Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, pero los amo. Son creación de Kyoko Mizuki y Yumiko Igarashi, y sólo pretendo entretener con ellos nuestras imaginativas mentes…un abrazo.
Lo esperaba impaciente aquella tarde a la salida del Hospital de Chicago. Ciertamente ya no era una jovencita, pero como si fuese ayer, aún le costaba dominar las emociones cuando estaba a su lado. Él podía trastornarla con tan sólo una mirada, y tenerlo cerca era una dulce tortura a la cual era una adicta irremediable. ¿Por qué no aparecería? su puntualidad era característica. Lo había extrañado todo el día, sabía que se verían para celebrar a la hora de salida y eso había hecho la rutina laboral interminable. Volvió a mirar su reloj pulsera, cuando sintió por la espalda un leve escalofrío. Sabía que era él, su piel siempre lo intuía y esta vez no fue la excepción. Volteó rápida y juguetonamente, sorprendiéndolo antes de que hubiese podido acercarse más por detrás.
"¡Albert mi vida!" le dijo abrazándolo con fuerza. "Creí que nunca llegarías".
"Lo siento preciosa tenía que organizar algunos detalles, no todos los días mi esposa está de cumpleaños..." dijo acercando su nariz tiernamente a la de ella. "¡Vamos! ¡Hay que detener ese carruaje!".
"¡Pero Bert! ¿No trajiste el automóvil?, ¿Dónde está George? Siempre que vienes del trabajo me pasan a buscar juntos..." señaló intrigada.
"Tendrás que dejarte sorprender", agregó tomándola de la barbilla y dándole un pequeño beso.
Corrieron tras el primer coche que apareció y Albert la jaló enérgicamente de ambos brazos para subir. Se sentía como una niña. Como siempre, a su lado todo parecía seguro y en control, así que se dejó llevar con alegría, disfrutando del atardecer primaveral.
"¿Sabes? no es seguro que en esta fecha sea mi cumpleaños, en realidad, es sólo un cálculo aproximado, considerando la fecha en que fuimos encontradas Annie y yo...Nunca sé a ciencia cierta qué día debo celebrarlo. ¿Y si en realidad hoy no es? ¿O ya pasó?"dijo mirándolo y haciendo un adorable puchero.
"Amor por favor, sé que estás nerviosa, no uses conmigo el truco de hacer como que no te importa tu cumpleaños. Amas festejar cada alegría que la vida te da, y eso haremos. Por favor cochero, deténgase aquí, es nuestra parada". Y diciendo esto último ambos descendieron del carruaje.
Se encontraban frente a la parroquia San Lucas, lugar muy cercano a su residencia en Chicago. Candy no entendía nada y a decir verdad, comenzaba a intrigarle el no sospechar en absoluto los planes de su marido.
Albert paró en seco frente a la iglesia y la miró dulcemente. "Pequeña hemos llegado".
"¿Eh? ¿Una iglesia? ¿qué hacemos acá? se supone que nuestra unión ya está oleada y sacramentada..."
"¡Ja ja ja! claro que sí Candy, no venimos precisamente a esta parte de la iglesia, ven ¡acompáñame atrás!" le dijo sonriente y cálido.
La condujo por un hermoso camino, a través de un portal de Camelias blancas que rodeaba el recinto, y a medida que comenzaron a adentrarse la visión la dejó atónita. Atrás de la parroquia había un pequeño camión, adornado como un hermoso carro alegórico, repleto de flores de todos los tipos y colores. En el medio del vehículo había una gran tarima de color rosa, desde donde descendieron sus mejores amigas Annie y Patty.
Annie se encontraba en compañía de sus gemelas, las tres con vestidos idénticos en tono turquesa brillante y peinadas con un coqueto moño. Patty no se quedaba atrás, descendió ataviada en un vestido negro españolado, con vuelos y lunares color amarillo, en compañía del pequeño Tom, que traía puesto un traje de vaquero similar al que habitualmente usaba su padre en ocasiones especiales. A pesar de su corta edad, era muy aguerrido y parecía que quería en todo momento proteger a su madre mientas bajaban del podio.
