Anden 9 y 3/4. Finalmente.

Los carritos asomaban a través de la pared de ladrillo, uno tras otro, desfilando como en una caravana de carros alegóricos adornados con baúles de cuero, lechuzas pardas, escobas viejas, gatos que ronronean perezosos, libros con dientes filosos que caen al suelo. El sonido de las ruedas sobre el enlosado se mezcla con la cacofonía emergente de los centenares de voces que parlotean y chillan a lo largo del andén, y el humo negro, increíblemente denso de la locomotora escarlata. Semejante paisaje. Un desorden de color y sonidos que en conjunto forman un intrincado cuadro en movimiento. Una euforia contagiosa que viaja a través del espacio, completamente lleno de magia.

No era la primera vez que me encontraba con un lugar así de pintoresco. Sin embargo, era mi primera vez aquí, en Hogwarts.

Probablemente, era demasiado mayor para estar aquí, recostada de una columna más gruesa que un árbol de cientos de años de antigüedad portando una túnica negra, sin insignia y sin un distintivo mayor que me identificara como algo más que una estudiante extrajera. Con la edad suficiente para ir al último curso, aunque esa no fuera la aspiración que me proponía alcanzar. Pero no me importaba, al menos no del todo. Me llevé la mano al pecho, sintiendo el corazón desbocado. El sobre que portaba conmigo celosamente guardado dentro de la túnica hizo un crujido que logré oír sobre el estruendo del andén. No arrugues el sobre, odio las cosas arrugadas. En estos momentos, el sobre era más importante que mi vida, al menos en parte. Mi boleto de entrada a Hogwarts.

El sonido de la locomotora se hizo escuchar sobre todo el alboroto de voces, ruedas chirriantes y gritos enloquecidos. El humo que salió de ella se hizo más denso, algo que pensaba imposible en primera instancia. Jalé el baúl que llevaba conmigo, sólo un baúl. No necesito nada más. Pensé, lo empujé sin prisa y sin pausa sobre el adoquinado y subí al tren. Los nervios que logré mantener bajo control hasta hace unos segundos salieron a la superficie, como los patos salen del agua de un lago. Pisar el tren era el primer paso. El primer paso siempre es el más fácil. Y no importa lo que digan, reunir el valor para emprender una aventura para muchos es lo más complicado. Una vez sobre el barco debes acostumbrarte al mareo. No para mí, no en esta situación. No cuando lo que se avecinaba era la llovizna antes de la tormenta.

Hogwarts era más que un bello paisaje de postal. Indudablemente la fuerza de sus muros y la majestuosidad de sus torres altas como un obelisco formaban una imponente estructura. ¡Qué belleza! El interior sólo reflejaba la belleza milenaria del castillo, a donde quiera que mirases veías pasar los siglos, en cada cuadro, en cada esquina, en cada armadura. Pese a la distracción visual que aquellas paredes proporcionan, yo no logré pasar desapercibida por los demás. Quizás por la inesperada visita de una estudiante nunca antes vista, o porque mi perfil no era precisamente el más bajo que pudieras encontrar. No cuando tu melena es naranja como las llamas de la hoguera y tus ojos enormes, amarillos y turbios como las aguas sucias de un cauce. Fuera lo que fuera, no soporté más el escrutinio de los curiosos y pasé de largo, sobre las escaleras principales del vestíbulo, subiendo lentamente cada escalón de una torre para posarme frente a la estatua de un ave de piedra maciza, delicadamente esculpida, cuidando los detalles más nimios: la curvatura de las alas, la fuerza depredadora de los ojos y los pliegues de las plumas, tanto esmero en esos detalles que al pensar en tocarlos fácilmente te perderías en la suavidad. Todo aquello era tan hermoso. Y necesitas la clave.

- Claro, las palabras clave- dije en voz alta. Dumbledore tenía la fama de ser el mago más brillante del viejo continente. Y, a las mentes brillantes les encanta lo simple.- Dulce de Jojoba.

