Los personajes de The Hunger Games no me pertenecen. Este fic participa del reto: "Una pareja para... Cato", del foro El diente de León.

.


.

Capítulo Uno

El Vencedor

.


oOo

Apenas llego a mi habitación, arrojo mi botín lo más lejos que puedo, casi como si todas esas joyas y diamantes me repugnasen, y en parte es así, no por las joyas y diamantes en sí, sino por lo que representan para mí. Son un pago, el valor que le han dado a mi cuerpo, lo que la gente del Capitolio y el presidente Snow creen que valgo.

Acto seguido, me deshago de todo el lujo y tomo una larga ducha, dejando que el agua caliente me limpie y se lleve los recuerdos de esta noche por la coladera, aunque muy en el fondo sé que jamás se irán, sino que se unirán a los otros, los mismos que me acosan en sueños, los que nunca me dejan solo.

Apoyo la espalda sobre la fría pared de azulejos dorados y suspiro, riendo ante lo bajo que he caído, de cómo he pasado de ser un gladiador a un simple muñeco que va de mano en mano, pagando favores que no me pertenecen, robando información que no me interesa y rogando porque nadie nunca descubra mi más profundo secreto. Jamás creí que así sería mi vida como vencedor, pero como el mismo Finnick Odair me dijo hace un año, cuando gané mis juegos: sólo hacemos lo necesario para sobrevivir.

Sobrevivir.

Antes de los Juegos yo solía creer que la gente del Distrito 2 no éramos como los demás; que nosotros no sobrevivíamos, vivíamos, o eso es lo que pensaba antes de que todo empezara. Las amenazas, los viajes, los amantes, todo ha sucedido tan rápido que todavía suena ridículo en mi mente. ¿Cómo yo, el rompecuellos, el asesino despiadado e indomable se ha convertido en una marioneta más del juego de Snow? No lo sé. Y sé que no debería importarme, pero lo hace, mucho más de lo que hubiera creído. Supongo que hay cosas que incluso a las personas tan leales del 2 nos incomoda. Y sin embargo, gracias a Finnick, quien es pionero en estos asuntos, aprendí que existe una pequeña ventaja en todo esto de permitir que mi cuerpo sea usado como si no me perteneciera, y no son las joyas ni el dinero que por culpa o lo que sea me dan tras cada encuentro, sino algo mucho más simple y valioso: los secretos.

Todos tenemos algún secreto.

Ya sea un pequeño placer culpable, algo incorrecto, vergonzoso o ilegal. Nadie se salva de uno.

Yo tengo muchos, pero es de vital importancia encargarme de que nadie los descubra. Muchos de ellos son peligrosos hoy en día, y afectan a demasiadas personas. Eso lo sé porqué fui yo mismo quien los robé.

Los secretos son la moneda más valiosa de todo Panem, y aunque yo no puedo revelar los míos, me he vuelto un experto en robar los de demás. Ése es mi trabajo, o al menos lo que me mantiene vivo: observar y convencer a mis "víctimas" sin importar cómo de que me revelen sus más oscuros y prohibidos secretos.

Así, en poco más de un año, he aprendido mucho sobre las personas, que quien oculta algo grande no siempre es quien se ve más sospechoso, y que incluso el más inocente de los mortales puede tener un secreto que amenace al país entero. He visto y oído muchas cosas, desde extraños apetitos sexuales, pasando por cotilleos sobre las familias más prestigiosas del país; que si fulano se acuesta con su hermana, o cosas así. Hasta ahora no he tenido nada demasiado importante, pero apenas llevo poco más de un año en esto, pero uno nunca sabe cuando hasta el más pequeño dato sobre alguien importante puede servirte de algo.

Mis amantes siempre me preguntan por mis secretos, pero, de todos los que tengo, el secreto que guardo más celosamente no es excatamente peligroso para nadie más que para quienes estamos involucrados. Es más bien personal e íntimo, y no es escandaloso ni mucho menos, pero si llegara a oídos de quienes me controlan podría convertirse en una catástrofe.

