(N/A) Éste fic llevaba muchísimo tiempo rondándome por la cabeza. Y por fin me he decidido a plasmar la historia. Espero que la disfrutéis tanto como yo al escribirla.

Si os gusta, si no, si queréis aportar ideas o pensamientos... Dejadme un review. Escuchar vuestros pensamientos siempre me motiva a seguir creciendo como autora.

Sin más, el primer capítulo.

Pd: Os recomiendo que cuando encontreis esto (M) busqueis en youtube "Diabolik Waltz" y escuchad la música mientras leeis.

Lady Nala.

Era una calurosa tarde a finales de verano. Los pájaros entonaban sus últimas melodías y el sol se escondía lentamente en el horizonte. Cuándo sus rayos ya no alcanzaran esa parte de la tierra y la noche tomara protagonismo, refrescaría. Así que Kate Steel decidió de mala gana llevarse un abrigo.

No quería ir. Odiaba esas reuniones absurdas que celebraban sin motivo alguno. La exasperaba enormemente. Amabilidad fingida, sonrisas forzadas… Falsedad por todos lados. Las mujeres presumiendo de sus increíbles vestidos y joyas, los hombres jactándose de sus grandes fortunas y exhibiendo a sus mujeres e hijas como si fueran meros trofeos.

Miró a su alrededor, a su nueva habitación. Era demasiado grande para su gusto. Demasiado sobrecargada. Demasiado exhuberante. La gran cama de matrimonio, como si una individual no fuera lo suficiente para descansar. Sus sábanas de seda, como si así sus sueños fueran a ser mejores. El gran armario de roble lleno de ropa hasta los topes, como si fuera a llegar a ponérselo todo… Ninguna cosa estaba fuera de lugar, los elfos domésticos limpiaban y ordenaban hasta el último centímetro día sí y día también. Era… demasiado.

Echaba de menos su antigua casa. Su antigua vida, sencilla.

Pero su madre se había vuelto a casar. Y su nuevo marido estaba, en pocas palabras, forrado.

No quería ser malinterpretada, Theodore Becher le caía bien. Era un buen hombre que hacía feliz a su madre. El problema era que no conseguía adaptarse a todos esos lujos… Ella no había hecho absolutamente nada para ganarse nada de esto. Simplemente era la hijastra con suerte.

Se miró en el gran espejo que colgaba de una de las paredes. El vestido que se había puesto era precioso. Había estado tentada en ponerse el negro que encontró en el armario. Pero luego vio el azul, que era del mismo tono oscuro que sus ojos y le favorecía de manera exultante. Además llevaba los ojos pintados con delineador negro que le realzaba muchísimo la mirada.

Estuvo a punto de coger cualquier prenda sencilla y normal, pero aprendió la lección la última vez. No quería pasarse otra hora cambiándose bajo el escrutinio de su madre…

Alguien llamó a su puerta.

−Adelante… −dijo sin ánimo alguno.

Hablando del rey de Roma… Su madre entró con esa sonrisa radiante que llevaba desde que había conocido a Theodore. Seguro que había venido a asegurarse de que se vestía apropiadamente…

Kate alzó las cejas al verla. Estaba preciosa… Se había puesto un vestido rojo con cenefas delicadas de color negro y un maquillaje muy elaborado. Ojos ahumados y labios ligeramente rojos sin llegar a desentonar con el vestido.

−¿Quieres que te haga el recogido? –preguntó dulcemente su madre.

Kate aceptó dedicándole una pequeña sonrisa.

Rebecca Becker se puso manos a la obra, era una completa artista con el cabello. Empezó cepillando para dejar el negro y liso cabello de Kate sin un solo enredo, después se dedicó a escoger mechones y coger pasadores del tocador. Siguió elaborando su obra con delicadeza y dedicación.

−Mamá… ¿De verdad tengo que ir? –dijo de repente Kate con súplica en su tono.

