Hola hola!, de nuevo yo, trayéndoles una nueva historia, es una adaptación de un libro y película que me encanto, se que quizá el primer capitulo no sea de su interes por la falta de dialogo, pero si siguen leyendo estoy segura de que les encantara igual que a mi, por supuesto, tiene un aporte mio también.

Espero que sea de su agrado y pues sin mas. nos estamos leyendo pronto.


Lo Mejor De Mi

En los catorce años que llevaba trabajando en plataformas petrolíferas Natsuki Kuga, creía haberlo visto todo. En el año 2015, fue testigo del accidente de un helicóptero que perdió el control durante la maniobra de aterrizaje. El aparato se estrelló contra la cubierta y provocó una impresionante bola de fuego; natsuki habia sufrído varias heridas graves en la espalda cuando intentó salvar a las víctimas. En el accidente perecieron trece personas, la mayoría de las cuales viajaban en el helicóptero. Cuatro años más tarde, después de que una grúa se desplomara en la plataforma, un trozo de metal del tamaño de un balón de baloncesto que había salido volando casi le cercenó la cabeza. En el año 2020, fue uno de los pocos trabajadores que se quedó en la plataforma cuando el huracán Iván desató su furia contra aquella parte del planeta. Con ráfagas de viento de más de ciento sesenta kilómetros por hora, el huracán levantó olas gigantescas, tan impresionantes como para que natsuki se planteara ponerse un salvavidas por si se desmoronaba la plataforma.

Pero hubo más accidentes; la gente resbalaba, había piezas que se partían, y entre la tripulación, los cortes y los moratones eran el pan de cada día. Natsuki había visto más huesos rotos de los que podía contar, y había sobrevivido a dos brotes de intoxicación alimentaria que se habían cebado en toda la tripulación. Dos años antes, en 2021, presenció cómo un buque de suministro empezaba a hundirse a medida que se alejaba de la plataforma, aunque su tripulación logró ser rescatada en el último momento por otra embarcación guardacostas que patrullaba cerca de la zona.

Sin embargo, la explosión de ese año había sido algo diferente. Dado que no hubo derrame de petróleo, en aquella ocasión, los mecanismos de seguridad y sus sistemas auxiliares evitaron un grave desastre, solo la prensa nacional se hizo eco del siniestro. De hecho, a los pocos días, el asunto quedó completamente olvidado. Pero para los que estaban allí, incluida ella, fue el origen de numerosas pesadillas.

Hasta aquel momento, las mañanas en la plataforma habían transcurrido de un modo rutinario. Natsuki estaba monitorizando las estaciones de bombeo cuando de repente estalló uno de los tanques de almacenamiento de crudo. Antes de que tuviera tiempo de procesar lo que había sucedido, el impacto de la explosión la lanzó contra una torre próxima. A continuación, el fuego se expandió rápidamente por todas partes. La plataforma entera, recubierta de grasa y petróleo, se convirtió de inmediato en un infierno que engulló toda la instalación. Otras dos fuertes explosiones sacudieron la plataforma de un modo aún más violento. Natsuki recordaba que había arrastrado varios cuerpos para alejarlos del fuego, pero una cuarta explosión, más potente que las anteriores, la lanzó otra vez por los aires. Apenas recordaba haber caído al agua; aquel impacto debería haberla matado. De repente, se encontró flotando en la bahía de tokio, a unos ciento cincuenta kilómetros al sur de la region de kanto, cerca de yokohama.

Sus ojos veian arder la enorme torre, sentia como su cuerpo se entumecia por la helada agua del pacifico, trataba de mantenerse a flote pero las pesadas botas y el uniforme cada ves la iban sumergiendo mas, entonces mientras su vista veia mas lejana la plataforma, como una alucinacion la vio a ella, con su perfecto cabello castaño ondeando en ese maravilloso atardecer veraniego, esa sonrisa picara que siempre le dedicaba, ella se acercaba abriendose paso entre los arboles de cerezo, se acercaba con un caminar lento que a cada paso acariciaba con sus manos aquellos tulipanes tan rojos como sus hermosos ojos que la miraban con amor puro, su boca se movia como si cantara una cancion, supo cual era e inconcientemente empezo a cantar.

