Fic rarote, muy rarote. Veréis porque lo digo, me atrevo con un concepto del que creo que nunca he leído. Seguro que hay algún fic que trate de esto, porque yo tuve esta idea desde que vi digimon por primera vez, pero no son muy comunes creo yo. Por lo menos yo nunca me he topado con ninguno, por eso repito que fic rarote, muy rarote.

La idea da mucho de sí y no descarto escribir en el futuro otro fic retomando esta idea, claro que de una forma más compleja, pero ahora me conformo con esto, una historia cómico-romántica-cutre.

Si habéis leído alguno de mis fics, pues básicamente es de mi estilo, es decir, gamberrote, intentando meterle realismo pero a la vez fantasía, chistoso, cutre, con sorato, una actuación musical al más puro estilo Disney y vamos sencillo, por no decir simple.

Por cierto, que consta de 5 capis y el epílogo, pero como son "cortos", por lo menos entran en mi definición de cortos, los subo de dos en dos y para el viernes seguramente estará todo el fic subido.

Nada más, os dejo con el fic rarote, muy rarote.

Soñé que el fuego mojaba, soñé que la nieve ardía y por soñar lo imposible, soñé que Digimon me pertenecía, pero no es así y tengo que decir que…

Digimon y los personajes de digimon no me pertenecen (ni los versos anteriores ya que los saqué de una dedicatoria de mi carpeta de la ESO... solo que con otro final... ¡ohhh! *corazoncitos en los ojos*)

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I, DIGIMON

¿Sueñan los digimons con ovejas digitales?

Había pasado alrededor de un año desde que ciertos seres digitales comenzasen a ser conocidos en la Tierra. Un año de grandes vivencias para los digimons y también para los humanos que les rodeaban. Pero no todo era tan fácil como los digidestinados habrían querido imaginar, ya que así como existían miles de humanos, la mayoría niños, encantados con el descubrimiento de los digimons y el Digimundo, y pese a los esfuerzos de muchos de los adultos, sobre todo alguno de los padres de los digielegidos por darlos a conocer y mostrar sus maravillosas cualidades, todavía la aceptación de dichos seres en el mundo real era muy escasa.

Y por desgracia ese desprecio y miedo sustentado de absurdos prejuicios era el día a día de varios de los digimons con compañero humano. Sentían que nunca encajarían.

Pero ese día ya fue el detonante para una de las digimons más sensibles que se conocía, evidentemente se trataba de la digimon del amor, o lo que es lo mismo, la compañera de Sora Takenouchi.

-Venga.- animaba una joven, sin parar de trotar.

-Si me dejases volar, sería diferente.- se quejó la digimon, claramente cansada unos metros más atrás.

Sora solo sonrió, negó con la cabeza y continuó con su trote sin disminuir el ritmo lo más mínimo.

Como cada domingo a primera hora, la portadora del amor se calzaba sus leggins hasta media pierna, sus deportivas, su sudadera de la suerte y su aquarius y se disponía a realizar su rutina, o lo que es lo mismo, correr a través de la ciudad durante casi una hora. Y como de costumbre, la travesía acababa donde estaban en estos momentos, en el parque de Odaiba.

Takenouchi volvió a parar al escuchar el aleteó característico de Piyomon. Ella se dirigía a Sora con gran alegría, ya que volando no había quien la ganase, pero le desapareció la sonrisa al ver la pose de su compañera. Brazos en jarra y ceño fruncido.

-Piyomon.- amenazó.

La digimon bajó a tierra firme de nuevo.

-¿Por qué no puedo ir volando?, mis alas son más fuertes que mis patas.- explicó Piyomon con impotencia.

La chica resopló, había tenido esta conversación con su compañera un millón de veces.

-Piyomon, esto no es el Digimundo, no puedes ir haciendo lo que quieres, puedes asustar a la gente.

Piyomon bajó la vista aceptando esa medio regañina de su compañera, la había escuchado en infinidad de ocasiones. Pero es que ella seguía sin entender estar absurdas normas, y más cuando alzó la mirada y observó una bandada de pájaros quebrando el cielo.

