Preparándose para el futuro

Summary: Un par de meses antes de la cosecha, Katniss va sin Gale al bosque, cuando cree que esta completamente sola, se encuentra con Peeta Mellark, pero justo en el momento en el que ambos volverían a la Pradera, un paracaídas plateado cae frente a ellos con una carta, ¿De que se tratara?, ya pues, mal Summary pero buena historia.

Los personajes y la historia pertenecen a Suzanne Collins, la trama me pertenece a mi .


Despierto antes de alba al sentir como algo se revolvía en el otro lado de la cama, me apoyo en mis codos y veo como Prim se mueve inquieta a mi lado, tenía otra de sus pesadillas. No la culpo, cada vez faltaba menos para la cosecha y este seria el primer año en el que el nombre de Prim estaría junto al de los demás.

Le acaricie el cabello, tratando de tranquilizarla, pero despertó con la respiración acelerada y con sudor en la frente, al verme me abrazo fuertemente mientras sollozaba.

-Ya Prim, fue solo una pesadilla.

-Katniss, te eligieron.- dijo entre sollozos.

-Lo se, pero no fue real, no sucederá.- Eso la tranquiliza un poco, cuando deja de hipar, llega su horrible gato Buttercup y se acurruca en su regazo mientra me mira con odio.

Le digo a Prim que vuelva a dormir. Me bajo de la cama y me pongo las botas de cazar. Me pongo también los pantalones y una camisa, y tomo la bolsa que utilizo para guardar todo lo que recojo.

Salgo de mi casa y camino cruzando las pocas casas del final de la Veta, evitando observar a los mineros que pasan por un lado. Llego al desastroso campo de la Pradera y voy a la alta alambra que aleja a los depredadores de la Veta. Me tomo un momento para escuchar con atención, por si oigo el zumbido que significa que la alambra esta encendida, pero no escucho nada. Me escondo detrás de un grupo de arbustos, me tumbo boca abajo y me arrastro por debajo de la tira de sesenta centímetros que lleva suelta varios años.

Gale no pudo acompañarme, ya que se había resfriado, y le prometí que le llevaría comida mientras el no pudiera salir de casa.

En cuanto estoy entre los árboles, recupero un arco y un carcaj de flechas que tenía escondidos en un tronco hueco.

Cargo el arco con una flecha y me pongo atenta. Una hora después ya tengo en mi bolsa 3 conejos y 2 ardillas. Sigo caminando en busca de mas presas, pero algo llama mi atención; huellas humanas, y no eran mías.

Cargué mi arco temiendo lo peor: que los Agentes de la Paz sepan que estoy en el bosque cazando y vengan por mi.

Camino tratando de hacer el menor ruido posible, cuando apenas avanzo un par de metros, me encuentro con alguien, y en ese momento prefiero que hubiese sido un Agente de la Paz, porque ese alguien es nada mas ni nada menos que el chico del pan, aquel que me salvo de morir pero nunca supe su nombre. Sentado en una roca concentrado en un cuaderno.

Intento volver si que él se de cuenta de mi presencia, pero la suerte no esta de mi lado y piso una rama, él separa la vista de su cuaderno y la posa en mi, que aun sostengo el arco el alto.

-Tranquila, baja el arco.- dice mientras se levanta.

-¿Cómo llegaste aquí?

-Cruce la alambra.

-¿Qué no sabes que esta prohibido entrar al bosque?- digo bajando el arco y poniéndolo en mi hombro.

-¿Qué no sabes que esta prohibido cazar?- me imita mientras observa mi bolsa de caza y luego a mi. Lo veo a los ojos hasta que él vuelve a hablar -, Mira; yo no digo nada si tu no dices nada, ¿hecho?

-Bien, pero te llevare de vuelta ahora mismo, no puedo arriesgarme a que te ataque una jauría de perros y…- pero antes de que pueda acabar algo me distrae, todos los pájaros dejaron de cantar ecepto uno que cantaba un tipo de advertencia, como aquella vez… Mis ojos se abrieron con terror.

-Katniss…- escucho el susurro de mi nombre, pero no hay tiempo de explicarle nada, lo tomo de un brazo y lo hago correr hasta llegar a un escondite de arbustos.- ¿Qué es lo que…

-Silencio.- observo atenta nuestro alrededor, esperando que en cualquier momento el aerodeslizador aparezca de la nada, pero en vez de eso solo escucho un tintineo, que se acerca cada vez mas a nosotros hasta que entra en mi campo de visión, algo parecido a un paracaídas plateado con una pequeña caja de metal atada.

Espero a que llegue al suelo, por la posibilidad de que fuese una trampa y que en cuanto entrara en contacto con el suelo explotara, pero lo único que sucede es que el paracaídas se suelta de la caja y se aleja con una corriente de aire.

Me levanto y camino con cuidado a la caja, siento como el chico camina detrás de mí.

-¿Qué crees que sea?- susurra.

-No lo se.- avanzo hasta que estoy a un paso de distancia de la caja, saco una flecha y toco con la punta el centro de ésta, cuando apenas entra en contacto con la flecha, en el metal surgió una pequeña chispa que desapareció rápidamente pero entonces aparecieron llamas que comenzaron a dividirse en la superficie de la caja, hasta que se detuvieron y se quedaron en su lugar y pude ver lo que formaron, era la una imagen de un pájaro en pleno vuelo dentro de un aro, trazado con la llamas naranjas, rojas y amarillas.

Una hoja de algún árbol cayó en la caja sobre el fuego, espere a que se consumiera con el fuego, pero solo se quedo allí, atravesé la hoja con mi flecha y la acerque a mí para observarla, no tenia nada quemado y no salía humo, la toque con mi mano y descubrí que estaba fría. Coloque la flecha en el suelo y me agache, acerque mi mano con cuidado a la superficie de la caja, hacia el fuego.

-¿Qué haces?- no le puse atención y seguí mí con mi labor.

