NdA: A partir de ahora voy a ir corrigiendo errores que he detectado a lo largo de los primeros capítulos. En su esencia no cambiaré nada salvo alguna que otra frase que considere que no está bien redactada. Para los que lo leáis nuevo les doy una cálida bienvenida a esta pequeñita familia (L) Espero que os guste y os animéis a seguir leyendo hasta el final. Pronto podré subir el capítulo nuevo, en febrero, cuando termine los exámenes.
Sin más dilación, os doy la tabarra en el siguiente Ü
Chicle de Naranja
por
Call me Jane
I.
Hace un mes estaba tirado sobre la mesa, lamentándose a cada instante sobre cómo las agujas del reloj se paralizaban por un embrujo y la voz monótona de su profesora le dormía hablando sobre la influencia de los derechos romanos y germánicos en el occidente europeo.
Y a mí qué más me dará, ojalá entre un rayo por la ventana y te dé algo de chispa.
Ahora siguen sin importarle demasiado toda su verborrea. Le parece aburrido, innecesario y totalmente inútil. No obstante, conoce de buena mano que su capacidad para retener una gran cantidad de información es limitada, por no decir nula. Quizás sea esa la principal razón por la que en ese preciso instante enfila con diligencia a cada uno de sus sentidos para que presten atención a lo que parece una mala peluca hecha de paja andante Cada mechón rubio piolín se dirigía a una dirección diferente.
Historia de Derecho y de las Instituciones Jurídicas. Dah.
Sacó buena nota en el examen de ingreso solo porque previamente había asistido a clases particulares, y, aun así, tampoco era como para tirar cohetes. Menos mal que su entrada no dependía exclusivamente de ese examen y tenían mucho más en cuenta su carta de recomendación. En fin, intentara escaquearse o no, tiene que esforzarse tres veces más que cualquier otra persona para digerir toda esa parafernalia, vomitarla en los exámenes y aprobar.
¿Por qué Derecho? ¿Por qué una carrera en general?
Ah, sí, porque lo pareció divertido.
Es muy inteligente por su parte pensar que su gusto por las películas de misterio o los libros de Sherlock Holmes concatena en ser el mejor defensor de las buenas a y resolver todos los casos interesantes del país.
Claro que sí. Perfecto. Se vive poco del cuento.
Tampoco debería martirizarse hasta el dolor. En realidad, hay asignaturas que le gustan y hacen que le entren ganas de comprarse una pipa curvada junto a un poco de opio para esconderse entre las esquinas a hacer aros humo con la boca. Tampoco puede culpar a la carrera porque no le encanten todas y cada una de sus disciplinas —tan sólo está en su primer año de universidad a fin de cuentas—.
El caso es que estudiar una carrera es un entrenamiento exhaustivo, constante y sin equilibrio.
—Mañana quiero que vengan con ordenador a las prácticas —avisa la profesora, borrando la pizarra—. Empezaremos el trabajo que deberán entregar dentro de un mes. En el caso de que no tengáis ninguno, deberéis usar el de un compañero o los del aula de informática, aunque no les aseguro que funcionen
Ajusta las gafas en su nariz. A Kageyama le parece terriblemente diminuta, sobre todo cuando arruga la boca en un gesto de asco al comprobar que la clase se levanta de su sitio sin dar ningún margen a otro discurso o advertencia por su parte.
—Tengo un hambre que flipas,tío, ¿vamos a pillar algo antes del entrenamiento? —La voz absurdamente ronca de Yū hace que deje de mirar sus apuntes, hechos con mala caligrafía y a las prisas—. Ya estás de nuevo en las nubes, Kags, deja de pensar de una vez en cómo matar a cada profesor que entre por esa puerta. Un día te van a echar por poner cara de mala uva.
Eres un pesado de tomo y lomo.
Con sus rastas rubias decoradas con aretes desgastados, su barba incipiente y su ropa holgada parece un surfista recién horneado de una mala película adolescente, posiblemente Disney. Aunque, bueno, esa sonrisa de niño bueno y eso ojos azules podría ser perfectamente el hermano de Zac Efron.
Incluso su vida podría considerarse el esqueleto del nuevo best seller adolescentes. Padres estadounidenses pero criado en Japón. Yū es su nombre —odia que lo llamen por su apellido— así que prácticamente obligaba a todo el mundo a que lo llamen así. Lo había conocido el primer día, buscando un sitio tranquilo en el que sentarse en su primera clase de Economía Política.
Había aparecido media hora más tardes, gritando un "lo siento" tan alto que rompió el silencio. No tardó ni un segundo en sentarse a su lado. Desde entonces es una garrapata. Que pica, molesta y, encima, juga al voleibol con él. Tiene que admitir que es un líbero muy bueno. Al ser corpulento y alto se le hace fácil llegar a todos lados sin mayor esfuerzo y parecía tener una preferencia bastante grande por besar el suelo, aunque supusiera tener las rodillas llenas de heridas.
—¡Vamos, venga! Tengo hambre, dude, me debes dinero de la última vez. Hoy invitas tú. —Se echa a la espalda la maleta medio abierta y levanta la silla de su pupitre porque si no nadie pasaría por ahí—. Kags, no seas pesado.