-En tu mundo hay pájaros, ¿Por qué ellos pueden volar?.- se quejó con inocencia.

La pelirroja sonrió, agachándose para estar a la altura de su amiga.

-Porque esos pájaros no parlotean tanto como tú.- finalizó acariciándole la cabeza con ternura.- venga, vamos a comer algo.

Sin más tardanza, las dos compañeras se dirigieron a la cafetería más cercana, que también era donde Sora acababa desayunando todos las mañanas que salía a correr. La digimon se había quedado un poco triste, pero al pensar en los ricos bollos que iba a comer ahora, le despareció toda su tristeza y aceptó sin rechistar ir andando, es más, era ella quien tiraba de Sora en estos momentos.

Tomaron asiento en la mesa de siempre, metieron sus caras en el menú de siempre, a pesar de que no lo leyesen ya que iban a pedir lo de siempre, y pronto apareció la mesera de siempre, pero esta vez no les saludó con la habitual alegría de siempre.

-Hi Rei-san, nos pones…- comenzó Sora sin percatarse de la mirada de la mujer.

-No voy a servir a ese bicho Sora, será mejor que os vayáis.- cortó terriblemente seria.

Al notar ese tono de voz, Takenouchi, completamente incrédula, miró a la camarera. Le mantuvo la mirada unos segundos, para después sonreír.

-Muy bueno Rei-san, casi nos lo creemos, venga nos pones…

-Lo he dicho en serio, en esta cafetería los monstruos ya no son bien recibidos.- volvió a cortar la mujer, poniendo un panfleto en la mesa.

Piyomon no entendía muy bien lo que pasaba, pero se apresuró a resguardarse en Sora, mientras esta, más desconcertada por segundos, tomaba el papel en sus manos.

-"Brigada anti-mostruos".- leyó con asco, observando como el logo de dicho movimiento era, la sombra de un digimon, que parecía Agumon, tachado con el símbolo de prohibición.

La muchacha arrugó el papel con desagrado, desde que todo empezase, había habido algún que otro movimiento para evitar la normalización de los digimons en la tierra, pero no se imaginó que ya habrían llegado hasta ahí, Odaiba, la ciudad digimon por excelencia.

-¿Quieren que me vaya?.- preguntó Piyomon confundida, tratando de mirar ese papel.

-No hagas caso Piyomon.- defendió Sora, poniéndose en pie, para luego encararse con la camarera.- no puedo creer que hagas esto Rei, se trata de Piyomon, lleva comiendo aquí casi un año y siempre te ha encantado.

La mujer continuó con su expresión de rechazo.

-Es lo mejor, hay digimons muy malos, a mi hermano sin ir más lejos el otro día le atacaron.

Sora rodó los ojos con indeferencia.

-Te refieres al mismo hermano que todas las noches se le ve dando tumbos por las calles después de haber dejado sin alcohol a Odaiba. Oh sí, una fuente muy fiable la de tu hermano.- finalizó la portadora del amor negando con la cabeza.

La camarera, bastante incomoda y molesta por el comentario de Sora, adquirió una actitud mucho más dura que antes.

-No puede entrar aquí y punto. Ojala desapareciesen todos del mapa.

Sora tuvo que hacer grandes esfuerzos para no abofetear a aquella joven, pero finalmente se dejó llevar por su sentido común y no por su furia, y salió del establecimiento junto a su compañera. No habría sido recomendable crear una bronca con una digimon presente, ya que le gente se le habría echado encima y no habrían parado hasta colgarla del palo más alto de la plaza mayor.

-No quieren que esté aquí, ¿verdad?.- cuestionó con lástima.

Ese tono de su compañera, entristeció a la pelirroja y lo peor de todo, hizo que se avergonzase de su mundo y de su especie, por la cual tanto habían luchado ambas, también la digimon.

