Capítulo 1
La primera vez que mis manos se llenaron de sangre tenía diez años. En aquel entonces ni siquiera sabía qué era la guerra o qué era aquello de rebelarse contra un Reino o contra un continente. Ni siquiera era consciente, en aquel momento de mi niñez, de la envergadura que tuvo aquel desastroso acontecimiento que fue la muerte de mi amo.
Recuerdo aquella noche como si fuera ayer.
Era la segunda vez en aquel día que había hecho que me sangrara la nariz al intentar detenerlo cuando se llevaba a Nami hacia sus aposentos. Lo veía hacerlo cada día sin contemplaciones; la agarraba del brazo con toda la fuerza del mundo y la arrastraba hacia allí. Y yo me sentía impotente al no poder abrir la puerta de ese oscuro dormitorio para detenerle. Sabía que ella sufría como nunca allí dentro. Gritaba de dolor y la oía sollozar. Eso me hervía la sangre hasta límites incontrolables.
Yo la quería.
Quería a Nami como si fuera una hermana mayor que me protegía contra viento y marea desde que ese hombre decidió que yo era lo suficientemente útil en aquella casa como para marcarme a fuego ese círculo con varias puntas en el omoplato derecho. La marca de la esclavitud. Desde entonces, Nami me había cuidado. Me había enseñado a leer y a escribir. Me había dado a conocer todo lo que sabía desde que llegué a aquel lugar, desde modales hasta ideales muy claros y precisos. Todo aquello, todo lo que nos hacían, todo ese sufrimiento innecesario, estaba mal. Y alguien debía detenerlo.
Ella tenía la esperanza de que algún día. Todo eso acabase.
A pesar de ese calvario, era feliz. Tenía sus momentos de "libertad" cuando iba al mercado acompañada de la dueña de aquella casa que parecía obviar cada una de las cosas que le hacía el que decía llamarse su marido. Era extraño verla sonreír en aquellos momentos que ella consideraba pacíficos. A veces, me preguntaba si realmente no había perdido el juicio en algún momento tras esa tortura persiguiéndola cada día.
Como esa noche. Creo que sin duda, fue la peor de todas.
-No, por favor.-La oí decir con esa voz robótica que ponía a esa altura en aquellos casos.-Por favor, déjeme.-La sujetó de la muñeca y la levantó del asiento en mitad de la cena bajo la atenta y asustada mirada de todos los presentes. De repente, comenzó a tirar de su mano para sacarla de allí.
Y nadie hacía nada.
Observé durante unos segundos lo que ocurría hasta que vi como Nami empezó a resistirse una vez más sin conseguir nada que no fuese una buena bofetada en la mejilla. Y entonces, yo, furiosa, me levanté de mi asiento a pesar de que una de las doncellas quiso retenerme para que la situación no fuese a peor. Intenté golpear a aquel hombre pero antes de que pudiese alcanzarle me dio un fuerte puñetazo en la nariz haciéndome sangrar. Noté como me mareaba del golpe y como caía al suelo medio inconsciente.
Le odiaba. Le odiaba con todo mí ser.
Así que, cuando pude recuperarme y pude liberarme de mis cadenas, me las ingenié para abrir la puerta de aquella habitación. Era tarde. De madrugada. Alcé mi pequeña mano contra ese hombre que me pegaba y humillaba a diario y que, le había hecho un daño insufrible a mi amiga. Le envolví en una especie de burbuja mágica llena de agua, despertándole de su sueño, y concentrándome lo suficiente, lo ahogué.
Vi como sus ojos me miraban desesperados antes de perder por completo su brillo. Sonreí satisfecha de mi hazaña.
Era poderosa. Muchos lo sabían y por eso me habían reprimido con aquel metal especial llamado Kariouseki, con el que nos encadenaban a los más peligrosos. A los pocos que usaban la magia como yo. Muchos decían que los Dioses se reencarnaban en los magos como nosotros. Cuando acabé mi gran fechoría. Volví a colocarme esas cadenas que oprimían mis muñecas para que nadie sospechara.
Esa noche fue la última que dormí francamente bien.
Porque, a la mañana siguiente cuando toda la casa despertó, mi esperanza de ser libres por aquello de no tener un amo, se desvaneció. Al encontrar a su marido muerto en su cama, la señora de la casa buscó a Nami sacándola de su dormitorio agarrándola del pelo. Pude oír sus gritos de dolor, como se quejaba.