El águila se movió, al rotar dejó entrever los escalones acaracolados de la torre. Me situé sobre ellos sin moverme un ápice mientras ascendíamos hacia el tercer piso de la torre. Olía a grageas de sabores y un ligero toque a whisky de fuego. Solo ligeramente. Al ascender era plenamente consciente de lo que sucedía bajo mis pies, en el gran comedor. Todos esos pequeños chiquillos charlando, riendo, cenando entre la euforia de ser seleccionados en la casa que deseaban o con la ilusión de convertirse en el próximo capitán del equipo de Quidditch. Eso no es lo mío. No es mi tiempo de cualquier manera. El ascenso llegó a su fin, y bajé del escalón donde me encontraba situada. Allí estaba, la oficina del director. Albus Dumbledore. Si mi corazón estaba desbocado antes, ahora el repiqueteo de éste sonaba como las alas de un colibrí apresurado. La sien me palpitaba y los oídos me zumbaban. Comenzó a aumentar mi temperatura corporal e inmediatamente caí en cuenta que debía calmarme. Baja tu temperatura. Faltaban al menos treinta minutos para dar por concluida la cena de bienvenida.

Minutos después estaba más calmada, con una temperatura corporal considerada "normal" y el sobre, mi boleto de entrada, fuertemente sostenido en mi mano izquierda. Repasaba mentalmente lo que debía decir a Dumbledore y respiraba con parsimonia a la vez. El águila se movió en ese momento. Me erguí en cuento escuche el sonido de las escaleras de piedra hacer fricción y respiré hondo por última vez. Poco a poco a través del ascenso veía la melena platinada de un hombre mayor envuelto en una túnica púrpura muy llamativa, la sonrisa en sus labios vaciló un segundo hasta que los ojos, medio escondidos al fondo de sus gafas de medialuna chispearon al acordarse de que esperaba mi visita. Con él, un paso detrás, una figura oscura sobresalía en contraste con la túnica púrpura del director. Tiene cara de aburrido. Estuve sometida al escrutinio de ambos pares de ojos unos segundos hasta que el director consideró necesario romper el silencio.

- Señorita Sérène Boissieu. Si no me equivoco. – embozó una sonrisa a la vez que abría la puerta tras nosotros.

- Un placer, Profesor Dumbledore. Lamento haber subido de esa manera, disculpe si fui maleducada. La expectación creció en mí al momento de cruzar el umbral, repentinamente el sobre que tenía entre los dedos comenzó a hacerse más pesado.

Lo primero que capté al entrar fue el ave dorada que descansaba escondiendo la cabeza bajo un ala. Se desperezó al momento que sintió los pasos en la habitación, estiró las alas al máximo, vi en todo su esplendor a un magnífico ejemplar en la fuerte etapa de la juventud. Ladeaba la cabeza y se sacudía con frecuencia. Aquellos ojos gigantes denotaban una inteligencia casi humana y un misterio encarecedor. Jamás había visto uno con mis propios ojos. Ironía en el asunto, considerando que a uno de ellos le debo todo esto.

- Impresionante criatura el Fénix. Srta. Boissieu. Fieles y fuertes. Sin contar su increíble capacidad de renacer de sus cenizas. Dumbledore flotó hasta su asiento tras el escritorio mientras decía todo esto e hizo una invitación para que me sentara. Le miré a los ojos unos instantes. Usted no sabe hasta qué punto puede llegar su magia. Los ojos del director brillaron un instante.

- Estoy completamente de acuerdo, Profesor.

- Oh, Severus- pronunció de repente, como quién recuerda una obligación olvidada.- La Srta. Boissieu es la alumna de quién te hable. Volvió a mirarme y con una sonrisa agregó: Srta. Boissieu, el profesor Severus Snape. Encargado de dictar Pociones.