-Piyomon, no estés triste. Tienes que entender que aún es muy precipitado todo esto y que habrá personas que les cueste mucho aceptar que no sois monstruos.

-Yo nunca haría daño a nadie, yo solo te protejo.- musitó, cabizbaja.

La pelirroja se agachó para abrazarla.

-Ya lo sé Piyomon, eres mucho más humana que la mayoría de los humanos, pero hay que tener paciencia, ¿vale?.- habló con su tono conciliador y amable de siempre.

Piyomon emitió un pequeño suspiro de conformidad, pero mantuvo su expresión de desconsuelo. A ella le costaba mucho entender este tipo de odios y miedos absurdos.

-Me voy al Digimundo, ahí al menos no soy un monstruo raro. No desencajo.- terminó de decir en un murmullo.

Era un momento de lo más desesperanzador para ambas compañeras, pero el chico que se les acercaba ni se percató de su tristeza absoluta.

-¿Cómo están mis chicas favoritas?.- saludó con una sonrisa, tomando a Sora por detrás.

Sora dio un pequeño respingo pero en seguida se tranquilizó.

-Hola Yama.- saludó tratando de dibujar una sonrisa.

-Iba a ir a la cafetería, como siempre, pero al veros aquí fuera…- paró de hablar al contemplar a la desencajada Piyomon, que tenía el pico tan bajo que parecía que iba a taladrar el suelo.

-¿Y a ti que te pasa?

-Que no soy una chica, soy un monstruo y siempre lo seré, ¡humano feo!.- terminó su pequeño ataque de furia, volando con intensidad.

Evidentemente que esa inesperada reacción dejó muy confundido a Ishida. Nunca entendería a esa ave, cuando la despachaba para estar a solas con Sora, ella no se iba ni con agua caliente y ahora que la saludaba amablemente, le insultaba y se iba, ¿acaso los digimons también compartían el revuelo hormonal de sus compañeros llamado adolescencia?

-¿Qué he hecho mal?.- preguntó con cara de niño asustado a Sora.

La chica le acarició la mejilla para tranquilizarlo.

-Ahora te lo cuento.

...

Como comentó, en el Digimundo no desencajaba, es más, Piyomon era una digimon de lo más bonita y bella, pero pesé a volver a su hogar, sus sentimientos seguían igual o peor que cuando estaba en la Tierra. Se sentía un bicho raro, algo que nunca podría estar con Sora, que nunca podría encajar en su mundo, ¿Cómo sería entonces su compañera de vida?

Sin quererlo, lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, imaginándose todo lo que había visto y Sora le había contado de su mundo y que ella jamás podría hacer. Nunca la dejarían ir al cine a comer palomitas con Sora, ni al parque de atracciones a montarse en esos aparatos que llegaban hasta las estrellas, ni acompañarla a clase, o ir a verla a sus partidos de tenis sin el miedo de ser descubierta y apaleada.

¿Esta era por la sociedad que había peleado?, ¿Una raza tan sumamente intolerante que no la dejaban vivir en paz y disfrutar junto a la persona que más amaba? Cuando estos pensamientos invadieron su mente fue cuando comprendió que ella nunca sería la mejor amiga de Sora, solo su compañera digimon, nada más. Por mucho que la quisiese, Sora jamás la vería de otra forma, para ella sería siempre un digimon, o lo que es lo mismo, un MONSTRUO digital.

Se sacudió las plumas con fuerza para camuflar sus lágrimas cuando escuchó a alguien cuchicheando por detrás. Al darse la vuelta se dio cuenta de que se trataba de su amigo Gabumon.

-¿Qué haces?.- inquirió totalmente desganada.

Parece ser que a Gabumon le sorprendió ser descubierto y enrojeciendo, echó las garras para atrás como ocultando algo.

-Hola Piyomon.- saludó con cierto tartamudeo.

-Quero estar sola.- volvió el rostro ella.

Si en algo se parecía Gabumon a Yamato, o mejor dicho Yamato a Gabumon, era en que ambos entendían los silencios como nadie y sabían perfectamente cuando las palabras sobraban.