Los demás salieron de sus cubículos asustados y amedrentados. Bueno, todos no. Tal vez solo la gran mayoría que parecía gustarles ver como se llevaban a alguien hacia un destino cruel y macabro. Yo también salí de mi pequeño cuadrado y, cuando vi cómo se alejaban por el pasillo, me temí lo peor. Intenté correr pero una de las mujeres me agarró de la muñeca. Forcejeé con todas mis fuerzas hasta que pude soltarme.
Sin saber cómo las seguí hasta la puerta de atrás que daba al bosque. Estaba desesperada y asustada. ¿Cómo había podido llevar a Nami a aquella situación cuando yo era la causante de la muerte de nuestro amo?
-¿Qué haces aquí niña?-De repente, oí tras de mí una voz. La voz de un hombre, más bien un muchacho, que parecía desprender una ira sobrenatural a cada paso que daba. Y yo, tan valiente, en aquel instante, me acobardé como un animal con el rabo entre las piernas. Agaché la cabeza sintiéndome muy pequeñita y me retiré un tanto de su camino. Si su padre era temible, ese muchacho era mucho peor con nosotros.-Vuelve a entrar sucia y despreciable rata.-Me dijo sin más avanzando a grandes zancadas hacia donde su madre y algunos parientes más estaban.
Sabía quién era. Era el hijo mayor de nuestro amo; Akainu.
Nami estaba tirada en el suelo. Lloraba sin comprender qué estaba pasando. Me temí lo peor. Sobre todo cuando, Akainu, alzó la punta de la flecha de su ballesta contra ella. La peli naranja abrió los ojos de par en par al igual que lo hice yo. Ella no podía morir por mi culpa. No podía hacerlo. Sabía lo que iba a pasar pero no sabía cómo detenerlo. Era una simple niña. ¿Qué debía hacer?
-Levántate.-Escuché la voz prominente de aquel hombre. Nami temblando, obedeció. Y en ese instante, me quité las cadenas de mis muñecas. Algo tenía que hacer. Tal vez, si utilizaba mi magia…
Pero en ese momento, vi como Nami se había percatado de mi presencia. Abrió los ojos de par en par al verme. Negó con el rostro aterrada y leí como sus labios pronunciaban en un susurro una palabra clara: "Huye".
-Corre.-Anunció Akainu apuntando con el arma a mi amiga, a mi hermana. Sentía como las lágrimas se amontonaban en mis ojos.
Por mi culpa ella iba a morir y yo no podía hacer nada.
-¡ ¿A qué estás esperando?! ¡Eres libre ahora! ¡Puedes marcharte!-Gritó. Miré a Nami sonreírme por última vez antes de volverse sobre sus pies. Yo avancé dos pasos hacia ella pero me detuve cuando la vi empezar a correr. En ese preciso instante, Akainu le disparó una flecha en la pierna derecha.
Noté como se me encogía el corazón.
-No…-Susurré. Las lágrimas se desprendieron de mis ojos.
Nami seguía caminando a duras penas cuando vi como ese tirano le disparaba una flecha más en el abdomen. El dolor de mi corazón pasó a mi estómago. Sentí unas tremendas ganas de vomitar. Sobre todo cuando disparó una rápida flecha más antes de que cayese contra el suelo, y dio de lleno en su garganta.
Las lágrimas se desprendieron de mis ojos. Dolorosas. Impotentes. Derrotadas. Furiosas. Tenía ganas de asesinar a aquel tipo que había matado a mi amiga sin compasión. Sin piedad. Pero la palabra que Nami me había dedicado justo antes de irse para siempre de ese mundo que la había tratado tan mal, se apoderó de mi mente.
"Huye…"
Y con todo el dolor de mi alma, me escondí cerca de aquella puerta, hasta que los dueños se adentraran de nuevo en el interior de la enorme casa, imaginé que para poner firmes a los esclavos que se habían quedado allí. Ese día sería horrible para ellos. Yo permanecí agazapada hasta que vi a uno de los hombres de confianza de la familia y a un par más, abrir la puerta con la intención de deshacerse del cadáver de Nami.
En ese instante, ávida, diestra y todavía sin dejar de llorar como la niña que era, salí por aquella puerta de hierro inquebrantable. Y empecé a correr. Corrí con todas las fuerzas que mis pies descalzos y ennegrecidos me permitían.
Era otoño en Isgard. Tenía frío. Pero aun así, no dejé de correr sin mirar atrás.
Recuerdo que las siguientes tres semanas las pasé en aquel bosque frondoso que Nami, me había contado que se llamaba Eldar. Sabía que si regresaba a la ciudad y ese monstruo me encontraba, habría hecho todo aquello en vano. Así que simplemente, esperé con paciencia a que el mundo se olvidara de mí. Posiblemente eso fue fácil para ellos. Yo solo era una esclava que había conseguido una improvisada y exitosa libertad a base de un enorme vacío en mi interior.
