Un día se detuvo a pensar.
Un día se detuvo a mirar a la persona que estaba junto a él en la cama en ese mismo instante, y sonrió. Sonrió porque era perfecto. Porque era suyo, y porque estaba ahí. Porque lo amaba y porque ese amor era correspondido.
Alejó todos los pensamientos innecesarios, y se detuvo a admirarlo, un poquito, mientras el otro dormía profundamente.
Le acarició el cabello con la punta de los dedos, le acarició la mejilla y la comisura de los labios. Lo miró con ternura, con deseo de aferrarse a él por lo que le quedaba de vida.
Lo miró deseando besarlo, deseando acariciarlo y que diga su nombre. Deseando que él también lo ame con tanta pasión.
Martín se detuvo a pensar.
Tal vez Manuel nunca le dijera que lo amaba, o que lo quería, o...bueno, nunca le dijera absolutamente nada más que insultos. O tal vez nunca le trajera flores, o chocolate, o le gritara por todo.
Tal vez estaban juntos porque Martín entendía lo que Manuel callaba.
Se acercó unos centímetros y depositó un beso, con cuidado, en su frente. Se quedó unos segundos ahí y volvió a alejarse.
Tal vez era porque se necesitaban. Tal vez realmente fueron hechos el uno para el otro.
Era posible que Manuel fuera eso que decían de la media naranja.
Lo vio moverse en la cama y abrir levemente los ojos. Lo vio acercarse con el ceño fruncido y abrazarle del cuello.
Cerró los ojos.
Un día se detuvo a pensar, porque lo amaba, porque no entendía cómo se podía amar tanto a una persona.
