Capítulo 1: Esperando una señal.
Amberley Manor
7 de Septiembre de 1945
Mi querido Viktor,
Hace ya más de tres meses que no se nada de ti. La guerra ha terminado, pero tú no contestas a mis cartas. No se qué pensar, temo que tu silencio se deba a causas externas a tus deseos. Tampoco he recibido ninguna notificación informándome de que estés herido o de que ya no estés. Tal vez eso sea lo peor de esta incertidumbre, no saber si estás vivo o muerto, si he de brindar por ti o si he de llorar por ti.
Pansy dice que es una tontería que siga mandándote estas cartas que ni siquiera sé adonde van, pero ella no sabe que son mi única esperanza.
Por favor Víktor, solo necesito saber que estás bien, no soportaría perder a otro ser querido. Mi corazón es más débil cada día y ha sufrido suficientes sobresaltos en poco tiempo.
Primero tía Minerva, que sucumbió a la tuberculosis. Fue muy triste para todos nosotros ver como se apagaba poco a poco, día a día… Tío Albus murió durante el desarrollo de la guerra, en octubre hará dos años. Me habría gustado sentir tu apoyo a mi lado, pero se que no era posible.
Otra noticia que ha sacudido mi corazón es la vuelta de Draco hace un mes. Está ciego y no se puede hacer nada por él. Le está costando mucho aceptarlo, no es fácil para él, para ninguno de nosotros lo es. Pero…las cosas andan difíciles con él. Nadie lo culpa, claro, aunque trae a Pansy de cabeza.
Ya todos los niños refugiados se marcharon con sus familias de nuevo. Me alegró comprobar que ese tiempo separados les ha servido para darse cuenta de lo mucho que se quieren. No se, tengo la estúpida esperanza de que a nosotros nos pase lo mismo. Serás un compañero de viaje magnifico, Víktor; solo que a veces desearía que las cosas fueran de otra manera, pero…no conviene pensar en el pasado más de lo suficiente.
En mi próxima carta estoy segura de que te podré adelantar una muy agradable noticia, mas hasta que eso no sea realidad…mis labios están sellados. No quiero ilusionarte tontamente.
Sin nada más que contarte, me despido.
Hazme saber que estás bien y cuando volverás.
Un abrazo,
Hermione.
Mientras la mujer castaña escribía, la niña jugaba con su muñeca preferida en el suelo cerca del gran escritorio de caoba. La tranquilidad era palpable en la gran habitación de altos ventanales y amplias estanterías repletas de libros. Emma se sentía segura y querida siempre que la mujer estaba cerca suyo. Se refería a ella como su mamá, aunque no lo fuera en realidad, pero era la única que había conocido.
Hermione dejó caer la pluma sobre la superficie plana del escritorio y alzó la cabeza del papel amarillento con el escudo de la familia Strathmore. Miró a la niña, y cuando sus ojos se cruzaron sonrieron, y el corazón de Hermione sufrió una sacudida. La pequeña Emma de tan solo cinco años de edad era la última huerfanita que quedaba en la mansión. Durante los años de la guerra, habían sido muchos los niños a los que habían cobijado de los bombardeos y los horrores. Y ahora todos habían sido recolocados con sus familias…excepto Emma.
Emma había arribado a sus brazos una lluviosa tarde de marzo y enseguida le cautivaron sus enormes ojos azules. Solo tenía un añito y su cuerpo se sentía muy frágil mientras la estrechaba contra su pecho. Sus padres eran un soldado y una enfermera destinados al frente para luchar por su país y contener a los heridos. Pero Robert y Laura Carlisle habían muerto y Emma…ella ya no se alejaría del lado de Hermione. El señor Sloughorn, el viejo abogado de la familia, estaba moviendo los papeles de adopción rápidamente y hasta el momento habían evitado que la niña fuera enviada a un orfanato.
- ¿Mami? –dijo Emma con su dulce voz.
- ¿Qué, mi amor?
- Mi muñeca ha perdido sus…-pero Emma fue interrumpida por el fuerte taconeo de alguien que se acercaba a la biblioteca. La niña enseguida fue a refugiarse en el regazo de la castaña.
- ¡HERMIONE! –gritó Pansy entrando hecha una furia. Sabia que encontraría a su amiga en la gran biblioteca que siempre había sido su refugio.
- ¿Qué pasa Pansy? –preguntó ella pacientemente mientras acariciaba el lacio cabello castaño de Emma.