Recuerdo que durante aquellos días, para sobrevivir busqué una especie de refugio entre las rocas. Como una especie de cueva. Comía la fruta de los árboles. Aprendí a cazar pequeños animales, a pescar peces. Incluso fui capaz de empezar a controlar mejor mi poder. La magia que fluía en mí.
Hasta que un día, justo cuando hacía un mes allí en aquel lugar alejado de la mano de los Dioses, oí el gruñido de alguna bestia que, asustada, corría por salvar su vida posiblemente de algún vil cazador de seres mágicos que habitarían aquellos bosques. Aunque yo, no había visto jamás a ninguno. Salí a la intemperie intentando abrigarme del gélido frío con una manta raída que había encontrado en medio de la nada. Esa noche había nevado. El paisaje era sin duda hermoso. Era normal en Isgard. Vivíamos en unas enormes islas al norte de nuestro continente según había aprendido. Y en el norte, las temperaturas siempre propiciaban más de una nevada espesa a lo largo del año.
Busqué de dónde provenían los aullidos de dolor y anduve hasta ese lugar donde comencé a sentir una especie de extraña y antigua magia. Curiosa, como siempre había sido, me acerqué sin miedo hacia ese prado llano entre los árboles.
Y allí lo vi por primera vez.
Era un cachorro. Un pequeño tigre gris perlado con los ojos azules como el más profundo de los océanos. Estaba asustado, atemorizado y mordía el hierro intentando liberarse de su prisión. En su escapada, se le había clavado un cepo en pata derecha. Un artilugio sin duda hecho por obra del demonio para cazar a animales sin piedad. Me miró enfadado y gruñó cuando me acerqué a él un poco más.
Había empezado a nevar de nuevo.
-Shhh…-me agaché a su lado,-tranquilo. No voy a hacerte nada…-Susurré y él pareció calmarse un tanto cuando vio cómo mis pequeñas manos aprisionaban el metal e intentaban abrir el cepo para que pudiese escapar.
Sin embargo, justo en ese momento, más cerca de lo que creía, oí la voz de aquellos cazadores acercándose.
-¡Lo he visto por aquí!-Gritó uno de ellos. Yo intenté darme aún más prisa. Incluso sentí como la sangre empezó a fluir por mis desdichadas manos al notar algunos gruesos pinchos clavarse en ellas. El pequeño tigre observaba inquieto mis acciones hasta que por fin pude, liberarlo.
-¡Vete vamos!-Le insté cuando observé que había conseguido caminar un poco a pesar de la pata herida que llevaba. Sin embargo, en ese instante, una flecha salió volando desde uno de los matorrales hacia nosotros.
La percibí con una rapidez abrumadora, y antes de que pudiera alcanzarnos, alcé mi mano y cree una barrera de agua que al instante, se congeló deteniendo aquella flecha y todas las demás.
-¡¿Qué cojones es eso?!-Oí gritar a uno.
-¡¿En una niña con magia?!-Preguntó otro.
-En medio de un maldito bosque, ¿cómo va a ser eso posible?-Inquirió uno más.
Sentí de repente, como se acercaban. No podía verles pero oía claramente sus pasos sobre la nieve.
-¡Vamos márchate ya!-Me puse de pie frente a él. El pequeño animal frunció el ceño adelantándose hacia mí un par de pasos con la firme intención de ayudarme. Pero, estaba demasiado herido como para hacer algo así. Por eso, comenzó a caminar con más o menos velocidad en la dirección contraria dejando un rastro de sangre sobre la nieve.
-¡Va por allí!-Dijo uno de los cazadores saliendo del seto en el que se escondía. Le apuntó con su ballesta, sin embargo, creé una fuerte ola de agua de mis manos que se dirigieron hacia él y le estamparon de un fuerte empujón contra un enorme árbol. Al momento, cayó inconsciente con una fea brecha en la cabeza. Posiblemente le costaría trabajo volver a moverse alguna vez más.
-¡¿Qué demonios ha sido eso?!-Soltó otro de ellos apareciendo por mi retaguardia. Oí el filo de un hacha alzarse contra mí.- ¿Qué hace una niña con ese tipo de poder sola en un bosque como este…?-Su siniestra voz me impactó.
