¡Hola, lectoras! Hace tiempo comencé a escuchar una canción que me inspiró a escribir esta historia. Aún no sé a cual categoría pertenece ya que según yo, es principalmente un fic de humor negro y romance, pero bueno, eso no importa ;) Es algo muy diferente a lo que he escrito anteriormente, y por supuesto, espero que les guste :) ¡Disfruten!
Aviso: La serie Glee y sus personajes no me pertenecen. Son propiedad de FOX y RIB. Yo solamente los uso para entretenerme escribiendo :)
Trying to get up that great big hill of hope…
For a destination
What´s Up- 4 Non Blondes
Con toda mi fuerza de voluntad, logré levantarme minutos antes de que dieran las nueve de la mañana. Sally, mi Yorkshire Terrier de apenas dos años, estaba recostada en el sofá, y no se tomó la molestia de acercarse a mí. Sin necesidad de irme a ver al espejo o prepararme un café decidí salir a la terraza para que el aire matutino me pusiera en ambiente. No pude evitar, además, tomar una abandonada cajetilla de cigarros que yacía en un estante de mi poco concurrida cocina. Yo no era realmente fumadora, sin embargo, en ese momento necesité más que nunca de un aroma algo tóxico e inusual para despertarme. El cielo gris y la temperatura ausente llenaron mi estado de ánimo a tal punto que ya no tuve que hacer más para sentirme cómoda. Éste era uno de esos días…
Mi nombre es Rachel Berry, y mi marido, William, falleció hace cuatro años en una noche cuyo día empezó justo como éste.
Nací hace treinta y cuatro años en un hospital de Long Island, y crecí junto a mis dos hermanos, Tom y Jacqueline. Yo soy la del medio. La "especial y diferente", diría mi padre.
Cursé la primaria, la secundaria, y la preparatoria sin ningún problema, y después de pensarlo por el lapso de un año, decidí estudiar Periodismo en la Universidad de Nueva York.
Cuando me gradué, comencé a escribir una columna para una revista de finanzas, y después fui promovida para trabajar en la sección de opinión del New York Post.
En ese entonces, me la pasaba esperando a que mi editor en jefe me asignara un tema, y cuando lo obtenía, refrescaba mi cerebro y comenzaba a leer para después empezar con el trabajo.
Los dos meses siguientes continué con la misma rutina, y mientras repasaba un informe acerca de las propagandas creadas en los últimos años en un Starbucks de Madison, un joven trabajador de cabello rubio y ojos color miel me hizo alzar la vista. No había sido nada tímido al decirme que siempre leía mis columnas en finanzas y le interesaba saber mi opinión con cada tema de interés público. Me sorprendí. Nunca pensé que llegaría a tener a ese tipo de fan cuando un millón de personas más tienen el mismo trabajo que yo, en la misma ciudad, y probablemente, poseen mucho más talento. Le agradecí a pesar de que no estaba verdaderamente cómoda. Su sinceridad me hizo sentirme orgullosa, pero la manera en la que se comunicaba me hizo comprender que le agradaba mi persona, y tal vez en una manera en la que yo no quería agradar.
¿Dónde había quedado finalmente mi opinión acerca de toda esa publicidad? No lo sabía. Con el paso del tiempo, el rubio conocido como William Berry se había convertido en un compañero de mesa en aquel café, tan solitario a la hora que yo usualmente lo visitaba.
William y yo comenzamos a salir al poco tiempo, y luego de otro periodo más, decidimos casarnos para poder tener una nueva aventura.
Solo fuimos al registro civil. Mis padres seguían de vacaciones en Europa cuando les comunicamos la noticia, y dado que decidimos desposarnos cinco días después de dársela, era más que obvio que no iban a asistir. Invité a mis hermanos también, pero Tom estaba tan indignado por la espontaneidad de nuestro enlace que al final le importó muy poco si él se encontraba ahí o no. A mí sí me dolió no verlo, pero nunca se lo diría, pues lo peor sería hacerlo sentir mal después de tanto tiempo.
La única que estuvo ahí conmigo fue Jackie, que incluso se vio más optimista que yo camino al registro civil.
Tenía veintisiete años en ese entonces. La vida para mí tenía otra perspectiva que definitivamente ya no podía adquirir de nuevo por más que me lo propusiera.