Me levanté de inmediato y alargué mi mano para estrecharla con la suya. Sólo en ese instante advertí con quien trataba. Orgullo, introversión, dolor, oscuridad. Los ojos eran tan negros como inflexibles y el cabello que caía sobre su rostro como cortinas de luto escondía parcialmente la severidad de su semblante cetrino. No creí ser grosera con mi escrutinio, pero el pareció no reparar en aquello, porque me estaba analizando. Justo como yo lo hacía. Desvió su mirada al sobre que sostenía en la mano izquierda. Lo oculta tras de mí en un sutil movimiento de muñecas. No le caía bien, por sobre su rostro inexpresivo podía leer eso, y era de esperar que lo hiciera. No son estas las normales circunstancias de un ingreso a Hogwarts. Repentinamente, me sentí jalada hacia el frente, por un momento pensé que había estrechado mi mano pero no fue así. La sensación de ser pinchada en los ojos se volvió más intensa. Bajé la mano que mantenía extendida. Le miré a los ojos y supe lo que estaba pasando. Me enojé a sobremanera. Detesto que invadan mi privacidad. Me giré al director y me senté de golpe en la silla que ocupaba, completamente enfurruñada. Le había expulsado de mi cabeza. Se ha equivocado conmigo Severus Snape.

- Severus…siseó Dumbledore en reproche.

- Director.- dije al momento que extendía mi mano y ofrecía el sobre a Dumbledore. Eres una alumna, compórtate como tal. – Le pido por favor que lea el contenido de esta carta. Miró a Snape y a mí alternativamente y luego sonrió. Lo dejaría correr.

- Mi estimada Srta. Boissieu. Tengo entendido que es usted la favorecida de mi viejo amigo Nicolás Flamel. – dijo a la vez que examinaba el remitente y el emblema que llevaba el sobre.

Sonreí inocentemente.

- No creo, y me disculpa por corregirlo profesor, que Nicolás Flamel me considere una favorita entre tantas. El hecho de que él envíe una recomendación al director de Hogwarts a favor de mi ingreso en el colegio de Magia y Hechicería más famoso del Reino Unido no entra en esa categoría.

El director sonrió divertido mientras sostenía el sobre en lo alto.

- Me está diciendo, Srta. Boissieu ¿Qué esto es un favor por parte de Nicolás Flamel?

- Digamos que me lo debe, Profesor.

- Vaya. Dijo sin pensar. Alzó una ceja.

- Qué considerado- siseó una voz gruesa, profunda. Viajó suavemente a través del aire y por un momento, al olvidarme a quién pertenecía la voz me pareció hermosa. Volteé con el ceño fruncido. Sentí el pinchazo de inmediato.

- Profesor Snape- pronuncié a mi pesar, y me detuve. Eres una alumna, actúa como tal. La presencia del profesor me estaba alterando a sobremanera, esta conversación era entre el director de Hogwarts y mi persona.

Discúlpese. Escuché de repente, pero nadie había hablado. Le miré con rabia. ¿Cuál era su problema?

Se escuchó un chillido en toda la habitación. Todos miramos al ave. Esta posó sus ojos enormes en mí. Y chilló nuevamente. Me tapé los oídos. El sonido era espantoso, continuo como si algo le torturara. Aumentaba de nivel.

- Fawkes, detente- grité- y se detuvo, batiendo las alas ligeramente. El ave se había sentido amenazado por un momento, y sin importar que nunca en la vida había visto un Fénix, sabía de sobra que ese era un sonido de advertencia. Quería defenderse.

- ¡Srta. Boissieu!- exclamó Dumbledore una vez que Fawkes se detuvo.- Es usted buena en adivinación.

Por unos instantes, breves e ignorantes no supe a qué se refería. Sin embargo, la luz llegó tan repentinamente como el sonido de Fawkes hace unos minutos.

Mierda. Pensé.

Snape estaba furioso y Dumbledore inquieto. Ambos se sentían suspicaces respecto a mí. Tras el breve silencio que nos acompañó insté al director a leer la carta que Nicolás Flamel había escrito a mi favor. Nicolás, como era de esperarse habría intercambiado algunas cartas con Dumbledore tratando el asunto de mi ingreso al colegio este año, entendía que la petición por parte de Nicolás Flamel lucía más pomposa y conveniente que una pequeña obra filantrópica hacia una joven desprotegida. No por ello iba a detenerme.