-My head's underwater (Mi cabeza está bajo el agua), But I'm breathing fine (pero estoy respirando bien), You're crazy and I'm out of my mind (tú estás loca y yo no estoy en mis cabales), Because all of me (Porque todo de mí), Loves all of you (ama todo de ti ) -Y ahí supo que moriria.

Después se enteró que había quedado inconciente y habia permanecido en el agua casi cuatro horas, siendo arrastrada un kilómetro y medio de distancia de la plataforma antes de que un buque de abastecimiento que había acudido velozmente hasta la impactante escena lo salvara de una muerte segura.

-Es usted la heroína de la empreza señorita kuga- dijo el doctor sacandola de sus cabilasiones- esos dos hombres que salvo se pondran bien, y si sus signos vitales siguen estables podra irse a casa- el hombre mayor se giro en su silla para comenzar a teclear en el monitor y levanto sus gafas aun permaneciendo en un estado de asombro- es increible, estuvo en el agua casi cuatro horas y no hay ni rastro de hipotermia, tan solo la caida deberia haberla matado, es un milagro que este viva señorita kuga, no hay otra palabra para describirlo… quiere que llamemos a alguien para que venga a recogerla?-

-…eh…no…no importa-

Desde la explosión, le costaba conciliar el sueño, y no por ninguna pesadilla recurrente, sino porque no podía zafarse de la impresión de que alguien la vigilaba. Se sentía… como si la persiguieran, por más ridículo que pudiera parecer. Tanto de día como de noche, de vez en cuando percibía algún movimiento furtivo cercano, pero, cuando se daba la vuelta, no había nada ni nadie que diera sentido a su malestar. Se cuestionó si tal vez se estaba volviendo loca. El médico sugirió que podía tratarse de una reacción postraumática a causa del estrés por el accidente, quizá su mente todavía se estaba recuperando. La explicación tenía sentido y parecía lógica, pero no la convenció. Aun así, se limitó a asentir con la cabeza. El médico le recetó unas pastillas para combatir el insomnio que ni se molestó en tomar.

Le dieron una baja temporal retribuida por un periodo de seis meses mientras se ponían en marcha los engranajes legales. Tres semanas más tarde, la empresa le ofreció un convenio y ella firmó los papeles. Para entonces, ya había recibido llamadas de media docena de abogados, todos con el ávido interés en presentar un litigio de acción popular, pero natsuki no quería complicaciones. Aceptó la oferta económica de la compañía e ingresó el cheque el mismo día que lo recibió. Con suficiente dinero en su cuenta como para que muchos la consideraran una mujer rica, acudió a su banco y realizó una transferencia de casi toda su pequeña fortuna a una cuenta en las islas Caimán. De allí, la transfirió a una cuenta corporativa en suiza que había abierto sin necesidad de mucho papeleo, antes de transferirla a su destino final. Sabía que era virtualmente imposible realizar un seguimiento del dinero.

Solo se quedó con lo necesario para cubrir sus gastos necesarios y para el mantenimiento de su motocicleta y su auto. No necesitaba ni quería mucho. Vivía en un departamento en un vecindario tranquilo, la mayoria de las personas eran ancianos que solo buscaban un lugar tranquilo para pasar sus ultimos años, parejas que tenian niños a los cuales querian mantener lejos del ajetreo de la ciudad y personas que querian aislarse del mundo como ella.

El departamento disponía de una habitación individual y un baño, un comedor y una cocina en la que solo había espacio para una nevera pequeña. Natsuki había amueblado el reducido espacio con objetos que había ido adquiriendo en tiendas de segunda mano. Ni una sola fotografía en las paredes. Aunque llevaba trece años viviendo en el departamento, no la consideraba su hogar, sino solo un sitio donde podía comer, dormir y ducharse.

Con todo, a pesar de ser un pequeño departamento, solía estar tan impecable como las impresionantes casas que embellecían la zona histórica de shibuya. Se podría decir que natsuki era, y siempre había sido, una maniática de la limpieza y del orden. Dos veces al año, reparaba las grietas y cambiaba la alfombra y cortinas cuando se preparaba para ir a trabajar a la plataforma, fregaba los suelos de la cocina y del cuarto de baño con desinfectante, y vaciaba los cajones de víveres que pudieran echarse a perder. Generalmente, trabajaba treinta días, a los que seguían otros tantos libres, así que cualquier alimento que no estuviera enlatado se podría al cabo de menos de una semana, sobre todo en verano. Cuando regresaba, fregaba otra vez el departamento de arriba abajo mientras lo ventilaba, y procuraba hacer todo lo posible para zafarse del olor a humedad.