William y yo viajamos los años siguientes por cuatro continentes, e incluso pensamos en la idea de comenzar a trabajar juntos. No había otro par más adicto a laborar que él y yo. No hablábamos de renovación de votos, o de tener hijos…solo comentábamos acerca de nuestros proyectos y todo lo que anhelábamos realizar pronto…
El plan seguía en marcha, pero en una fría tarde de otoño en la que regresamos de ver al médico…todo cambió bruscamente.
A los treinta años de edad, a Will se le detectó un tumor en el cerebro.
Tratamos de tener una actitud positiva, seguir adelante, y escuchar cada consejo de los doctores, pero mientras el tiempo pasaba…mi esposo moría y nadie pudo hacer nada.
Unos meses después, pereció por la noche, antes de la hora de dormir. Estábamos en el hospital y una enfermera se encontraba conversando conmigo cuando sucedió. Aquella fue la noche más larga y confusa de mi vida. No puedo recordar nada más que las paredes blancas rodeándome y atrapándome como si hubiera estado en un manicomio, la falta de todos mis sentidos, incluido el aire. Mis parpados se quebraron, mi voz desapareció, y el lugar se sintió tan frio que mis músculos llegaron a congelarse.
Aquello no merecía suceder. William era un hombre alegre y vivaz. Rara vez pensaba en él mismo, porque hasta eso tengo que admitir, tenía sus momentos. Su carácter algo fuerte no lo convertía en villano. Al contrario, le daba esa originalidad a su persona y desde el primer día no fallaba en hacerme sentir segura, pero se había ido…
Se había ido y jamás regresaría.
De un momento a otro, me convertí en una viuda de treinta años. No tenía hijos. No tenía esposo. Estaba sola.
Una hora después de la partida de William, Jackie llegó al hospital, pues Tina, mi mejor amiga, la buscó justo desde que salí a la sala donde ella esperaba para comunicarle la noticia y después echarme a llorar. Como siempre, Jacqueline olvidó que tenía teléfono móvil y atendió tarde, solo para reaccionar aun peor de lo que ya temía que lo haría.
Apenas me vio, mi hermana corrió a abrazarme, y así estuvimos por lo que pareció ser una eternidad. Me dirigí a los médicos y enfermeras con monosílabos y dediqué el resto de mi tiempo a aferrarme a Jackie. Mi hermano Tom, su esposa, y mis padres llegaron casi a las dos de la mañana, y luego de una conversación corta y vacía, mi madre me acompañó a mi casa para que me cambiara. De hecho, ella fue quien escogió mi ropa y me ayudó a recogerme el cabello. La ropa de William aun seguía ahí, con su aroma tan presente que no tuve la fuerza suficiente para ignorarla por lo menos. Ni siquiera me vi en el espejo.
Mi madre y yo tomamos un taxi de vuelta al hospital, y durante el trayecto nos tomamos fuertemente de la mano. Cuando llegamos al hospital, me encontré a mi hermano llenando unos papeles por mí, y apenas me vio, Jackie se acercó para darme ese gran abrazo de oso que siempre me tranquilizaba. No pude sentir nada.
-Te quiero mucho, Rach-me susurró al oído.
-Ya lo sé-le respondí.
Por mucho que reciprocaba ese sentimiento, no pude ni quise decirle a mi hermana que la quería. Nunca había sido muy abierta para expresarlo, y en ese momento definitivamente no había manera de que pudiera hacerlo.
Ni siquiera estaba llorando, y sorpresivamente, había una parte en mí que parecía estar claramente sedada. Estaba sola. La vida que conocía ya no era mía.
Luego de todo el proceso que se llevó a cabo debido a la situación, decidí quedarme a dormir en el condominio de Jackie, y tan pronto mis parpados se cerraron, logré desconectarme hasta lograr que en mi mente se proyectara un mar gris. Un mar vacío y profundo que carecía de todo y expresaba nada.
Ring. Ring.
Mi teléfono estaba sonando escandalosamente y al ver de nuevo- y esta vez, con atención-el nombre del contacto, decidí contestar sin inmutarme.
El hecho de que ella estuviera llamándome a esas horas me hizo reír un poco, pues sabía que su plan de convertirse en mi tedioso despertador había fallado al menos el día de hoy.
-¿Qué sucede?-le pregunté a Jackie, jurando sentirla sosteniendo sus palabras.
-¿Quién rayos tiene el teléfono de mi hermana?-inquirió, con un tono de sorpresa y desconcierto en la voz-Creí que la princesa no atendía llamadas hasta después del mediodía.