−¡Será divertido, ya lo verás! No entiendo como no te gustan estas cosas. Comer, conocer gente nueva, bailar… Es una fiesta Kate, diviértete un poco.

−Más que una fiesta es una competición… −murmuró.

−Mira cariño, nadie te obliga a ir. –dijo con dulzura poniéndole las manos en los hombros y mirándola a través del espejo del tocador −Pero a Theo y a mí nos hacía mucha ilusión ir los tres. Además Irina también asistirá, no será como la última vez que estuviste sola.

Eso era chantaje emocional en toda regla. Tendría que ser ilegal que los padres usaran esa técnica tan baja. Suspiró, al menos su mejor amiga iría esta vez. Con reticencia soltó las palabras que su madre quería oír. –Está bien…

Rebecca le plantó un gran beso en la mejilla y sonrió en agradecimiento. Luego hizo lo que todos y cada uno de los hijos de todo el planeta odiaba con toda el alma. Se mojó el pulgar y se lo restregó por toda la mejilla, borrando el pintalabios que le había calcado con el beso.

Terminó de peinarla y asintió complacida. –Estás preciosa hija. –le dijo con orgullo.

−Gracias mamá. Si quieres ve bajando, cojo el abrigo y el bolso y nos vamos.

−Perfecto. –dijo sonriéndole de nuevo, encantada de haberla convencido.

Cuando su madre hubo salido, abrió el tercer cajón del tocador con cuidado y vigiló la puerta por si acaso, metió la mano hasta el fondo, cogió una cajita cuadrada de cartón y con rapidez la metió en el bolsito que se llevaría. Si la noche era como se esperaba, le haría falta.

Cuando bajó, su madre y Theodore se estaban profesando arrumacos. Tenían una malsana manía en hacerlo en cualquier parte de la casa y ella tenía la mala suerte de encontrárselos a menudo de esa guisa.

−Estás preciosa Kate. –le dijo Theodore amablemente mientras le hacía una pequeña reverencia. Era todo un caballero, siempre con sus impolutos modales y ese porte galán. Además para que negarlo, era guapo. Con ese cabello rubio y los ojos tan verdes que parecían brillar como neones. Y el traje le sentaba estupendamente.

−Gracias, tú estás muy elegante. –le devolvió el cumplido.

Los tres se dirigieron a la chimenea que usaban para viajar en polvos flu. Como de costumbre Theodore fue el primero, seguido por su madre. Cuando las llamas esmeraldas consumieron a su madre, Kate entró en la chimenea, cogió los polvos y con voz fuerte y clara dijo. –Número doce de Grimmauld Place.

Salió de la chimenea sin una sola ceniza en su persona. Theodore y su madre la estaban esperando pacientemente. Y entonces comenzó la tortura. Saludos, presentaciones, halagos, charlas banales y aburridas…

El lugar era enorme, lleno de candelabros que iluminaban el sitio, cuadros que parecían la mar de caros, jarrones, mobiliario… Como ella decía, exhuberante y recargado.

De repente, una fuerza de la naturaleza se lanzó con fuerza contra ella.

−¡Kate, por fin! Pensaba que al final convencerías a tu madre de no venir. Suerte que ella tiene sentido común.

−Tiene tanto como tú, Irina… −le dijo a su mejor amiga. Irina Parks era única en su especie. Hiperactiva, mandona y una cotilla de cuidado. Aún no entendía como eran amigas. Pero así era desde que tenía memoria. Irina era el claro ejemplo de "Ni contigo, ni sin ti". Era un poco más alta que ella, con el pelo ondulado y de un rubio dorado precioso, parecía una muñeca. Sus ojos castaños eran joviales y vivaces. Y tenía un generoso busto que hacía suspirar a su paso a media población masculina de Hogwarts.

−¡Hola Irina! ¿Cómo fue el viaje? –le preguntó su madre, que había aparecido de la nada.