Por un momento, recordé aquel tono grave y horripilante de Akainu antes de matar a Nami. Mi furia se encendió. Me giré rápidamente, coloqué las manos sobre el suelo y envolví a ese hombre de mirada perversa en una capa de agua congelada, tanto, que al momento se heló. Había descubierto hacía poco que controlar a mi antojo la temperatura del agua de mi poder era una ventaja impresionante. Con un par de proyectiles que salieron de mi dedo índice con una velocidad sobrenatural, rompí la prisión de hielo acabando también con la vida de aquel segundo hombre.
Y entonces, mis ojos verdes entrecerrados llenos de ira, se dirigieron hacia el tercero que me apuntaba con su arco temblando de pies a cabeza. Fruncí el ceño. Estaba muy enfadada.
-¡Márchate!-Vociferé volviendo a colocar mis manos desnudas sobre la fría nieve. El cazador dio dos pasos hacia atrás.-¡Ahora!-Mi tono se alzó sobre el silencio del bosque y el hombre, echó a correr completamente asustado cuando notó que la nieve bajo el suelo de sus pies empezaba a moverse y a levantarse como si la fuerza de la gravedad hubiese dejado de existir sobre ella.
Y así fue, como ya tenía a tres víctimas mortales más en mi historial con tan solo diez años de vida.
Suspiré intentando calmar mis emociones. Sabía que tenía que empezar a gestionar un poco mejor mi ira si no quería convertirme en una de esas personas a las que odiaba. Noté como mis músculos se relajaban y en ese momento, alcé mis esferas verdes hacia el lugar por el que el tigre perlado había intentado huir. Con paso firme, seguí ese rastro de sangre sobre la nieve hasta que di con él. El pobre animal, posiblemente mágico, se había echado sobre la nieve agotado del esfuerzo. Respiraba con dificultad. Rápidamente me acerqué a él y examiné aquel agujero. Era terriblemente profundo. Sabía que si se le infectaba no podría hacer nada por sobrevivir.
Así que lo acogí entre mis brazos y lo llevé hacia el lugar en el que me escondía y que hacía poco había empezado a llamar el "refugio".
Una vez allí, encendí una pequeña lumbre con los troncos secos que conservaba y lo acerqué a ella. Si me daba prisa, podía conseguir las hierbas necesarias que podían calmarle el dolor antes de que la nieve acaparara por completo el terreno y ya no se viera absolutamente nada bajo ella.
Tardé exactamente tres horas en conseguir todo lo que necesitaba y cuando regresé, sentí un alivio enorme sobre mi pecho al comprobar que aquel bonito animal seguía vivo. Le limpié la herida con mi magia, cogí todas las hojas y raíces menos una, las machaqué con una piedra y apliqué el ungüento sobre la herida. El pobre, ni siquiera se quejó. Después de eso, le coloqué alrededor la hoja más grande.
Nami me había enseñado a hacer cosas impresionantes. Sonreí al pensar que estaría sin duda completamente orgullosa de mí allá en el templo de los Dioses.
Y a partir de ese momento, esperé.
Una noche. Dos. Tres. Y al cuarto día, cuando regresé con algo de fruta para desayunar que había encontrado entre los árboles, el tigre ya no estaba. Eso me alarmó. Salí a toda prisa a buscarlo por todos los lados que conocía pero no fui capaz de encontrarle por ninguna parte. Rendida, al ocaso, regresé al refugio y esta vez, fui yo la que aguardó.
Y así, cuando ya casi me había olvidado del asunto, una semana más tarde mientras caminaba con algo de leña seca que había encontrado, vi como el animal se acercaba a mí caminando con total tranquilidad.
Sonreí.
-¡Estás bien!-Me alegraba realmente de que eso fuese así. El pequeño tigre se acercó a mis pies y me pareció que me hacía una pequeña reverencia. Yo asentí orgullosa de que la curación hubiese ido a las mil maravillas. Entonces, caminó alrededor de mis piernas y se colocó justo detrás dándome un pequeño cabezazo sobre ellas para que avanzase. Parecía que quería que le siguiera hacia algún tipo de lugar.- ¿Quieres que te acompañe a algún sitio?-Le pregunté agachándome a su lado. Él soltó un rugido poco amenazante en señal de aprobación.
Así que simplemente le seguí.
Caminamos durante horas hasta llegar a lo más profundo del bosque que parecía despejarse de nieve a cada paso que daba. Podía sentir la magia fluir por cada árbol y cada resquicio de aquellos lares. Era como estar en un mundo cálido, sin dolor, completamente diferente.
El tigre se detuvo delante de mí y volvió a rugir queriendo decir algo.