Bufé. Jackie solía decirme princesa porque cada vez que salíamos de copas o íbamos a tomar un simple café por ahí, algunas personas me reconocían y se acercaban para hablar bien acerca de mi columna y mis blogs. Sus buenas opiniones acerca de mi trabajo eran tantas al punto de que éstas se convertían casi en alabanzas. No, no estoy tratando de ser pretenciosa, y sí, hasta ese grado llegaban. Algunos lectores que seguían mi trabajo religiosamente llegaron a tal punto en su admiración que mi hermana no pudo hacer más que reír y mencionar que estos parecían ser mis súbditos. No quise seguirle el juego, pero mientras más escritos se publicaban, mi popularidad crecía de una manera extraña, aunque en el buen sentido, y probablemente terminé convirtiéndome en parte de la realeza periodística de Nueva York.
-Muy graciosa, J-repliqué-Hoy decidí levantarme temprano, no pude dormir anoche.
-Oh, no… ¿qué te sucedió?-se preocupó de inmediato.
-Nada alarmante, te lo aseguro-la tranquilicé-pero…para ser realmente sincera, no me siento muy bien conmigo misma.
-Ya han pasado cuatro años, Rach…-intervino Jackie.
-No se trata de William-la corté-No sé, supongo que es algo momentáneo.
-Tal vez deberías de conocer a alguien nuevo…
Hice una mueca, atemorizada de solo pensar en la idea.
-No, gracias.
Jacqueline suspiró.
-De acuerdo, pero al menos deberías de tratar de hacer nuevos amigos-comentó.
-Tengo a Tina-le recordé.
-Lo sé, pero…no te hará daño relacionarte con otras personas tampoco. ¿Cómo ha seguido la mudanza del departamento que está a dos puertas del tuyo? ¿Ya conociste a tu nuevo vecino o vecina?
-Creo que llegó ayer, y me parece que es un hombre, pero… ¿para que quiero conocerlo?
-¡Modales, Rachel, modales!-exclamó Jackie-La cortesía es muy importante, y por educación, al menos, deberías de ir a presentarte, dar la bienvenida, ya sabes…
Lo pensé por un momento.
-No acostumbro a hacer eso, pero lo consideraré-dije-Por el momento tengo que prepararme para el trabajo. Hoy me asignan una nueva entrevista.
Inmediatamente, el tono de madre histérica cambió al de una niña emocionada.
-¡Eso es genial! ¡No puedo esperar para saber a quien entrevistas ahora!
-Oh, yo tampoco-comenté, con sarcasmo.
Amaba mi trabajo, no lo iba a negar, pero que me asignaran una entrevista con el propósito de que la hiciera ese mismo día sin poder tener el tiempo suficiente para preparar mis preguntas, y el hecho de que mi estado de ánimo estaba decayendo, no deseé nada más que olvidarme de todo y de todos.
Seguí conversando con mi hermana durante unos minutos más, y justo cuando colgamos, me apresuré a terminar el cigarrillo que ni siquiera disfruté y volví a mi habitación,-para entonces, Sally ya estaba más que despierta y me siguió, corriendo al mismo ritmo que yo-y entré a mi armario. Busqué y busqué, y finalmente encontré unas prendas decentes con las cuales vestirme.
Mi estilo es bastante despreocupado, cabe mencionar. Por lo general, uso colores neutros. Incluso en verano. Los vestidos cortos con mangas ya son algo que me identifica. Los pantalones de vestir y las blusas sueltas y vaporosas son de mis prendas favoritas. Cuando es invierno, adoro combinar abrigos, distintos tipos de sombreros, botas, bufandas, y guantes. Desde luego, las zapatillas son el complemento final. Algunas veces puedo parecer algo vaga a la hora de vestir, pero realmente creo en el derecho que todas las mujeres tenemos respecto al calzado. Suspiré al recordar mi realidad. Estaba dispuesta a seguir mis propias reglas, pero lamentablemente, cuando se trataba de zapatos, mi debilidad podía más que mis ideas.
Al menos podía presumir que no era una chica de bolsos. Solo cargaba con una pequeña cartera de flecos que me atravesaba por el cuello y que me daba más libertad en los brazos. No por nada Jackie me acusaba de tener un estilo muy boho.