"¡Qué hermoso Albert! ¿De qué se trata esto? se ven todas maravillosas y ¡tú también pequeño Tom! Pero díganme qué hacen acá... ja ja ja" rió frescamente Candy, y a Albert le pareció que a sus treinta años, seguía siendo la mujer más hermosa que había visto en su vida. Aquella risa contagiosa iluminaría hasta el lugar más oscuro, no cabía duda, por ella y por Anthony sería capaz de dar la vida una y mil veces.
"Ésta mi querida Candy, será nuestra muy particular celebración del Festival de Mayo. Desde hace 15 años tienes pendiente una parada, ¿recuerdas?. Con el dolor de mi alma no pude acompañarte en ese entonces, porque en tu eterna generosidad, preferiste ayudar a un amiga y fuiste severamente castigada. Estuve a la distancia contigo amor mío, apelando a tu creatividad mientras te enviaba los trajes de Romeo y Julieta. Aún así, nunca pudiste concretar tu desfile como una de las reinas de la primavera, y yo jamás pude cumplir el sueño de bailar un vals con mi soberana..." Dicho esto, la tomó por la cintura, haciendo el ademán de bailar alrededor del carro. Todos rieron nuevamente, hasta que de improviso, desde la parte trasera de la plataforma, apareció un pequeño rubio de aproximadamente tres años, pecoso y con sus rizos alborotados, que corrió a toda prisa hacia su madre, quien lo recibió con un gran abrazo.
"¡Anthony, Vida Mía!" Exclamó Candy levantando al niño del suelo y dando vueltas con él en brazos.
"Feliz Cumpleaños Mamita, Tía Roy tiene una sorpresa con unas personas allá"... indicó el pequeño con su dedito índice, señalando hacia el fondo del jardín, donde se veía una especie de salón de eventos. La silueta de la Tía Abuela estaba parada en la puerta, probablemente reprendiendo mentalmente a su bisnieto por escaparse.
"Princesa, antes de continuar, deberemos ataviarnos para la ocasión" Y dicho esto, le entregó una gran caja dorada, adornada por un rosetón de terciopelo carmesí, muy similar a la que contenía los dos disfraces shakesperianos que ella usó en su adolescencia.
"El Padre Mckay me ha prestado gentilmente las llaves de la casa parroquial, allí podremos cambiarnos los tres. Como tus consortes deberemos acompañarte al pie de tu transporte, para dirigirte a la fiesta". Dijo Albert guiñándole un ojo.
"¿Y quien manejará el carro?" Dijo Candy buscando un conductor al interior de la cabina del camión.
"¡Yo lo haré por supuesto! ¿o creías que te dejaría conducir a ti o al estirado éste? ja ja ja" Respondió con energía Tom, empujando intempestivamente a Archie en el hombro derecho, mientras se acercaban provenientes del interior de la casa parroquial.
"¿A quién le llamas estirado?, ¡cuida tus modales potrillo desbocado!". Reclamó el más elegante, devolviéndole el golpe en el mismo brazo que Tom había usado para desestabilizarlo. El intercambio parecía rudo, pero no era más que un juego, parte de la eterna medición de fuerzas a la que continuamente ambos se sometían. Todo para ellos era una competición, por lo que sus respectivas esposas se miraron y rodaron los ojos cansadas de pedirles que se comportaran como los adultos que eran.
"Bueno, bueno, ya los Andrew tenemos que irnos a cambiar de ropa, ¡por favor abran paso a los reyes de la fiesta!". Dijo el patriarca. Los tres caminaron de la mano hasta el recinto, y tanto Annie como Patty no pudieron evitar emocionarse hasta las lágrimas, cuando los vieron entrar juntos. Conformaban una familia maravillosa, y después de todas las zozobras que su amiga había vivido durante su niñez y juventud, los dos hombres que hoy robaban su corazón eran un merecido premio celestial.
"Albert de qué nos disfrazaremos?". Interrogó Candy juguetonamente. "¿Ambos serán mis Romeos?".
