Todos los personajes le pertenecen a Hidekaz Himaruya.
Había finalizado la tercera partida de bridge de la tarde, en muy buenos términos si se ignoraban las groserías soltadas en voz baja por los competidores cuando creían que nadie los oía. Tampoco dejaban de existir indirectas e insultos disfrazados de palabras amables cuando jugaba en ese lugar. Inglaterra terminó de acomodar su baraja de cartas, gustaba de llevar la suya propia, nunca podía confiar en que los otros poseyeran el tipo que él consideraba el correspondiente. Caminó hasta la barra del bar y pidió un pequeño vaso de alcohol, ya había bebido su té a lo largo de la tarde, durante las partidas que se desarrollaron, y era hora de pasar a algo más fuerte. Guardó la baraja en la fina caja de madera que portaba y la dejó enfrente suyo. Por la puerta principal oyó entrar a un amplio grupo, demás miembros del club de campo, un jovial conjunto de treintañeros. Después de una breve espera, asintió con la cabeza y agradeció al cantinero. Bebió de a sorbos, disfrutando cómo el líquido quemaba su garganta y bajaba por su cuerpo hasta llenar de calidez su estómago.
—¿Puede llevar dos botellas de su más fino alcohol a la mesa de allá? —pidió el hombre a su lado. Luego se apoderó y sentó en la silla junto a la suya en un solo movimiento—. Mira nada más, ¡qué sorpresa encontrarte por estos lugares!
Inglaterra lo miró, sin sorpresa alguna, pues sabía que tarde o temprano se cruzaría con el rostro de Francia.
—¿En serio lo es? Sabes muy bien que sentí el momento en el que pisaste territorio inglés.
Francia hizo caso omiso, no perdió la sonrisa de su rostro, sino que hizo seña al cantinero mientras volvía de la mesa que le había indicado con anterioridad.
—Por favor, ¿sería tan amable de servirnos a mi amigo y a mí? Una copa de vino tinto y... —observó a Inglaterra por unos instantes—, un poco de agua para él, ¡no querría tener que cargarlo a casa cuando terminara!
El hombre hizo un gesto afirmativo y se retiró a lo suyo. Por su parte, su tan llamado amigo le profirió una mirada mordaz, casi pulverizante.
—A decir verdad puedes meterte el agua en el culo, aunque ya te va a quedar bastante dolido cuando veas lo que te cobran en este lugar— le dijo rápidamente antes de ponerse de pie y juntar su chaqueta.
—No puedes irte así sin más, ten decencia. Mis amigos de allá van a estar radiantes de alegría cuando te presente —explicó sin moverse de su lugar.
—No va a pasar...
Estaba a punto de despedirse cuando Francia se adueñó de la caja de madera que había olvidado sobre la mesa.
—Oh, vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? Ah, una baraja de naipes. Y son franceses, sabes elegir muy bien.
Inglaterra, no sin un forcejeo de por medio, consiguió arrebatarle de las manos lo que le pertenecía. Guardó la caja en un bolsillo de su chaqueta, mientras que a la baraja la expuso en forma de abanico, de manera que pudieran ser vistas.
—Son inglesas —le corrigió—, míralas bien y ahora despídete —sin perder tiempo las guardó en el bolsillo del otro lado.
—Bien, creo que pude llegar a ver un mal dibujo o dos, tal vez si me las dieras podría estudiarlas con precisión. De cualquier forma son robadas de mi gente, así que cuenta como victoria nuestra.
El otro país no tuvo tiempo de reclamarle debido a que el camarero había llegado con las órdenes. Sin embargo, después de que éste último se marchara, fue capaz de robarle la copa de vino a su compañero, que no hizo intento alguno por tenerla nuevamente, se conformó con el agua.
—Ahora que ya tuviste la infantil satisfacción de molestarme —dijo Francia—, ven que te presento a mis amigos.
Inglaterra no pudo negarse, estaba en su propio club y los otros habrían de ser miembros también, era mera cortesía saludarlos. Sólo entonces reparó en que la presencia de Francia allí no estaba admitida si no formaba parte del lugar.
—¿Qué haces aquí? —indagó mientras cruzaban el alfombrado salón hasta la mesa en cuestión.
—Estoy de paso. El vuelo de regreso de Escocia tuvo complicaciones y aquí estoy varado hasta mañana.
