DEBAJO DE SU PIEL

PROLOGO: El señor oscuro

La guerra había iniciado, miles de orcos salían simultáneamente de Isengard y Mordor, la unión de las dos torres estaba completa. El gran salón estaba iluminado ligeramente por la luz de una docena de antorchas, en el gran trono de hierro se encontraba un hombre de cabellos negros sentado. Vestía una imponente armadura de una clase de metal de color negro, hallado únicamente en las minas de Mordor, su mirada se perdía en la oscuridad en un extremo de la estancia.

Las grandes puertas de metal se abrieron con un ligero sonido de bisagras oxidadas, varias sombras encapuchadas entraron a la estancia e hicieron una ligera reverencia al hombre en el trono.

"que noticias me traen de mi anillo?"- preguntó el señor oscuro desde su trono.

Como única respuesta, una de las sombras hizo un extraño sonido que mas pareció un gruñido sobrenatural. Sauron se puso de pie con arrogancia  y bajo los peldaños hasta estar a la altura de los encapuchados.

"no me importa si tienen que matar a la mitad de la Tierra Media en el proceso, tráiganme ese anillo"- fue lo único que dijo antes de dirigirse a las puertas y salir de la estancia.

Caminó por los largos corredores de la fortaleza donde habitaba, estaba inmaculada ya que Sauron odiaba la suciedad excesiva de los orcos, mas sin embargo admiraba su capacidad en la lucha. Llego frente a dos puertas de hierro y entro a una habitación ricamente adornada, cinco antorchas resultaban insuficientes para iluminar aquella gran estancia. Había diferentes tipos de muebles, unos de madera y otros de hierro, un gran espejo sobresalía en una esquina del lugar pero sin duda lo mas impresionante era la gran cama llena de pieles y cubierta con sabanas de seda negras.

Sauron comenzó a quitarse su armadura dejándola en un sillón de cuero negro, se dirigió a un mueble y lo abrió. Ahí se hallaba gran cantidad de ropas a la usanza elficas pero todas ellas de los colores negro, gris y vino característicos de el maia. Él tomo un pantalón de seda de color negro y se vistió.

Caminó hacia donde estaba el espejo y contempló largamente su imagen reflejada. Sus ojos grises inspeccionaban el reflejo, sus largos cabellos negros azabache hasta encima de su cintura, su piel blanca, su musculatura desarrollada en la cantidad perfecta y el motivo de perdición para muchos pueblos a lo largo de la historia, ese rostro que el mas majestuoso de los Valar envidiaría.

Sauron sonrió. Hacia mucho que nadie había visto su verdadera forma, incluso en los tiempos de su primera derrota había preferido usar una forma absurda y no mostrarse como realmente era, sabía que tarde o temprano esa sería una ventaja. 

Sauron se dirigió al gran balcón y vio cada rincón de sus dominios, no le agraba la idea de soportar a esas criaturas hechas por su antiguo señor...señor?...no, Melkor nunca fue su señor, él pudo creer que lo era mas nunca fue así. Sauron lo había seguido por ser fuerte pero se había equivocado, era un ser demente y con el único propósito de destruir. Sauron no deseaba la destrucción de la tierra media y de todos sus pueblos, deseaba dominarlos. Gustoso hubiera respetado la vida de los elfos si estos no se comportaran tan patéticamente, lo que mas odiaba era la debilidad. Esa era la razón de desear destruir a los humanos, esos seres tan débiles de espíritu le daban asco. Pero los elfos eran distintos, eran dignos para vivir en la Tierra Media según Sauron, eran fuertes como lo era él, mas sin embargo ellos habían elegido su destino al no pelear por su supervivencia. Se resignaron a perecer en el olvido sin siquiera luchar por su estirpe y eso para Sauron, era debilidad.

El maia entro de nuevo a la habitación, trataría de dormir un poco. No es que lo necesitará, simplemente era una forma de matar el tiempo hasta que su momento llegara. Sauron se perdió en sueños, con los ojos aún abiertos...