NDA: No me pertenece el mundo de Los Juegos del Hambre, ni los personajes citados que puedan aparecer en ellos. El resto de personajes que no aparece en la novela de Suzanne Collins sí son de mi creación.

Estoy nerviosa. No he podido dormir en gran parte de la noche. Todos los años, este día, desde que mi hermano cumplió los doce años me cuesta conciliar el sueño. La cosa empeoró cuando yo cumplí los doce, poco después. Y este año es casi insoportable porque mi hermanita acaba de cumplirlos. Esto ha hecho que el cansancio se apoderara de mí a altas horas de la madrugada y solo entonces haya podido quedarme dormida. El primero en venir a llamarme es mi padre, golpeando el marco de donde hace años hubiera habido una puerta. He oído como George y Laia se despertaban y marchaban a asearse mientras yo he vuelto, sin remedio, a caer dormida por puro cansancio. Un par de horas más tarde ha llegado alguien que se deja caer pesadamente encima de mí, aplastándome y provocando que la vieja cama emita un crujido lastimero, a punto de romperse. Sé instantáneamente que es George. Sólo él me despierta así.

- Hmm George… -empiezo a murmurar cuando me corta.

- ¿Has olvidado qué día es hoy? No quiero que un agente de paz venga a arrastrarte hasta la plaza. Piensa que irías con ventaja sobre los demás. En lo de morir, digo.

Abro los ojos de golpe y lo quito como puedo de encima de mí. Me siento en la cama y le lanzo una mirada furiosa.

- ¿Has dejado ya de bromear con esta basura? ¿O me puedo ir a bañar? Toda la noche he estado pensándolo. Somos muchos. Pensándolo detenidamente… No creo que nos toque a ninguno de nosotros…

Ahora, es George quien me mira mal.

- ¿Te recuerdo los teselas? Mi nombre ha entrado veintiséis veces.

- Piensa en la mayoría de la gente que conoces… ¿Cuántas veces entrará su nombre? El mío mismo va a entrar catorce veces…

George me miró derrotado durante un instante y desvió la vista hacia el suelo. Acto seguido, se levantó y fue hacia el marco de la puerta, echándome un último vistazo.

- No tardes… Vamos a comer pronto y creo que Laia necesitaba tu ayuda.

Me levanto pesadamente y voy hacia un pequeño cuarto de baño, en el que me espera una bañera con agua templada. Probablemente, George había tratado de calentarla un poco mientras yo dormía y se había quedado enfriando. Sin más dilación, me desnudo y me meto en la bañera, rescatando la pastilla de jabón del fondo. No es una bañera grande, y tengo que hacer maniobras para poder aclararme el pelo, por lo que me lleva un rato terminar de quitarme la suciedad. Cuando salgo, me seco rápidamente con una toalla áspera y la enrollo alrededor de mi cabeza, envolviéndome el pelo para que se seque mientras me visto. No tengo mucha ropa (ninguno de nosotros la tenemos) pero de pronto descubro entre mi ropa normal un vestido amarillo pastel de tirantas, con una rebeca de color verde pálido a juego, ambos pulcramente doblados. Mientras los observo, aparece mi madre en la habitación sobresaltándome.

- Pensé – comienza – que te gustaría tenerlo… Para la cosecha de hoy.

La miro de arriba abajo. Está abatida, sus ojos de color chocolate me miran apenados. De momento George y yo habíamos tenido suerte, pero eso podía cambiar. Y que este año Laia esté también en el sorteo la llevaba consumiendo desde hacía semanas. Apenas puedo articular un levemente audible "Gracias" cuando Laia entra en la habitación, con el vestido azul bebé que había llevado yo mis primeros años de Cosecha. Lleva el pelo suelto, recién desenredado. Un pelo de color castaño claro, al contrario que el mío, el de mi madre o mi hermano, pero igual al de mi padre. Con ternura, mi madre se gira y la mira, alabando lo guapa que está, y se marchan ambas de la habitación para arreglarle el pelo. Me quedo unos segundos mirando la puerta por donde acaban de desaparecer y prosigo con mi tarea. Me pongo el vestido, percatándome de que parece como si hubiera perdido color. Me pongo también la rebeca y voy a buscar unos zapatos para el vestido, cuando descubro que dicho vestido va conjuntado con unas bailarinas del color de la prenda. En seguida me las calzo y voy a buscar el cepillo para terminar de secarme y desenredarme el pelo. El tener el pelo tan lacio me facilita bastante la tarea. Iba a recogérmelo en una coleta cuando decido que mejor lo llevo suelto, con una cinta de color verde que encuentro en uno de los cajones de mi madre.