Conocía a Pansy de toda la vida, habían crecido y estudiado juntas, y se entendían perfectamente con un solo gesto o una mirada. Sin embargo, no podían ser más diferentes, pensó Hermione mientras veía como los ojos azules de Pansy brillaban de indignación. La morena se sentó en el sillón frente al escritorio. La paciencia nunca había sido una de sus virtudes, de ello habían dado buena cuenta todas las personas que trabajaban en Amberley Manor. Había sido gracias a ese genio y tenacidad que había logrado ser directora de un colegio para niñas en Londres. Pero claro, eso había sido antes de que estallara la guerra.
- ¡Draco! –dijo sin más y negó con la cabeza furiosamente.
Emma, que seguía sentada en el regazo de Hermione, miraba fascinada la teatralidad con la que se expresaba Pansy, y no pudo evitar sonreír.
- ¿Qué ha hecho ahora? –preguntó Hermione con un suspiro.
Draco Malfoy era su otro mejor amigo de la infancia. Todavía le costaba creer que a pesar de los años, el trío siguiera unido, sobretodo tras las continuas peleas del rubio y la morena. Él hacia un mes que había llegado de la guerra, donde había servido como soldado. Había sido muy duro para él enterarse de que no volvería a ver por el resto de su vida. Era un soldado condecorado, si, pero ciego. Y ahora traía de cabeza a todos los habitantes de Amberley, en especial a Pansy.
- ¡¿Qué no ha hecho?! ¡Querrás decir! Es un estúpido, arrogante y desagradecido. –se cruzó de brazos y torció el gesto.- Si vas al salón azul, podrás ver la bandeja de su desayuno tirada en el suelo y los restos de porcelana de su taza de café.
- Vaya, tendré que hablar con él. –dijo Hermione tapando la pluma y guardando el papel de su carta. Emma continuaba observando a Pansy con una sonrisa en su redondeado rostro.
- Es urgente que lo hagas, si. He aguantado todo este mes porque me pareció que necesitaba amoldarse a su nueva situación, pero se acabó. Si, es muy triste que le haya pasado eso, pero la vida sigue, y él es afortunado de seguir aquí. Al menos ha podido regresar a casa, lo cuidamos, lo tratamos bien, estamos por él… Eso es más de lo que pueden decir muchos. Ni siquiera sabemos donde está Víktor y…perdón… -se interrumpió de repente.
Hermione cerró los ojos con fuerza y apoyó el mentón en la cabecita de Emma. Víktor era su prometido y debería de estar a su lado ahora que la guerra había acabado. El suyo no iba a ser un matrimonio por amor, pero eso no significaba que no le tuviera cierto aprecio y se preocupara con él. Para ella Víktor era su compañero de viaje, simple pero necesario. Al igual que sus facciones, el castaño era osco y frío en el trato con todos, incluso o especialmente para con Hermione. Desde el principio había dejado muy claro que lo suyo era algo así como una transacción comercial concertada por sus familias casi treinta años antes. Hermione tenía titulo y Víktor el dinero necesario para comprarlo. Siempre se sentía una estúpida a su lado y que todos sus esfuerzos no servían para nada. Pero crecer bajo las estrictas reglas de la aristocracia inglesa…te prepara para eso. Como muestra, las falsas cartas que se obligaba a mandar a Víktor cada dos semanas. Eran falsas en cuanto su tono amable y distendido, puesto que Hermione nunca escribiría mentiras sobre sus sentimientos. Realmente estaba preocupada por él…pero no más de lo que lo estaría si fuera el jardinero.
Pansy, sin embargo, creía que su amiga había llegado a amar ese hombre parco en palabras que tendía a mirar a todo el mundo por encima del hombro. En el fondo, la morena era una romántica empedernida por mucho que se esforzara en ocultarlo bajo su temperamento fuerte y agresivo, y no concebía un matrimonio que no fuera por amor. Cuando miró el rostro sereno de Hermione no supo decir si esta sufría o no por el castaño. Cierto que hacían una pareja totalmente fuera de lugar, pero…el amor es ciego, dijo Shakespeare una vez. Hacia años que Hermione era un libro cerrado en cuanto a sus sentimientos y que nada ni nadie había podido descifrar la contraseña que lo abría. Ese enclaustramiento de lo que sentía en realidad se había agravado con el anuncio de su compromiso con Víktor. Podía ser una casualidad, solo que Pansy no creía en las casualidades.
