—Todo esto es tú culpa, y lo sabes. Querías hacerme sufrir, y ahora mírate, a punto de casarte con Ser Loras Tyrell. No solo te odiarán, ahora también se reirán de ti —dijo por lo bajo Tyrion, sin dejar de sonreír al público allí presente, intentando esconder sus verdaderos sentimientos. Sansa escuchaba la conversación aunque permanecía distante.

—Estamos en la misma situación, querido hermanito —respondió la mujer rubia, con ojos atentos y perspicaces. Su voz era suave como la brisa de verano— esta noche, nos acostaremos con nuestros nuevos compañeros, y no podremos hacer más que ir a dormir. Estos matrimonios jamás se consumarán, ambos lo sabemos.

Cersei tomó su copa de vino y la levantó frente a su ahora flamante esposo. Ambos brindaron y Tyrion no pudo dejar de sentir una puntada en el pecho. Miró a su derecha, sigilosamente, y allí estaba ella. Sansa Stark, ahora una Lannister, bebía vino con avidez, seguramente deseando que este hiciera cierto efecto en su noche de bodas, para así no recordar nada de lo ocurrido al día siguiente. Tenía la mirada perdida y las mejillas hirviendo, sin dejar de lado el hecho de que se tambaleaba de vez en cuando de su asiento, como si fuera a quedarse dormida sobre el plato que tenía servido de tarta de nueces y avellanas.

Levantó la mirada al darse cuenta de que él le observaba, y se puso tan nerviosa que no pudo evitar tirar su copa sobre sí misma. Su vestido celeste cielo ahora estaba manchado de un violeta oscuro que sería difícil de quitar si no se lo lavaba con rapidez.

—A ver, déjame ayudarte —dijo él con gentileza y caballerosidad.

Tomó una servilleta de la mesa y limpió el pecho de la joven, quien se estremeció ante tal contacto.

—¡No me toques! —le gritó instintivamente, alejándose un poco. Los únicos que habían escuchado eran Cersei y Loras. Sansa notó la mirada de furia en Cersei, y la de confusión de Loras. Por último se fijó en Tyrion quien le veía como si estuviese avergonzado.

—Me disculpo, mi Lord —dijo de inmediato, recordando su postura como Lady de la casa Stark, recordando también los votos que no hacía muchos minutos atrás había dicho para su ahora señor esposo. Por suerte los demás invitados bailaban, tomaban y reían, por lo que nadie había notado aquella situación— Debe ser por el vino. Ya no sé ni lo que hago.

Cersei sonrió, y por alguna razón Sansa sintió una punzada en el estómago.

—Al parecer mi hermano no puede aguantarse hasta el final de la velada. Debe tener muchas ganas de consumar su matrimonio. Qué hermoso, ¿No?

Tyrion deseaba arrancarle la lengua a su hermana pero decidió aguantarse. Sabía lo que estaba haciendo. No quería que Sansa se sintiera tranquila; ella deseaba verla sufriendo, pensando en cosas que Tyrion querría hacerle esa noche. Para Cersei, torturar a Sansa era una de las mejores cosas que sabía hacer, y si podía torturar al medio hombre a través de ella, mucho mejor.

—Lo único que haré esta noche será dormir. Y tú también —le recordó, sonriendo a Sansa, como si el mensaje fuera en realidad para ella.

Joffrey se encontraba en otra mesa, continua a la de los recién casados. Cersei habría deseado sentarse junto a su hijo, y lo mismo deseaba él para con su madre, pero Margaery le hizo cambiar de idea muy pronto. Decidió que era mejor que por una vez el Rey se sentará solo con su esposa. Estar siempre con su madre era lo que le hacía pensar a la gente que él era débil. Finalmente el propio Rey decidió que él y su bella esposa irían en el centro —eran los más importantes después de todo— que su madre y tío tuvieran una mesa a la derecha de la suya pero a unos dos metros de distancia. Finalmente, la mesa de la izquierda sería para Lady Olenna, la Mano del Rey —Tywin Lannister—, miembros del Consejo como Lord Baelish, Varys y el maestre Pycelle.

La noche estaba a punto de terminar. Ya casi era la una de la madrugada y poco a poco la gente iba retirándose, no sin antes dejar sus regalos a los recién casados.