"No es lo que crees pequeña, no quise regalarte aquellos disfraces nuevamente. Siempre me he preguntado, qué hubiese pasado si sólo te hubiese regalado el traje de Romeo ¿de igual forma Terry te habría besado?. Confieso que cuando pienso en todo lo que ese festival significó para ti, lo importante que fue en tu vida, aún me duele no haberte podido acompañar". Dijo cabizbajo y con un dejo nostálgico en sus ojos azules.
"Albert, mi vida... Nuestra historia sobrepasa los límites de un momento específico, fuiste mi primer amor y también el último, mi alma gemela. Desde que te vi siendo sólo una niña en aquella colina nuestros destinos se entrelazaron, y mi corazón no encontró la paz, sino hasta que nos juramos amor eterno aquella tarde en Lakewood. Eres y serás mi amigo, mi compañero, y me has dado lo más maravilloso que tengo, la extensión tácita de nuestro eterno juramento de amor". Dijo la rubia señalando al pequeño Anthony.
Albert se acercó a ella, y con dulzura extrema le rozó una mejilla con el lado interno de la suya. Ambos se quedaron un instante, sintiendo el calor del otro atravesar sus respectivas almas. Luego se miraron profundamente, y se fundieron en un apasionado beso, interrumpido súbitamente por las manecitas de Anthony, que buscaba también unirse a la férrea demostración de cariño de la cual era testigo.
"Ya es tiempo de alistarnos, por favor mira dentro de la caja mi vida"...señaló Albert, volviendo de a poco a la realidad.
Al quitar el envoltorio ella se enterneció, sintiendo que su corazón latía tan fuerte que su pecho estallaría de amor y gratitud. La caja contenía tres juegos de Kilt escoceses, cada uno con su sporran* y respectivo alfiler. Completaban el atuendo tres boinas negras y bufandas fabricadas con el mismo tartán de las faldas, cuyo diseño representaba la casa de la Familia Andrew.
"¿Los tres seremos los Príncipes de la Colina? ¡Qué hermoso Albert!". Dijo Candy frotándose las manos.
"Tú eres la reina, nosotros simplemente tus fieles lacayos, felices de adorarte por toda la eternidad. Vamos mi bella esposa, luzcamos orgullosos nuestros trajes de gala, que la noche nos espera y nos aguardan otras sorpresas al interior del salón!" señaló él.
Los tres se veían deslumbrantes, tanto el pequeño como su padre habían practicado una divertida reverencia, que pusieron en práctica en cuanto dejaron a su soberana en la parte alta del carro alegórico. Annie y Patty la acompañaban un escalón más abajo, de la mano todas reían y saludaban levantando los brazos, mientras el camión avanzaba lentamente, custodiado de cerca por los vítores del pequeño Anthony y los hijos de sus amigas.
A poco más de la mitad del trayecto, Tom sonó la bocina, señal que no pasó desapercibida para la Tía Abuela Elroy que siguiendo instrucciones precisas, abrió la puerta del salón dejando salir una tropa de invitados, entre amigos y conocidos de la pareja protagonista de la noche. Candy pegó un grito de felicidad, cuando vislumbró entre los asistentes a sus dos madres, la Srta. Pony y la Hermana María, junto a la tropa de infantes que hoy vivían en el Hogar.
"¡Soy tan feliz Albert, te amo, hoy y eternamente!" exclamó Candy, mientras su esposo con devoción la tomaba por la cintura para bajarla de la tarima.
"Vamos mi vida, te invito adentro, donde desde hace más de quince años, nos espera nuestro vals..."
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Pequeña bolsa o monedero que se lleva alrededor de la cintura, sobre el kilt.
Hola a todos! espero les haya gustado este minific, creado como humilde aporte al concurso Festival de Mayo 2018, en la página de Facebook Fan fic de Candy y Albert. Un abrazo, gracias por leerme! Y ya saben ¡¡¡Viva el Candymundo forever y los Albertfics!!!!!
Cordovezza.
23-03-18