- No pasa nada, Pansy. –dijo Hermione finalmente.- Y no te preocupes por Draco, hablaré con él antes de la cena de esta noche. Siento que yo misma lo he descuidado un poco también y…
- Hermione, ¿amas a Víktor? –preguntó Pansy de repente apoyando la cabeza en la mano que descansaba en el respaldo del sillón.
- ¿Qué? –el corazón de Hermione latió acelerado y desvió la mirada hacia la mano donde debería de estar su anillo de compromiso y que solo se ponía en recepciones oficiales.
- Que…que si amas a Víktor. –repitió Pansy. No le había pasado desapercibido el cambio de tono en la voz de Hermione.
- ¿Qué clase de pregunta es esa? –preguntó para ganar tiempo.
- Es una pregunta, Herm.
- Pues está totalmente fuera de lugar. Lo que yo sienta por Víktor tan solo es asunto mío y suyo, y de nadie más. No entiendo porque…
- Soy tu amiga, Hermione. Solo quiero lo mejor para ti. –la interrumpió Pansy.
- ¿Y qué te hace pensar que Víktor no lo es?
- Hermione…vuestro matrimonio es concertado, todo el mundo lo sabe. Durante mucho tiempo pensé que tú habías podido llegar a amar a Víktor, pero…tus ojos me dicen lo contrario. Y en cuanto a Víktor…siento ser tan dura, pero él no te ama. Hermione…
- Mira Pansy, mis sentimientos no importan. Me educaron para cumplir un acuerdo que se firmó cuando yo solo tenía tres años. Es mi deber. El amor no existe, tan solo está presente en las novelas que lees con tanta devoción.
- Es muy triste si realmente piensas eso. ¿Nunca te has enamorado? ¿Nunca has sentido que tu vida no tiene sentido sin una persona a tu lado? El amor existe fuera de los cuentos de hadas.
Emma se bajó del regazo de Hermione y corrió a buscar la muñeca que había dejado tirada en el suelo. Mientras, las dos mujeres se sostenían la mirada en silencio. Ese era el único tema en el que discrepaban, y por eso no solían sacarlo a relucir muy a menudo. Pansy no acababa de entender que había cosas que escapaban a los deseos de Hermione. Era muy fácil opinar desde fuera con la seguridad de poder hacer lo que desees dentro de los limites de la sociedad. Hermione se masajeó la frente, augurándose un nuevo dolor de cabeza. Ella no creía en el amor por la sencilla razón de que todo el mundo a su alrededor le había dicho que no existía. El amor era para los pobres, pero no para la aristocracia, que lo único que tenia que asegurar era su permanencia en la sociedad. Podían parecer razones muy simples, pero no en el mundo de Hermione.
Pansy no solía arrepentirse de nada de lo que decía, era otra de las características de su carácter. Corroboraba cien por cien todo lo que había dicho. Por supuesto que existía el amor…y estaba al alcance de todos; incluso para ella, la hija de un humilde administrador. Y ella había sufrido por amor, solo que no se lo había dicho nadie. El amor te produce el dolor más profundo, pero también el placer más inimaginable. Pansy aun recordaba la primera vez que alguien le dijo "te amo" y el hormigueo que sintió en su interior. Hermione era su mejor amiga y le repateaba que con su actitud tan recta y digna se fuera de este mundo sin haberse sentido amada nunca. Y por eso estaba claro que Víktor nunca seria el indicado para ella.
- Pansy, ¿adonde quieres ir a parar?
- A que eres mi mejor amiga, y que tal vez vaya siendo hora de que te olvides de Víktor. Hace seis meses que no sabemos de él, tampoco hemos recibido ninguna notificación oficial…estamos estancadas. Tú estás estancada. Tal vez haya llegado el momento de…
- No. –dijo Hermione con firmeza.- Víktor no está muerto que sepamos y…
- ¿Piensas aguardarlo toda la vida entonces?
- ¡Pansy! Eres mi mejor amiga o eso has dicho…
- ¡Soy tu amiga! –corroboró la morena.
- Pues entonces deja de repetirme las realidades que conforman mi vida. –Hermione se levantó y comenzó a pasearse por la biblioteca.- ¿Crees que no lo se? ¿Crees que me apetece casarme con una persona a la que le tengo el mismo aprecio que al jardinero? ¡Pues no, no me apetece! Pero es mi deber y…
- Hermione, no tienes que…
- ¡Si, si que tengo, Pansy! Mi vida ya es demasiado triste de por si, sin que nadie me recuerde los errores que voy a cometer continuamente. ¿Es que no te das cuenta? Mi vida se desmorona a mi alrededor, pero tengo que seguir mandándole esas malditas cartas a Víktor porque…porque…
- ¿Por qué, Hermione? –preguntó Pansy levantándose y acercándose a ella.