Una vez que me encontré lista, decidí alisarme mi larga cabellera y dejarla suelta. Mi cabello quebrado, afortunadamente, estaba teniendo un buen día. Sin un pequeño gramo de ganas, me puse brillo labial color durazno y una vez aplicado, guardé el resto de mi maquillaje en mi "bolso". Me calcé en unas balerinas de cuero, le serví nuevo alimento y agua a Sally, y dejé sus dos platos en el piso. La cargué rápidamente y dejé que me diera su diario beso baboso de despedida. Después la bajé, acaricié su hermoso pelaje, y dejé que regresara a jugar con uno de sus juguetes. Entonces tomé las llaves de mi departamento, y justo en ese tocador frente a mí me encontré con la foto enmarcada que nos habían tomado a William y a mí el día de nuestra boda. Di un largo suspiro. Luego de un momento, abrí la puerta, salí, cerré, e inmediatamente corrí a tomar el ascensor.
Estuve a punto de perderlo pero entonces un hombre alto vestido de corbata y traje pero sin saco estiró su mano y presionó un botón para que yo alcanzara a entrar. Éramos las únicas personas en el ascensor así que le dirigí una tímida sonrisa ante su gesto, y me posicioné a una distancia. Las puertas del elevador se cerraron, y eventualmente comenzamos a bajar. Hubo un silencio incomodo. Vi al hombre de reojo y no lo pude reconocer, así que de inmediato supe que se trataba del nuevo vecino.
Lamentablemente, sus ojos se encontraron con los míos en el momento en el que decidí estudiarlo.
Quise bajar la vista, pero él mismo atrapó mi mirada con una sonrisa.
Le sonreí de vuelta, no muy segura de lo que estaba haciendo ya que verdaderamente, yo no le sonreía a desconocidos. Es decir, claro, era amable y por lo general pasaba todos los códigos requeridos, pero nunca había mostrado ese tipo de… ¿afecto?
Para cuando lo recordé, el ascensor se detuvo y el hombre me ofreció instantáneamente el paso. De nuevo le sonreí cordialmente, y entonces bajé la vista.
-Que tenga un buen día-me dijo, mientras él también salía.
-Gracias, igualmente, que tenga un buen día-le contesté, sorprendida a la vez de mi tono tan propio.
Él se fue por su lado y yo por el mío, y a pesar de que fue de lo más extraño, no dejé de mirar su camino hasta que desapareció por completo. Después meneé la cabeza y comencé a caminar por la banqueta con el propósito de llegar hasta una esquina y encontrar un taxi.
Ni siquiera tenía idea de quien era ese chico, pero aun muy en el fondo de toda mi negatividad, tuve que admitir que parecía buena persona, y realmente tenía una porte fantástica. Rara vez había tipos así en West Village.
Un taxi se detuvo milagrosamente unos minutos después, y sin dudarlo entré rápidamente, dando indicaciones mientras exploraba mi bolso.
El vehículo arrancó y yo saqué mis auriculares y mi reproductor. Puse el aleatorio y subí un poco el volumen. Poco a poco comencé a perderme entre la música y la vista hacia los rascacielos y establecimientos de la ciudad.
En un momento, el taxi tuvo que hacer un alto, y mientras esperábamos, un grupo de atletas cruzó la calle trotando. Por un momento sentí envidia, pues nunca tendría el tiempo, condición, o deseo de poder hacer ejercicio como ellos, pero después me puse cómoda en mi asiento y se me pasó. Tal vez no ejercitaba mi cuerpo como debería, no tenía una verdadera dieta, pero contaba con un buen metabolismo. Además, de alguna manera ganaba o perdía igual, pues el que no dejaba de ejercitarse era mi cerebro, que siempre tenía que pensar y pensar para poder crear buenos artículos de interés.
El taxista finalmente volvió a acelerar y luego de un poco más de recorrido, se detuvo frente a un Starbucks. Me bajé con rapidez para hacer mi pedido diario, y mientras esperé mi orden, me descubrí mirando a mí alrededor. Una nostalgia predecible envolvió mi ser y tuve que usar todo mi autocontrol para no echarme a llorar. Sin desearlo realmente, recordé a William. Recordé el momento en el que lo conocí y todos los minutos que le siguieron a éste.
Inevitablemente, una lágrima se me escapó, pero logré atraparla antes de que resbalara por mi mejilla. Para eso, mi pedido estaba listo.
Volví al taxi y esta vez decidí prepararme para el largo día que me esperaba, y para concentrarme precisamente en como haría esa entrevista a quien fuera que tuviera que hacérsela.
