Clasificación de Hynek

Disclaimer: Haikyuu pertenece a Furudate Haruichi. Sin otro fin que no sea diversión.

Capítulo 1

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El grito de mi madre al saber que no asistiría a la prestigiosa universidad que según ella, y citando textualmente —,maldito pelmazo, nos hemos partido la espalda por pagar—, si bien retumbó los cimientos de la casa, de mi padre, y de mi persona, fue en realidad una canción armoniosa comparado con el berrido que pegó al saber que, en su defecto, a su único hijo le dió por entrar a la academia de policías.

No hay gran historia tras aquella decisión. Ningún trauma infantil donde me vi salvado por un todo musculoso hombre con placa, de un desagradable y obeso pervertido en el metro. Tampoco un evento en el que encapuchados arremetieron contra la tienda familiar encañonando a viejos o embarazadas mientras me escondía tras las faldas de mi padre quien rogaba piedad, antes de que llegaran los uniformados, fornidos y gallardos, salvando a todo mundo, besando a los bebés y celebrando con un gran desfile.

No. Nunca pasó aquello. No hay gran misterio en realidad.

— Ese complejo de altruista no te llevará a ningún lado, Hajime— escucho decir a mi padre por entre los chillidos de su mujer—. No al menos que seas famoso, millonario y te de por adoptar niños de África —

— Ser altruista no es un complejo— intento razonar, pero él da poca importancia al comentario, regresando su vista al periódico no sin antes decepcionarse por lo vacío de su taza.

— Hajime — comienza con tono afirmativo y sin mayor interés mientras llega a la sección de sociales —, el niño salvaje que hacía lo imposible por atrapar luciérnagas, para dejarlas ir nuevamente a los minutos, alegando que ellas tienen vida corta y no es justo que vivan en un frasco.

Aquello me enciende las hasta las orejas, y pienso que quizá de niño fui algo blando.

— Como olvidar el día que diste tus chocolates de San Valentín a un compañero menos agraciado, para hacerle sentir mejor— suelta mi madre, repentinamente ya repuesta de su rabieta y lista para hablar de la gran lista de cotilleos que me preceden—. Pensar que tu primer pareja fue un niño feo.

— ¿No podrías seguir lloriqueando?— le digo avergonzado hasta la médula, y ella, sínica, se suelta las horas contando las veces en las que fui mediador entre conflictos infantiles, salvador de gatos callejeros, buen samaritano que cruzaba ancianas y claro, quien a sus años continúa cargando las compras pesadas de los vecinos vulnerables.

— Después de todo, no estaría mal tener a un hombre como tú cuidando el barrio —comenta ella después de autoconvencerse—,eres un hombre de un corazón puro, hijo. Y un gran corazón lleva al hombre a la grandeza.—

Avergonzado y conmovido por el extraño apoyo de ambos, aprieto los labios y cierro los puños entorno a mis pantalones para no soltar cualquier comportamiento no apropiado para un futuro policía. Claro que en ningún momento les miro a los ojos, ocultando mi vista acuosa, cuando hago una reverencia, que tiempo después la describo de exagerada pero sincera, y les agradezco por todo, por sus lloriqueos o por pedir un poco más de café cuando la decepción de la taza vacía ya es mucha. Y claro, por ignorar mis mejillas sonrojadas cuando al final paso el brazo por sobre mis ojos, con el fin de aclarar mi visión.

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Cuatro años más tarde, dentro de un ridículo recinto con pintura vieja y muebles anticuados, detrás del escueto escritorio principal cuya decoración es una computadora avejentada (en sus buenos días fue color blanco, ahora resalta por sus vetas amarillentas), de lenta, sino casi nula conexión a internet, una exorbitante pila de folios, libros y expedientes, y claro, mi buena compañera: Yukie-chan, la grapadora salvaje (que en más ocasiones de las que puedo contar con las manos le ha clavado sus grapas al mequetrefe de mi superior), pienso por primera vez que lo más lejos a lo que mi "gran" corazón me llevó fue a un minúsculo pueblo, a la mitad de la nada en algún lugar cerca – o lejos, o no se –, de Kariwa.

Y pese a los largos y monótonos meses de estadía en el pueblo, mi hilo de pensamiento más frecuente se centra en el sistema de sorteo y de cómo se me comisionó hacer la diferencia desde el epicentro el cual es una diminuta comisaría, tras un escritorio viejo con un cajón flojo y con un superior que va tras las faldas de una jovencita, hija de unos buenos vecinos.

A saber.

— Hey, Iwaizumi–san — espabilo un poco ante el llamado de mi superior—, si continuas frunciendo el ceño, tu rostro tomara la forma de un culo. ¡Así! justo lo estás frunciendo ahora, creo ver caca salir de él.