Sin decir nada, tomó asiento al lado de su amiga.

La digimon rosa lo miró de reojo, él ni se inmutó, así durante varios segundos, solo eso, porque al contrario que Gabumon, la compañera de Sora sí tenía la necesidad vital de hablar, comunicarse y entender las cosas.

-¿Qué tienes ahí?.- curioseó, tratando de ver lo que escondía su amigo.

El digimon hizo una pequeña sonrisa nerviosa, para que finalmente, sacase el paquete que tenía escondido y se lo entregase.

-Feliz cumpleaños.- musitó con timidez.

Ese detalle y ver ese paquete hizo que Piyomon olvidase por fin su desastrosa mañana. Con amigos como Gabumon, ser digimon, no era tan malo.

-¿Es mi cumpleaños?.- preguntó como una niña ilusionada desenvolviéndolo.

-Bueno… es que, los humanos celebran sus cumpleaños y pensé que nosotros también cumpliríamos años, pero no sé que día, así que, pensé que podría hacerte un regalo de cumpleaños cuando quisiese y…

Paró de hablar, para contemplar a Piyomon, cuando esta terminó de abrir su regalo. No entendía muy bien que pretendía con hacerle un regalo, solo sabía que Yamato hacía regalos a Sora y a las personas que quería y él, también quería demostrar de alguna forma su cariño a sus seres queridos. Y aunque no lo entendiese o no quisiese entenderlo, Piyomon se llevaba gran parte de su cariño.

-¿Te gusta?, son para cuando corras con Sora, como dices que no te deja volar…- explicaba el digimon de la amistad, mientras Piyomon ni se inmutaba, se había quedado de piedra viendo esas deportivas.- ¿no te gustan?.- preguntó con apuro.

Tampoco sabía mucho de esto, pero cuando Yamato le daba un regalo a Sora, ella siempre se lo agradecía, se ilusionaba, le saltaba al cuello y le daba un beso. No era que quisiese esa reacción de Piyomon, pero por lo menos un "gracias".

Se apuró al escuchar las potentes lágrimas de Piyomon.

-¡Eres un idiota!.- se las tiró a la cara.- no soy una humana, no puedo ponerme esas cosas. ¡Ni quiero volver más al mundo humano!

Salió volando con fuerza, todo había pasado tan rápido que Gabumon no pudo ni reaccionar, solo, bajar la cabeza y entristecerse. El primer regalo que había hecho en su vida había resultado un absoluto fracaso.

...

La noche ya envolvía el pacífico Digimundo. Y comos siempre en ese lugar, las parpadeantes estrellas presidían el firmamento con majestuosidad.

Casi todos los digimons dormían, algunos más nocturnos era ahora cuando empezaba su día, pero ajena a todo lo que pasase a su alrededor, la abatida compañera de Sora seguía deambulando sin rumbo fijo mientras su cabeza daba vueltas a todos sus dilemas, ¿quién dijo que los digimons no tenían sentimientos?, ¿Qué solo estaban hechos para luchar?, ¿incluso que no estaban vivos?

Que se lo cuenten a Piyomon, que en estos momentos, agradecería que esas afirmaciones fuesen correctas, porque pensaba que así, no le dolería tanto el pecho, ni tendría esa agonía que le impedía respirar, y por supuesto, no tendría esas ganas de llorar continuamente.

Cuanto deseó en ese momento no ser quien era, carecer de sentimientos, o si estaba obligada a tenerlos, al menos no desencajar con ellos. Tal vez, inconscientemente, estaba deseando ser como Sora, una humana, con sus pocas virtudes y sus muchísimos defectos.

Tan inmersa estaba en su mundo que no se percató de por donde se estaba metiendo, una zona en la que nunca había estado por la cantidad de leyendas que se decían de ella: se decía, que ahí habitaban digimons que te robaban el cerebro y te convertías en Bakemon condenado a vagar por siempre por un castillo ruinoso y hacer ridículos "buuu".