Estaba tratando de relajarme, poniéndome mis auriculares de vuelta, cuando de la nada, el taxista me observó y me ofreció un pañuelo. Con una media sonrisa, lo acepté y lo presioné sobre mi rostro con mis dedos.
-Gracias-murmuré.
El hombre asintió y fijó su vista nuevamente en el camino.
Unos minutos después, llegamos a las oficinas del New York Post, y tomando mi café y mi bolso conmigo, bajé del taxi. Le agradecí nuevamente al conductor, y al momento de pagar me aseguré de darle una buena propina.
Entonces me di la vuelta y caminé hasta la entrada de mi lugar de trabajo. Saludé a algunas personas en el camino y después tomé el ascensor.
Cuando llegué a mi oficina, me encontré con algunos compañeros: Laura, Blaine, Mimi, Sam…
Les deseé a todos un buen día, como siempre, y sin perder más tiempo me fui a encerrar a mi oficina.
Comencé a acomodar unas carpetas que tenía ahí y encendí mi computadora cuando mi jefe, Jesse St James, tocó la puerta.
Muchos le tenían miedo a Jesse. Es un hombre bastante intimidante e impredecible, tengo que admitirlo, pero yo podía soportarlo sin ningún problema. Era su periodista estrella, después de todo, aunque claro, a veces hasta a mí también me tocaba pasar por su infierno.
Le indiqué que pasara y con una enorme sonrisa se acercó y tomó asiento.
Comenzamos a hablar acerca de otros artículos que tenía pendientes y finalmente me mostró la carpeta que contenía la información que yo necesitaba.
-Aquí está todo lo que necesitas para el trabajo del día de hoy, Rachel…-comenzó, entregándome más papeles.
-Finn Hudson…-leí, y después me quedé pensando-Creo haber escuchado el nombre en una de las conferencias a las que asistí el mes pasado, pero…no sé exactamente quién es.
-No es sorprendente que no lo reconozcas.-me aseguró Jesse- Finn Hudson es un joven empresario y orador motivacional que acaba de unirse al ámbito financiero de Wall Street. Es como, el gran descubrimiento para muchos empresarios de Manhattan, y en unos días dará su primer gran discurso en el Hotel Plaza. Nosotros tenemos el honor de ser el primer periódico en entrevistarlo exclusivamente, y tú, mi querida Rachel, eres la que tiene el privilegio de encargarse de mostrar un buen reportaje acerca de él.
-¿Yo?-fue todo lo que pude decir.
-Claro, ¿Quién más, entonces?
-Vaya-articulé-Voy a tener que trabajar bien en esas preguntas…
-Lo harás bien-me tranquilizó Jesse-Tuve la suerte de conocer a Hudson en un evento hace unas semanas y parece un tipo muy agradable, bien preparado, inteligente…
-Bueno, sí tú lo dices… ¿A qué hora es mi cita con él?
-Tres de la tarde. ¿Estarás lista para ese entonces, cierto?
-Trataré de estarlo-asentí.
Jesse sonrió y se puso de pie para dirigirse a la puerta.
-De acuerdo, entonces…te deseo suerte.
-¡Gracias!
Apenas Jesse se fue, hice a un lado todo lo que estaba sobre mi escritorio y tomé en mis manos solamente la información que tenía acerca de Finn Hudson.
Me quedé ida un poco mirando el primer párrafo del papel que tenía pero entonces me recuperé y busqué rápidamente mis lentes para leer.
Cuando me los puse, le di un breve sorbo a mi café y entonces sí me enfrasqué en la lectura.
Como ya me había dicho Jesse anteriormente, Finn Hudson era un joven empresario y orador motivacional cuya meta principalmente era inspirar a personas para alcanzar el éxito en cualquier ámbito. Era un egresado de la Universidad de Columbia, y contaba solamente con treinta y cinco años de edad. Había vivido en Suiza, Londres, y actualmente radicaba en Nueva York, su lugar de origen. El contenido siguiente del texto solo me hablaba de su currículum en general, y gracias a él pude sacar, a mi parecer, buenas preguntas. Pero había más. Conocía a Jesse y lo más seguro es que él iba a querer conocer un poco el lado personal de Finn Hudson. Yo no podía hablar por mi misma y decir que hacía un buen trabajo en ese aspecto, pero por lo general, acertaba a la hora de hacer preguntas de cuestión personal. Tal vez si me sacaba algunas interrogantes de la manga Jesse y todos los empresarios que morían por trabajar con el señor Hudson estarían contentos.