—No me refiero a eso —respondió, a pesar de que la información recibida le había llamado la atención—. ¿Cómo entraste a este lugar?
—Por mis amigos, ya te lo dije —sonrió Francia, agitando una mano en dirección a los demás—. Se los presento, éste es Arthur —indicó vivamente. Siguieron una serie de saludos, manos estrechadas y presentaciones. La charla fue ligera, hablaron de trivialidades, temas mundanos. Inglaterra logró integrarse, después de todo era su gente y no costó que pronto se sintiera cómodo. Pero lo que verdaderamente le interesaba era Francia, que en su opinión lucía extraño, no estaba verdaderamente envuelto en la conversación que se llevaba a cabo. Respondía y acotaba de tanto en tanto, o tiraba un tema sustancial después de haber estado callado por un tiempo, pero nada más allá de eso. Inglaterra podía notar cómo se emprendía en observarlos a todos, en más de una ocasión volvía su mirada a él, buscando algo en su rostro, en sus gestos. Reflejaba verdadera intriga.
Al cabo de más de una hora habían dado el encuentro por terminado, había lugares a los que debían volver y asuntos por atender. Por su parte, Francia e Inglaterra salieron juntos del lugar, el primero había insistido en seguirlo hasta el auto, el otro país no lo rechazó pues cualquier intención que pudiera haber oculta había quedado en segundo plano tras la vuelta de su usual actitud.
—Estabas raro allí —dijo Inglaterra, rompiendo el silencio en esperanzas de algún tipo de explicación. Francia se limitó a encogerse de hombros.
—¿Y? Tú ya eres raro por naturaleza... Oye, necesitas cambiar de auto. Mira ese a lo lejos, te iría bien uno así.
Un cumplido que denotaba sinceridad no podía ser buena señal en opinión del inglés.
—Me da igual el auto —pronunció, sacudiendo la cabeza—. ¿Qué fue eso, uno de tus juegos?
—No tenía planeado que nos pusiéramos a jugar tan rápido, pero puesto que lo ofreces...
—Sabes de lo que hablo —afirmó.
—Ya, bien, sólo fue una charla con amigos —entonces sonrió y se volvió a verle—. Hablando del tema, antes de venir para acá conocí a otra gente...
—¿Por qué no me extraña?
—...y ellos me hablaron de este otro estupendo lugar en el que habrá música toda la noche, esa de los setenta que fue tan popular aquí. Podrías ir a darte una vuelta.
—No iré, es domingo. Tú tampoco deberías si pretendes alcanzar tu vuelo mañana.
—No crees que pueda hacer ambas cosas, me subestimas. Da igual, tengo sitios en los que estar mientras tenga tiempo.
Sin más despedida más que un revoloteo con su mano, Francia cruzó el camino y fue por su lado. Inglaterra continuó hasta el estacionamiento sin ofrecerle viaje. Una vez dentro de su auto se aseguró de que todo estuviera en orden, hasta que fue interrumpido por el vibrar de su celular, que indicaba que había recibido un mensaje. Al abrirlo descubrió la dirección del lugar que Francia había tenido la cortesía de pasarle por escrito. Resopló y volvió a apagarlo, luego lo dejó sobre el asiento del copiloto.
En poco tiempo llegó a casa para preparar la cena temprano, después de todo la semana acababa y al otro día debía volver al trabajo. Un par de amigos habían estado de visita esa tarde, justo antes de que se marchara. Pudo notar que en su ausencia algunos habían dejado la casa, mientras que los demás fueron a dormir distribuidos por diferentes sectores que incluían el sofá, sillas, la parte superior de la heladera, e incluso en su propia cama. A pesar de que el lugar se encontraba bastante silencioso, contaba con la presencia de los demás, por más que estuvieran sumidos en sus diversos sueños. De cualquier forma prefirió prender la radio para distraerse mientras cocinaba, lo cual no siempre parecía jugarle a favor ya que la distracción le causaba que lo que fuera que preparase se le saliera de manos. Hablaban del clima que se desarrollaría durante la noche y el que seguiría en el inicio de la semana, pasaban de zona en zona y él escuchaba atentamente. Después de haber escuchado tres pronósticos se le ocurrió: ¿verdaderamente se había atrasado el vuelo de Escocia a Francia? No había oído de ningún temporal, eso era seguro, tampoco era como si prestara especial atención al clima que se desarrollaba día a día en el resto del Reino Unido. Por otro lado, él era la representación de todos, de alguna forma hubiera sentido a Francia rondando por sus tierras o aguas antes de llegar a Londres, simplemente porque se trataba de él. Casi podría haber afirmado que el otro país nunca había estado en territorio escocés, al menos no últimamente. Podía afirmarlo, pero no probarlo. Como si el universo le hubiera dicho que dejara de pensar en el asunto, el aroma a carne quemada llegó a sus fosas nasales.
