Atracción fatal
Me gusta observar tus ojos...
Ese brillo opaco me encandila,
me pierdo en ti, pero tengo miedo.
Quizás hoy, no pueda contenerme...
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Sus delgados dedos recorren sin apuro el cuerpo de Kuroo, quien descansa a un lado, sobre la cama, completamente desnudo. Se pasean desde la clavícula, hasta alcanzar el punto exacto dónde se encuentra el corazón. Kuroo tiene las muñecas atadas al cabezal, la cuerda se atañe con fuerza y la zona ya se ha tornado morada. La piel magullada exige libertad, debe brindársela, pero Akaashi no desea perder ningún detalle de tal inmaculada imagen.
Kuroo es una obra de arte, su obra de arte.
Se conocieron una noche marzo; un día cualquiera, en un lugar que no recuerda. La luna brillaba en lo alto del cielo, mientras, vagas nubes grises se disolvían hasta convertirse en nada. En aquella ocasión, Kuroo estaba de espaldas, la camisa blanca se ceñía sobre sus músculos mostrándolo perfecto. Akaashi no demoró más de un segundo en imaginarse arrastrando a ese joven a la oscuridad de un callejón, para arrebatarle la vida y beber su sangre hasta hastiarse.
Más las cosas no acaban siempre como uno anhela.
"No brillas tanto como el Cullen."
Abrió los ojos estupefactos ante tal respuesta. Cuando revelaba su verdadera identidad, las víctimas solían llorar y rogar a Dios por una segunda oportunidad, que jamás era oída. Kuroo, sin embargo, tenía el aroma a muerte prendado en todo su ser. Akaashi tuvo la incipiente necesidad de marcharse, pero al dar el primer paso sintió como una mano le apretaba el hombro con fuerza. Al girar sólo pudo fundirse en un rostro carente de expresión, cabizbajo y desahuciado.
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"Llévame contigo".
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¿Quién en su sano juicio cometería tal locura?
Se negó. Pero en un abrir y cerrar de ojos se encontraba sobre el colchón, con sus rosados labios recorriendo apresuradamente el cuello, y la lengua dejando un húmedo rastro de saliva en el trayecto. Intentó hallar sentido a la atracción que, por primera vez en sus mil años como vástago lograba erizarle la piel, mas no podía.
Esa noche Kuroo llegó para quedarse.
Él estaba allí y no se marcharía.
Eso creía.
Jamás pensó que sus propios instintos podrían quitarle lo único bueno en esta vida.
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Los resecos labios de Akaashi ahora se encuentran empapados con sangre. El líquido que brota de Kuroo se fusiona con el objetivo de apaciguar el hambre voraz que parece no tener fin. Siente como los colmillos perforan y se hunden cada vez más profundo, él intenta pronunciar palabras, pero estas son solo simples balbuceos. Akaashi está sediento, necesita más de ese sabor metálico que le provoca el éxtasis. No ve, no se percata. Se encuentra sumido en un paraíso que le durara únicamente minutos, pero le dará una eterna desazón.
La mano de Kuroo alcanza a sujetarle devilmente el hombro con el afán de que vuelva en sí, pero ya es tarde; su visión se ha nublado, tiene las piernas entumecidas. No siente los movimientos de Akaashi, quién acerca el rostro hasta quedar frente a él. Su presión sanguínea se hiela, los ojos de Kuroo ven la luz por última vez.
Todo se vuelve oscuridad.
Akaashi cae en cuenta de sus actos; quiere llorar pero no puede, quiere gritar pero lo único que logra hacer es estrujar la sabana para intentar menguar la ira.
Una vez más lo ha arruinado todo, una vez más cae en cuenta que los vampiros y los humanos jamás podrán estar en una misma sintonía.