Por eso me lo guardo solo para mí, siempre simulando que no tengo nada que esconder.

Pero como todo el mundo, sí lo tengo.

Ella se llama Madge, y aunque a primera vista un simple nombre no parezca un secreto tan peligroso, para mí lo es. Porque sin importar lo que haga pienso en ella a cada momento, en sus piel como porcelana, su cabello del color del oro y esos ojos azules tan diferentes a cualquier cosa que haya visto antes. Recuerdo su tacto tan suaves la única vez que toqué su pequeña mano mientras aquel rojo tan seductor teñía sus mejillas. Ella era frágil, tímida y delicada como una rosa, pero al mismo tiempo tan fuerte y decidida como una guerrera, aunque nadie más que yo parecía haberlo notarlo.

No compartimos largas tardes de la mano, ni noches juntos. No sabemos casi nada del uno del otro, ni siquiera compartimos más de un par de horas, y jamás podríamos compartir más que eso, pero aun así, para mí, Madge Undersee es la mujer perfecta, nacida y criada en el fin del mundo, en un lugar tan lúgubre y pobre como el Distrito 12, pero aun así siendo el diamante más brillante que he encontrado en todo Panem.

Eso al principio me incomodó, pero después, cuando los días pasaron y ella no salía de mi cabeza, empecé a, por primera vez, extrañar a alguien con quien no tenía prácticamente ningún lazo afectivo. Una muchacha a la que no conocía de nada, tan extraña para mí como cualquier otra persona del 12.

Nunca antes me había enamorado; en el Distrito 2 no hay lugar para esa clase de sentimientos. Al menos no mientras estás en edad de ser cosechado, pues el desarraigo emocional te facilita muchas cosas una vez en la Arena. Pero cuando pasa simplemente no lo puedes controlar, o al menos eso es lo que escuché por ahí.

Supongo que tiene sentido. Pero si de verdad estoy enamorado no pudo ser en un momento más inoportuno.

El amor no vale nada cuando estás obligado a vivir a cientos de kilómetros de esa persona, mucho menos cuando no eres más que un arma del Capitolio. Sin voluntad ni voto para decidir sobre tu propia vida.

Eso justamente es lo que soy. No un vencedor, no un guerrero ni un soldado. Soy solo esto; un hombre que solía creer en su nación, amarla y soñar con defenderla con su vida, y a quien ésta le enseñó que esa vida no vale nada, usándome, amenazándome, y vendiéndome. Y si el presidente Snow supiera que siento algo por la hija del alcalde del Distrito 12 sería otra forma de amenazarme para que haga todo lo que él quiere; sé bien que no le importaría usarla, mucho menos dañarla para obligarme a cumplir sus órdenes, así como no le importó dañar a mi familia.

Por eso le permito usarme, y por eso procuro que esté feliz con mi trabajo.

Es increíble lo fácil que algunas personas pueden soltar la lengua en la intimidad de sus camas. Y aunque los secretos que he obtenido hasta ahora no pasan de un par de chismes maliciosos acerca de altos funcionarios o personas de la farándula, el que me quita el sueño ésta noche, además del recuerdo de Madge, es diferente.

Mi amante de turno, un vejete asquerosamente rico e importante, con más dinero que cerebro y que por suerte sólo se conforma con tocarme, me dijo algo que si bien podría no ser importante es, cuando menos, curioso. La razón que le ha quitado el sueño a nuestro querido presidente estos últimos tiempos; su más grande miedo y motivo de enojo, una chiquilla malnutrida y pobre del Distrito 12, reciente ganadora de los 74° Juegos del Hambre, la "Chica en llamas", Katniss Everdeen.

Admito que sus juegos se salieron de lo usual, y fueron bastante interesantes, pero ella tiene algo que no me gusta. No es una vencedora, lo veo en su rostro, pues en mi "oficio" he aprendido bien a leer a las personas.

