Deseos a las estrellas

Justo antes de llegar al final del túnel el rápido movimiento de su muñeca le indicaba que ya era hora de partir y no de lamentar las despedidas temporales. Al golpe de su reloj alzó la vista y saludó amablemente a la tripulación, la que de algún modo percibió la oleada de dudas que la invadía.

—Que tenga un muy buen viaje, estamos para ayudarle.

Agradeció el gesto pero su sonrisa no pudo fluir con su espontaneidad habitual y nuevamente ellos lo notaron. Pero no importaba, no importaba. De veras que no importaba.

Contrastando lo usual, arrastraba sus pies por el pasillo sin ánimo alguno para dejar su bolso en el compartimento superior, confundiéndose entre el encierro del avión y sus pensamientos sin llegar a puerto.

—Permítame —dijo la azafata.

—M-Muchas gracias —respondió un poco abochornada.

¿Desde cuándo que le comenzaba a fallar la personalidad? Bien, eso no importaba porque dentro de unas horas aguantando el sueño despertaría en un nuevo día. Al revisar su móvil para recordar la letra de su asiento se percató de un detalle que no le resultaba trivial y era que como nunca, había escogido un asiento al lado de la ventana. En un intento de evitar una jaula mental se sacó su chaqueta con apuro y se fue a sentar. Al menos había embarcado de las primeras.

Por la pequeña ventana veía que el atardecer comenzaba a diluirse sin prisas en el cielo, al que la noche se dejaba caer desganada con su velo empañado por las luces de aquella ciudad que en vez de dormir vivía de noche. No habían sido muchos pero nunca contó los vuelos que había hecho hacia Japón; resulta que no sabía si esa era la razón por la que sentía un frío que la entumía desde su pecho hasta la punta de sus finos dedos. Lo que era claro es que en esta ocasión había algo distinto, con la inquietud y la impaciencia flotando insistentemente sobre sus hombros, no sabía cómo pero de pronto marcaban el ritmo de sus latidos.

Nostalgia. Por aquel día de campamento de verano donde entre el viento y la nieve sintió miedo y a la vez emoción, forjando un contacto galáctico en el que creyó ser la representante del planeta Tierra.

—Este no será un vuelo cualquiera —pensó para sus adentros.

Bajo su asiento, el equipaje de mano; sobre sus rodillas y el cinturón de seguridad, ajustado como nunca antes, estrujaba con fuerza su chaqueta, como una niña tratando de contener sus ansias. Cerró sus ojos y fijó con nostalgia su vista apagada hacia la ventana, evocando el sinnúmero de giros que dio su sombrero en la primera despedida del mundo digital, sintiendo cómo se humedecía su garganta. Al igual que en ese entonces, después del regreso las cosas no fueron las mismas pero de momento sólo pensaba en contemplar las estrellas en la madrugada, acompañada por el silencio de las marejadas durmientes de la playa y el frío de la arena adherida a sus pies.

Y a medida que el avión se alejaba de la pista los rostros de sus amigos se paseaban por su mente, siendo ella esta vez la que recibía una visita sorpresa. Mañana sería sincera consigo misma en vez de serlo con las estrellas artificiales de la ciudad. Tantas estrellas de las que se iba alejando ahora mismo y a todas les quería pedir un deseo. Mientras más se alejara del suelo, más cerca estaría de las verdaderas estrellas, aquellas inalcanzables a las que se les piden deseos. ¿Así era el sentimiento con sus amigos?

«Sólo les pediría un deseo. Que lo hecho ayer sea visible hoy, también mañana y ojalá para siempre». Abrió sus ojos y mientras veía a las estrellas terrestres diciéndole adiós. «Mañana lo será, estoy segura».

El vaivén del despegue había cesado hace unos minutos pero sus pensamientos seguían vibrando al recordar uno de los instantes que marcó su existencia con violencia, uno que si le dieran a elegir no sabría si borrar. No recordaba si en aquel día llovía o simplemente las cosas eran absolutamente grises. Tal vez no era el día sino su corazón encogido que se resignaba a pelear el que ensombrecía el mundo a su alrededor.