−Muy bien señora Becker, Suecia es preciosa. Y las tiendas fueron lo mejor de todo, la moda de allí es fantástica. Aunque los peluqueros son bastante nefastos. Eché muchísimo de menos sus peinados, sobretodo la noche del baile… ¡Enserio, quería irme de la vergüenza! −parloteó Irina sin cesar.

Kate puso los ojos en blanco y dejó de prestar atención a la conversación que tenía lugar entre su madre y su mejor amiga. Dio un vistazo por el lugar. Estaba lleno de gente muy bien vestida, con copas en las manos, parloteando en grupitos y bailando en el centro del lugar. Iba a ser una larga noche…


Regulus Black estaba en un rincón del gran salón junto con sus compañeros de Slytherin, Mulciber, Rosier, Avery y Wilkes. Avery y Mulciber babeaban por las jóvenes sangre pura que rondaban por el lugar enfundadas en apretados vestidos que dejaban entrever sus prietos y bien puestos pechos. Wilkes se había hecho con una bandeja de canapés y una botella de champagne, comía y bebía como un auténtico corsario. Rosier le estaba contando con lujo de detalles todo lo que había hecho durante las vacaciones, y él simplemente observaba aburrido el ambiente.

Odiaba estas fiestas, pero comprendía lo importantes que llegaban a ser. Entablar relación con los magos y brujas más adinerados de Gran Bretaña era sumamente fundamental. Por eso asistían a todas y cada una de esas fiestas y un par de veces al año sus padres las organizaban.

De repente alguien llamó su atención. Katherine Steel, compañera en Hogwarts, estaba plantada en medio del salón dando un vistazo a su alrededor. Llevaba un vestido azul oscuro que se ceñía a su cuerpo, la piel tan blanca… El cabello negro como la noche recogido delicadamente y con elegancia. Estaba preciosa. La boca se le secó y su sangre fluyó con rapidez hacia el sur de su anatomía. Sorprendido por su reacción apartó la mirada e intentó calmarse. ¡Era Steel por Merlín! La había visto en clases y por el colegio infinidad de veces y jamás se había percatado de ella de esa manera, es más, ni siquiera se habían dirigido la palabra ni una sola vez en esos cinco años. Ella era de Gryffindor, ella se relacionaba con hijos de muggles, era ordinaria. ¿Qué coño le pasaba? Puede que juntarse tanto con los depravados de Mulciber y Avery le estuviera pasando factura… Ser adolescente era una mierda. Ni él, el mismísimo Regulus Black, podía controlar a sus hormonas… Iría a ver si sus padres requerían su presencia para algo y así se alegaría de sus dos pervertidos amigos.


−Rebecca cariño. Kate. –las llamó Theodore –Debemos ir a saludar a los anfitriones.

Tras quedar con Irina en un rato delante de la mesa con los aperitivos, se dirigió con su familia en busca de los Black. No tardaron en encontrarlos rodeados de personas que les agasajaban por la magnífica fiesta que habían organizado. Ahora ellos se sumarían al rebaño…

−¡Oh! Mira querido, aquí están los Becker. –dijo con entusiasmo la señora Black a su marido. Mientras los hombres se daban un fuerte apretón, las mujeres se saludaban con un gesto de cabeza.

−¡Cuánto tiempo sin verte Orión! –dijo Theodore con una gran y sincera sonrisa.

−Mucho ciertamente Theodore ¿Dos años quizás? –los hombres rieron –Fue una verdadera lástima no poder asistir a tu boda viejo amigo.

−No te preocupes. Gracias por invitarnos a esta estupenda reunión, la decoración es magnífica y la comida deliciosa. –le dijo Theodore a la señora Black.

−¿Cómo no hacerlo? Estábamos deseando conocer a la señora Becker, es una verdadera belleza. –halagó a Rebecca. −¿Y a quién tenemos aquí? –preguntó la señora Black refiriéndose a Kate mientras la observaba con interés.

−Señora Black, ella es mi hija Katherine –la presentó su madre.