Existen varios tipos de vencedores: el altivo y feroz, que cree que siempre está en la Arena, aún después de salir de ella; el falso modesto, que ni su madre le cree lo honrado que dice sentirse por haber ganado los juegos; el orgulloso, al que no le importa lo que digan, él merecía ganar; el misterioso, el simpático, el adulador y el llorón. Katniss Everdeen no cuadra en ningún tipo. Nunca parece feliz, aduladora o muy emocional, mucho menos orgullosa, feroz o misteriosa. A simple vista no tiene nada más que un buen estilista que de alguna forma logró hacer que se viera como si realmente fuera alguien interesante; ella es bastante simple. Demasiado como para no parecer sospechosa.

Me río otra vez de mi propia ocurrencia, y en ese momento las pantallas de toda la habitación se encienden para un flash informativo, sorprendiéndome brevemente cuando la imagen de Katniss aparece en un primer plano, saludando a la audiencia del Distrito 11 mientras recuerda a su amante fallecido trágicamente entre sus brazos con lágrimas en los ojos. En ése momento agudizo la vista y de nuevo trato de encontrar qué tiene de amenazante como para que alguien como Snow quiera su cabeza; no es especialmente bonita, ni se ve muy inteligente, ni tampoco peligrosa a primera vista. Me recuerda a alguien, aunque ella parece más bien una chiquilla perdida entre tanta gente, y no la líder revolucionaria que mi amante aseguró que el presidente cree que es.

Y entonces salgo de la ducha y agudizo la mirada mientras sigo con mi análisis. Todo parece demasiado normal y rutinario, pero de pronto sucede. En un momento de estupefacción general mientras Katniss recordaba a su novio y a la niña tributo de ese distrito, un anciano silba la misma nota que la niña de los juegos del año pasado, levantando los tres dedos centrales. En ése momento la transmisión se corta, pero antes de que la pantalla se llene de estática claramente pude ver movimiento entre los agentes de la paz.

Y me quedo mirando la pantalla nuevamente apagada, confundido, pero al mismo tiempo entendiendo porque esa chica podría representar un peligro para Panem.

Y entonces río.

Un dicho muy conocido en el país dice que nadie decente gana los Juegos. Yo creo que más bien ser un vencedor no es un título que pueda ostentar cualquiera, y hay que ver si ella en verdad sabrá como ganárselo.

oOo

El tren sigue avanzando a una velocidad increíble, pero tan silenciosamente que de no ser por el paisaje deformándose afuera podría parecer que se mantiene quieto.

No me gustan los trenes por dos razones: la primera es que tuve que subir a un tren la primera vez que fui al Capitolio como tributo de los Juegos del Hambre, donde mi vida cambió para siempre. La segunda, porque es el medio de transporte que me obligan a usar cada vez que alguno de los amigos del presidente Snow compra mi compañía.

Apenas llevamos veinte minutos de viaje fuera del Capitolio cuando noto que alguien pone una bebida frente a mí y siento una mano tocando mi hombro, tomándome por sorpresa.

—¿En qué piensas?

Me giro y Finnick me sonríe de esa forma seductora que usa indiscriminadamente con todo el mundo, mientras tras él la bella Cashmere hace lo mismo, aunque de forma un poco más forzada, pero no me sorprende, pues supongo que yo debo sonreír igual.

Esbozo una mueca ladeada y los miro, divertido.

—¿Pensar? Nosotros no pensamos, Finnick.

—Eso afectaría el "equilibrio" —se ríe él, acomodándose en la barandilla a mi lado con su trago —¿Y qué tal la faena de la semana?

Acepto su bebida y me la tomo de un solo sorbo para darme el valor necesario para recordar eso. Es bastante más suave de lo que esperaba, lo cual me sorprende de Finnick. Aun así no le doy importancia.

—Carne vieja y grasosa. Pero por suerte solo tuve que dejarlo excitarse tocando. No duró mucho.

Él y Cashmere ríen.

—El buen General Craven... Tuviste suerte ésta vez— dice la segunda.