- Porque si no lo hago, mi vida tal y como la conozco habrá acabado. Se muy bien llevar una vida como esta, la conozco muy bien. Es lo único que tengo, lo único para lo que estoy preparada. Tu eres diferente, Pansy; tu siempre has sido más…más libre, decidida y alocada.
- Pero tú también has tomado decisiones importantes en tu vida. Te vas a quedar con Emma sin consultarlo con nadie, ni siquiera con Víktor.
- Eso es diferente.
- No lo es. Y tiene mucho que ver con el amor.
- Es un amor diferente.
- Hermione, no hay ningún amor igual.
- ¿Qué quieres que haga, Pansy? Dímelo porque por mucho que lo pienso no encuentro la respuesta.
- Muy simple, Hermione. No quiero que te cierres al amor; no quiero que envejezcas sola, esperando una carta que nunca llegará. Ambas lo sabemos.
- ¿Qué estás insinuando? –clavó sus ojos marrones en ella.
- Ambas lo sabemos. –repitió Pansy.
Hermione se dio la vuelta dándole la espalda a Pansy. Los jardines de Amberley Manor se extendían hasta donde llegaba la vista. Tenían una ligera capa de hojas muertas, que lejos de darle un aspecto descuidado, ayudaban a crear la imagen bucólica de mansión del siglo XVII. Hermione sabía que Pansy tenía mucha razón en lo que decía, pero no podía permitirse el lujo de creer en algo que sabía que nunca tendría. Viktor y ella nunca sentirían amor mutuo; esa era la única certeza que la acompañaría el resto de su vida.
El amor no existía para ella.
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Draco Malfoy estaba sentado en su habitación de cara a la ventana. Era una estupidez, puesto que no podía ver nada, pero era agradable sentir el sol en su pálida piel. Sus otrora suspicaces ojos grises, ahora estaban cubiertos por una delicada cinta de seda negra, y la sonrisa cínica de su rostro era ya marca de la casa. Aunque si había algo bueno de todo eso, es que sus otros cuatro sentidos se habían visto incrementados notablemente. Por eso no se sobresaltó cuando la puerta de la habitación se abrió. Había estado precedida por un pausado e indeciso taconeo además del característico frufrú de la falda. Sabia muy bien a quien pertenecía e incluso podía deducir para qué estaba allí. Giró la cabeza en dirección a la puerta y esperó a que ella hablara primero. Sin embargo, lo único que escuchó fue el 'click' de la cerradura y después una honda respiración acompañada de un suspiro.
- Ha tardado mucho en irte con el cuento. –dijo Draco burlón al ver que ella no hablaba.- Hollywood saldría ganando si la contrataran a ella en vez de a la señorita Taylor.
- Draco…-la castaña tenía los ojos cerrados y la espalda apoyada contra la puerta. Habían pasado dos horas desde su discusión con Pansy y aun sentía el corazón acelerado.
- ¿Qué ocurre, Hermione? –preguntó al darse cuenta del inusual tono de voz de su amiga. Alargó una mano al aire.- Acércate para que sepa donde estás.
- Por supuesto. –Hermione abandonó la seguridad de la puerta y se acercó con lentitud hacia donde estaba Draco. Cogió la mano del rubio entre las suyas y se la estrechó mientras se sentaba en el banco de la ventana frente a él.
- ¿Todo bien?
- No…si…no…si, claro, todo bien. –le dedicó una sonrisa que él no pudo ver.
- No es por nada, pero tus respuestas me dejan un poco…confundido.
- Oh, Draco, he discutido con Pansy.
- Vaya, y yo que creía que era el único con ese privilegio. –bromeó.
- Tampoco es que hayamos discutido de gritarnos, pero tú sabes como se pone Pansy cuando defiende o habla de sus convicciones más férreas.
- Lo se; en ese terreno te llevo unos veinte años de ventaja. –sonrió. Se sentía muy cómodo con Hermione porque era la única que no lo trataba como a un enfermo y con ella podía llegar a olvidar su ceguera.- ¿Porqué habéis discutido?