−Llámame Walburga querida, estamos en confianza.

Kate hizo una pequeña reverencia hacía el matrimonio Black como le habían enseñado. –Es un placer conocerles, gracias por esta estupenda velada. –dijo de corrido, se sabía el discurso de memoria…

−Tiene una hija preciosa Rebecca. –le dijo Orión tuteándola.

−Y bien educada. –concedió Walburga. –Seguro que conoces a nuestro hijo Regulus ¿Verdad Katherine?

Kate notó como la señora había obviado deliberadamente a Sirius, su otro hijo, con el cual ella mantenía una amistad. Sabía que no se llevaban bien con Sirius, pero de ahí a ni siquiera nombrarlo… Qué asco de gente -pensó

−Si señora, estamos en el mismo curso.

−¡Que encantadora coincidencia! –dijo Walburga mostrando todos los dientes con una sonrisa. –Mira, aquí viene. Regulus, aquí está tu compañera Katherine.

Regulus se juntó con el grupo sin expresión alguna y saludó cortésmente a su madre y a Theodore. Luego se dirigió a ella.

−Steel. –se limitó a decir.

−Black. –imitó ella intentando pincharle. Era un estirado. Nunca le había caído bien. Se pavoneaba por el colegio como si todos y cada uno debieran besar el suelo que pisaba. Por no hablar de los lerdos de sus amigos.

−Hijo ¿Por qué no sacas a bailar a la joven Katherine? La juventud debe divertirse −dijo Orión. Pero lo dijo por decir, se notaba en su mirada.

A Kate se le escapó una mueca, pero por suerte solamente Regulus se dio cuenta, cambió la expresión de inmediato.

−Claro padre. ¿Steel? –dijo mientras le ofrecía el brazo.

Kate miró a su madre la cual la animaba a irse con él. Si decía que no ¿Sería muy mal educado? Se pegó una patada mental. Era solo un baile, no podía dejar mal a su madre y a Theodore delante de esta gente… Pero le deberían una. Y muy grande.

A regañadientes se agarró del brazo que le ofrecía Black y se dejó guiar hacia la pista.

Una vez entre la multitud que giraba y giraba siguiendo el vals, Black le puso una mano en el omoplato y la otra la alargó esperando a que ella se agarrara. Con reticencia Kate se aferró a la mano que le tendía y la otra la apoyó en el hombro del chico. Solo era bailar una pieza, nada más. Luego se largaría y acabaría de pasar la noche con Irina, que se quejaría porque Sirius no estaba allí. Pero eso era mejor que bailar con Black.

(M)

Cuando la pieza acabó y comenzó a sonar la siguiente, el empezó a moverse y la guio con los pasos que ella siguió sin problemas, sorprendiéndole. Kate sonrió con suficiencia, ahora agradecía a su madre que la hubiera obligado a que Theodore le enseñara a bailar. Había valido la pena solo por ver la cara que había puesto el chico.

−Bailas bien. –le dijo Black.

−Solo baila para que nuestros padres se queden contentos. –le espetó ella. No es que le odiara… Pero no le caía bien y no le interesaba mantener una charla con él.

Regulus frunció el ceño.

−Solo intentaba ser amable. –le dijo taladrándola con sus ojos de hielo.

Kate se sintió un poco mal por ser tan brusca. –Mira… No quiero ser borde, pero no nos llevamos bien ¿Para qué fingir? –dijo mientras daban una vuelta.

−No hemos hablado nunca, así que no nos podemos llevar de ninguna manera. –la contradijo alzándola por la cintura y dejándola de nuevo en el suelo para seguir dando vueltas.

Tenía su punto… Pero no le gustaba cuando no ganaba una discusión −Te juntas con Mulciber y Avery que son unos sádicos. Es todo lo que necesito saber. ¿Sabes que el último día le gastaron una broma a Joseph Pelph y le rompieron el brazo? Y eso no es lo peor que han hecho.