Más tarde esa misma noche se encontró yendo camino a la dirección indicada. Si bien nunca había estado en ese sito en específico, Inglaterra conocía la zona. De igual modo fue en taxi, tenía pensado beber al menos un poco, pero eso no justificaba que pudiera llevar consigo el auto y mucho menos conducirlo por sí mismo. En la entrada esperaba un amplio grupo de jóvenes adultos que portaban ropas demasiado vistosas. Colores estridentes, metalizados y chillones. Incluso de no haberlo sido, el propio estilo y forma no era convencional. A todo ello acompañaban los peinados que a Inglaterra le hicieron acordar los viejos tiempos. Por su parte él había hecho la elección más razonable y fue vestido de forma casual. Ingresó al lugar, a medida que se adentraba más y más las personas a su alrededor cerraban el espacio y se hacía difícil desplazarse de un lado a otro. A pesar de que la iluminación no fuera tanta como cualquier otro lugar, era más de lo esperado y no impidió que Inglaterra notara un detalle mayor. No habían sido sólo los de afuera, sino que todas las personas en ese sitio iban vestidas de igual manera, resemblando la característica época de Glam Rock de años atrás. De mayor o menor calidad habían sido fabricados sus atuendos con prendas varias. Recibió más de una mirada inquisitiva que le hizo sentir que estaba fuera de lugar. En un determinado momento una muchacha se acercó a él para bailar, sacudiendo el cuerpo sin sentido alguno. Inglaterra notó en su mirada el inconfundible destello de una persona intoxicada por numerosas sustancias, cuando ella enfocó sus ojos en él su gesto cambió a uno de disgusto y se alejó de allí. Al instante la perdió de vista y optó por ir al piso de arriba, que a modo de balcón ofrecía un amplio vistazo de lo que se encontraba debajo. Había que subir a empujones por las escaleras, abriéndose paso con los hombros y fijándose de colocar los pies en el lugar correcto, entre escalón y escalón había espacio suficiente para atrapar a alguien por el tobillo y doblarle el pie hasta lastimarlo. Inglaterra se arriesgó a subirlas.
Desde arriba pudo contemplar el pequeño escenario que no había notado antes, en el que unos músicos, cuyos rostros se mezclaban con la colorida iluminación, tocaban piezas que desde hacía tiempo no escuchaba en directo. Melodías de una época que todos allí celebraban con añoranza y él oyó con nostalgia. Después de tres o cuatro números dejaban sus instrumentos de lado para hidratarse, entonces el lugar retumbaba con canciones electrónicas para mantener viva la noche, con sonidos actuales. Consideró la idea de llamar a Francia, pero no encontró razón para querer hacerlo después de que le hubiera hecho asistir sin decirle que se trataba de una noche temática. Guardó el teléfono en el bolsillo y siguió con lo suyo, dispuesto a pasar un rato allí a pesar de no tener tantas ganas. Se arrepintió de no haber traído su auto. De igual manera era muy temprano para volver, si iba a tomar otro taxi esperaba que valiera la pena el viaje, la mejor forma de hacer que eso se cumpliera era si la pasaba bien bebiendo. Pero la barra estaba en planta baja y conseguir un vaso de alcohol suponía tener que enfrentarse nuevamente al gentío de las escaleras. Sin mencionar que además se sentía reacio a abandonar el espacio que había encontrado en el barandal, sabía que si se apartaba los desconocidos que empujaban desde atrás no tardarían en hacerse con su puesto.