Mi mano por fin toco el fuego, espero el dolor del calor, pero en vez de eso solo siento algo frío, con más valor guío mi mano al centro de la caja, cuando mis dedos tocaron el metal el fuego se extinguió, dejando marcas negras en donde antes habían llamas, y la caja se abrió a la mitad. Dentro esta una sobre rojo, con el sello del pájaro que aprecio en la caja.

Tomo el sobre, en cuanto lo saco de la caja, esta hace el sonido de un pájaro y vuelve a aparecer el fuego, pero esta vez la caja se convierte en cenizas conforme las llamas avanzan, hasta que no queda absolutamente nada, toco el suelo, pero esta igual de frío que antes y ninguna de las hojas secas están quemadas, no encuentro ningún rastro de las cenizas, como si la caja nunca hubiese estado aquí.

-Es solo una carta-digo al chico. Volteo la carta buscando para quien es y encuentro una letra bastante familiar que escribe "Katniss Everdeen" y "Peeta Mellark".- Si tu eres Peeta Mellark, entonces es para nosotros.- él frunce el ceño, le extiendo la carta y la toma. -¿Pero de quien es?

-Supongo que lo sabremos cuando leamos la carta.- dice mientras se propone a abrir el sobre pero lo detengo poniendo mi mano -, ¿Qué sucede?

-No crees que es un poco sospechoso que quien quiera que sea que envío esto sepa quienes somos y donde estamos.

-¿A que te refieres?

-A que esto podría ser una trampa, que alguien averiguo que estamos en el bosque y nos acuso con algún Agente de la Paz que si le importen las reglas, y…

-¿Y que la carta explote cuando la abramos?- me interrumpe.- Eso es ridículo, si supieran que estamos aquí, se hubieran ahorrado las cajas que se queman solas y las cartas misteriosas y simplemente hubieran venido por nosotros.

-Es que tu no lo entiendes… ¡ahh!- solté un grito de exasperación y camine hasta un árbol -, Has lo que gustes, si te atrapan mándame una carta de cómo es la prisión.-gruño mientras escalo el árbol hasta llegar a una rama en la que puedo sentarme y recargo mi espalda en el tronco.

Escucho el sonido de ramitas y hojas romperse, luego el sonido del papel rasgándose y de allí nada. Por un rato solo escucho los pájaros cantar y el viento soplar, me pregunto si Peeta se habrá ido ya o si la carta era una trampa y soltó algún gas que lo dejo inconciente.

Aseguro mi arco y el carcaj en mi hombro y bajo del árbol, cuando mis pies tocan el suelo mis ojos buscan a mi alrededor, esperando encontrar el cuerpo de Peeta en el suelo, pero lo encuentro sentado en el suelo con la espalda apoyada en el tronco de un árbol, con la carta a su costado debajo de su mano y con la vista perdida.

-Peeta…- me siento extraña al decir su nombre, él me voltea a ver y me extiende la carta, lo miro con el ceño mientras tomo la carta y comienzo a leerla en voz alta:

"Katniss y Peeta:

Se que en este momento ambos deben de estar confundidos, y pueden creer que es alguna trampa pero es muy importante que lean esto y pongan bastante atención.

Antes que nada debo decirles que nada es obra del Capitolio o de Agentes de la Paz. No es obra de nadie de su tiempo, es de algunos años adelante.

Si, aunque se les haga difícil de creer, esta carta es del futuro. De un futuro en el que no hay Juegos del Hambre. En el que todos son felices y hay un gobierno justo…"

Dejo de leer y observo a Peeta incrédula, él me hace una seña para que siga leyendo.

"…Puede que se pregunten para que les envié esta carta a ustedes, pues es porque para llegar a ese futuro, ustedes dos tuvieron mucho que ver, o tendrán mucho que ver. Pero no puedo decirles que sucedió exactamente, eso ustedes lo leerán. Otra razón de esta carta es para que corrijan los errores que se cometerán, ustedes sabrán que se debe cambiar y que no.

Lo que deben de leer son 3 libros (Los Juegos del Hambre, En Llamas y Sinsajo), al final de cada libro hay una carta que deberán leer al terminar un libro, los encontraran en el arbusto de fresas, Katniss sabe en donde es.

Ahora lo mas importante de todo es que nadie puede ver los libros, tienen que leerlos solo ustedes 2 lo único que podrán hacer es dar alguna advertencia a alguien sin revelar la existencia de los libros, cuando acaben un libro este se quemara, así que tienen que poner mucha atención en lo que lean. No juzguen a nadie hasta que acaben los libros.

Tienen que aprender a confiar el uno en el otro, y tratar de no matarse.

Finalmente les deseo buena suerte a ambos, y le recomiendo a Peeta que tenga cuidado con el humor de Katniss.

K. M."

Al terminar de leer la carta suspiro lentamente, dejando que el aire golpee la carta, entonces esta prende fuego y desaparece en mis manos, sin dejar cenizas.

Observo a Peeta, él se esta levantado sacudiéndose las hojas y la tierra, luego me observa a mi.

-¿Qué piensas?- pregunta. No contesto, ni yo se que pensar.

¿Un futuro sin juegos del hambre? ¿Un gobierno justo? Es una completa locura, es imposible, y mas que nosotros tengamos que ver con esto. Pero, y si es real, si eso es posible, ¿como pasara?, habría otra rebelión eso es seguro, ¿pero antes?, ¿Qué motivara a los distrito para que luchen? Supongo que los libros dirán que sucederá, que están para prepararnos y guiarnos.

Siento mi arco deslizarse de mi hombro y lo vuelvo a colocar en su lugar, luego observo el cielo, aun no es medio día.

-Bien vamos- digo mientras comienzo a caminar.

-¿A dónde?

-A buscar los libros, ¿a donde mas?

Peeta camina a mi lado mientras lo guío por el bosque, estamos en silencio hasta que llegamos al fresal que descubrí hace tiempo, quito las redes y ambos apartamos los frutos y sus ramas, dentro encontramos una caja también de metal, igual a la anterior pero mas grande. Peeta la saca y la deja en el suelo, ambos nos sentamos a su alrededor.