Con todo, era un lugar tranquilo. En realidad, eso era lo único que natsuki necesitaba. Vivía a un kilómetro de la carretera principal, y el vecindario más cercano estaba incluso más lejos. Después de un mes en la plataforma, eso era exactamente lo que quería.

Una de las cosas a las que nunca se había acostumbrado en la plataforma era al constante ruido, un ruido no natural: grúas reposicionando suministros sin parar, helicópteros, el bombeo permanente y los continuos golpes de metal contra metal. Era una incesante cacofonía. En las plataformas, se extraía crudo durante las veinticuatro horas, lo que significaba que, incluso cuando natsuki intentaba dormir, el fragor no cesaba. Procuraba ignorar el constante ruido mientras estaba allí, pero cada vez que regresaba al departamento, se quedaba impresionada por el silencio casi perfecto, incluso cuando el sol se hallaba en su punto más elevado en el cielo. Por las mañanas, podía oír el canto de los pájaros en los árboles y, por las tardes, a veces oía cómo los grillos y las ranas sincronizaban su compás justo en el momento en que se ponía el sol. Solía ser una experiencia reconfortante, aunque a veces aquel sonido le suscitaba un mar de recuerdos relacionados con su pueblo natal; en tales ocasiones, natsuki se metía en el remolque e intentaba atajar el flujo de recuerdos con simples rutinas que dominaban su vida cuando se hallaba en tierra firme.

Comía, dormía, salía a correr, levantaba pesas y se dedicaba a restaurar su automóvil; daba largos paseos en motocicleta, sin un destino fijo, y a veces iba a pescar; leía todas las noches, y de vez en cuando le escribía una carta a Kaiji Sakomizu. Eso es lo que hacía. No tenía ni televisor ni radio y, aunque disponía de un móvil, en su lista de contactos solo figuraban teléfonos del trabajo. Una vez al mes, se proveía de víveres y de otras cosas imprescindibles, y también pasaba por la librería, pero nunca salía a pasear por jiyugaoka. En trece años, jamás había estado en la bulliciosa zona de Bourbon Street, ni tampoco había visto las coloridas casas del Barrio Francés; nunca había tomado nada en el famoso Café Du Monde ni había saboreado el cóctel Huracán en el legendario bar Lifitte's Blacksmith. En vez de ir al gimnasio, hacía ejercicio detrás del departamento, debajo de una lona desgastada que había colgado de unos árboles cercanos. Los domingos por la tarde no iba al cine. Tenía treinta y tres años, y hacía muchos que no salía con una chica.

La mayoría de la gente no habría querido -ni habría podido- vivir de ese modo, pero claro, tampoco conocían a Natsuki. No sabían quién había sido ni lo que había hecho, y ella prefería que fuera así.

Sin embargo, en una calurosa tarde, a mediados de junio, recibió una llamada inesperada, y los recuerdos del pasado recobraron su viveza. Natsuki llevaba casi nueve semanas sin trabajar. Por primera vez en prácticamente quince años, iba a regresar a su pueblo. Solo con pensarlo se ponía tensa, pero sabía que tenía que hacerlo. sakomizu había sido algo más que un amigo, había sido como un padre.

La llamada era de Yamada Tamura, un abogado de Fukka, el pueblo donde Natsuki había nacido y había pasado sus primeros años. El celular de natsuki habia sonado dentro de la bolsa de su jeans gastado, se encontraba bebiendo una cerbeza mientras miraba hacia la laguna que estaba a unos metros de distancia.

- natsuki kuga?-

-soy yo-habia contestado

-me llamo Yamada Tamura y soy el abogado de sakomizu kaiji, me temo que tengo malas noticias…el señor sakomizu fallecio mientras dormia ayer por la noche…tenia ocheinta y dos años años… hay… ciertos asuntos pendientes que requieren que usted los resuelva en persona —le explicó Tamura.