Al darse cuenta de donde estaba, tuvo un escalofrío muestra de su temor. Era una especie de bosque con ramas secas, donde a pesar de que en el resto del Digimundo no hubiese viento, ahí se colaba, azotando las ramas con fuerza, provocando ruidos de ultratumba.

-Este no es un lugar para una digimon como tú.- escuchó Piyomon, aterrorizándose más si puede.

Cuanto le hubiese gustado estar con Sora y poder esconderse entre sus piernas como hacía siempre.

-¿Quién es?.- trató de sonar valiente, aunque solo quedó en intención.

-Estás triste, sé lo que te preocupa, lo he visto en tu mente.- continuó la voz.

-¡No me quites el cerebro!.-apresuró a sujetarse la cabeza con las plumas, ya muerta de miedo.

-Solo quiero ayudarte, yo te daré lo que ansías. Confía en mí.

No pudo explicar lo que pasó por su mente al escuchar esas palabras, solo que le convencieron. Sabía que no tenía que fiarse de voces misteriosas que le hablaban en bosques espeluznantes, pero en estos momentos, con su moral tan por los suelos como la tenía, se fiaría de cualquiera, y si alguien le decía que podía ayudarla, ella lo creería. Todo con tal de dejar de sentirse como se sentía ahora.

Sin pensarlo más, incluso el miedo desapareció de su cuerpo y simplemente siguió a la voz que le prometía que iba a solucionar todos sus problemas.

...

La despertaron los primeros rayos de sol que se colaban en el Digimundo. Le costó abrir los ojos y perder ese aturdimiento mañanero. En seguida se dio cuenta de que no sabía donde estaba y lo más inquietante, no recordaba quedarse dormida ahí.

Empezándose a preocupar se reincorporó rápidamente, tanto que cayó al suelo bocabajo nada más ponerse en pie. Era absurdo pensarlo, pero juraría que se había encontrado el doble de alta que de costumbre.

-Au.- se quejó, llevándose las plumas al pico, para cerciorarse de que no se lo había roto.

Fue entonces cuando se apuró de verdad, porque juraría que no se estaba notando el pico, más bien parecía una boca, incluso, ¿nariz?. Se metió la mano por el interior de la cavidad donde siempre tenía el pico y se extrañó aún más al notar pequeñas piezas por todo alrededor, por arriba y por abajo, ¿su pico ahora tenía dientes? Necesitaba verse ya mismo, estaba convencida de que se había convertido en un verdadero monstruo, pero entonces, quedó paralizada observando su "ala". No era plumas lo que tenía sino una mano humana, de un tono rosáceo muy claro. Había cinco, los contó mil veces y siempre le salían cinco, cinco deditos con sus correspondientes uñas, las cuales eran de un rosa muy chillón.

Ahora no sabía si estar asustada o ilusionada, ¿sería verdad que su deseo se hubiese cumplido?

Volvió a ponerse de pie, y esta vez sí, no se apresuró y guardó el equilibrio. De verdad que tenía el suelo a mucha más distancia que la de siempre. Tratando de controlar su euforia, deambuló de un lado a otro hasta que encontró lo que buscaba, un lago. Iba a mirarse, pero en el último momento se detuvo, ¿de verdad estaba preparada para ver eso?, ¿y sino se hubiese convertido en humana sino en un monstruo mayor? ¿Un monstruo para los digimons y por supuesto para los humanos? Entonces, sí que nunca encajaría.

Ahí estaba, al borde del lago, diciéndose que esta vez sí, se miraba, para que en el último momento siempre se echase para atrás.

-Que humana más guapa, ¿saldrás conmigo?

Buscó con la mirada al dueño de esa voz. Se trataba de un Sukamon que estaba intentando ligar descaradamente con ella. Sonrió de emoción y felicidad, ¿era cierto entonces?. Y sin pensarlo más, miró su reflejo, encontrándose con su nuevo yo, su nueva vida.