Una canción de Wizzard había comenzado cuando por casualidad vio a lo lejos a Francia, que muy animado le agitaba el brazo a forma de seña, quiso hacer que no lo había notado, pero hubiera sido demasiado evidente pues había estado sostenido la vista demasiado tiempo en el atuendo que llevaba puesto. De todas formas miró para otro lado, como si repasara el lugar por mero aburrimiento. Desde el rabillo del ojo descubrió que se abría paso entre la multitud para llegar hasta él. Cuando estuvo a unos pasos de distancia, ya fuera de la avalancha de gente, se permitió dirigirle una mirada molesta, pero Francia no le hizo caso, se acercaba dando suaves movimientos al son de la música y por defecto contra los cuerpos extraños de quienes le rodeaban. Esto retardaba más su llegada, cosa que el otro hombre no toleró, no comprendía por qué simplemente no caminaba como cualquier otra persona y le decía lo que necesitaba comunicarle. Le tuvo paciencia por unos segundos más, pero luego se cansó, diciéndose que no tenía por qué soportarlo. Fue él quien se dirigió hacia Francia y le jaló de un brazo para que se detuviera de una buena vez. Aun así Francia no tardó en aprovecharse del agarre que Inglaterra tenía en su brazo para a su vez tirar de él en dirección al centro del lugar. Sin embargo no contaba con que impusiera resistencia, pues no llegaron a dar ni un paso cuando Inglaterra ya se había soltado de él. Con un suspiro Francia se acercó a fin de poder ser oído sin que la música fuera un impedimento.
—¿Que acaso planeas quedarte en este rincón toda la noche? —inquirió fuertemente. El elevado tono que a continuación utilizó Inglaterra no hubiera cambiado aunque se tratara de otro lugar sin ruido.
—¡¿Por qué me engañaste?! —exigió saber, pero su acompañante parecía no tener idea de a qué se refería. Reformuló su pregunta—: ¿Por qué carajo no mencionaste que era una noche temática?
Entonces Francia se encogió de hombros y sonrió.
—Debo haberlo olvidado.
—Seguro —resopló, y si el otro escuchó, nunca lo demostró.
—Ven, ahora bailemos —exclamó, siendo ahora su oportunidad de jalar de él—. A menos que quieras llevarme a hacer algo más —propuso en tono juguetón—, podríamos utilizar el auto que le robaste a tu padre.
—Lamento decepcionarte, pero vine en taxi —respondió sin estar dispuesto a seguirle el juego.
—Mis padres no están en casa esta noche —insistió—, podemos ir allí sino.
—O puedes tomar tu pasaje y largarte en avión cuanto antes.
Contrariado, Francia se apartó por fin.
—En serio, ¿por qué tienes que ser así todo el tiempo? —dijo y al no obtener respuesta se alejó para volver por donde había venido. Inglaterra, que no esperaba tal reacción le observó marcharse. Nunca admitiría que le siguió con la vista hasta que lo perdió entre la gente.
Quiso volver a su lugar pero, tal como suponía, ya le había sido arrebatado. Pensó en emprender una búsqueda por un nuevo rincón en el cual instalarse, entonces lo consideró tonto puesto que no había realizado todo el trayecto desde su casa para permanecer al margen de la situación una vez hubiera puesto pie en el lugar. Todavía proyectando lograr que su noche que valiera la pena, se encaminó hasta la esquina en donde anteriormente había localizado que servían bebidas. Todo el tiempo que estuviera allí debía pasarlo de pie, lo cual era algo de esperar, aunque no le impidió que probara tragos que no conocía, o que por lo menos no le sonaban conocidos. Algunos eran más jugo de frutas que alcohol de verdad, otros tantos exageradamente dulces. Antes de lo que esperaba tuvo necesidad de buscar los baños, lo que supuso una nueva odisea.
Lo último que deseaba era cruzarse a Francia en el camino, hubiera sido una situación desagradable de enfrentar, sencillamente no era momento para aguantarse sus dramatismos. Trató de evitar pasar por el medio de la multitud, por donde las personas dejaban de ser individuos y se convertían en una indistinguible masa, retorciéndose al son de la música, todo en sorprendente sincronía. En su lugar, Inglaterra se aventuró por los rincones más despoblados, caminando cerca de la pared, como si de otra forma fuera a perder su rumbo. Intentó estirar el cuello para buscar una puerta que destacara de entre el caos, pero luego se detuvo, considerando que debía de verse desesperado, incluso si los únicos que lo veían eran personas mucho más jóvenes que él, que no le prestaban atención ya que en esos instantes poco les importaba otra cosa que no fueran los tóxicos en su interior, el retumbar de la música en sus oídos y contra quién frotaban sus genitales actualmente. Tal vez podría haberse soltado un poco más y perderse como ellos, pero Francia estaba allí, no sólo como un recordatorio de quién era, sino como una presencia constante que le hacía sentirse un intruso en su propia casa.
