Los demonios de Aberdeen
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Disclaimer; Todos los personajes y escenarios aquí mencionados son referentes a la heptalogía de novelas fantásticas Harry Potter, los cuales son responsabilidad intelectual de la escritora británica JK Rowling. Asumo pues, que su uso está bajo el deseo único de ambientar esta historia, por la cual no recibo lucro de ninguna especie.
Advertencias; Universo alterno al libro siete. Contenido h o m o e r ó t i c o.
Dedicatoria; Con un cariño recóndito e inexplicable a Meme.
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Mil días
{Exordio}
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Eran para él, los corpúsculos de fieltro al haz luminoso, las plumas de mil aves albinas cacareando ecos de muerte en el borde del archipiélago auditivo; allí a cercano a la sien en la cabeza, un gemido ronco y tartamudo y suplicante que también era ensoñación macabra… A veces también eran ellas, las palomas, quienes le roían pacientes tres picotazos antes del pezón izquierdo, y luego deslizaban las patas sobre la piel blanca de él, abandonándola rolliza. Mientras que Draco, sin pena o gloria ofrendándole un aura, apenas si podía al alba rugir una inmunda lágrima.
En ese encarnado otoño al medio día, no fue siquiera contraria aquella sensación que a besos le desgarraba de la duermevela. Un nódulo poco breve, y sin rodete, le sostuvo del cuello, permitiéndole el prodigio de un alarido frágil y rasposo. Y entretanto abría los diminutos ojos plomizos se deleitó, inepto, con la flamígera que aguijoneaba allí dentro de sí. Luego, y confinado aún en la tumba de sábanas, escudriñó cada rincón de la habitación hasta que los primeros calambres en su vientre le pudieron. ¡Era tan misérrimo despertar y persistir en ese horripilante sueño!, que pasó las huesudas manos por encima de los marcadísimos pómulos de su cara, sobrecogido por la angustia.
Tomó aire cuanto le permitieron sus pulmones, escupiendo un «Merlín» entre dientes, pero escasamente consiguió descuajar esa pena sagaz. Entonces acarició desidioso, su brazo izquierdo y mordisqueó la punta del labio superior, con pocas echó aire y, concentrando las niñas en el techo desquebrajado, fue escurriendo la palma por encima del colchón revestido hasta llegar al borde de la yacija, y finalmente la abrigó entre colchón y soporte. A tientas entre los doseles, le encontró los dientes, luego el mango.
Lo empuñó poseído por una fuerza incierta, después se tiró al piso sin asomar la piedad para consigo, mientras se permitía arrastrar por el sendero de oscuridad que al cual, el resplandor de su ventana, jamás tocaba ni la desvainada época del año. No le quedaba alguna esperanza más que confiarse a la noche para echar a dormir, confiarse al alba hasta que algún día su ambición fuese zanjada y las entrañas contuvieran de doler como ahora punzaban y, lograra perecer también, el aroma del aserrín que se captaba como en ese instante, cada que empuñaba la navaja contra las cenefas del piso, bajo su cama, para marcar la cosecha.
—Mil días —susurró casi destruido, encontrando la yema del cordial contra la diagonal rajada imperfecta que transgredía a otras cuatro semi-rectas, y tarareó por sus carnes despojadas de la vida, un viejo réquiem; Draco había aprendido a sepultarse debajo de la cama, entre los soplos de polvo, para esconderse de la luz y fingir su muerte, adormecer; sedar a la angustia sanguinolenta y manada de las ternuras en sus alas de gavilán triste.
Terrorífica Libélula ©