- Todas las demás chicas van a ir con el pelo recogido… - Oigo la voz de mi padre detrás de mí.

- Yo siempre voy con el pelo recogido… Creo que en esta ocasión, lo llevaré suelto.

Me miro en un pequeño espejo que tenemos encima de la mesa, observando el reflejo de mi padre que, aunque menos, también se le notaba una expresión de nerviosismo ante la situación. Sin querer decir nada, nos dirigimos a la cocina donde nos aguarda pan basto hecho con los cereales de los teselas tostado con un poco de aceite y tomate por encima. La comida transcurre rápida y en silencio.

Salimos un poco antes de casa George, Laia y yo, dejando atrás a nuestros padres que irán a la plaza en breve con unos amigos, si no quieren que los agentes de paz tomen medidas esta noche. La hora se acerca, y según nos acercamos a la plaza frente al Edificio de Justicia, nos vamos encontrando con más y más gente, chicos de nuestra edad que van caminando lentamente hacia su sentencia de muerte, pues de todos es sabido que el Distrito 8 no se caracteriza precisamente por sus victorias en los Juegos del Hambre. No llega a la altura del Distrito 12 que, por lo que sé de otros juegos anteriores, sólo tienen un ganador con vida, pero tampoco nos sobran. El Distrito 8 lleva muchos años sin ganar los juegos del hambre-por lo menos trece. Y nos quedan solo cuatro ganadores con vida.

De repente veo a Christine y a Alex dirigiéndose hacia mí. Puedo divisar ya las colas por edades para acceder a los espacios reservados para nosotros, separados por cuerdas y vallas. George me mira seriamente.

- He visto a Nico y a Colin allí… Voy con ellos ya… Que la estadística esté siempre de vuestra parte - me dice dándome un abrazo, y luego otro a Laia.

Miro perpleja a su espalda mientras se aleja, pensando en la alternativa a la frase que Lessie Trinket siempre nos dice, la frase que es propia de los Juegos del Hambre. Lo ha dicho con relación a nuestra anterior conversación. No puedo darle más vueltas porque Christine y Alex han llegado hasta a mí. Impulsivamente, les doy un abrazo a los dos, con algunas lágrimas escapando de mis ojos. No puedo evitarlo. Cuando me separo, sin embargo, las lágrimas se han secado y apenas se nota que alguna vez estuvieron ahí.

- ¿Has visto eso? – me dice Alex refiriéndose a las colas de gente – Parecemos ganado yendo al matadero.

- Lo sé. Pero el ganado al menos sabe que va a morir y que van a morir todos. Aquí nos enfrentamos a morir nosotros o a ver a uno de nosotros morir, y a la incertidumbre de cuál de las dos opciones será – respondo con rencor.

Christine me mira ceñuda, señalando apenas levemente con la cabeza a mi hermana Laia. ¡Laia! Llevo tanto tiempo viniendo a la Cosecha sólo con ellos dos que he olvidado que está con nosotros y que ha escuchado todo lo que acabo de decir cuando llevo meses diciéndole que no pasa nada, que su nombre entraría en la urna una sola vez. La miro con remordimiento en los ojos, viendo los suyos vidriosos conteniendo las lágrimas mientras observa asustada la cola que le correspondía a ella. Con suavidad, me agacho a su lado y la miro a los ojos, secando con el dorso de la mano una de las lágrimas que caen.

- Eh – comienzo, mala manera de comenzar. – Lo que yo diga al respecto de esto no tiene por qué influirte… Créeme, todo va a estar bien. Vamos a buscar a tus amigas, esto se pasa mejor cuando estás con amigos.