-Hazlo tú.- él me observa confuso -. Yo abrí la primera, es tu turno ahora.- explico mientras le doy un flecha.

Repite mi procedimiento, hasta que las llamas se apagan dejando el pájaro marcado en la superficie del metal y la caja se abre a la mitad. Dentro estaban 3 libros, tomo el primero y observo la portada: en letras blancas tenia escrito "Los Juegos del Hambre" debajo esta el dibujo del pájaro nuevamente, pero este es dorado y no arde en llamas, entonces lo reconozco: un Sinsajo. Aquella ave que el Capitolio creo sin darse cuenta, dejando a Charlajos macho en el bosque para que murieran, en vez de eso se aparearon con Sinsontes hembras, dando a lugar al Sinsajo.

-Creo que este es primero.-le digo a Peeta.

-¿Un capitulo tu y uno yo?-propone.

-Bien yo empiezo.- nos sentamos entre dos árboles, ambos apoyando su espalda en un árbol, quedando uno frente al otro. Abro el libro y comienzo a leer:

""Capitulo 1

"Los tributos"

Cuando me despierto, el otro lado de la cama está frío. Estiro los dedos buscando el calor de Prim, pero no encuentro más que la basta funda de lona del colchón. Seguro que ha tenido pesadillas y se ha metido en la cama de nuestra madre; claro que sí, porque es el día de la cosecha.

Me apoyo en un codo y me levanto un poco; en el dormitorio entra algo de luz, así que puedo verlas. Mi hermana pequeña, Prim, acurrucada a su lado, protegida por el cuerpo de mi madre, las dos con las mejillas pegadas. Mi madre parece más joven cuando duerme; agotada, aunque no tan machacada. La cara de Prim es tan fresca como una gota de agua, tan encantadora como la prímula que le da nombre. Mi madre también fue muy guapa hace tiempo, o eso me han dicho.

Sentado sobre las rodillas de Prim, para protegerla, está el gato más feo del mundo: hocico aplastado, media oreja arrancada y ojos del color de un calabacín podrido. Prim le puso Buttercup porque, según ella, su pelaje amarillo embarrado tenía el mismo tono de aquella flor, el ranúnculo. El gato me odia o, al menos, no confía en mí. Aunque han pasado ya algunos años, creo que todavía recuerda que intenté ahogarlo en un cubo cuando Prim lo trajo a casa; era un gatito escuálido, con la tripa hinchada por las lombrices y lleno de pulgas. Lo último que yo necesitaba era otra boca que alimentar, pero mi hermana me suplicó mucho, e incluso lloró para que le dejase quedárselo. Al final la cosa salió bien: mi madre le libró de los parásitos, y ahora es un cazador de ratones nato; a veces, hasta caza alguna rata. Como de vez en cuando le echo las entrañas de las presas, ha dejado de bufarme.

Entrañas y nada de bufidos: no habrá más cariño que ése entre nosotros.""

Me detengo un momento ya que este libro debería de hablar sobre una rebelión, no de mi relación con el horrible gato de mi hermana, pero continúo.

""Me bajo de la cama y me pongo las botas de cazar; la piel fina y suave se ha adaptado a mis pies. Me pongo también los pantalones y una camisa, meto mi larga trenza oscura en una gorra y tomo la bolsa que utilizo para guardar todo lo que recojo. En la mesa, bajo un cuenco de madera que sirve para protegerlo de ratas y gatos hambrientos, encuentro un perfecto quesito de cabra envuelto en hojas de albahaca. Es un regalo de Prim para el día de la cosecha; cuando salgo me lo meto con cuidado en el bolsillo.

Nuestra parte del Distrito 12, a la que solemos llamar la Veta, está siempre llena a estas horas de mineros del carbón que se dirigen al turno de mañana. Hombres y mujeres de hombros caídos y nudillos hinchados, muchos de los cuales ya ni siquiera intentan limpiarse el polvo de carbón de las uñas rotas y las arrugas de sus rostros hundidos. Sin embargo, hoy las calles manchadas de carboncillo están vacías y las contraventanas de las achaparradas casas grises permanecen cerradas. La cosecha no empieza hasta las dos, así que todos prefieren dormir hasta entonces... si pueden.

Nuestra casa está casi al final de la Veta, sólo tengo que dejar atrás unas cuantas puertas para llegar al campo desastrado al que llaman la Pradera. Lo que separa la Pradera de los bosques y, de hecho, lo que rodea todo el Distrito 12, es una alta alambrada metálica rematada con bucles de alambre de espino. En teoría, se supone que está electrificada las veinticuatro horas para disuadir a los depredadores que viven en los bosques y antes recorrían nuestras calles (jaurías de perros salvajes, pumas solitarios y osos). En realidad, como, con suerte, sólo tenemos dos o tres horas de electricidad por la noche, no suele ser peligroso tocarla. Aun así, siempre me tomo un instante para escuchar con atención, por si oigo el zumbido que indica que la valla está cargada. En este momento está tan silenciosa como una piedra. Me escondo detrás de un grupo de arbustos, me tumbo boca abajo y me arrastro por debajo de la tira de sesenta centímetros que lleva suelta varios años. La alambrada tiene otros puntos débiles, pero éste está tan cerca de casa que casi siempre entro en el bosque por aquí.""

Observo un momento a Peeta, este libro dice demasiado de mi, y apenas lo conozco a él como para confiar que no diga nada. Él capta mi mirada y me sonríe.

-Tranquila no diré nada.

""En cuanto estoy entre los árboles, recupero un arco y un carcaj de flechas que tenía escondidos en un tronco hueco. Esté o no electrificada, la alambrada ha conseguido mantener a los devoradores de hombres fuera del Distrito 12. Dentro de los bosques, los animales deambulan a sus anchas y existen otros peligros, como las serpientes venenosas, los animales rabiosos y la falta de senderos que seguir. Pero también hay comida, si sabes cómo encontrarla. Mi padre lo sabía y me había enseñado unas cuantas cosas antes de volar en pedazos en la explosión de una mina. No quedó nada de él que pudiéramos enterrar. Yo tenía once años; cinco años después, muchas noches me sigo despertando gritándole que corra.""