- Por Víktor. –dijo Hermione suspirando de nuevo. Desvió la mirada hacia el exterior y vio como Pansy jugaba con Emma y los tres perros de la familia corriendo por el jardín.
- ¿Ha vuelto? –preguntó Draco sobresaltándola.
- No.
- ¿Entonces?
- Ese es el problema; que no ha vuelto y no sabremos si lo hará. Pansy cree que…que esta es mi oportunidad para pasar pagina, olvidarme de Víktor y ser realmente feliz con otra persona. Ella…ella afirmó que Víktor y yo no nos amábamos y que un matrimonio sin amor no…no iría bien.
- ¿Y es cierto? –el tono de voz de Draco era suave.
- ¿El que?
- ¿No os amáis Víktor y tu? –él ya sabia la respuesta, pero quería escucharla de los labios de ella.
- Draco, por favor, no me preguntes esas cosas. Ya es bastante bochornoso hablarlo con Pansy, pero al fin y al cabo es mujer, pero tú…
- Yo soy solo un ciego amargado enclaustrado en una habitación. Vamos Hermione, no se lo voy a contar a nadie. Eres como mi hermana, y los hermanos pueden hablar de sus sentimientos.
- ¿Pueden?
- Si.
- Pues yo…-Hermione estaba sumamente sonrojada. Se suponía que ella no debía de tener sentimientos, tan solo deberes y obligaciones.
- Mira haremos una cosa: te daré mi opinión antes. –dijo Draco volviendo a apretar su mano; a pesar de no poder verla, conocía tan bien a la castaña que sentía el fuego de sus mejillas sonrojadas.
- Gracias.
- No me las des aun; nunca pensé que alguna vez diría esto, pero…estoy de acuerdo con Pansy. No te voy a mentir, ya he perdido la vista y no tengo nada más que perder. –bromeó de nuevo.
- Draco…-le reprendió Hermione suavemente.
- Que Víktor y tu no os amáis es un hecho que salta a la vista, y no tiene nada de malo reconocerlo, Hermione. Solo te engañas a ti misma pensando que si lo hacéis o que Víktor llegará a amarte algún día.
- Pero es que nadie lo entiende. –se lamentó Hermione, soltó la mano del rubio y se levantó para pasearse por la habitación como siempre hacia cuando estaba nerviosa.- Tengo que creer…tengo que tener la esperanza de que algún día las cosas cambiaran…de que…
- ¿Por qué, Hermione? ¿Por qué sigues aferrándote a esa idea?
- Porque es la única forma de que me case con Víktor y cumpla las disposiciones de mi familia, sin morir en el intento.
- Ya veo. Tu lema es: sin amor no hay dolor.
- Exacto.
- Pero habrá dolor, Hermione. No puedes estar escondiéndote siempre del amor por culpa de lo que les pasó a…
- Shh…shh...calla, no lo digas, por favor. No quiero recordarlos. No voy a ser como ellos.
- Hermione…no se que te habrán dicho durante todos estos años, pero eres una mujer digna de amar y mereces ser feliz como todo el mundo. –hizo una pausa.- No tienes que pagar por sus pecados.
- El amor es para los pobres. –declaró una vez más, aunque con menos convicción.
- No, no lo es, y está al alcance de tu mano.
- Draco…
- Pansy tiene razón. Tal vez el hecho de no saber nada de Víktor…sea una señal. –dijo Draco con mucha cautela.
- Tal vez. –accedió Hermione.- Pero esperaré a una notificación oficial antes de plantearme cualquier otra cosa.
- Tú decides. Ven aquí. –Hermione volvió a su lado, esta vez sentándose en el sofá con él. Draco pasó un brazo por los hombros.- ¿Y como van los papeles de Emma?
- El señor Sloughorn se esta moviendo con mucha rapidez y gracias a mi titulo…pues hay menos trabas. –el tono de Hermione cambió a uno más alegre.
- Cierto, cierto. Olvidaba que es usted Lady Strathmore, duquesa de Ashbourne y señora de Amberley.
- ¡Draco! No juegues con eso.
- Lo siento, milady. –hizo una jocosa reverencia.
- Tonto. –le dio un suave golpecito en el costado.
- Pero ahora enserio…me alegro de que Emma sea tu luz en estos momentos de oscuridad. Es una niña muy noble y simpática.
- Lo es. No podría separarme de ella aunque quisiera.
- Hermione…hazle caso a Pansy en este asunto, no te cierres al amor. No tienes porque enmendar los errores de tus padres y ya no queda nadie de los que firmaron el acuerdo de vuestro compromiso.