—No, tú tuviste suerte. Sólo acompañaste a la nieta del presidente por una semana —apostilla Finnick, bebiendo de su copa —Yo tuve que tirarme a una anciana con tantas cirugías encima que estaba cayéndose a pedazos. Literalmente, creí que se le caería la nariz o algo así en pleno acto.

Los tres reímos. No sé si podría decirse que somos amigos, pero sólo nosotros entendemos lo que es ser, bueno, como nosotros, y eso es suficiente para tener estos breves y agradables momentos, más allá de ser amigos o no.

Y entonces recuerdo el hilo de mis pensamientos, y la duda vuelve a atacarme.

—¿Vieron la transmisión de la Gira desde el Distrito 11? —pregunto, frunciendo las cejas con intriga.

—Estaba maquillándome con la nieta del presidente, así que no presté mucha atención —dice Cashmere, negando con la cabeza mientras Finnick y yo la miramos —¿Qué? Deberían estar felices de que por una vez no me toque abrirme de piernas para ningún viejo asqueroso.

—Vaya, que manera de sacrificarte por tu nación —digo, y ella aprieta los labios mientras me da un golpe en el brazo, dejando su mano allí para pegarse a mí y contemplar el paisaje. Ya estamos cerca de su distrito —¿Finnick?

De pronto Finnick parece tenso y distante, como si estuviera recordando cada detalle de lo sucedido. Después nos mira, duda unos segundos antes de hablar y tras pensarlo bien parece decidirse.

—Fue extraño, ¿no creen? Escuché que todos...bueno, al menos yo tengo prohibido acercarme a Katniss Everdeen cuando la Gira pase por mi distrito. Órdenes expresas del presidente.

—También yo —dice Cashmere, recargando la cabeza en mi hombro, y los dos me miran fijamente.

—Yo no recibí ninguna orden— digo, curioso. Hago una pausa porque recuerdo que alguien podría estar escuchando nuestra conversación —¿Y por qué no puede acercarse otros vencedores?

Finnick me mira a los ojos, y no es solo porque sea muy bueno en esto, pero en los suyos veo que sabe la respuesta. Sin embargo, solo suspira y lleva su mirada hacia el paisaje, suspirando.

—¿Quién sabe? Pero eso no importa, ¿verdad? Nada cambiará después de ésta gira... Tengo hambre, ¿vienen al comedor?

Asiento y él se da la vuelta para salir primero, con Cashmere pisándole los talones para después pararse a su lado y tomarlo del brazo. Yo me quedo unos cuantos metros atrás y los miro, sin poder evitar pensar que Finnick parece tener un secreto entre manos, uno de los grandes, y aunque sea aún mejor que yo fingiendo no puede ocultarlo.

Finalmente voy tras ellos, sin poder decidir si eso es bueno o no.

oOo

La mañana de la llegada de Katniss Everdeen al Distrito 2 todo el mundo está agitado. La estación es un lío de cámaras y periodistas, muchos más que los que recibimos cada año; los agentes repasan una y otra vez sus cronogramas en las calles, los técnicos de iluminación y sonido se la pasan probando sus luces y micrófonos, y los camarógrafos del Capitolio preparando sus rieles y aparatos para seguir a la flamante vencedora desde la estación hasta la plaza sin perderse un solo segundo de su triunfal llegada.

En realidad no entiendo porqué se ha vuelto tan famosa al punto de poner nuestro distrito patas arriba. Es cierto que ella y su compañero jugaron bien la carta de amantes trágicos con eso del suicidio con bayas venenosas, pero él acabó por no resistir la pérdida de sangre y murió, y otra cosa hubiera sido que los dos estuvieran con vida y derrochando amor para todo el mundo, y otra que sólo esté ella, que de los dos era la que tenía menos que ofrecer al público. El chico era carismático y sabía cómo controlar a la audiencia, Katniss es más bien simplona y sin gracia, pero lo cierto es que hasta yo le creo el papel de amante sufrida que esboza para las cámaras. Si amó en verdad al chico no puedo saberlo, aunque francamente no es de mi incumbencia.