Regulus sonrió con suficiencia. –Vaya… Así que ahora se me juzga por los crímenes de mis compañeros. Creía que los Gryffindor erais los justos. –dijo un poco cabreado.

Kate no sabía que decir. Era cierto que el chico se creía de lo mejor solo por ser un Black, pero ahora que lo decía, nunca lo había visto meterse con nadie directamente. Se sintió mal de repente. Por mucho que pensara que era un idiota estirado, no tenía derecho a tratarle como lo estaba haciendo. Le miró directamente a los ojos.

−Tienes razón. Estoy pagando contigo mi mal humor y eso no es justo. Lamento mi comportamiento. –se disculpó sinceramente.

−No te preocupes. –dijo él.

Pero Kate estaba segura de que seguía ofendido. Sentía que debía explicarse –Verás, yo no quería venir… Pero me han "obligado" por así decirlo.

La pieza terminó y Regulus se separó al instante como si ella quemara y le apartó la mirada.

−Enserio, no le des más importancia de la que yo le doy. –hizo una reverencia –Gracias por el baile. –y sin más se largó, dejándola allí plantada.

Kate se encogió de hombros sin darle importancia como él le había dicho y se fue a buscar a Irina.


Regulus se apartó de la multitud y respiró profundamente. Estaba turbado y confuso. El carácter de Steel le había aturdido. No sabía que fuera tan directa y sincera, le había dicho lo que pensaba tal cual lo pensaba a la cara. Nunca, nadie, lo había hecho.

Y esos ojos… Esos ojos eran lo que más le habían descolocado. Un azul tan oscuro como los zafiros. Tan oscuro como el océano. Pero tan claros como los cristales. Estaba seguro de que si la hubiera mirado a los ojos unos segundos más, hubiera podido ver su alma.

Necesitaba beber algo.


Kate encontró a Irina justo donde habían quedado. Su amiga se acercó corriendo, la agarró del brazo y la llevó a una esquina poco frecuentada.

−¡¿Estabas bailando con Regulus Black?! –le susurró alucinada.

−Sí, su padre le ha insistido en que me sacara a bailar y no podíamos negarnos. –respondió Kate sin darle importancia.

−¡Que fuerte! Parecíais una pareja y todo, estabais súper sincronizados y os he visto susurrando un par de veces… Me he quedado muerta. Pensaba que te había sacado él por voluntad propia, que lástima.

−¿Qué lástima? –preguntó Kate riendo. –No seas boba Irina, es Regulus Black de quien estamos hablando, no lo olvides.

−Da igual quien sea. Está buenísimo y forrado. Sigo pensando que es una lástima.

−Lo que tú digas… −Kate no podía evitar reír.

−Mierda, otra vez no… −dijo de repente Irina nerviosa.

Kate la miró preocupada. −¿Qué pasa?

−Es Mulciber, no para de coquetear conmigo. He logrado escaparme antes, pero me acaba de ver y aquí viene. –le susurró.

−Buenas noches señoritas. –dijo una voz conocida a espaldas de Kate. –¿Os apetecería una copa?

Kate se giró. Mulciber les estaba tendiendo un par de copas de champagne.

−Hola Mulciber. No gracias, te recuerdo que somos menores. –le dijo Kate de mala gana. Cogió a Irina del brazo e intentó llevársela, pero Avery se interpuso en su camino salido de la nada.

−¡Vamos, es una fiesta! –dijo Avery sonriendo mostrando sus dientes torcidos. –No nos dirán nada, no os preocupéis.

−Exacto. –apoyó Mulciber alzando sus pobladas cejas.

−No gracias. Estamos bien. –dijo Irina.

−Por cierto Irina ¿Te he dicho ya que esta noche estás deslumbrante? –le dijo Mulciber intentando sonar seductor pero fallando en el intento.

−Sí, ya me lo has dicho.

−Vamos a bailar. –no era una pregunta.