Siento algo extrañó al leer esto, ya que a nadie le había contado sobre esto, pero continuo.

""Aunque entrar en los bosques es ilegal y la caza furtiva tiene el peor de los castigos, habría más gente que se arriesgaría si tuviera armas. El problema es que hay pocos lo bastante valientes para aventurarse armados con un cuchillo. Mi arco es una rareza que fabricó mi padre, junto con otros similares que guardo bien escondidos en el bosque, envueltos con cuidado en fundas impermeables. Mi padre podría haber ganado bastante dinero vendiéndolos, pero, de haberlo descubierto los funcionarios del Gobierno, lo habrían ejecutado en público por incitar a la rebelión. Casi todos los agentes de la paz hacen la vista gorda con los pocos que cazamos, ya que están tan necesitados de carne fresca como los demás. De hecho, están entre nuestros mejores clientes. Sin embargo, nunca permitirían que alguien armase a la Veta.

En otoño, unas cuantas almas valientes se internan en los bosques para recoger manzanas, aunque sin perder de vista la Pradera, siempre lo bastante cerca para volver corriendo a la seguridad del Distrito 12 si surgen problemas.

-El Distrito 12, donde puedes morirte de hambre sin poner en peligro tu seguridad…""

-¿Qué dices?-pregunta Peeta

-No dije nada, esto es parte del libro.- él asiente y vuelvo a leer.

""…-murmuro; después miro a mi alrededor rápidamente porque, incluso aquí, en medio de ninguna parte, me preocupa que alguien me escuche.

Cuando era más joven, mataba a mi madre del susto con las cosas que decía sobre el Distrito 12 y la gente que gobierna nuestro país, Panem, desde esa lejana ciudad llamada el Capitolio. Al final comprendí que aquello sólo podía causarnos más problemas, así que aprendí a morderme la lengua y ponerme una máscara de indiferencia para que nadie pudiese averiguar lo que estaba pensando. Trabajo en silencio en clase; hago comentarios educados y superficiales en el mercado público; y me limito a las conversaciones comerciales en el Quemador, que es el mercado negro donde gano casi todo mi dinero. Incluso en casa, donde soy menos simpática, evito entrar en temas espinosos, como la cosecha, los racionamientos de comida o los Juegos del Hambre. Quizás a Prim se le ocurriera repetir mis palabras y ¿qué sería de nosotras entonces?

En los bosques me espera la única persona con la que puedo ser yo misma: Gale. Noto que se me relajan los músculos de la cara, que se me acelera el paso mientras subo por las colinas hasta nuestro lugar de encuentro, un saliente rocoso con vistas al valle. Un matorral de arbustos de bayas lo protege de ojos curiosos. Verlo allí, esperándome, me hace sonreír; nunca sonrío, salvo en los bosques.""

Eso hace que me sonroje levemente pero continúo sin darle importancia

""-Hola, Catnip -me saluda Gale.

En realidad me llamo Katniss, como la flor acuática a la que llaman saeta, pero, cuando se lo dije por primera vez, mi voz no era más que un susurro, así que creyó que le decía Catnip, la menta de gato. Después, cuando un lince loco empezó a seguirme por los bosques en busca de sobras, se convirtió en mi nombre oficial. Al final tuve que matar al lince porque asustaba a las presas, aunque era tan buena compañía que casi me dio pena. Por otro lado, me pagaron bien por su piel.

-Mira lo que he cazado.

Gale sostiene en alto una hogaza de pan con una flecha clavada en el centro, y yo me río. Es pan de verdad, de panadería, y no las barras planas y densas que hacemos con nuestras raciones de cereales. Lo cojo, saco la flecha y me llevo el agujero de la corteza a la nariz para aspirar una fragancia que me hace la boca agua. El pan bueno como éste es para ocasiones especiales.

-Ummm..., todavía está caliente -digo. Debe de haber ido a la panadería al despuntar el alba para cambiarlo por otra cosa-. ¿Qué te ha costado?

-Sólo una ardilla. Creo que el anciano estaba un poco sentimental esta mañana. Hasta me deseó buena suerte.

-Bueno, todos nos sentimos un poco más unidos hoy, ¿no? -comento, sin molestarme en poner los ojos en blanco-. Prim nos ha dejado un queso -digo, sacándolo.

-Gracias, Prim -exclama Gale, alegrándose con el regalo-. Nos daremos un verdadero festín. -De repente, se pone a imitar el acento del Capitolio y los ademanes de Effie Trinket, la mujer optimista hasta la demencia que viene una vez al año para leer los nombres de la cosecha-. ¡Casi se me olvida! ¡Felices Juegos del Hambre! -Recoge unas cuantas moras de los arbustos que nos rodean-. Y que la suerte... -empieza, lanzándome una mora. La cojo con la boca y rompo la delicada piel con los dientes; la dulce acidez del fruto me estalla en la lengua.

-¡... esté siempre, siempre de su parte! -concluyo, con el mismo brío.

Tenemos que bromear sobre el tema, porque la alternativa es morirse de miedo. Además, el acento del Capitolio es tan afectado que casi todo suena gracioso con él.""

Trato de no imitar el acento del Capitolio, pero me es imposible.

""Observo a Gale sacar el cuchillo y cortar el pan; podría ser mi hermano: pelo negro liso, piel aceitunada, incluso tenemos los mismos ojos grises. Pero no somos familia, al menos, no cercana. Casi todos los que trabajan en las minas tienen un aspecto similar, como nosotros.