Las horas pasan tensas y demasiado lentas hasta que al mediodía al fin se desata la locura.

El tren proveniente del Distrito 3 llega a tiempo, y el caos comienza con aplausos, gritos, luces y flashes. Yo lo veo todo desde el palco del Edificio de Justicia, parado junto a Brutus y Lyme, que parecen igual de curiosos. Desde aquí arriba todo el asunto parece la escena de un verdadero circo.

—Tanto escándalo por una mocosa sin chiste —grazna Brutus, con esa delicadeza tan característica suya, escupiendo hacia el piso del balcón.

—Sus juegos fueron los más populares en muchos años —dice Lyme, tan pasivamente como una tía comprensiva —Y ella ha sufrido mucho.

—Todos hemos sufrido. Y concuerdo con Brutus. No sé qué tiene de especial. Además, es Clove quien debería estar en su lugar —digo, no solo porque Clove era mi amiga, sino porque de verdad sigo creyendo que era la mejor opción para ganar. Entonces me doy la vuelta para regresar dentro del edificio, pero Lyme me detiene:

—Esperanza —dice, y me giro para escucharla mejor, porque la primera vez creí no hacerlo bien.

—¿Qué?

—Dije que ella le da esperanza a quienes hace mucho no la tienen. Como a esa gente del 11. Y eso, Cato, es mucho más valioso y al mismo tiempo peligroso que cualquier cosa.

Brutus y yo la miramos, y después el uno al otro, incómodos. No sabemos cuando alguien puede estar escuchándonos, y supongo que lo último que los dos queremos es que nos acusen de conspiración por un comentario de la loca de Lyme. Aquí en el 2 puedes ser corrupto, un estafador o, el preferido de todos, un asesino entrenado, pero nunca un traidor, sobre todo si quieres seguir respirando.

—¡Bah! ¡Estás loca, mujer! —dice mi antiguo mentor mientras fulmina a Lyme con la mirada. Ella parpadea y también nos mira, encogiéndose de hombros mientras se adelanta a los dos.

—Descuiden — contesta, deteniéndose antes de entrar —No pueden escucharnos aquí. Y recuerden: nadie se acerca a Katniss Everdeen —comenta, y se va. Brutus espera unos segundos y toma la dirección opuesta, dejándome solo.

Me tomo unos segundos para que mi mente trabaje.

Nunca he sido alguien especialmente reflexivo, pero aun así, muy a mi pesar, las palabras de Lyme calan en lo más profundo de mi mente.

Por un lado, siento algo muy parecido al miedo. Esperanza no es una palabra que se escuche mucho por aquí, y tal vez por eso me suena peligrosa e inquietante.

¿Esperanza para qué? El Capitolio controla cada aspecto de nuestras vidas, y después de los Días Oscuros no van a dejar de hacerlo así como así. Esa palabra suena casi ridícula de la forma en que Lyme había intentado plantearla, pero entonces me pregunto por qué la usó para referirse a Katniss Everdeen; ¿por qué esa chica insulsa podría significar tanto para la gente de ésta nación, al punto de hacer que un anciano como el del 11 cometiera ése estúpido error?

Nunca había pensado siquiera en una posibilidad remota, pero entonces recuerdo mi breve estancia en el Distrito 12 hace más de un año. Las personas sucias, de ojos y mejillas hundidas y rostros cansados, aplaudiéndome mecánicamente desde la plaza; resulta impensable que la esperanza de todo un país pudiera venir de un lugar así, pero entonces recuerdo también a la hermosa hija del alcalde, Madge, que brillaba entre la oscuridad de las vetas de carbón que cubrían las calles, con su cabello rubio como el oro y su vestido blanco. Recuerdo las pocas palabras que cruzamos mientras estuve en su casa, y cómo creí por primera vez que, de ser otras las circunstancias, ella podría haber sido la mujer perfecta para mí. Pero recuerdo sobre todo que, tras preguntarle su opinión sobre los Juegos del Hambre, con educación y midiendo muy bien sus palabras, me dijo que ella aún tenía la esperanza de que algún día todo cambiaría, y que sería para mejor.