Claro que me guardo cualquier palabra ante esa vulgaridad, pero mi padre siempre argumentó que tiendo a decir más con el rostro que con la lengua. Así que con la cejas, el ceño y la mueca torcida, le mando directo al diablo.

Cosa que parece no afectarle en absoluto. Es más, se sonríe el muy patán, y guarda ese cabello anarquista suyo bajo la gorra de plato.

— Kuroo-san, estoy completamente seguro que va a la casa Michimiya. Le pido que se abstenga a cualquier comportamiento no adecuado.

Sin más que chasquear la lengua con movimientos negativos pero con una sonrisa gatuna, se acomoda la camisa, la corbata y se ajusta el cinturón.

— Iwaizumi-san —me guiñe el ojo mientras se encamina la puerta—, en este pueblo hay más que chicas bonitas. Por ejemplo: las conservas y jaleas de los Shirabu, Kenjiro-kun siempre pregunta cuándo irás por tus porciones.

— Ese niño me odia.

— En realidad pregunta cuándo te largas del pueblo, pero quería hacerlo sonar menos desagradable —nuevamente mi rostro se deforma—, esa mirada es muy grosera, Iwaizumi-san. Lo dije de ese modo puesto que soy una persona bondadosa.

Parece ser que ni él mismo cree en aquellas palabras. Quedamos en silencio un rato, el con pose de santo y yo con la cara de un Piccaso.

— Bien. Voy por las conservas y con los Michimiya —lo admite—, no en ese orden pero ahí va el asunto.

Es cuestión de tiempo el resignarse de tener un compañero, y más que nada, un superior como Kuroo-san. No es que sea desordenado en el centro (la cual funge como comandancia, cárcel y hogar para los alguaciles), en realidad es una persona ordenada y limpia. Su cocina tampoco es mala, de hecho, es quien se encarga de los labores domésticos básicos. Sin embargo la colada es mi encomienda.

La colada y todo lo que conlleva el papeleo. Pues Kuroo-san parece tener una advección alérgica a cualquier trabajo relacionado con los folios sobre el escritorio.

Eso y su humor. Ácido y sarcástico. Uno aprende a hacerse el sordo, lo que hace la convivencia llevadera.

No avanzo más de dos folios de archivos pasados (todos acumulados por la poca atención de mi superior), y me llevó la terrible sorpresa de que el tiempo se fue como agua de río, de que el día está mermando y que Kuroo-san no ha regresado.

En veces nos turnamos las rondas, pero el campo se me figura tan vasto y distinto que prefiero el conocido resguardo de un escritorio.

Claro que al pasar por la vereda se ven los altos cables y antenas, quizás sean solo un par, pero es algo conocido. No es que sea un hombre de ciudad, pero el manto celeste, estrellado y luminoso que contrasta con la boca de lobo que es el camino, en veces me hacen sentir perdido.

Perdido entre altos tallos de plantíos. Entre el aire fresco con olor a trigo y flores.

Miro nuevamente el reloj, dejando de lado los folios. De pronto el cansancio de la monotonía y extrañeza me hacen sentir un gran peso sobre los hombros, y me pierdo nuevamente en el modo en el que se dio el sorteo para quedar varado en un lugar tan distinto a mi. Tan contrario.

El sonido de la puerta azotando contra la pared, me encrespa los bellos de la nuca y me hace pegar un salto en la silla.

Es el pequeño Sutomu, con el cabello de casquillo revuelto y la respiración entrecortada quien hace el revuelo. Antes de siquiera pueda preguntar que pasa, el niño abre grande la boca para tomar una enorme bocanada y soltar de un golpe.

— Ushijima–san me ha mandado. Dice que hay un idiota en el establo y está molestando a las vacas.

Dado el mensaje, el niño parece desfallecer de cansancio, dando bocanadas para sobrevivir.

La granja Shiratorizawa no queda precisamente cerca de la comisaría. Ni tampoco muy sobre la vereda.

Me da un poco de pendiente puesto que Kuroo-san aún se encuentra fuera, sin embargo el deber es deber. Y mi "gran" corazón decide sin gran miramiento.

—Tsutomu–kun, te encargo —le digo y claro, el niño no parece muy contento.

Puesta la gorra de plato y tomando la linterna, y con unas cuantas palabras internas de aliento, me decido a partirle la cara de ese idiota que molesta a las vacas.

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Saludos, esta es la primer historia de este fandom, mis disculpas si hay algún error. Esto se basa en una historieta en alguna página de fb, a saber cual, si alguien lo sabe, compartan por favor. Todo es con amor.