Poco a poco fue avanzando hasta dar con los baños. Un letrero en la puerta anunciaba que se encontraban en reparación. Si bien en un principio maldijo todo el sistema a cargo del lugar, se recordó a sí mismo que no había llegado hasta allí para que un papel con faltas ortográficas lo detuviera. Quitó el letrero y abrió la puerta que en un principio creyó bajo llave. Dentro estaba vacío, salvo por el par de piernas que destacaban bajo la puerta de un cubículo. De a ratos era posible distinguir un ruido proveniente de allí, al oírlo inicialmente lo confundió con un llanto ahogado, pero tras un aumento de volumen supo reconocer una risa desganada. Lo ignoró y se concentró en su propia tarea frente al orinal. Todo allí dentro estaba un poco más sucio que el exterior, cuando en realidad debería haber sido lo contrario. Las paredes habían sido garabateadas por diferentes tipos de tinta, palabras escritas en todos los tamaños; dibujos que iban desde los más vulgares a los más incoherentes, cuyo verdadero sentido sólo hubiera sido encontrado si el observador se encontrara bajo el efecto de alguna droga. El hedor mezclado con el calor concentrado allí era una molestia constante, haciendo casi imposible el respirar normalmente. Al terminar intentó lavarse las manos lo más rápido que pudo, agradeciendo ese mínimo chorro frío que salía de la canilla. Sin algo para secarse, optó sacudirlas en el aire. Justo en ese preciso instante Francia atravesó la puerta, e instantáneamente después de haber entrado se quejó del vaho. Luego, de mala gana se observó en el descuidado espejo que colgaba sobre el lavamanos. Inglaterra podría haber pensado que le ignoraba deliberadamente, o que lo había pasado por alto. Pero él bien sabía que todo quedaba en segundo plano cuando el aspecto de Francia estaba de por medio.
—Cuánto tiempo he estado viéndome así, ¡eso me gustaría saber! —exclamó con indignación.
—No es como si te hubieras visto mucho mejor antes —aseguró Inglaterra, satisfecho con el estado del otro país, a lo que éste sonrió condescendiente.
—Al menos no vine vestido de forma tan inadecuada, ¿no crees? —exclamó, haciendo alusión a la diferencia entre las prendas de uno y el otro.
Sólo entonces Inglaterra se tomó el tiempo para inspeccionar su atuendo con detenimiento, que a pesar de la pobre iluminación del baño el turquesa de su traje era impecable. Su chaqueta, que iba al mismo tono que sus pantalones, estaba desabotonada, y supuso que se debía a la agitación por la que había pasado allí afuera. ¿Pero cómo había hecho para mantener la corbata tan derecha y perfectamente colocada durante todo el rato? Francia se había volteado, dejando ahora su perfil para que fuera observado mientras él se enfrentaba al espejo, dispuesto a retocar con suma maestría su maquillaje en los párpados, que hacía juego con la vestimenta. Si no fuera por su pelo, notó, sería una digna imitación de Bowie. Pero el rubio le quedaba, no era la misma idea, pero aquel color claro formaba una suave armonía que funcionaba para Francia. Acudieron a su memoria muchos otros atuendos en los que había visto al artista en un pasado, pero consideró que él se vería como mamarracho si los llevara puestos. Había elegido sabiamente. No tenía qué objetar. Sin embargo creyó conveniente decir:
—Te ves como un payaso.
Francia se detuvo un momento para dedicarle una mirada de reojo, sin creer ni una palabra que salía de su boca, antes de volver a lo suyo.
—Da igual —volvió a hablar Inglaterra—, ya estoy por irme.
—¿Tan rápido? —preguntó tras guardar sus cosméticos en los bolsillos—. No, realidad esperaba que te hubieras marchado antes. Pero esto es muy conveniente, yo estaba a punto de hacer lo mismo.
Con una mano sobre la puerta y dispuesto a abrirla, Inglaterra giró la cabeza.