—Esto es para ti, bella señorita —le dijo Tyrion a Sansa en voz baja. En su mano había una pequeña caja atada con un lazo dorado. Sansa tomó la caja con un poco de problemas —demasiado alcohol no ayudaba— y desató el lazo para ver el contenido. Dentro de la misma se hallaba un anillo de plata, con una piedra bastante brillante de color rojo intenso. Por un momento, Sansa se sintió débil. Ella no había sido capaz de preparar nada para Tyrion. No sentía nada por él, y no quería darle esperanzas, por lo que no había comprado o hecho ningún regalo para él, aunque ese fuera su deber.

Cuando Sansa se dispuso a hablar, él simplemente negó con su cabeza. Sabía que ella no tenía nada para él. De todas formas, no le importó.

—Te he hecho el regalo, porque eres mi esposa ante los ojos de la ley, y es mi deber darte algo durante la noche de bodas, aun así, no es necesario que me des nada a cambio. También te estoy dando esto como promesa de que no pasará nada entre nosotros. No haré nada que tu no desees, te doy mi palabra.

Sansa sabía muy bien que cuando un Lord daba su palabra, era porque lo que decía, lo decía muy en serio. Se sintió mal por un momento por haberle gritado minutos antes, diciéndole que no le tocara. ¡Pero qué tonta era! Él no la lastimaría como otros. Aun así… él seguía siendo un Lannister, y ella seguía siendo una Stark. Él seguía siendo un enano y ella…

Repentinamente, el Rey Joffrey se levantó de su asiento y anunció a todos el final de la velada. Se lo veía cansado y algo enfadado. Margaery, por su parte, se encontraba radiante, y ofreciendo una sonrisa a todos se retiró junto al Rey.

Las piernas de Sansa comenzaron a temblar. Ahora ella debía irse a la habitación con él. ¿Sería cierto que mantendría su palabra, o todo era una farsa de los Lannister?

—Ve adelante, querida, yo iré en un rato —dijo en voz alta el pequeño, como para que Cersei escuchara su forma de comunicarse con ella.

—Lo haré, gracias mi lord.

Sansa fue escoltada por un guardia hasta el pasillo que se dirigía a la habitación, cuando pronto se encontró con alguien a quien habría deseado jamás haber visto.

—Joffrey —murmuró Sansa, olvidando lo que siempre decía—, quiero decir, Su Alteza.

—Ten cuidado con lo que harás esta noche, querida Sansa.

Ella levantó una ceja. No entendía de qué le hablaba.

—Te has casado con mi tío, así que es tu deber servirle. Por mucho que no me caiga ese enano maldito, debo reconocer que tiene derecho sobre ti. Ya no podré tenerte como mi juguete cuando me aburra. Pero él… él sí te tendrá.

—Él prometió que no…

—Te dio su palabra sobre no tocarte —río sorprendido—. Apuesto a que le habrá dicho lo mismo a las tantas rameras con las que se ha acostado. Tú no eres diferente a ellas. Te propongo algo, mi querida Sansa —dijo el Rey, sintiéndose algo contento con sus ideas repentinas— jugaremos a algo muy divertido. Él debe consumar su matrimonio contigo lo antes posible, por supuesto.

El rostro de Sansa mostró miedo, incluso ira.

—Si no lo hace, haré que el Perro, la Montaña, y cualquiera que se me ocurra te hagan mujer de una vez.

—¡No puedes decirlo en serio!

—¿No puedo? Pues lo estoy diciendo muy en serio. Soy el Rey, y mi palabra es ley aquí.

"Tu palabra no podría importarme menos" pensó Sansa, sintiéndose débil.

—Si ganas el juego; es decir, si realmente haces lo que debes hacer con mi tío, te dejaré en paz. Pero si no lo haces… ya sabes lo que te espera. Te doy una semana. No, mejor un mes. Será difícil acostarte con un enano borracho y desfigurado —rió el Rey, mientras Sansa enrojecía por completo— ya sabes, tienes un mes.

—¿En verdad me dejarás en paz? —preguntó la joven, con un cierto tono esperanzador en su voz.

Joffrey le observó, dudoso. Finalmente, suspiró.

—Sí, como sea, te doy mi palabra.

Sansa, quien tenía su cabeza baja, sonrió con amargura. "Al menos, así me dejará de molestar".