«En el momento en el que la información de Leomon se difuminaba hacia el cielo del mundo digital yo…»

Recordaba días lejanos cuando caían los truenos sobre la ciudad y pensaba en aquellos momentos, donde en muchas veces sintió un instinto asesino pensando en que era MetalEtemon y debía correr a casa, dejando desconcertados a sus amigos. Sentía que su corazón se desbordaba de una sensación que no podía describir.

Pediría dos deseos y uno de esos sería volver a verlo. Porque aquella acuarela gris pintada en el pasado le sirvió para construir su presente, la aceptación de la lucha y el dolor. Aceptar herir y ser herido, la opción de perder a seres queridos. Un dolor con el que no sabría vivir en caso de ser definitivo. Nadie está preparado para eso. Había aprendido y aceptado enfrentar el dolor y las pérdidas, algo que en su niñez sólo había vivido de cerca cuando su muñeca favorita era irreparable, pero la aún conservaba en su baúl de recuerdos.

En la que pensaron había sido su última batalla hubo un momento donde creyeron que dejarían de existir o que tal vez vivirían en un mundo vacío en el que nunca podrían decir nuevamente "estoy en casa". Por eso al momento de volver cada uno de ellos ya no era el mismo. Dentro de sus corazones distintas emociones se fueron acomodando, muchas visiones se albergaron desde aquel momento y con el paso de los años se fueron intensificando en el silencio.

—Señorita. Señorita —repitió la azafata.

—A-Ah, disculpe. Un jugo, no —alzó un poco la voz—. Un café, por favor.

«No sólo estoy volviendo a casa, también me estoy alejando de Hollywood… El café me trae recuerdos de los días posteriores a la batalla contra Apocalymon. Papá lo tomaba para estar despierto en caso de que me diera uno de mis ataques de pena por extrañar a Palmón… Me apegué aún más a mis padres, a mis amigas de la primaria y partir a los Estados Unidos fue un golpe duro de asimilar. Pero había algo que no quería reconocer por sentir que le fallaba a Disney: había desarrollado un miedo a enamorarme.

Pasaron los años y al igual que el resto, fui reconstruyéndome superando aquellos miedos, enfrentando los obstáculos y luchando cuando fuese necesario, sin dudar, con decisión y firmeza. La emoción que está en mi corazón me lo indica, algo interesante está por ocurrir. Y yo he aceptado que luchar es el coste que debo pagar por tener a Palmon conmigo.

Ay, Mimi, esto ya es demasiado melancólico para nosotras… Hagamos algo sorprendente, un cambio que permita enamorarme. Nos enamoraremos y dejaremos atrás nuestros miedos. Encontraremos su corazón reflejado en una mirada que nos envuelva.

Creo que ahora entiendo la razón por la que me rehusé mucho tiempo a las peleas. Es maravilloso estar vivo, quiero que todos puedan sentir la felicidad de vivir. Porque incluso cuando la lluvia humedecía el digimundo recuerdo que aún así podía brillar. Brillar con una sonrisa, una presencia, carisma.

Miremos al cielo, llamemos a nuestros amigos y hagamos señas porque estoy segura de que nuestro sincero deseo nos será concedido. Brillemos como aquellos que partieron y estaremos más cerca».

Las luces estaban apagadas y Mimi dormía plácidamente, con su chaqueta suavemente colocada sobre sus hombros. Había olvidado echarle azúcar al café y por primera vez en su vida pensó que los sabores muy amargos no eran tan malos. Soñaba con las estrellas y ya no sólo quería ver a Leomon, también a todos quienes habían partido sacrificando sus vidas.

~ o ~

En un principio mi idea fue escribir algo alegre pero como se habrán dado cuenta resultó todo lo contrario, pero quería sacar luego esta idea que apareció de la nada. Si has llegado hasta aquí te agradeceré mucho un review, es importante para mí. Nos veremos.