Creo que en ése momento no le di importancia, ya que estaba más preocupado por besarla antes de que acabara el día que por otra cosa, pero ahora veo que incluso antes de que alguien más lo notara ya se estaba gestando algo en el distrito más pobre y olvidado del país, aquel donde todos los días alguien moría de hambre, y que Katniss Everdeen, sin darse cuenta, había propagado como reguero de pólvora.

El pensamiento me aturde lo suficiente para que no me dé cuenta de adónde se dirigen mis pies, y al hacerlo ya es demasiado tarde, porque estoy abriendo la puerta sin anunciarme, y Katniss, sentada sobre la cama, se gira a verme, sorprendida y algo asustada. Y yo también me asusto, porque jamás había desobedecido una orden del presidente, y realmente no tengo idea de qué hacer a continuación. Así que intento presentarme.

—Hola. Soy...

—Sé quién eres —dice, tan bajito que apenas puedo escucharla. Parece incómoda, y no me sorprende porque yo me siento igual— ¿Qué haces aquí?

—Quisiera... Hablar contigo— digo, porque es lo primero que se me ocurre para no asustarla.

Ella abre grande los ojos y no deja de mirarme como si fuera un muto que está a punto de saltarle al cuello.

—¿Por qué?

—Porque...somos vencedores. Eso hacen los vencedores.

—No he conocido a otros vencedores— dice, un poco más alto y alzando la barbilla— ¿De qué quieres hablar?

—De ti.

—¿De mí?— se sorprende; obviamente no le agrado, pero al menos procura que no se note— Créeme, hay cosas mucho más interesantes en la vida.

—No para mí— admito. Creo que el nerviosismo hace que suene prepotente, o quizá estoy tan acostumbrado a sonar de esa forma que no puedo evitarlo.

Katniss abre un poco más sus apagados ojos grises, mirándome con recelo. De pronto deja de ser tímida para mostrarse algo molesta.

—¿No para ti? Pero si tú eres el gran Cato. El nuevo consentido del Capitolio. El famoso y letal último vencedor del Distrito 2. Podríamos pasar horas hablando de ti, pero, lamentablemente, no traigo dinero conmigo.

"Vaya", pienso. La simplona del 12 tiene garras. Pero su altanería repentina, lejos de enfadarme, de cierta forma me divierte.

—Descuida. A ti no voy a cobrarte por "cortesía profesional". Aunque podríamos hacer algún tipo de...intercambio por el tiempo del otro.

Ella me mira una vez más, frunciendo el ceño.

—Qué amable de tu parte el ofrecimiento, pero debo cambiarme, así que...

—Aún hay tiempo para eso— digo, dando un paso hacia ella— En cambio, tu tiempo y el mío juntos será mucho más breve.

—No me ilusiones— suelta. Me gusta su actitud tan agria. Parece simplona, pero tiene fuego en su interior. Creo que con algunos kilos más podría pasar fácilmente como alguien del Distrito 2 —¿Qué quieres? —repite.

—Quiero saber qué hay de especial en ti, Katniss Everdeen. Qué tienes de especial para que tantas personas influyentes te odien— le suelto, porque sé que justamente en el piso donde nos encontramos no hay micrófonos por pedido del alcalde, pues es donde suele encontrarse con las múltiples prostitutas menores de edad que le ofrecen sus servicios.

A Katniss una vez más le sorprenden mis palabras, y se deja guiar por mí hasta el centro de la habitación mientras retrocede para evitar mi cercanía. Aquí estoy seguro de que nadie podrá escucharnos, pero eso, obviamente, ella no lo sabe, así que sigue mostrándose renuente.

