"Muévete, muévete que ya vienen"
"Ya voy, Azazel" Jadeaba Erik.
Todo había salido de acuerdo al plan. Con lo que no contaba Azazel, era lentitud de Erik. Erik parecía tan decidido en ese entonces, él habá explicado las cosas de manera tan sencilla: Viajar a Virginia y Azazel. Azazel ya había visto los planos, ya sabía más que demasiado. Emma se aseguró de que a Azazel le hayan quedado claros las coordenadas y el ambiente que rodeaba a Erik.
Corriendo fuera de la habitación luminosa, Azazel resopló: "Ah, olvídalo". Y agarró a Erik del costado para desaparecer en el acto.
En el final de ese parpadeo, Erik visualizó árboles, flores, niños, adultos apresurados, carros chirriantes, pero sobre todo, sol. Sol denegado desde hace 11 años. Erik aspiró, cerró los ojos, lamió sus labios, y confesó: "Danke, Azazel, danke".
Azazel podía entender el asombro que nacía como la panspermia. Azazel era el hermano que Erik nunca tuvo. Azazel le dio a Erik el tiempo que le congelaron por más de una década. El viento sobaba de nuevo a su hijo perdido en las mejillas, en el mentón, pasando sus dedos entre sus cabellos.
Azazel fue sabio esa tarde, pues al llevar a Erik al parque más recóndito de Arizona, lejos de Virginia y sus paredes de concreto. Erik respiraba.
"¿Todos están listos?" Inquirió Erik dándose la media vuelta.
"Da" El ruso asintió.
Erik no iba a preguntar el porqué de su tardanza, ya que Erik estaba claro en las dinámicas de la realidad: El Pentágono era casi impenetrable. Casi. Para Erik era posible, sólo esperaba a que sus colegas también lo fuera así. La espera de Erik daba frutos hoy.
"Espero que tengan comida decente en la residencia, estoy harto de comer puré de papas con carne dura" Dijo Erik caminando por las calles de Arizona como el hombre nuevo que era. Un hombre con nuevas ropas, un hombre que pensaba en el hoy como si fuera mañana, un hombre que aprendió del pasado. El pasado. El pasado que se sentía como un mar de garrapatas en su nuca y espalda que obligaba dar la vuelta y desesperarse por respuestas a preguntas agonizantes como: ¿Y Charles? ¿Raven? La academia para mutantes. Los juegos de ajedrez. El odio. El odio que encaminó a Erik hacia el Pentágono. Ésas eran flores que yacían marchitas porque nadie se interesó en regarlas. Sólo Erik sentía la sequía.
"Erik, yo soy el cocinero, por favor" Azazel le dijo palmando su hombro.
"Tú lo que sabes hacer son Pavlovas, a mí no me engañas" Decía riendo.
"Ah, pero son las mejores que has probado". Reía más duro Azazel.
Erik explayó la situación como era: una cuestión de tiempo. Cuestión de tiempo para que Charles interviniera, inválido, pero persistente de seguro. Cuestión de tiempo para buscar a Raven. Hacerla entender.
Erik hizo entender sus intenciones a los mutantes interesados en la Resistencia. Los planes sugeridos por integrantes nuevos. Propuestas aceptadas, otras rechazadas por su falta de ética. Erik se sentía en casa. Se sentía cómodo con sus iguales. Vacío, pero cómodo.
Así que no era de sorprenderse cuando, después del tercer atentado (El primero a la Bolsa de Tokio, Bolsa de Nueva York y el último, el derrocamiento del presidente de Uganda), Erik, empezara a dudar de la dificultad de las cosas: todo era demasiado fácil. Demasiado para su gusto. ¿Dónde estaba la ley? ¿La emoción? ¿Charles?
Cometer lo que se le viniera en gana era sumamente satisfactorio. Pero la facilidad tenía ese doble efecto: Volvía al vicio tedioso. Todo era tedioso. Mientras en La Hermandad todos gozaban de su fortuna, Erik se ensimismaba en la silla de du cuarto a planear lo siguiente. Ya perdió 11 años, no perdería más tiempo. Erik empezó a sentir ese sabor blanco justo antes del incidente de Uganda, llegar, hablar, actuar. Repetir. A Erik le sacaba de quicio volver a hacer lo mismo, él quería algo nuevo. Y sólo alguien inversamente igual a él se lo daría: Charles.
Entonces todo se resumía a algo.
La mansión.
La mansión en donde todo había empezado.
Raven tendría que esperar, al parecer. Así que Erik convenció a Emma y a Azazel para ir a la Mansión. A exigir un contrincante.
Ya que Erik se rehusaba a pensar que Charles había muerto.
O peor… Que Erik, en todo ese tiempo que pasó encerrado, Erik lo había vencido.