Después de colgar el teléfono reservó una habitación en una pensión de la localidad y luego llamó a una floristería para encargar unas flores.

A la mañana siguiente, después de cerrar la puerta del departamento con llave, enfiló hacia el cobertizo de hojalata situado en la parte trasera, donde guardaba el coche. Era jueves, 18 de junio del 2023. Natsuki sostenía el único traje que tenía y una bolsa de lona en la que había más ropa y algunas otras cosas esenciales que se había dedicado a guardar durante las largas horas de vigilia. Abrió el candado y subió la persiana; un rayo de sol se filtró en el interior del cobertizo e iluminó el vehículo que había estado reparando y restaurando desde sus años en el instituto. Era un fastback de 1969 color negro, la clase de coche que causaba admiración; de hecho, la gente todavía se giraba al verlo pasar. Estaba impecable, como recién salido de fábrica. A lo largo de los años, muchos desconocidos le habían ofrecido bastante dinero por él, pero Natsuki no había aceptado ninguna oferta.

—Es más que un coche —se excusaba, sin añadir nada más.

Sakomizu habría comprendido exactamente a qué se refería.

Natsuki lanzó la bolsa de lona en el asiento del pasajero y depositó el traje encima de la bolsa antes de sentarse al volante. Cuando giró la llave, el motor cobró vida con un potente rugido. Sacó el vehículo del cobertizo sin brusquedad, luego se apeó para bajar la persiana y volvió a colocar el candado. Entre tanto, repasó mentalmente un listado de cosas para asegurarse de que no se olvidaba de nada. Al cabo de dos minutos, conducía por la carretera principal; tardaria aproximadamente un dia y medio en llegar, tampoco es que tuviera prisa. Era hija única, su madre los había abandonado cuando ella tenía tres años, y su padre le había hecho un gran favor al mundo emborrachándose hasta morir. Hacía años que no hablaba con ningún otro miembro de su familia, ni tampoco tenía intención de retomar el contacto.

Iba a ser un viaje relámpago. Natsuki solo pensaba quedarse el tiempo justo para realizar las gestiones necesarias, ni un minuto más. A pesar de que se había criado en Fukka, nunca había tenido la sensación de formar parte de aquella comunidad. El pueblo que Natsuki conocía no tenía nada que ver con la atractiva fotografía de propaganda colgada en algunas oficinas de turismo.

Casi todos los visitantes del pueblo se llevaban la misma impresión: Fukka era una localidad un tanto peculiar, popular entre artistas y poetas, y también entre ancianos retirados cuyo único deseo era pasar sus últimos días navegando en el río ibi.

Fukka cumplía todos los requisitos de pueblo pintoresco, con sus tiendas de antigüedades, sus galerías de arte y sus cafés; además, tenía más ferias semanales que las que parecía posible en un pueblo con menos de mil habitantes. Pero el verdadero Fukka, el que Natsuki había conocido de niña y de adolescente, lo conformaba una serie de familias cuyos antepasados habían residido en la zona desde tiempos coloniales. Personajes como el juez Tenho y el sheriff Masashi, Kanade Suzushiro y las familias Fujino y Searrs. Ellos eran los dueños y señores de aquellas tierras, los que se encargaban de las plantaciones y de todas las transacciones; gente poderosa, una corriente subterránea, invisible pero viva, en un pueblo que siempre había sido suyo. Y seguían gobernándolo a su antojo.

Natsuki lo experimentó de primera mano a los diecisiete años, y luego otra vez a los diecinueve, cuando decidió marcharse para no volver nunca más.

No resultaba nada fácil residir en Fukka cuando uno se apellidaba Kuga. Por lo que sabía, el antepasado más remoto en el árbol genealógico de los Kuga era su bisabuelo, que había estado en la cárcel. Varios miembros de la familia habían sido condenados por un sinfín de fechorías: asalto y agresión, incendio intencionado, intento de asesinato e incluso asesinato consumado. La propiedad familiar ubicada en una zona boscosa y rocosa era como un estado independiente con sus propias leyes.

La propiedad de los Kuga estaba salpicada por un puñado de volquetes destartalados, remolques y graneros llenos de chatarra. Ni siquiera el sheriff se aventuraba a pisar aquel reducto, a menos que no le quedara otro remedio. Los cazadores preferían dar un largo rodeo en vez de atravesar aquellas tierras, ya que estaban seguros de que el cartel de PROHIBIDO ENTRAR: SE DISPARARÁ A LOS INTRUSOS no era simplemente un aviso, sino una promesa.