Unos quince minutos antes de las tres, terminé de prepararme para la entrevista y me apresuré a ingerir la comida que mi compañera Laura me había hecho el favor de traerme. Corrí al baño rápidamente para estar presentable, y regresé a mi oficina solo para perder el tiempo mientras esperaba.
Entonces Blaine abrió la puerta sin tocar y me sonrió al verme lista y en posición, como una pequeña que no puede esperar para que sus padres la saquen a un paseo.
-Tu auto está aquí, Rachel-me avisó.
-Oh, de acuerdo, ya voy…
Me puse de pie, tomé mis cosas, y finalmente dejé mi oficina para salir al lugar de la entrevista.
Todos me desearon suerte, como siempre que tenía que hacer este tipo de trabajo, y les agradecí, pues mientras investigaba acerca de este hombre, me di cuenta de que por fin tendría una buena entrevista en mucho tiempo. Hubo un periodo en el que solo era asignada para entrevistar a celebridades sin mucho interés, y me pareció un reto increíble poder tener una plática con Finn Hudson. Mis preguntas eran muy buenas, tenía que agregar.
Una vez en el vehículo, intercambié un par de mensajes con Tina, mi mejor amiga, y finalmente quedamos en salir a cenar juntas esa misma noche. Luego me decidí a mirar la ciudad por la ventanilla y consideré sacar mi reproductor para escuchar música y calmar los nervios habituales que siempre me daban antes de una entrevista, cuando finalmente el auto se detuvo.
Debo decir que me quedé verdaderamente perpleja al ver que se había estacionado en una cafetería de Park Avenue. Conociendo el perfil del señor Hudson, imaginé que tendríamos nuestra cita en un restaurante caro del Upper East Side o algo por el estilo.
De una u otra manera, mi conductor se acercó a abrirme la puerta y yo me bajé del auto.
-¿Está seguro de que este es el lugar?-inquirí.
El hombre asintió.
-Me indicaron que la persona con la que se va a ver la espera aquí…
-Oh
Me miré de arriba abajo, y ya que lo pensaba, tal vez no estaba muy bien vestida para él, pero viendo el lugar en el que me había citado, no pude preocuparme tanto. Con suerte, la entrevista sería buena.
Caminé hasta entrar a la cafetería y entonces detuve a una mesera que llevaba consigo una bandeja para preguntarle si sabía donde se encontraba Finn Hudson.
No alcanzó a responderme, ya que una voz masculina se alzó a una pequeña distancia e inmediatamente dirigí mis ojos hacia él.
Finn Hudson se había puesto de pie y comenzó a acercarse con una sonrisa para recibirme. Me quedé helada.
El hombre que estaba a punto de entrevistar era… ¡el nuevo vecino que acababa de llegar al edificio!
Finn Hudson era el mismo chico con el que me había topado en el elevador y había tenido una agradable interacción.
Usaba el mismo atuendo, tenía la misma altura, las mismas pestañas largas, poseía la misma sonrisa amable, sexy e irresistible…
-Madre mía…-se me salió decir.
La mesera me miró desconcertada.
-Buenas tardes-dijo el señor Hudson, con el mismo tono de voz con el que me había saludado por la mañana-Usted debe ser la señorita Berry, ¿no es así?
Asentí, sin poder salir de mi asombro.
-Me parece que ya nos conocemos-soltó una risita, y después me ofreció el paso-Pero por favor, vamos a tomar asiento…
Aun sin poder creerlo, tragué saliva y seguí a Finn Hudson hasta la mesa que él tenía reservada para ambos.
Finn Hudson, el nuevo héroe de Wall Street… ¿vivía a dos puertas de mí?
No cabía duda de que el mundo era muy pequeño.
¿Y? ¿Qué les pareció? Como saben, es algo muy diferente a lo que he hecho, y pues realmente no sé si debería continuarlo. Me gustaría conocer su opinión. ¿Debería seguirlo? Tengo un buen presentimiento, pero me gustaría escuchar, o en este caso, leer, a las lectoras, agradecería mucho su apoyo :)
¡Gracias por darse una vuelta y leer! ¡Estaré esperando una respuesta, y sí todo sale bien, trataré de continuar muy muy pronto! :D