- Así que…- comenzó Dumbledore.- tienes diecisiete años Sérène. Asentí.- y además de lo obvio, deseas cursar el quinto año en este colegio.- Dumbledore hablaba pausadamente, analizando cada línea de la carta. Sospechaba. Sabía de sobra que detrás se encontraba un hombre dispuesto a encontrar respuestas en cuanto le mirase, no le dejaría entrar.

- Así es. Dumbledore se levantó de su asiento y vagó unos instantes por la sala. No volteé a mirarlo pero sus pasos se escuchaban tras mis espaldas. Finalmente, decidió detenerse cerca de la pared lateral, allí volteé en su dirección. Sostuvo un chivatoscopio que había en un rincón, sobre una mesa de roble circular. El objeto comenzó a brillar ligeramente. Miré de soslayo a Snape. Tenía el ceño fruncido y algo me decía que no se comería nada de lo que dijera, así viniera del mismísimo Merlín.

- Sérène, debo suponer que tu nivel mágico es superior.

No dije nada.

- Y que hay un motivo para querer cursar materias que resultarían tediosas para quienes manejan los hechizos apropiadamente. Un motivo mayor.

No digas la verdad. La luz del chivatoscopio ardió un poco más.

¿Un motivo mayor? Era más que eso, era todo. La única manera. El único medio de lograr la venganza.

La luz se intensificó y comenzó a girar de manera desmedida. No lo diré, jamás. Snape comenzaba a acercarse a mí, lo sentía detrás paso a paso, lentamente. Sentía sus dedos buscando la varita. Mis ojos flamearon, estaba segura. La temperatura de mi cuerpo subía y estaba plenamente consciente que no podía dejarla aumentar más. Dumbledore tenía el semblante severo. No saldré de Hogwarts así traten de echarme. No importa lo que pase. Tengo una meta, una venganza.

- Lo hay. – solté al fin. Y la luz del chivatoscopio se apagó, dejó de girar. Snape se detuvo a la espera. Dumbledore abandonó el objeto sobre la mesa donde había descansado antes. Me levanté de la silla, miré a Snape.

Bastardo. Pensé y el abrió los ojos, sorprendido.

- Profesor Dumbledore. Eventualmente, las consideraciones que exijo podrían explicarse con responder un simple no a sus preguntas acerca de mi nivel mágico. Y que usted pensara que soy una Sudamericana incompetente e ignorante, de cualquier manera no me importa- hice una pausa para respirar, no había controlado mi temperatura.- Nicolás había advertido que algo similar pasaría, al alabar su inteligencia y suspicacia no se ha equivocado. Hay una razón de peso para querer cursar el quinto año con todo mi pesar, es una de las razones por las que he venido a Hogwarts. Ha sido una promesa.

Dumbledore se relajó un poco, se acercó a su escritorio y me dio la espalda, algo extremadamente fascinante se encontraba en el retrato del director Black, que yacía meditabundo en aquel momento. No dijo nada por unos instantes. Podía sentir como su cabeza trabajaba y como la curiosidad le estaba ganando a la razón. Dumbledore como todo genio, es curioso. Mi carta a favor. Se giró un poco hacia mí, como atraído por el misterio.

- ¿Una Promesa a Nicolás?- preguntó con un deje indignado, como si su amigo le guardara secretos.

- No. Dije, y el corazón se me aceleró. La sensación de que mis siguientes palabras retronarían entre aquellas paredes se volvía aplastante. Pero Dumbledore era un hombre astuto y yo sólo necesitaba permanecer dentro. Sabía que las diría incluso si no me interrogaban al respecto pero los dejé actuar. Fue Snape quien rompió el silencio con la pregunta:

- Entonces, ¿A Quién?- susurró tranquilo, al menos en apariencia. Me volteé a mirarlo, la temperatura subió un grado entero. Miré al director quien se había virado completamente. Luego a Snape. Tragué saliva.

- A Lily. Lily Evans.