Los Kuga eran destiladores clandestinos, traficantes de drogas, alcohólicos, ladrones y proxenetas; maltrataban a sus mujeres y se comportaban como verdaderos tiranos con sus hijos, y, por encima de todo, eran patológicamente violentos.

Según un artículo publicado en una revista, se los consideraba el clan más cruel y sanguinario al este de Chubu. El padre de Natsuki no había sido una excepción; desde los veinte años hasta entrados los treinta, se había pasado la mayor parte de sus días entre rejas por diversos delitos que incluían apuñalar a un tipo con un picahielos después de que el hombre le cortara el paso con el coche en una carretera. Lo habían juzgado por asesinato dos veces, y en ambos casos había salido absuelto después de que todos los testigos desaparecieran como por arte de magia; incluso el resto de la familia sabía que era mejor no buscarle pleito.

Natsuki no podía entender cómo era posible que su madre hubiera decidido casarse con él. No la culpaba por haberse marchado, ni tampoco por no habérsela llevado con ella. Los patriarcas en el clan de los Kuga mostraban una genuina obsesión posesiva por sus hijos, y a Natsuki no le cabía la menor duda de que su padre habría perseguido a su madre hasta los confines del mundo en busca de su hija y que lo habría llevado de vuelta a Fukka sin mostrar ni un ápice de compasión. Él mismo se lo había dicho a Natsuki en más de una ocasión, y ella nunca se atrevió a preguntarle qué habría hecho si su madre se hubiera resistido. Ya sabía la respuesta.

Se preguntaba cuántos miembros de su familia todavía vivirían en aquellas tierras. Cuando se marchó, aparte de su padre, quedaba un abuelo, cuatro tíos, tres tías y dieciséis primos. Después de tantos años, con los primos ya adultos y con su propia descendencia, la prole debía de ser más numerosa, pero Natsuki no sentía ni el más mínimo deseo de averiguarlo. Podía ser el mundo en el que se había criado, pero, al igual que le pasaba con Fukka, nunca se había sentido parte de aquel clan.

Quizá su madre, quienquiera que fuera, tenía algo que ver con su forma de ser, pero ella no era como ellos. A diferencia de sus primos, Natsuki nunca se había metido en ninguna pelea en la escuela y, además, sacaba unas notas decentes. Siempre se había mantenido alejada de las drogas y del alcohol, y de adolescente evitaba a sus primos cada vez que estos bajaban al pueblo en busca de bronca con excusas tales como que tenían que echar un vistazo a la destilería o que tenían que ayudar a desguazar un coche que había robado algún miembro de la familia. Mantenía la cabeza baja y, siempre que podía, intentaba conservar una actitud discreta.

Era un acto de prudencia. Los Kuga podían ser una banda de maleantes, pero eso no significaba que fueran tontos. Por puro instinto, Natsuki sabía que tenía que ocultar sus diferencias de la mejor manera posible. Probablemente, era la única niña en toda la escuela que se esmeraba en los estudios para suspender un examen adrede, y aprendió a manipular las notas de tal modo que parecieran peores de lo que de verdad eran. Aprendió a vaciar furtivamente una lata de cerveza en el momento en que le daban la espalda, perforándola con un cuchillo y, cuando se excusaba para evitar ir con sus primos, se quedaba trabajando hasta medianoche.

Sus artimañas fueron efectivas al principio, pero al final se le vio el plumero. Uno de sus maestros mencionó a un amigote borracho de su padre que Natsuki era la mejor alumna de la clase; sus tías y sus tíos empezaron a darse cuenta de que, a diferencia de sus primos, aquel chico nunca infringía la ley. En una familia que premiaba la lealtad y la confraternidad por encima de todo, ella era diferente. No podía haber peor pecado.

Su padre montó en cólera. A pesar de que Natsuki había recibido palizas desde pequeño su padre sentía debilidad por los cinturones y por las correas-, cuando cumplió doce años, las palizas se convirtieron en una cuestión personal.