- ¿Por qué siempre me haces sentir mejor cuando creo que no encuentro la salida?
- Esa…es otra de mis virtudes; además de que te conozco muy bien. –acarició su hombro derecho.
- Umm…Creo recordar que otra de tus famosas virtudes es sacar de sus casillas a Pansy.
- Vaya, salió a relucir el verdadero motivo por el que estás aquí.
- Draco, no puedes seguir tratándola tan mal. –le recordó Hermione suavemente.
- Y ella no puede seguir tratándome como a un enfermo terminal. Estoy ciego, Hermione, pero no paralítico o incapacitado para seguir ocupándome de mi mismo.
- Lo sabemos, Draco.
- ¿Entonces porqué tu eres la única que me trata como antes? No me gusta la gente que me trata con condescendencia y Pansy es una experta en ello.
- Solo quiere lo mejor para ti; se preocupa por ti.
- Lo mejor para mi seria que me devolvieran la capacidad de ver, pero eso no lo puede hacer ni Pansy ni nadie.
- ¿No te has preguntado porque a pesar de todos tus exabruptos durante este mes ella no ha faltado ni un solo día para atenderla? Podría haber mandado a Lavender o Parvati.
- ¿Qué me quieres decir?
- Que Pansy sabe que no puede devolverte la vista; esto no es como cuando éramos pequeños y siempre te curaba todos los rasguños de las piernas o te daba la mitad de su merienda si te quedabas con hambre. –cruzó las manos encima de las piernas cruzadas.- Tienes razón, nadie te puede devolver la vista, y Pansy mucho menos. –repitió.
- Hermione, no des vueltas.
- Siente que te ha fallado. –dijo Hermione suavemente.
- Eso es absurdo, ella no tiene la culpa, ni siquiera estaba allí.
- Con tu actitud le transmites otra cosa. Ella se esfuerza por aliviar un dolor que sabe que no puede quitar. Te tiene en mucha estima, Draco. No dejes que ella deje de creer en el amor también. –dijo Hermione levantándose.
- Vaya, no lo había pensado así.
- Pues piénsalo, ¿si? No te voy a pedir que te disculpes con ella, pero seria bonito que comenzaras a mostrarte agradecido por sus atenciones.
- Umm…-se llevó una mano al mentón pensativamente.
- No seas testarudo. Podría haber regresado a Londres y encontrar de nuevo un trabajo como profesora, pero esta aquí contigo. –abrió la puerta.
- ¿Sabes? Para no creer en el amor, sabes más sobre él de lo que imaginas.
- Tengo una constante y buena profesora. –dijo Hermione antes de salir y cerrar la puerta.
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En el pequeño pueblo de Carstairs, al noreste de Paris, se había levantado un hospital del ejército británico. A muy pocos kilómetros de allí, había tenido lugar la ultima de las batallas libradas contra los alemanes y las consecuencias aun era visibles tres meses después. El verdoso páramo francés había dejado de serlo mucho tiempo atrás y ahora solo se veía la tierra movida y los hoyos de las bombas en la misma. De vez en cuando encontraban el casco de algún soldado, pero por lo demás, la tranquilidad había vuelto a aquella región.
Desde la triangular ventana del hospital de campaña, unos ojos intensamente azules miraban tristes al cielo del mismo color. Los entrecerró cuando un rallo de sol le dio de lleno, pero no apartó la cara. Ese era el primer contacto que tenia con el nuevo mundo surgido después de la guerra. Durante dos meses había estado dormido médicamente, de no haber sido así…se habría muerto de dolor. Se pasó una mano por el corto cabello rojo y dio otra calada al cigarrillo que le había ofrecido su nuevo compañero de "habitación". Este era un chico de su misma edad, de abundante cabello castaño y los ojos azul zafiro. Correspondía al nombre de Seamus Finnigan y se recuperaba de extractos de bala y metralla en todo el cuerpo. No podía moverse de la camilla casi para nada y le costaba hablar sobremanera. Aunque nada de eso impedía que se fumara una cajetilla de cigarros diaria o su acostumbrado whisky de la tarde. Eran los únicos lujos que podían permitirse.
