo debía esperar un día, pues por la mañana sería su juicio.
Koumei se revolvió incómodo en su lecho al sentirlo cerca, y cuando sus manos se posaron sobre él, un gemido como de animal herido traicionó sus intenciones de permanecer indiferente, casi resignado a su presencia, por lo que solo cerró los ojos con más fuerza y trató de contener su estremecimiento al sentir sus dedos contra su piel.
Ya sabía lo que pasaría aunque aún estuviera medio dormido, pues lo drogaban para que lo hiciera, de otro modo estaría tan nervioso que aunque no fuera acorde a él, despertaría apenas sentirlo cerca. Olerlo. Siempre un poco a sal, a mar, aunque estuvieran lejos de la costa, y con mayor razón ahora que a lo lejos podía verse el mar de Balbadd.
Le ató las manos sobre la cabeza con una cinta y ésta a la cabecera de su lecho, tomado de su propia tienda en el cuartel general del este, limitando aún más su movilidad, pues si se tensaba le dolía y si no desistía sangraría de nuevo, pero no pudo evitar debatirse cuando sus manos llegaron a su cintura y le desataron la ropa.
Lo odiaba, que lo tocará, que lo mirará, impasible ante su dolor, sus negativas, sus súplicas y sus protestas… aunque de todas éstas procuraba dejar escapar pocas, pues le parecía que incluso más de una vez él lo había mirado condescendiente al escucharlo y eso no podía soportarlo. Trató de patearlo, pero él se limitó a detenerle la pierna por el tobillo, aprovechando su movimiento para separarle los muslos, y por más que intentaba defenderse, de atinar un golpe en algún lugar que le doliera, era inútil, pues ya estaba bien instalado de rodillas entre sus piernas y él no podía sino mirarlo con odio, con miedo.
Su cabello se jalaba debajo de su espalda, y muchas veces había terminado ensangrentado luego de sus visitas. Era increíble todo lo que había podido lastimarlo en solo una semana, pero lo había hecho tanto, en tantas ocasiones, en otras ocasiones, que aunque ahora usará aceite y lo preparará, su cuerpo recordaba, temía al dolor, aunque él no quisiera demostrárselo.
Lo miró con desprecio cuando lo jaló y subió su cadera a su regazo, pues sabía que quisiera o no lo siguiente sería verlo horrorizado, adolorido, su imagen difuminada por sus propias lágrimas conforme él lo fuera penetrando, llegando muy hondo, muy dentro suyo… y eso, que no debería ser así, solo le traería dolor, y aunque el físico era cada vez más soportable, la humillación, la vergüenza, lo terminarían por destrozar.
Cerró los ojos y quiso hacer como si nada pasará, como si no estuviera ahí, pero él no se lo permitió. Se inclinó sobre él y tomó su rostro, lo besó, aunque intentaba negarse, que no volviera a ser como al principio cuando lo tocaba, cuando no dejaba nada de él sin violentar en esa cruel farsa de buscar su placer, pero ahora debía saber que era inútil pues no obtenía respuesta de su parte. Ya ni siquiera intentaba morderlo, pues así terminaba más pronto, y comenzaba a estar tan cansado…
Él dejo de besarlo y no pudo sino considerar que esta vez era menos mala que otras, pues lo notaba menos ansioso, con menos afán de poseerlo… ¿no debería ser al revés si lo entregaría pronto? Aun así, debió soportar sus embistes durante más tiempo del que consideraba tolerable… se estaba mareando y aunque no sentía húmedos sus vendajes el dolor empeoraba, y también los brazos y los muslos le dolían por la posición que él le hacía adoptar.
Por fin, con un ronco pujido se vacío en sus entrañas, sus manos apretando con tanta fuerza sus muslos que nuevos moretones se sumarían a los que ya tenía, casi desvanecidos por las curaciones diarias que los magos, esos cerdos miserables que solapaban lo que Yamato-oh le hacía, le proporcionaban a diario.
Se despertó con un sobresalto, aun agitado, sus mejillas húmedas por las lágrimas que derramo en su pesadilla. Por lo general, soñaba con una mezcla de las violaciones del día, pero esa noche solo revivió en sueños lo que le hizo esa mañana, antes de entrar a Balbadd y entregarlo.
Aún era de madrugada, y aunque estaba exhausto no podría volver a dormir. Los médicos de Kou no le habían suministrado la droga que los de Kina sí, aunque era mejor de ese modo. La duda, atrapada en sueños, de por qué había estado tan tranquilo no lo dejaría de todos modos.
La idea para esta historia me nació hará unos dos años y medio., antes de que el manga terminara, pero lo bastante adelante para que no me gustara el rumbo que estaba tomando, así que esta historia es mas que nada para satisfacer los deseos de uno de los finales alternos que me habrían gustado, más allá de la obvia intrusión de los elementos del m-preg y universo de donceles.
Trataré de publicar cada dos o tres semanas un nuevo capítulo.
Espero les guste.