−¿Qué está pasando aquí? –preguntó otra voz conocida. Irina y Kate rodaron los ojos. Lo que faltaba…

−Que sorpresa. Hola Amy ¿Cuándo has llegado? –dijo Mulciber forzado.

−¿Qué pasa Parks, nadie te hace caso y tienes que zorrear a mi chico? –le espetó con violencia Amy Stone, estudiante de séptimo y como no, Slytherin.

−Para el carro Stone. –dijo Kate –Aquí "tu chico" es el que nos está molestando. –puso énfasis en el título para que quedara claro que no querían saber nada de él.

−Largaos de aquí. –les bufó la chica.

−Encantadas. –dijo Irina con su prepotencia.

Una vez lejos de esas serpientes venenosas las chicas suspiraron aliviadas. Jamás se habían sentido tan contentas de ver a Amy Stone.

−Están como cabras, enserio.

−Lo se Irina, como cencerros.

Las chicas rieron.

−Oye, necesito salir un momento. –dijo Kate observando alrededor por si veía a su madre o a Theodore.

−¿Aún Kate? –preguntó enfadada Irina. –Prometiste dejarlo hace semanas.

−Lo sé, lo sé. Hace mucho que no lo hago, pero hoy me están poniendo entre todos de los nervios. –se defendió la joven.

−Tú misma, como no pares acabaré chivándome a tu madre. –amenazó la rubia.

Kate frunció el ceño –Mira Irina, mejor dejamos el tema. Nos vemos luego. –dijo agobiada.

Dio media vuelta y se alegó con paso ligero de su metomentodo amiga. Serpenteo entre la multitud y salió del salón. Cuando llegó al pasillo de entrada, busco entre la larga hilera de ropas de todos los colores y tamaños y bolsos minúsculos colgados en percheros hasta que encontró sus cosas. Se puso el abrigo, cogió el bolso y salió por la puerta principal.

En el exterior hacía fresco y no había ni un alma, cosa que agradeció después de soportar el bullicio de la fiesta. Se sentó en los escalones y sacó la pequeña caja de cartón. La abrió y sacó un cigarrillo, se lo puso entre los labios y con un pequeño encendedor prendió la punta.

Inspiró profundamente y la calma se apoderó de ella. Expiró el humo que había tragado y salió con fuerza de sus pulmones, disipándose rápidamente en el aire como si nunca hubiera existido. No fumaba mucho, solamente cuando se sentía desbordada. Agobio, nerviosismo, estrés… Eran los detonantes. Todo empezó cuando su padre murió dos años atrás. Desde entonces, cuando no podía relajarse sola, acudía a ese pequeño tubo relleno de tabaco.

Su padre era fumador, y el olor a tabaco predominaba en su persona y su despacho. Antes lo había odiado. Pero después de su funeral, se encerró en su despacho y encontró la pitillera que guardaba en el primer cajón del escritorio. Al principio solo lo encendió para poder volver a oler ese aroma. Para inundar el lugar con el olor que siempre le recordaría a él. Poco a poco se fue acostumbrando a hacerlo, hasta el día en que su madre le presentó a Theo, ese día dio su primera calada. Y siguió hasta el día de hoy.

Suspiró con fuerza y se masajeó las cervicales. La estaban matando. El dolor se disipó levemente, pero en un rato volverían a la carga. Siempre era así.

−¿Qué haces aquí fuera? –preguntó alguien detrás de ella, dándole un susto de muerte.

Kate se giró a toda velocidad llevándose la mano al corazón. Casi le da un infarto allí mismo.

−Black... Me has asustado, creía que eras Theodore. –dijo entrecortadamente sujetándose aún el pecho.

Black cerró la puerta y bajó los escalones. Los brillantes e inmaculados zapatos que llevaba pararon a su altura y se sentó a su lado pero sin ni siquiera rozarla.

−¿Desde cuándo fumas? –le preguntó él.