El chico pelirrojo echó una última mirada hacia el exterior antes de concentrarse en la pequeña caja de cartón que habían apoyado sobre sus piernas. Se trataba de las pertenencias de un compañero muerto. No entendía muy bien porque se las habían dado a él, pero la enfermera francesa, una rubia llamada Fleur, le había dicho que tal vez encontrara algo que le sirviera. Abrió la caja mientras sostenía el cigarro entre los labios. En la contratapa aparecía el nombre del soldado:
VIKTOR TIBALT KRUM
(12/01/1914 – 4/04/1945)
Había sido uno de los últimos en morir, y él lo conocía, aunque nunca habían hablado. Suponía, acertadamente, que se trataba de un chico rico con muy malos modales. A menudo él era el único del regimiento en recibir correspondencia, pero nunca la abría. Solía escabullirse de las misiones y se pasaba el tiempo en el burdel del pueblo más cercano. El pelirrojo se preguntaba si tendría familia o alguien que dependiera de él, pues a pesar de todo lo que había sido, su familia no tenia la culpa y sin duda sufriría al enterarse de su muerte.
- Ron…-lo llamó Seamus.
- ¿Qué? –el pelirrojo alzó la cabeza el tiempo que apuraba el cigarrillo y lo apagaba en un lateral de la cómoda.
- ¿Qué es eso? –apuntó a la caja.
- Nada que deba importarte…de momento.
Ron sacó de la caja un par de pañuelos bordados con las iniciales de Víktor. Nuevamente corroboró que se trataba de un chico rico, ya que en el campo de batalla unos simples pañuelos eran un lujo superior. En el fondo de la caja, las cosas estaban demasiado ordenadas y suponía que seguramente Fleur lo había hecho; ningún soldado era tan pulcro y cuidadoso. A la izquierda había el fajo de cartas que Víktor nunca se había molestado en abrir, estaban todas apiladas y rodeadas por una cinta roja. Ron las sacó y las apoyó al lado de su pierna en la cama. Debajo de estas…varias postales francesas de las prostitutas de turno de los burdeles. El chico negó con la cabeza fervientemente. El resto de pertenencias eran un anillo de oro con el escudo de la familia Krum, un reloj de oro también y la chapa de soldado del ejercito británico. Ya está, no quedaba más de Víktor Krum.
El pelirrojo volvió a meter todo en la caja sintiéndose un estúpido por haberle hecho caso a Fleur. Ahí no había nada para él. Todas esas pertenencias personales debían de ser mandadas a la familia del soldado, Dios sabia que ya tendrían bastante con el dolor de haberlo perdido para siempre. Dejó la caja encima de la cómoda y se estiró para dormir un rato. Al otro lado vio como Seamus también había sucumbido al sueño y se alegró por él. Ese chico había sufrido muchísimo y solo cuando dormían encontraban la paz que necesitaban y el dolor menguaba.
Tres horas después, el sol había desaparecido en el horizonte y había sido reemplazado por la luna y sus estrellas que parecían danzar a su alrededor. Ron abrió los ojos y se los restregó un poco; se había acostumbrado a dormir lo mínimo, y esos hábitos de cinco años eran difíciles de cambiar ahora. Tumbado miró el techo verde de la tienda durante varios minutos y cruzó las manos encima de su pecho con cuidado. No había mucho más que hacer allí. En los cubículos cercanos, que servían de habitaciones para dos soldados, el silencio tan solo era cortado por los sollozos y lamentos de aquellos que lo habían perdido todo en la guerra.
Él podía sentirse afortunado, después de todo. No había perdido ninguno de sus sentidos, ni ninguna de sus extremidades. La parálisis temporal que sentía en las piernas con el tiempo se iría y aunque a partir de ahora tendría que tomarse las cosas con más calma…no tenia ningún efecto visible más. Además le esperaba su extensa y amorosa familia que lo mimaría en exceso todo el tiempo. No, Ronald Weasley no podía quejarse, y sin embargo, el vacío que sentía en medio del pecho le decía lo contrario.
Suspiró y estiró los brazos hacia atrás con la intención de colocarlos debajo de la cabeza en una posición de despreocupación absoluta. Sin embargo, algo se lo impidió y cuando ladeó su cabeza pelirroja vio que el obstáculo eran las cartas de Víktor Krum. Al parecer no las había metido en la caja con todo lo demás como había creído. Las miró durante unos segundos, pensando en que debería de hacer. Los sobres amarillentos estaban algo rotos en los bordes y arrugados en su totalidad. Habría más de cincuenta cartas, y todas sin abrir. El corazón se le encogió al ponerse en el sitio de la persona que había escrito todas esas cartas sin respuesta y que ahora lo que recibiría seria la notificación oficial de la muerte de Víktor.