Cogiéndola de la mano y tirando suavemente de ella para que se moviera, nos dirigimos hacia la cola donde están las demás chicas de su edad. Se encuentra con una amiga y parece tranquilizarse un poco, aunque no puedo evitar mirar hacia donde está, mientras me marcho a mi cola, y ver cómo me sigue fijamente con la mirada. En la cola, Christine y yo nos despedimos de Alex, con un último abrazo.

- Va a estar bien, no te preocupes. – Me dijo Christine mientras avanzamos lentamente. – Acuérdate de cómo estábamos nosotras la primera vez que vinimos.

- Lo sé. Es fuerte, podrá con ello pero… - hemos llegado a la mesa con el agente de paz que verifica nuestra identidad – No puedo dejar de pensar qué pasaría si ella saliera elegida.

- Es su primera vez, su nombre sólo sale una vez.

- Lo sé, pero no sería la primera ni será la última niña de doce años que participa en unos juegos.

Christine y yo nos ponemos en fila y de manera ordenada en el área designada, encontrándonos con algunas caras conocidas a las que saludamos brevemente con la cabeza. No hablamos mucho. Nunca lo hacíamos en las cosechas. Aunque Christine es hija única y está lo suficientemente acomodada para no tener que pedir teselas, se pone nerviosa el día de la cosecha, todos nos percatamos. Uno diría que es normal, que aún con todo, sigue teniendo una pequeña posibilidad de salir elegida. Todos estamos nerviosos. Pero ella está nerviosa por Alex y por mí. Ambos hemos pedido teselas en más de una ocasión. Nunca nos lo ha dicho directamente, claro, pero en más de una ocasión, hablando de los juegos, ha comentado que era mejor ir y morir que quedarte y ver morir a tus amigos.

Nos fijamos en el escenario ante nosotras, en el que podemos ver a tres personas sentadas, con un micrófono delante de ellas a unos pasos y dos grandes urnas a cada lado. Me giro un segundo y veo a toda la gente que rodea el área designada para los participantes de la cosecha, viendo alguna cara familiar. La voz del alcalde me interrumpe y fijo la vista en él. Cuenta la misma aburrida historia del surgimiento de Panem, los días oscuros, las imágenes del Distrito 13 reducido a cenizas, en el que de repente me llama la atención el aleteo de lo que parece ser un sinsajo en una esquina de la pantalla. Dada la historia de cómo surgieron los sinsajos, me resulta irónico que aparezca uno en el Distrito que erradicaron del mapa debido a la rebelión. Finalmente, termina su discurso contando el surgimiento de Los Juegos del Hambre y le da la palabra a Lessie Trinket, la mujer de piel enfermizamente pálida y lo que parece ser una peluca de color azul, con un elegante traje capitolino a juego. Dicen que tiene una hermana destinada a hacer su aparición anual para la cosecha en el Distrito 12, aunque eso son solo rumores, claro. No se nos permite conocer qué ocurre en otros distritos. Empieza a hablar con su habitual "¡Bienvenidos a Los Juegos del Hambre… y que la suerte esté siempre de vuestra parte!". Lo dice con entusiasmo año tras año, parece no darse cuenta de que lo que está haciendo es mandar a dos chicos a una muerte segura. Puede que nadie del Capitolio lo piense nunca. Para ellos son sólo eso, juegos, algo para entretenerse, y no algo que humilla a los familiares y conocidos de los participantes, que están obligados a ver como sus hijos, hermanos, amigos, novios mueren. "Como siempre… ¡Las damas primero!" Lessie avanza con pasos pequeños hacia su derecha, dirigiéndose a una de las urnas gigantes con papeles doblados dentro. Catorce. Catorce papelitos están con mi nombre. Me obligo a pensar que hay gente más necesitada que yo, seguro que hay alguna chica que se ha visto obligada a pedir más teselas que yo, ya que yo me los turnaba con George. La mano de Lessie remueve los papelitos a conciencia, decidiéndose finalmente por uno. Lo saca lentamente de la urna, se acerca de nuevo al micrófono con esos pasos tan cortos y, con la misma parsimonia, desenvuelve el papelito.

– Valérie Collard