-¿Qué ocurre?-Entrecerré los ojos y en ese momento, los alcé hacia el lugar al que él miraba lleno de tristeza.
Allí sobre la fina hierba verde, yacía una enorme tigresa gris perlada, al borde de la muerte. Era gigantesca. Nunca había visto a un animal tan grande. Me acerqué lentamente, sin miedo, hacia su pelaje. Alcé una mano y la toqué. Era suave, sedoso y envolvente. Si hubiese sido una niña traviesa me habría lanzado encima de ella como si fuera una cama agradable y blandita, pero me contuve.
El pequeño tigre le acarició con la cabeza, lleno de tristeza, y entonces comprendí que aquel ser especial, era su madre.
Volteé a verla con más claridad de frente. Era simplemente una estampa impresionante. Se decía o las leyendas de Isgard contaban, que el símbolo de nuestro pueblo era un felino enorme y salvaje llamado Tisha que vivía en las profundidades del bosque de Eldar y que era capaz de matar a un ejército entero, de ahuyentar a un mago oscuro o incluso de vencer a la mismísima muerte con una sola mirada.
Pero no era una leyenda. Ese ser sagrado e imponente estaba allí. Y esperaba paciente a la muerte. Supe entonces que lo que quería su hijo, era que simplemente, tal y como había hecho con él, salvase la vida de su madre.
-Me temo que no puedo hacer nada.-Le susurré agachándome a su lado.-Lo siento.-Le dediqué una mirada llena de pena y comprensión. El animal soltó un sollozo y se acurrucó entre el pelaje de su madre.
Examiné a la enorme tigresa por entero pero no di con ninguna herida. Parecía que su dolor emanaba de su interior. Había un aura de oscuridad dentro de su pecho. Posiblemente de algún ser oscuro y temible que quería acabar con Isgard. Conquistarla. Dominarla. Lo sabía por qué, al tocar el pequeño colgante que llevaba al cuello con una diminuta perla transparente en su interior, me di cuenta de que poco a poco iba perdiendo su brillo. La gran y antigua Tisha se estaba quedando sin magia. Alguien le había arrebatado su poder de proteger aquellas tierras.
Sin embargo, a pesar de todos mis esfuerzos por lidiar con aquel problema, no fui capaz de hacer, otra vez, nada. Mi impotencia ante las injusticias crecía a medida que avanzaba. Era un completo desastre. Perdía una y otra vez sin que se me ocurriese una buena idea para solucionar todos los conflictos del mundo.
En aquel instante no lo comprendía pero ahora, sé que lo que me hacía falta en ese momento era, crecer.
Así que, al quinto día, de cuidados intensivos y de intentar paliar de alguna forma el dolor de ese ser legendario, la magia de aquel lugar del bosque, murió. Vi cómo se desvanecía la belleza de cada uno de sus rincones y cómo la nieve empezaba a caer también en aquel místico lugar. No pude evitar llorar otra vez. Como hacía casi dos meses cuando ese hombre había matado a Nami ante mis ojos.
Desesperada. Desconsolada. Asustada.
-Mierda…maldita sea…No soy lo suficientemente fuerte…-Farfullé intentando apartar las lágrimas de mis ojos.
En ese preciso momento, noté como el cachorro, su hijo, apoyaba el mentón sobre mi rodilla entristecido. Yo le acaricié el pelaje dejando de llorar. Sorbiéndome la nariz.
Y tomé la mayor decisión de mi vida. Sin querer, ese mismo día marqué mi destino a fuego sobre la Tierra como la marca de la esclavitud que me presionaba la espalda.
-Voy a protegerte.-Pronuncié decidida.-De aquí en adelante prometo cuidarte y quererte con toda mi alma y te juro que acabaremos con todos. Con cada uno de uno de esos seres que nos han hecho tanto daño. Que nos han arrebatado a nuestra familia, a nuestros amigos. Liberaré a cada hombre, mujer y niño de su sufrimiento. Preservaré a mi pueblo por encima de cualquier poder oscuro. Algún día volveré mucho más fuerte, con el mayor ejército que el mundo habrá visto,-me incorporé y toque por última vez el pelaje frío del cuerpo inerte de Tisha,-y…venceré…-Comencé a envolver de agua congelada cada parte de su gigantesca figura para preservarla eternamente en aquel bello lugar.- ¿Me acompañarás?-El cachorro soltó uno de sus rugidos poco amenazantes pero seguros.
Sonreí.
-Me llamo Nerumi.-Confesé por primera vez después de años sin pronunciar mi nombre prácticamente olvidado.-Y ti…te llamaré Byakko…
