Su mirada se había tornado directa y profunda como si no lo creyera. Y el otro lo escudriñó de la misma manera, la pasión iba a desbordarse en cualquier momento de aquellos luceros de guerrero. Relucían, ambos.

Unas lágrimas se deslizaron por las pálidas mejillas del escudero, ardientes. Porque Aquiles estaba allí y Patroclo también. En el Hades al fin, dos almas se encuentran llenas de la gloria que tanto buscaban y sin embargo tan jóvenes, pero eso no les importaba. Sus bocas se unieron en un suspiro de alivio y amor.

─ ¡Oh mi escudero! Caro y amado a mi corazón. En buena hora hemos vuelto a encontrarnos, sin ti, este bajo mundo no tendría sentido y mi alma con temor, vagaría por el negruzco Hades sin razón. Mis músculos flojearían y polvo yo sería, como si la verdadera muerte fuera a por mi cacería. En mi fin, depresivo finalmente, me hallaría.

─ ¡Aquiles! ─respondió con digna emoción Patroclo, el de hermosas grebas que no podría aguantarse el aticismo de orgullo que quería salir de su prominente pecho─ ¡Divino a mi corazón! al fin has venido conmigo, aburrido y preocupado estaba yo, sugiero un abrazo en celebración de nuestro tan deseado reencuentro, ya que en algo calmaría nuestras almas heladas, en esta perdición.