Por eso mi madre y Prim, con su cabello rubio y sus ojos azules, siempre parecen fuera de lugar; porque lo están. Mis abuelos maternos formaban parte de la pequeña clase de comerciantes que sirve a los funcionarios, los agentes de la paz y algún que otro cliente de la Veta. Tenían una botica en la parte más elegante del Distrito 12; como casi nadie puede permitirse pagar un médico, los boticarios son nuestros sanadores. Mi padre conoció a mi madre gracias a que, cuando iba de caza, a veces recogía hierbas medicinales y se las vendía a la botica para que fabricaran sus remedios. Mi madre tuvo que enamorarse de verdad para abandonar su hogar y meterse en la Veta. Es lo que intento recordar cuando sólo veo en ella a una mujer que se quedó sentada, vacía e inaccesible mientras sus hijas se convertían en piel y huesos. Intento perdonarla por mi padre, pero, para ser sincera, no soy de las que perdonan.""

Siento la mirada de Peeta clavada en mi pero lo ignoro, con la sensación de que si sigo leyendo pronto lo sabrá.

""Gale unta el suave queso de cabra en las rebanadas de pan y coloca con cuidado una hoja de albahaca en cada una, mientras yo recojo bayas de los arbustos. Nos acomodamos en un rincón de las rocas en el que nadie puede vernos, aunque tenemos una vista muy clara del valle, que está rebosante de vida estival: verduras por recoger, raíces por escarbar y peces irisados a la luz del sol. El día tiene un aspecto glorioso, de cielo azul y brisa fresca; la comida es estupenda, el pan caliente absorbe el queso y las bayas nos estallan en la boca. Todo sería perfecto si realmente fuese un día de fiesta, si este día libre consistiese en vagar por las montañas con Gale para cazar la cena de esta noche. Sin embargo, tendremos que estar en la plaza a las dos en punto para el sorteo de los nombres.

-¿Sabes qué? Podríamos hacerlo -dijo Gale en voz baja.

-¿El qué?

-Dejar el distrito, huir y vivir en el bosque. Tú y yo podríamos hacerlo. -No sé cómo responder, la idea es demasiado absurda-. Si no tuviésemos tantos niños -añadió él rápidamente.

No son nuestros niños, claro, pero para el caso es lo mismo. Los dos hermanos pequeños de Gale y su hermana, y Prim. Nuestras madres también podrían entrar en el lote, porque ¿cómo iban a sobrevivir sin nosotros? ¿Quién alimentaría esas bocas que siempre piden más? Aunque los dos cazamos todos los días, alguna vez tenemos que cambiar las presas por manteca de cerdo, cordones de zapatos o lana, así que hay noches en las que nos vamos a la cama con los estómagos vacíos.

-No quiero tener hijos -digo.

-Puede que yo sí, si no viviese aquí.

-Pero vives aquí -le recuerdo, irritada.

-Olvídalo.

La conversación no va bien. ¿Irnos? ¿Cómo iba a dejar a Prim, que es la única persona en el mundo a la que estoy segura de querer? Y Gale está completamente dedicado a su familia. Si no podemos irnos, ¿por qué molestarnos en hablar de eso? Y, aunque lo hiciéramos..., aunque lo hiciéramos..., ¿de dónde ha salido lo de tener hijos? Entre Gale y yo nunca ha habido nada romántico. Cuando nos conocimos, yo era una niña flacucha de doce años y, aunque él sólo era dos años mayor, ya parecía un hombre. Nos llevó mucho tiempo hacernos amigos, dejar de regatear en cada intercambio y empezar a ayudarnos mutuamente.

Además, si quiere hijos, Gale no tendrá problemas para encontrar esposa: es guapo, lo bastante fuerte como para trabajar en las minas y capaz de cazar. Por la forma en que las chicas susurran cuando pasa a su lado en el colegio, está claro que lo desean. Me pongo celosa, pero no por lo que la gente pensaría, sino porque no es fácil encontrar buenos compañeros de caza.

-¿Qué quieres hacer? -le pregunto, ya que podemos cazar, pescar o recolectar.

-Vamos a pescar en el lago. Así dejamos las cañas puestas mientras recolectamos en el bosque. Cogeremos algo bueno para la cena.

La cena. Después de la cosecha, se supone que todos tienen que celebrarlo, y mucha gente lo hace, aliviada al saber que sus hijos se han salvado un año más. Sin embargo, al menos dos familias cerrarán las contraventanas y las puertas, e intentarán averiguar cómo sobrevivir a las dolorosas semanas que se avecinan.""

Frunzo el ceño al pensar en lo que se debe de sentir y al parecer Peeta pensó en lo mismo ya que tiene casi mi misma expresión en la cara.

""Nos va bien; los depredadores no nos hacen caso, porque hoy hay presas más fáciles y sabrosas. A última hora de la mañana tenemos una docena de peces, una bolsa de verduras y, lo mejor de todo, un buen montón de fresas. Descubrí el fresal hace unos años y a Gale se le ocurrió la idea de rodearlo de redes para evitar que se acercasen los animales.

De camino a casa pasamos por el Quemador, el mercado negro que funciona en un almacén abandonado en el que antes se guardaba carbón. Cuando descubrieron un sistema más eficaz que transportaba el carbón directamente de las minas a los trenes, el Quemador fue quedándose con el espacio. Casi todos los negocios están cerrados a estas horas en un día de cosecha, aunque el mercado negro sigue bastante concurrido. Cambiamos fácilmente seis de los peces por pan bueno y los otros dos por sal. Sae la Grasienta, la anciana huesuda que vende cuencos de sopa caliente preparada en un enorme hervidor, nos compra la mitad de las verduras a cambio de un par de trozos de parafina. Puede que nos hubiese ido mejor en otro sitio, pero nos esforzamos por mantener una buena relación con Sae, ya que es la única que siempre está dispuesta a comprar carne de perro salvaje. A pesar de que no los cazamos a propósito, si nos atacan y matamos un par, bueno, la carne es la carne. «Una vez dentro de la sopa, puedo decir que es ternera», dice Sae la Grasienta, guiñando un ojo. En la Veta, nadie le haría ascos a una buena pata de perro salvaje, pero los agentes de la paz que van al Quemador pueden permitirse ser un poquito más exigentes.