—¿Entonces con qué objeto te estabas arreglando?
—¿Por qué no lo haría? —exclamó con genuino desconcierto.
Dejaron el baño al mismo tiempo y buscaron abrirse lugar hasta la salida. A diferencia de él, Francia se movía por entre medio de la gente, siguiendo caminos invisibles pero que allí estaban. La melodía que sonaba no tardó en finalizar, dando pie a que una más sobria comenzara. Inglaterra se detuvo detrás suyo cuando Francia se giró de forma súbita, mirándole intensamente. No le costó adivinar lo que se proponía, por lo que al instante negó con la cabeza.
—Pero es David Bowie, siempre te gustó —insistió—. No habrá ocasión más ideal que ésta.
—No va a pasar —le aseguró, recordando cómo antes en el club de campo se había encontrado sin opción. Esta vez no estaba dispuesto a ceder.
La música siguió sonando y Francia se quedó sin su baile. Hubiera esperado que eligiera a alguien más para que le acompañara, pero en lugar de hacer eso continuó por su camino. Inglaterra no tuvo más remedio que seguirlo, y de no haberlo hecho se hubiera arrepentido porque pronto alcanzaron el umbral que llevaba al frío exterior. Hubiera extrañado el calor del baño si no hubiera sido por el terrible aroma impregnado en el aire, o la calidez de la pista de baile si ignoraba la sensación de otros cuerpos apretándose contra el suyo. Parado en la vereda, con una iluminación no mucho mejor, Francia le sonrió.
—¿Qué? —le espetó, como si de su cuello colgara un cartel que prohibiera terminantemente que cualquier par de ojos le estudiaran.
—Se te parecen, después de todo este tiempo se siguen pareciendo a ti —explicó Francia y luego suspiró, encogiéndose de hombros—. No podría ser de otra forma, pero el parecido se acentúa más cuando están todos tan juntos. Ya casi lo había olvidado.
Inglaterra, que había estado buscando un taxi con la mirada oyó sus palabras vagamente, sin intentar seguir la idea tras ellas. En un momento hasta consideró que había bebido más de la cuenta y que lo suyo no era otra cosa que un parloteo de borracho, cuando en realidad Francia no había probado una gota.
—No sé a qué dirección vas —dijo entonces, volviendo su atención plenamente a él—, tampoco importa porque no compartiremos coche.
—No lo necesito —aclaró el francés, rechazando con una mano la mera posibilidad—. Estoy a unas pocas calles, ¿por qué ir en coche?
Pronto Inglaterra logró detener un taxi y, tal cual habían acordado, cada uno siguió su camino. Evitó observarlo desde el vidrio, le hubiera parecido extraño. Enfocó su mirada adelante, dedicándose a dar la dirección adecuada al conductor. Habían hecho tres manzanas cuando tomó en consideración las palabras de Francia, estaba empezando a encontrarles un sentido mientras se fijaba en el espejo retrovisor de la parte delantera. Sólo se veían sus ojos en el diminuto marco, ni cejas ni el rostro. Era extrañó pues se veía sumamente cerca. Fue entonces que lo menos esperado ocurrió, los dos orbes verdes súbitamente se movieron para mirar a otro lado, cuando en realidad sus propios ojos, esos que siempre estuvieron pegados a su rostro, seguían mirando. Con un poco de vergüenza reconoció que los del espejo no eran los suyos, sino los del conductor que se aseguraba de que ningún otro auto se le cruzara por detrás mientras cambiaba de carril. Él mismo los había estado mirando fijamente.
Cuando la sensación del momento embarazoso pasó, consideró inusual que hubiera confundido su propia mirada con la de un extraño. Pero no es realmente un extraño, pensó para sí. Aquel hombre que manejaba para llevarle de vuelta a casa no era menos que otro ciudadano, una parte de él.
Se trataba de una tarde común. Ninguna fecha especial ni celebración particular se desarrollaba. Había recibido una llamada de Inglaterra y acordó encontrarse con él, a pesar de que dentro suyo sintiera que se disponía a algo que no estaba dispuesto a decirle. Sin embargo no había formalidades que sirvieran de excusa, tan sólo la calurosa tarde en el Campo de Marte, París, el corazón de Francia.
—No puede estar tan atascado —protestó éste.