—No hay nada de especial en mí. Peeta era especial, yo no soy nada— su sinceridad y ligeros temblores me sorprenden, igual que esa mirada cabizbaja. Y no puedo evitar pensar en la forma en que lloró cuando su novio murió, ni en cómo adornó el cuerpo de la niña del Distrito 11 después de que Marvel del 1 la asesinó. Entonces me doy cuenta que lo que genera va mucho más allá de ella misma, que no lo controla, ni que podría hacerlo aunque quisiera. Es algo que va mucho más allá de todo lo que hemos visto antes, mucho más allá de lo que alguien como yo o Brutus imaginaría. Es algo profundo, la representación del hartazgo y la necesidad del cambio.

Es la esperanza.

Me tambaleo ligeramente y me alejo dos pasos, porque ahora mismo me siento demasiado confundido como para hacer otra cosa.

Desde que nací me han enseñado que la gloria y el honor no valen nada sin lealtad, que debemos ser siempre fieles al Capitolio que nos amó y cuidó. Viví siempre en un lugar desde donde procuraban meter ideas que no eran propias en nuestras cabezas. Y esta chica, con sus mejillas delgadas, sus ojos hundidos y ojerosos, y esa actitud que podría parecer incluso egoísta, en sólo unos minutos, sin proponérselo, lo ha cambiado todo.

Y eso me asusta, porque no conozco ni quiero conocer otra vida. Ahora entiendo porqué a Finnick y los demás le prohibieron acercarse, porque Katniss es la semilla de las dudas y el cambio que por años han estado en el aire, sin que nadie se atreviera a plantarlas. Y algo, o mejor dicho, todo en ella grita peligro, así que doy un paso hacia atrás, procurando alejarme antes de que sea demasiado tarde.

Sin embargo, de pronto reparo en algo que brilla en su pecho, y sin pensarlo mis dedos se pasan por el prendedor dorado, analizándolo con detalle. He visto muchos como ése en el Capitolio, pero el de Katniss, ése prendedor en específico, ya lo he visto antes. En el vestido de Madge.

—¿De dónde sacaste eso?— le suelto. Katniss instintivamente se lleva una mano al pecho y me mira, recelosa.

—Es mío.

—No— la corrijo, tratando de no perder la paciencia— Ya lo he visto antes en el vestido de otra persona. ¿Qué haces tú con él?

Ella abre los ojos y baja la vista, pero solo un momento.

—La hija del alcalde me lo dio. Ella es mi amiga.

Un violento estremecimiento me invade al recordar una vez más a Madge, con sus rizos dorados y sus ojos tan azules como el cielo... Recordarla hace que vuelva a sentirme en calma, como cuando me escondí tras una pared para escucharla tocar aquella hermosa melodía en el piano.

La miro fijo y trato de descubrir que otros secretos guarda la muerta de hambre del 12, pero no veo nada. Está en blanco, como si realmente no tuviera nada que decir. Y yo tengo el impulso de arrancarle el prendedor de mi querida Madge del pecho, pero me contengo.

Enderezo la espalda y regreso a mi posición inicial. Junto las manos tras mi cuerpo y muevo la cabeza como he visto a mucha gente hacerlo en el Capitolio. Junto los talones y retrocedo un paso, pues ya tengo todo lo que necesitaba de Katniss Everdeen. Me dirijo a la salida, pero no puedo evitar detenerme.

—Cuando la veas...— comienzo, incómodo— A Madge. Cuando vuelvas a verla, dile que... Que pienso en ella— digo, y sin esperar respuesta me largo de allí.

oOo


.

Continuará...

oOo


oOo

N del A:

Hola! Nuevo reto.

En el universo de éste fic Cato fue el ganador de los 73º Juegos del Hambre, y Peeta murió en la Arena.

Pensé en Cato como una versión un poco más ruda de Finnick, siendo un profesional en toda regla, pero cuya personalidad obviamente cambia después de todo lo vivido una vez fuera de los juegos.

¿Qué les pareció el capítulo?

Hasta el próximo!

H.S.