Una vez terminados nuestros negocios en el mercado, vamos a la puerta de atrás de la casa del alcalde para vender la mitad de las fresas, porque sabemos que le gustan especialmente y puede permitirse el precio. La hija del alcalde, Madge, nos abre la puerta; está en mi clase del colegio. Podría pensarse que, por ser la hija del alcalde, es una esnob, pero no, sólo es reservada, igual que yo. Como ninguna de las dos tiene un grupo de amigos, parece que casi siempre acabamos juntas en clase. Durante la comida, en las reuniones, cuando se hacen grupos para las actividades deportivas... Apenas hablamos, lo que nos va bien a las dos.

Hoy ha cambiado su soso uniforme del colegio por un caro vestido blanco, y lleva el pelo rubio recogido con un lazo rosa; la ropa de la cosecha.

-Bonito vestido -dice Gale.

Madge lo mira fijamente, mientras intenta averiguar si se trata de un cumplido de verdad o de una ironía. En realidad, el vestido es bonito, aunque nunca lo habría llevado un día normal. Aprieta los labios y sonríe.

-Bueno, tengo que estar guapa por si acabo en el Capitolio, ¿no?

Ahora es Gale el que está desconcertado: ¿lo dice en serio o está tomándole el pelo? Yo creo que es lo segundo.

-Tú no irás al Capitolio -responde Gale con frialdad. Sus ojos se posan en el pequeño adorno circular que lleva en el vestido; es de oro puro, de bella factura; serviría para dar de comer a una familia entera durante varios meses-. ¿Cuántas inscripciones puedes tener? ¿Cinco? Yo ya tenía seis con sólo doce años.

-No es culpa suya -intervengo.

-No, no es culpa de nadie. Las cosas son como son -apostilla Gale.

-Buena suerte, Katniss -dice Madge, con rostro inexpresivo, poniéndome el dinero de las fresas en la mano.

-Lo mismo digo -respondo, y se cierra la puerta.

Caminamos en silencio hacia la Veta. No me gusta que Gale la haya tomado con Madge, pero tiene razón, por supuesto: el sistema de la cosecha es injusto y los pobres se llevan la peor parte. Te conviertes en elegible para la cosecha cuando cumples los doce años; ese año, tu nombre entra una vez en el sorteo.

A los trece, dos veces; y así hasta que llegas a los dieciocho, el último año de elegibilidad, y tu nombre entra en la urna siete veces. El sistema incluye a todos los ciudadanos de los doce distritos de Panem.

Sin embargo, hay gato encerrado. Digamos que eres pobre y te estás muriendo de hambre, como nos pasaba a nosotras. Tienes la posibilidad de añadir tu nombre más veces a cambio de teselas; cada tesela vale por un exiguo suministro anual de cereales y aceite para una persona. También puedes hacer ese intercambio por cada miembro de tu familia, motivo por el que, cuando yo tenía doce años, mi nombre entró cuatro veces en el sorteo. Una porque era lo mínimo, y tres veces más por las teselas para conseguir cereales y aceite para Prim, mi madre y yo. De hecho, he tenido que hacer lo mismo todos los años, y las inscripciones en el sorteo son acumulativas. Por eso, ahora, a los dieciséis años, mi nombre entrará veinte veces en el sorteo de la cosecha. Gale, que tiene dieciocho y lleva siete años ayudando o alimentando él solo a una familia de cinco, tendrá cuarenta y dos papeletas.""

Veo como se dibuja la incredulidad en cara de Peeta, y sonrío recordando que él es como Madge; no necesita las Teselas así que su nombre jamás será escrito tantas veces. Pero bueno, no es su culpa, es como dice Gale, no es culpa de nadie, así son las cosas.

""No cuesta entender por qué se enciende con Madge, que nunca ha corrido el peligro de necesitar una tesela. Las probabilidades de que el nombre de la chica salga elegido son muy reducidas si se comparan con las de los que vivimos en la Veta. No es imposible, pero sí poco probable y, aunque las reglas las estableció el Capitolio y no los distritos ni, sin duda, la familia de Madge, es difícil no sentir resentimiento hacia los que no tienen que pedir teselas.

Gale es consciente de que su rabia no debería ir contra Madge.

Algunas veces, cuando estamos en lo más profundo del bosque, lo he oído despotricar contra las teselas, diciendo que no son más que otro instrumento para fomentar la miseria en nuestro distrito, una forma de sembrar el odio entre los trabajadores hambrientos de la Veta y los que no suelen tener problemas de comida, y, así, asegurarse de que nunca confiemos los unos en los otros. «Al Capitolio le viene bien que estemos divididos», me diría, si no hubiese nadie más que yo escuchándolo, si no fuese día de cosecha, si una chica con un alfiler de oro y sin teselas no hubiese hecho lo que seguramente ella consideraba un comentario inofensivo.

Mientras caminamos, lo miro a la cara, todavía ardiendo debajo de su expresión glacial; su ira me parece inútil, aunque no se lo digo. No es que no esté de acuerdo con él, porque lo estoy, pero ¿de qué sirve despotricar contra el Capitolio en medio del bosque? No cambia nada, no hace que la situación sea más justa y no nos llena el estómago. De hecho, asusta a las posibles presas. Sin embargo, lo dejo gritar; mejor hacerlo en el bosque que en el distrito.

Gale y yo nos dividimos el botín, lo que nos deja con dos peces, un par de hogazas de buen pan, verduras, un puñado de fresas, sal, parafina y algo de dinero para cada uno.

-Nos vemos en la plaza -le digo.

-Ponte algo bonito -me responde, sin humor.

En casa, encuentro a mi madre y a mi hermana preparadas para salir. Mi madre lleva un vestido elegante de sus días de boticaria y Prim viste mi primer traje de cosecha: una falda y una blusa con volantes. A ella le queda un poco grande, pero mi madre se lo ha sujetado con alfileres; aun así, la blusa se le sale de la falda por la parte de atrás.

Me espera una bañera llena de agua caliente. Me restriego para quitarme la tierra y el sudor de los bosques, e incluso me lavo el pelo. Veo, sorprendida, que mi madre me ha sacado uno de sus encantadores vestidos, una suave cosita azul con zapatos a juego.