—En realidad no debiste haberte abrigado de esta forma —respondió Inglaterra, que se encontraba encorvado, inclinándose hacia él y con el rostro casi hundido en su pecho, en un intento por tener una mejor vista del botón de su abrigo que se negaba a abrirse.
—El cielo estuvo negro toda la mañana, hasta pensaba traer un paraguas —suspiró el otro—. Tal vez si me hubieras llamado antes de que saliera a la calle podría haberme preparado para el clima de la tarde —aclaró, a pesar de que, ya fuera mañana o tarde, él se no se hubiera vestido de otra manera. El cambio en el cielo verdaderamente le había tomado por sorpresa desde el momento de su llamada.
—Es imposible —se rindió mientras se enderezaba nuevamente—. De todas formas puedes intentar quitártelo por encima.
—No digas disparates. Estaría forzando la tela, y es demasiado fina como para arriesgarme.
—No tienes remedio —sentenció el británico y volvió a su posición anterior para retomar la tarea.
—Espera, no es necesario… Estas siendo muy bruto, ¡lo vas a arrancar!
Francia forcejeó en un intento por alejarle las manos del abrigo, mas éstas no desistían. Finalmente, tras jalar de forma despiadada, el botón terminó volando por los aires hasta terminar en el césped.
—¡Lo arrancaste! —le acusó Francia al inspeccionar el espacio vacío en su abrigo.
—Fue tu culpa. Si no te hubieras metido yo podría haberlo desatascado con facilidad —le reprochó Inglaterra, mientras se quitaba el polvo inexistente de la camisa. Ese día vestía una a mangas cortas, a diferencia de Francia él si había visto el Sol iluminando el cielo. Por experiencia ya sabía cómo el calor de esas tierras podía llegar a afectarle.
Con la chaqueta en un brazo, Francia le pasó la pequeña caja de dulces que habían comprado en el camino después del almuerzo. No pensaba llevar ambas cosas él solo. Para evitar cargarla, Inglaterra sacó de allí dentro el postre que cada uno había escogido en la pastelería, le pasó el suyo a Francia y se deshizo de la caja. Pasearon por los pastos verdes y no se detuvieron siquiera cuando la nación francesa se puso a platicar con una pareja ya entrada en edad que discutía acerca del clima. Pronto descubrió que les había pasado lo mismo que a él, habían salido con abrigos puestos, pero ni bien mejoró el ambiente emprendieron camino al Campo de Marte, aunque eso significara que tuvieran que cargar las prendas en los brazos durante el trayecto. A pesar de todo, explicaron, había valido la pena su cambio de planes porque ahora tenían oportunidad de estar allí, el mismo lugar en el que se habían conocido tiempo atrás. Una historia encantadora de dos jóvenes unidos por la casualidad de haber sido plantados por sus parejas en el mismo día.
Aquellos dos acordaron desplegar sus abrigos sobre el césped, a fin de pasar lo que quedaba de la tarde relajándose en tan bello día. Increíble cómo la ciudad se había iluminado, señaló ella, y de forma tan repentina. Hubieran continuado hablando, pero Francia lo consideró un buen momento dejarles solos a fin de preservar su intimidad, aunque la otra razón que le había llevado a esa decisión se basaba en que él no estaba dispuesto a sacrificar su propio tapado. De haberse quedado con ellos hubiera tenido que sentarse sobre él en el césped, no iba a permitir que el beige de su prenda se llenara de manchones para luego arruinar el algodón con un brusco lavado. Ya había sufrido lo suficiente bajo las manos de Inglaterra. Éste estuvo de acuerdo con su decisión, a pesar de que hasta entonces su papel hubiera sido el de oyente.
—¿No son adorables? —exclamó Francia una vez hubieron dejado a la pareja para seguir por su cuenta, intentando recuperar la atención del otro. Su compañero asintió distraídamente, observando a los otros dos un poco más antes de voltearse nuevamente. No intercambiaron muchas más palabras durante los instantes siguientes. Inglaterra no sintió cuando le miró de reojo, pues estaba ocupado con una idea que le perseguía desde la semana pasada en el taxi. En ese entonces Francia agradeció que tuviera la cabeza puesta en algo más, de forma que no acudieran a él sus extraños razonamientos mientras deslizaba una mano contra la suya, sintiendo el calor que emergía desde su propio interior y se evidenciaba en el cielo parisino.