Se sentó en la cama y alargó el brazo para coger el fajo de cartas; desenrolló la cinta roja y todas quedaron esparcidas entre sus piernas. Una simple revisión le bastó para ver que el remitente era el mismo en todas. Una mujer. Hermione Granger. ¿Sería la esposa de Víktor? ¿Su prometida? ¿Su novia? Sin duda tenia que tener una relación estrecha con él. A Ron las únicas mujeres que le escribían eran su madre y su hermana. Se quedó pensando en la tal Hermione y en como debería de haberse sentido al no recibir respuesta de ninguna de sus cartas. Es más, como se sentiría cuando le devolvieran la caja y viera que todas sus cartas estaban sin abrir. Nadie se merecía ser objeto de tan poca atención y tan poco tanto. Negó con la cabeza varias veces mientras buscaba la cajetilla de tabaco de Seamus y cogía un cigarrillo; estaba prohibido fumar de noche, pero...él pensaba mejor después de un cigarro.
Abrió la primera carta del fajo y la leyó con parsimonia. Sin duda esa chica era la prometida de Víktor, se notaba en la forma en que le hablaba, sin bien es cierto que su tono estaba un poco falto del amor que acompaña a estas situaciones. No podía culparla, después de tanto tiempo sin recibir respuesta era lógico que estuviera desilusionada. Lo que más le llamó la atención, sin embargo, fue la continua referencia a su débil corazón. Decidió leer todas las cartas en el orden inverso, dándose cuenta de que con el paso del tiempo sus expresiones tenían cada vez menos que ver con el amor. Víktor había demostrado ser un insensible para con los sentimientos de esa chica. La decepción podía leerse en cada párrafo, en cada línea y en cada palabra, pero ella había seguido escribiendo, había seguido teniéndolo en sus pensamientos.
Habían pasado dos horas desde que empezara a leer las cartas y Ron se sentía muy cansado. Miró hacia la camilla de Seamus y vio que su amigo estaba despierto y miraba al techo del mismo modo que lo había hecho él. Todos intentaban buscar una respuesta a lo que les había tocado vivir, una respuesta que nunca llegaba. Como la que también esperaba esa chica.
Casi sin saber que estaba haciendo, Ron se vio buscando desesperadamente un trozo de papel y un lápiz. No era justo que esa chica enterrara a su prometido sin saber antes que él la amaba profundamente, nadie se merecía eso. Movió la densa cortina que separaba su cubículo del siguiente y despertó al soldado que estaba al otro lado.
- Dean…Dean…-lo sacudió un poco, aunque muy suave y lentamente.
- ¿Qué? ¿Qué pasa? –dijo el aludido moviendo la cabeza hacia donde estaba Ron. Una mueca de dolor acompañó su movimiento. Dean se recuperaba de quemaduras en el 80% de su cuerpo y además le habían amputado una mano.
- Siento molestarte, amigo. –Ron enseguida se arrepintió de haberlo llamado. El chico negro era el que más morfina consumía de todos los que estaban allí. Una bomba le había explotado a un metro de distancia, y tenia suerte de seguir con vida.- ¿Tienes papel y lápiz?
- ¿Papel y lápiz? –repitió Dean.
- Si.
- No se. Tal vez…mira en la reprisa de encima, puede que haya algo.
Ron miró en la pequeña estantería que había en la cabecera de la camilla de Dean. Al lado del historial medico y de una singular planta, a la que le faltaba agua, vio un par de hojas de papel y un pequeño lápiz de carboncillo. Los cogió intentado moverse lo menos posible, le sonrió a Dean y después de murmurar un suave gracias, corrió de nuevo la cortina y se dispuso a escribir una carta.
No quería hacerle daño a esa chica, pero sabía que la ignorancia de Víktor seria un duro golpe para ella. No lo hacia por él, Víktor no se merecía tener a una persona esperándolo; pero esa chica no debía de pensar que esos últimos cinco años habían sido en vano, que había estado aguardando a una persona que no la amaba. Le mandaría una carta de amor firmada por Víktor, como si fuera la ultima que el escribió antes de morir.
Mi amada,
Antes que nada has de saber que no he dejado de pensar en ti en ningún momento. Creo fielmente que si sigo vivo es gracias a la fuerza que me transmiten tus cartas. Tan solo ellas y tu amor son capaces de hacerme olvidar el horror de la guerra.
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