−Un tiempo… −respondió algo indecisa. No le parecía buena idea que el chico supiera su secreto.

−¿Me das uno? –preguntó sorprendiéndola. ¿Regulus Black pidiéndole un cigarrillo? Inaudito.

Ella abrió la caja y le tendió el tubo relleno junto al encendedor.

Con parsimonia, el chico se llevó el cigarro a la boca y lo sujeto con los labios. Tenía unos labios finos y varoniles. Siguió observándole. La mandíbula un poco cuadrada y fuerte, mejillas hundidas y la nariz ordinaria, ni muy grande ni demasiado pequeña. Pero lo que más llamaba la atención de Regulus Black eran sus ojos. Eran de un gris tan profundo como el mercurio y tan fríos como el hielo.

Con sus largos y finos dedos llevó el encendedor hasta la punta del cigarro y lo encendió.

−No sabía que tú también fumabas. –le dijo ella.

−Solamente en ocasiones contadas. Además, así los dos guardaremos el mismo secreto. –dijo mirándola de reojo.

El humo bailaba entre los dos jóvenes, rozándoles y desapareciendo en segundos. Kate no sabía que más decir, así que optó por seguir fumando en silencio, acompañada insólitamente por Regulus.

−Steel. –dijo Regulus de repente. Despachó el humo que retenía en los pulmones y volvió a hablar. −¿Qué te parece si hacemos borrón y cuenta nueva? –preguntó impasible.

Kate se atragantó con el humo y empezó a toser de una forma no muy femenina −¿Me estás pidiendo que seamos amigos? –consiguió decir con lágrimas en los ojos por el esfuerzo de intentar no ahogarse.

−No exactamente. –dijo él riéndose. –Pero podemos empezar de nuevo y al menos iniciar una relación… cordial.

Kate sonrió sin humor. Acababa de caer y ya sabía de qué iba la cosa. El chico seguía ofendido por lo que le había soltado mientras bailaban. Ella ya se había disculpado, no volvería a hacerlo.

−Mira, solamente no quiero que me enjuicies por mis compañeros. No somos la misma persona, así que ¿Por qué no empezar de cero y me conoces por mí, no por la opinión que tienes de otros?

Como antes, el chico tenía razón. No la mataría intentar conocerle ¿no? Suspiró levemente y le miró fijamente a los ojos. Y entonces los dos se dedicaron una pequeña sonrisa.

−Está bien. –dijo Kate mientras negaba con la cabeza, incrédula por aceptar. Igualmente, ahora que pertenecía a ese cerrado círculo de aristócratas, no le vendría mal conocer a alguien más aparte de Irina. Al menos eso era un consuelo.

−Me llamo Regulus Black. Estudio en Hogwarts y estoy en la casa Slytherin. –se presentó él de repente mientras le tendía la mano.

Kate no pudo evitar reír mientras le estrechaba la mano.

−Encantada de conocerte. Yo me Llamo Katherine Steel, también voy a Hogwarts y estoy en la casa Gryffindor.

−Encantado de conocerte Katherine. –la tuteó por primera vez, susurrando su nombre. El corazón de Kate saltó de nuevo.

−Lo mismo digo… −dudó un instante, pero al ver la sonrisa del chico, acabó –Regulus.

Tras unos segundos de silencio, Regulus se levantó. –Tengo que ir a ver si mis padres necesitan algo. Ya nos veremos. –se despidió. Tiró el cigarrillo en medio de la calle y entró.

Kate se quedó unos instantes sentada dónde estaba. Alucinando por lo que acababa de pasar.


Regulus cerró la puerta tras de sí. Su madre le observaba desde unos cuatro metros de distancia. Vio como Walburga alzaba una ceja interrogativa. Él se limitó a asentir con la cabeza, dando a entender que estaba hecho. Walburga sonrió a su hijo y en menos de una milésima de segundo ya estaba metida de nuevo en la conversación que mantenía, como si nada.

Estaba siendo una noche muy larga…