-¿Estás segura? -le pregunto, porque intento evitar seguir rechazando su ayuda.

Antes estaba tan enfadada con ella que no le dejaba hacer nada por mí. Sin embargo, se trata de algo especial, porque le da mucho valor a la ropa de su pasado.

-Claro que sí, y también me gustaría recogerte el pelo -me responde. Le dejo secármelo, trenzarlo y colocármelo sobre la cabeza. Apenas me reconozco en el espejo agrietado que tenemos apoyado en la pared.

-Estás muy guapa -dice Prim, en un susurro.

-Y no me parezco en nada a mí -respondo.

La abrazo, porque sé que las horas que nos esperan serán terribles para ella. Es su primera cosecha, aunque está lo más segura posible, ya que su nombre sólo ha entrado una vez en la urna; no le he dejado pedir ninguna tesela. Sin embargo, está preocupada por mí, le preocupa que ocurra lo inimaginable.

Protejo a Prim de todas las formas que me es posible, pero nada puedo hacer contra la cosecha. La angustia que noto en el pecho siempre que mi hermana sufre amenaza con asomar a la superficie. Me doy cuenta de que se le ha salido de nuevo la blusa por detrás y me obligo a mantener la calma.

-Arréglate la cola, patito -le digo, poniéndole de nuevo la blusa en su sitio.

-Cuac -responde Prim, soltando una risita.

-Eso lo serás tú -añado, riéndome también; ella es la única que puede hacerme reír así-. Vamos, a comer -digo, dándole un besito rápido en la cabeza.

Decidimos dejar para la cena el pescado y las verduras, que ya se están cocinando en un estofado, y guardamos las fresas y el pan para la noche, diciéndonos que así será algo especial; de modo que bebemos la leche de la cabra de Prim, Lady, y nos comemos el pan basto que hacemos con el cereal de la tesela, aunque, de todos modos, nadie tiene mucho apetito.

A la una en punto nos dirigimos a la plaza. La asistencia es obligatoria, a no ser que estés a las puertas de la muerte. Esta noche los funcionarios recorrerán las casas para comprobarlo. Si alguien ha mentido, lo meterán en la cárcel.

Es una verdadera pena que la ceremonia de la cosecha se celebre en la plaza, uno de los pocos lugares agradables del Distrito 12. La plaza está rodeada de tiendas y, en los días de mercado, sobre todo si hace buen tiempo, parece que es fiesta. Sin embargo, hoy, a pesar de los banderines de colores que cuelgan de los edificios, se respira un ambiente de tristeza. Las cámaras de televisión, encaramadas como águilas ratoneras en los tejados, sólo sirven para acentuar la sensación.

La gente entra en silencio y ficha; la cosecha también es la oportunidad perfecta para que el Capitolio lleve la cuenta de la población. Conducen a los chicos de entre doce y dieciocho años a las áreas delimitadas con cuerdas y divididas por edades, con los mayores delante y los jóvenes, como Prim, detrás. Los familiares se ponen en fila alrededor del perímetro, todos cogidos con fuerza de la mano. También hay otros, los que no tienen a nadie que perder o ya no les importa, que se cuelan entre la multitud para apostar por quiénes serán los dos chicos elegidos. Se apuesta por la edad que tendrán, por si serán de la Veta o comerciantes, o por si se derrumbarán y se echarán a llorar. La mayoría se niega a hacer tratos con los mañosos, salvo con mucha precaución; esas mismas personas suelen ser informadores, y ¿quién no ha infringido la ley alguna vez? Podrían pegarme un tiro todos los días por dedicarme a la caza furtiva, pero los apetitos de los que están al mando me protegen; no todos pueden decir lo mismo.

En cualquier caso, Gale y yo estamos de acuerdo en que, si pudiéramos escoger entre morir de hambre y morir de un tiro en la cabeza, la bala sería mucho más rápida.""

-Sabes, creo que esta hablando mucho de mí, ¿porque no evitamos estas partes?

-Tenemos que leerlo todo ¿Recuerdas? Si evitamos estas partes puede que saltemos cosas importantes, además, no es como que me vaya a poner a repartir bolantes en la Veta con todo esto escrito- dice con una sonrisa

-Bien- gruño irritada

""La plaza se va llenando, y se vuelve más claustrofóbica conforme llega la gente. A pesar de su tamaño, no es lo bastante grande para dar cabida a toda la población del Distrito 12, que es de unos ocho mil habitantes. Los que llegan los últimos tienen que quedarse en las calles adyacentes, desde donde podrán ver el acontecimiento en las pantallas, ya que el Estado lo televisa en directo.

Me encuentro de pie, en un grupo de chicos de dieciséis años de la Veta.

Intercambiamos tensos saludos con la cabeza y centramos nuestra atención en el escenario provisional que han construido delante del Edificio de Justicia. Allí hay tres sillas, un podio y dos grandes urnas redondas de cristal, una para los chicos y otra para las chicas. Me quedo mirando los trozos de papel de la bola de las chicas: veinte de ellos tienen escrito con sumo cuidado el nombre de Katniss Everdeen.

Dos de las tres sillas están ocupadas por el alcalde Undersee (el padre de Madge, un hombre alto de calva incipiente) y Effie Trinket, la acompañante del Distrito 12, recién llegada del Capitolio, con su aterradora sonrisa blanca, el pelo rosáceo y un traje verde primavera. Los dos murmuran entre sí y miran con preocupación el asiento vacío.

Justo cuando el reloj da las dos, el alcalde sube al podio y empieza a leer. Es la misma historia de todos los años, en la que habla de la creación de Panem, el país que se levantó de las cenizas de un lugar antes llamado Norteamérica. Enumera la lista de desastres, las sequías, las tormentas, los incendios, los mares que subieron y se tragaron gran parte de la tierra, y la brutal guerra por hacerse con los pocos recursos que quedaron. El resultado fue Panem, un reluciente Capitolio rodeado por trece distritos, que llevó la paz y la prosperidad a sus ciudadanos. Entonces llegaron los Días Oscuros, la rebelión de los distritos contra el Capitolio. Derrotaron a doce de ellos y aniquilaron al decimotercero. El Tratado de la Traición nos dio unas nuevas leyes para garantizar la paz y, como recordatorio anual de que los Días Oscuros no deben volver a repetirse, nos dio también los Juegos del Hambre.