La azotaba hasta dejarle la espalda y el pecho amoratados y, al cabo de una hora, volvía a azotarlo, esta vez centrándose en la cara y en las piernas del muchacho. Los maestros sabían lo que sucedía, pero fingían no darse cuenta, por temor a represalias con su familia. El sheriff fingía no ver los moratones ni heridas cuando Natsuki volvía a casa después de la escuela. El resto de la familia no parecía tener ningún problema con la situación. Tate y sergey, sus primos mayores, le propinaban unas palizas tan espantosas como las que le daba su padre: Tate porque pensaba que Natsuki se lo merecía, y Sergey, simplemente por diversión.

Alto, robusto y con los puños del tamaño de unos guantes de boxeo, Tate era extremadamente violento y perdía la paciencia con facilidad, aunque era más inteligente de lo que aparentaba. Sergey, en cambio, era malvado por naturaleza. Cuando tenía cuatro años, le clavó a otro niño un lápiz durante una pelea por un pastelito relleno de mantequilla y, antes de que lo expulsaran del colegio a los once años, envió a un compañero de clase al hospital. Incluso circulaban rumores de que a los diecisiete años había matado a un yakuza. Natsuki llegó a la conclusión de que era mejor no contraatacar. En vez de eso, aprendió a protegerse mientras soportaba la tunda de palos, hasta que sus primos se cansaban o se aburrían de golpearlo, o las dos cosas a la vez.

De todas formas, se desmarcó de la familia. Jamás tendría trato con ellos. Con el tiempo aprendió que cuanto más chillaba, más la golpeaba su padre, así que permanecía callada. Su padre, además de ser un tipo extremamente violento, era un matón, y Natsuki sabía de forma instintiva que los matones solo luchaban en las batallas que sabían que podían ganar. Sabía que llegaría un día en que sería lo bastante fuerte como para desafiarlo, un día en que ya no le tendría miedo. Mientras recibía la lluvia de golpes, intentaba imaginar el coraje que había mostrado su madre al cortar todo vínculo con la familia.

Natsuki se esmeró por agilizar el proceso de independencia del clan. Ató un saco relleno de trapos a un árbol y todos los días se ejercitaba durante horas, atizándole puñetazos; también hacía largas series de flexiones y abdominales, y levantaba pedruscos y piezas de motor tan a menudo como podía. Antes de cumplir los trece años, ya había ganado cuatro kilos de masa muscular, y aumentó otros cuatro kilos cuando cumplió los catorce. También estaba creciendo. A los quince años, era casi tan alta como su padre.

En su adolescencia recordaba haber sentido como si no tuviera un propósito en su vida, siempre pensaba que le pasaban cosas malas y que se lo tenia merecido por ser parte de esa violenta familia, por supuesto que al conocer y convivir con Sakomizu ese pensamiento quedo completamente borrado de su mente, Su relación era extraña, pero eso no queria decir que le desagradara, Sakomizu le daba su espacio y el lo hacia con ella, las palabras sobraban entre ellos y disfrutaban los momentos de silencio juntos cuando trabajaban en el taller. Natsuki respetaba su relación. Respetaba a Sakomizu. A su manera, se había convertido en la persona más importante en su vida. No podía imaginar nada que pudiera alterar ese sentimiento.

Hasta que apareció Shizuru Fujino.

En Fukka solo había un instituto, y natsuki había ido con ella prácticamente toda su vida, la ojiverde era mayor por un año, pero eso no quería decir que shizuru fuera menos popular, la primera vez que intercambiaron unas palabras fue en la primavera de su antepenúltimo año en el instituto. Siempre había pensado que era preciosa, pero no era la única que lo creía. Ella era tremenda mente popular, la clase de chica que se sentaba rodeada de amigas en una mesa de la cafetería mientras los chicos y chicas intentaban llamar su atención. No solo era la presidenta del consejo estudiantil, sino que también era una de las animadoras del equipo del instituto. Si además se añadía que era rica y que la sentía tan inaccesible para ella como una actriz de la tele, era comprensible que nunca hubiera hablado con ella hasta que cierto día por asares del destino y claro, dos autos descompuestos, hicieron de eso una oportunidad.


si les gusto, espero con ansias esos reviews que animan a seguir escribiendo. el martes subire el siguiente capitulo. buena vibraa!