Era un bonito día soleado de las últimas semanas de vacaciones de verano, y Erika y Vanessa habían decidido salir a aprovecharlo yendo de picnic al monte. Una agradable brisa soplaba en la dirección a la que caminaban y jugueteaba con el largo cabello suelto de Erika, liso y de color negro, que contrastaba con su piel pálida; la luz del sol que se filtraba entre las hojas de los árboles iluminaba vegetación que hacía juego con el verde brillante de sus ojos. La joven se volvió, sonriendo, mientras esperaba a su amiga, que se había quedado rezagada. Al poco, Vanessa llegó resoplando. Ella era una cabeza más alta que Erika, piel bronceada, cabello rizado, castaño, recogido en una cola de caballo y los ojos oscuros; tenía 16 años, y Erika 17.
Cuando llegaron a su prado favorito en un claro de un pequeño bosque en el monte, sacaron las cosas y se prepararon para comer. Era una situación que no mucha gente podía disfrutar, ya que vivían en un pueblo que se encontraba entre el monte y el mar; disponían de bosque y playa. Dos horas después Vanessa estaba dormida al sol y Erika miraba el cielo azul, sin ninguna nube de la que adivinar su forma. La morena sacó un bloc de esbozo y unos lápices y comenzó a dibujar con toda la tranquilidad del mundo.
Pero su mano se detuvo en cierto momento; algo no iba bien. Se puso en pie y miró alrededor, confusa. Notaba como si todo lo que la rodeaba estuviera zumbando: el suelo, los árboles… el cielo. Compuso una mueca de dolor y jadeó cuando notó una carga de presión que la hizo caer de rodillas; era como si el aire pesara toneladas de repente. Abrió los ojos y se vio rodeada de una especie de manto de luz blanca.
-Erika, ¿qué...?- escuchó murmurar a su amiga.
La joven se mareó y cayó de costado, perdiendo el conocimiento. Al cabo de un rato, despertó cuando un chorro de agua fría le cayó en plena cara.
-¡Vane!- exclamó, molesta- ¿Qué demonios estás haciendo?
-¡Joder! ¡Pensé que te había dado una insolación o algo!- se defendió la castaña.
Erika le puso mala cara y apretó los dientes. Vane no tenía la culpa, pero aún así… Un momento, ¿qué sucedía? Recordó la energía y la presión de antes. Ahora, al estar ligeramente enfadada, las notaba, pero no venían de fuera, sino…
Se miró la palma de la mano y se concentró en esa energía que notaba en su interior. Para su sorpresa, en la palma de su mano apareció una bola de luz blanca.
-No jodas…
-¿Pero qué pasa?- inquirió Vanessa, extrañada.
-¿No... no la ves?- preguntó refiriéndose a la bola de energía que había creado.
-¿Ver qué?
Erika lanzó la bola contra un árbol joven, que se partió por la mitad. Vanessa soltó un grito de asombro. La morena se preguntó por qué su amiga no era capaz de ver esa energía…
-Pero ¿cómo has hecho eso?
-Es una bola de luz blanca...- contestó Erika, creando otra bola de luz- Tócala.
-¿Estás de coña? No pienso tocar nada.
-No te pasará nada. ¡Confía en mí!
La pelimarrón suspiró, miró a los ojos a su amiga y acercó lentamente el dedo índice a la bola que ella no veía. La atravesó y dejó el dedo ahí.
-¡Joder! Es tan raro… el aire da calambres… Un momento- miró el lugar donde estaba la bola-, creo que puedo ver algo, pero sólo es una sombra... ¿Qué es, Erika? ¿Te ha pasado alguna vez? ¿Tienes una especie de superpoderes?
-No dejes volar tu imaginación. Nunca me había pasado...
Ambas quedaron un buen rato en silencio, unos veinte minutos encerradas en sus propios pensamientos. Hasta que Erika dijo:
-Vane... ¿Podrías... ayudarme a controlar esto?
La aludida levantó la cabeza y, levantando una ceja, dijo:
-Imbécil... ¿te crees de veras que te voy a dejar sola en esto? Somos amigas y te ayudaré en todo lo que pueda.
-Y una cosa más: ni se te ocurra decírselo a NADIE, que te conozco.
-Soy una tumba.
Quedaba una semana para empezar las clases, y Erika había aprendido a controlar bastante bien sus recién descubiertos 'poderes'. Podía lanzar bolas de energía, crear escudos y poca cosa más, pero era bastante útil. Además, había desarrollado una especie de sexto sentido para sentir a las personas; como si notara sus auras. Vanessa, por su parte, cada vez veía mejor la energía blanca que despedía su amiga, quizá por la continua exposición a ella. Siempre entrenaban en el mismo lugar, en el claro del bosque, todos los días hasta que se ponía el sol.
-¿Has leído el último capítulo de Bleach?- preguntó Erika al finalizar su entrenamiento ese día.
-Te he dicho millones de veces que no me gusta el manga... no soy tan friki como tú- añadió con una sonrisita.
-No me dirás lo mismo cuando los frikis dominemos el mundo...
Vanessa estaba riendo cuando ambas escucharon un rugido que a la pelinegra le resultó muy familiar.
-No puede ser...
Un monstruo muy grande, en forma de lagartija marrón y con una máscara parecida a una calavera avanzaba por el claro hacia ellas. Cada paso que daba con esas tremendas patas hacía temblar el suelo. Miró a las muchachas y soltó otro rugido.
-¿Es eso un... hollow?- susurró Erika.
Estaba confundida y aterrorizada. ¿Cómo era posible que los hollows existiesen? Si eran criaturas ficticias de un manga llamado Bleach... Estaba alucinando, eso no podía ser real.
Pero el suelo estaba temblando mientras aquel monstruo (Erika todavía se negaba a llamarlo hollow) se acercaba a ellas. Y era consciente de que estaban en grave peligro.
continuará...