Las reglas de los Juegos del Hambre son sencillas: en castigo por la rebelión, cada uno de los doce distritos debe entregar a un chico y una chica, llamados tributos, para que participen. Los veinticuatro tributos se encierran en un enorme estadio al aire libre en la que puede haber cualquier cosa, desde un desierto abrasador hasta un páramo helado. Una vez dentro, los competidores tienen que luchar a muerte durante un periodo de varias semanas; el que quede vivo, gana.

Tomar a los chicos de nuestros distritos y obligarlos a matarse entre ellos mientras los demás observamos; así nos recuerda el Capitolio que estamos completamente a su merced, y que tendríamos muy pocas posibilidades de sobrevivir a otra rebelión. Da igual las palabras que utilicen, porque el verdadero mensaje queda claro: «Miren cómo nos llevamos a sus hijos y los sacrificamos sin que puedan hacer nada al respecto. Si levantan un solo dedo, los destrozaremos a todos, igual que hicimos con el Distrito 13».

Para que resulte humillante además de una tortura, el Capitolio exige que tratemos los Juegos del Hambre como una festividad, un acontecimiento deportivo en el que los distritos compiten entre sí. Al último tributo vivo se le recompensa con una vida fácil, y su distrito recibe premios, sobre todo comida. El Capitolio regala cereales y aceite al distrito ganador durante todo el año, e incluso algunos manjares como azúcar, mientras el resto de nosotros luchamos por no morir de hambre.

-Es el momento de arrepentirse, y también de dar gracias -recita el alcalde.

Después lee la lista de los habitantes del Distrito 12 que han ganado en anteriores ediciones. En setenta y cuatro años hemos tenido exactamente dos, y sólo uno sigue vivo: Haymitch Abernathy, un barrigón de mediana edad que, en estos momentos, aparece berreando algo ininteligible, se tambalea en el escenario y se deja caer sobre la tercera silla. Está borracho, y mucho. La multitud responde con su aplauso protocolario, pero el hombre está aturdido e intenta darle un gran abrazo a Effie Trinket, que apenas consigue zafarse.

El alcalde parece angustiado. Como todo se televisa en directo, ahora mismo el Distrito 12 es el hazmerreír de Panem, y él lo sabe. Intenta devolver rápidamente la atención a la cosecha presentando a Effie Trinket.

La mujer, tan alegre y vivaracha como siempre, sube a trote ligero al podio y saluda con su habitual:

-¡Felices Juegos del Hambre! ¡Y que la suerte esté siempre, siempre de su parte!

Seguro que su pelo rosa es una peluca, porque tiene los rizos algo torcidos después de su encuentro con Haymitch. Empieza a hablar sobre el honor que supone estar allí, aunque todos saben lo mucho que desea una promoción a un distrito mejor, con ganadores de verdad, en vez de borrachos que te acosan delante de todo el país.

Localizo a Gale entre la multitud, y él me devuelve la mirada con la sombra de una sonrisa en los labios. Para ser una cosecha, al menos estaba resultando un poquito divertida. Pero, de repente, empiezo a pensar en Gale y en las cuarenta y dos veces que aparece su nombre en esa gran bola de cristal, y en cómo la suerte no está siempre de su parte, sobre todo comparado con muchos de los chicos. Y quizá él esté pensando lo mismo sobre mí, porque se pone serio y aparta la vista.

«No te preocupes, hay mil papeletas», desearía poder decirle.

Ha llegado el momento del sorteo. Effie Trinket dice lo de siempre, «¡las damas primero!», y se acerca a la urna de cristal con los nombres de las chicas. Mete la mano hasta el fondo y saca un trozo de papel.""

Mi corazón late más rápido y tengo un muy mal presentimiento, mientras mi voz empieza a titubear.

""La multitud contiene el aliento, se podría oír un alfiler caer, y yo empiezo a sentir náuseas y a desear desesperadamente que no sea yo, que no sea yo, que no sea yo.

Effie Trinket vuelve al podio, alisa el trozo de papel y lee el nombre con voz clara; y no soy yo.

Es…""

Mi voz se rompe y no puedo seguir leyendo. No, no, no, es imposible, es completamente imposible

De pronto Peeta esta frente a mi.

-¿Katniss?- le doy el libro, él lo toma y lee el final del capitulo.

""Primrose Everdeen.""

Me quede en el suelo, viendo a la nada y pensando.

¿Cuántas veces he impedido que Prim tome las Teselas?

¿Cuántas veces las he tomado yo para evitar la posibilidad de que Prim sea un tributo?

Una, solo una vez ha estado escrito su nombre, el mío esta escrito veinte y también esta el de cientos de demás chicas, algunas también escritas tantas o mas veces que es mío, pero el nombre que salio solo estaba escrito una vez, y era el de mi hermana. Talvez el libro trata de ella, en los juegos del hambre, y que soy yo la que inicia la rebelión, gracias a la furia de no haber podido proteger a mi hermana de cualquier cosa, provocando que los demás distritos también se unan. Pero ¿y Peeta?, ¿Qué tendrá que ver él?

"Espera Katniss ¿Qué estas pensando?"Me pregunto a mi misma dándome cuenta de que aun puedo proteger a Prim, que no todo esta perdido.

Suspiro mientras cierro los ojos, pensando el la posibilidad de que yo tome el lugar de Prim, abro los ojos y observo a Peeta.

-Sigamos leyendo, es tu turno- digo, él me mira dudoso.

-Katniss, ¿Estas bien?

-Perfectamente.- asiente y se vuelve a acomodar en su lugar con el libro en manos.