El único cansino aquí eres tú.
Kageyama no tiene ni idea de cuándo ha comenzado a ser tan tolerante con los que lo rodean. Por dentro sigue siendo un mar revuelto y lleno de pirañas, ahora sabe cómo contenerse y se dedica a mirarlos con su peor cara (y quizás, alguna que otra vez, refunfuña en voz baja). Eso de ir gritando cuando algo no salía como él quería ya no era lo suyo —con casi nadie—, ahora le prefiere más el sarcasmo. A su recién amigo le hace gracia que sea "tan gruñón", incluso en una ocasión que salieron a tomar algo lo presentó como Shrek el ogro. Ese día el pobre descubrió cómo era volver a casa con un moratón en el empeine por gilipollas.
—Desearía poder tener la facultad de ser descuidado como tú, pero yo no tiro las cosas en la mochila como si fuera basura. —Primero guarda la libreta, teniendo cuidado de que ninguna hoja quede fuera de su lugar y se pliegue al meter la botella de agua (espera sinceramente que no se abra en ningún momento) y finalmente deja caer el estuche lleno a reventar de bolígrafos, lápices, gomas y subrayadores de diferentes colores. Tiene esa maldita manía de luego pasar a limpio los apuntes y le gusta que todo tenga su clasificación, así sabe dónde y cómo buscar las cosas.
—El TOC y tú se llevan de maravilla, de verdad, me dais cantidubi de envidia. ¿En algún momento me complacerás a mí de la misma forma?
—Cuando los cerdos vuelen. Y no, que te veo venir, no me sirven si no lo hacen por sí mismos. Montarlos en un avión no cuenta.
Kageyama se deja abrazar por los hombros cuando traspasan la puerta para luego comenzar a caminar hacia el comedor. Lo toquetea todo el rato, a él y a todo el que tenga cerca.
—¿Sabes? —empieza Iñaqui—. Están diciendo de ir a ver esa película tan buena que está vendiendo muchísimas entradas en los cines. —Kageyama lo desoye y se desamarra de su abrazo—. Estaba cómodo.
—Eres muy pesado. En ambos sentidos.
Yū chasquea la lengua y se cruza de brazos. Cruza un par de saludos endulzados en sonrisas con una chica que a Kageyama no le sonaba de clase. Una segundo después de perderla de vista lo mira sin una pizca de humor..
—A veces detesto que seas tan poco cariñoso.
—Yo aún espero que entiendas que eres tú el que decidió ser mi amigo.—Kageyama rebusca en sus bolsillos el móvil, comprueba que no tiene ningún mensaje y vuelve a dejarlo caer en la tela vaquera del pantalón. Se suponía que hoy hablarían por la noche—. Yo no he tomado velas en este entierro.
—El caso es que lleva ya tres meses en el cine y parece ser que estará un poco más. Realmente deberíamos ir a verla —persiste Yū. Levanta la mano al ver al capitán del equipo sentado al fondo del salón. Aún están en ese punto incómodo en el que son compañeros pero sólo dentro de la cancha—.¿Qué vas a querer?
—Lo que sea.
De verdad, ni un mensaje.
Vuelve a sacar el móvil tanteándose la pernera, pone la contraseña con cierta ansiedad y relee con falta de oxígeno la conversación; sólo por si se había confundido de día, de hora o incluso lo había soñado. Pero no, ahí está, la fecha exacta y claro.
Después de un mes, un jodido mes.
El chasquido de unos dedos cerca de su nariz hace que deje de prestar atención a las letras.
—Bro, te he pedido tortitas con arándanos. —Tiene los brazos largos y nervudos flexionados sobre la mesa. Kageyama desconoce en qué momento se ha sentado y ha colgado la mochila en su silla—. Como sé que eres una niñita también le pedí miel, pero no te libras de pagar por muy gilipollas que te pongas con el móvil, la semana pasada estabas igual.
Saca de la maleta la cartera y se la tira a la cara.
—Paga tú.
—Si no te ha dicho nada es que podrá, dude —asegura Yū, casi en un resplo—. Deja de comerte la cabeza, no tienes tanta y ya está oliendo a chamusquina desde aquí. ¡Joder, tío! Eso duele.
—Se estaban rifando hostias y tú eras el que estaba más cerca.
Vuelve a mirar la pantalla vacía una vez más —con el corazón caliente de los nervios y la mano picajosa después de haber rozado los pelos enmarañados de su amigo—, suspira, apaga la pantalla y decide que por el momento es mejor aparcar el asunto.
—Venga ya, la señora de la cafetería se merece ese golpe más que yo. Tiene toda la pinta de que escupe en la comida, ¿Te has dado cuenta de que siempre parece estar masticando algo? Rumia como las vacas.
Muy en el fondo Kageyama está agradecido de haber conocido a alguien tan raro en la universidad, sobre todo porque no tiene que hacer un esfuerzo por ser alguien que no es.. Ahora reía, a ratos. De vez en cuando hacía alguna broma enmascarada con ironía con el nuevo equipo e incluso le parecía divertido salir con ellos. No obstante, la única perspectiva que tenía era conseguir un buen puesto en la universidad como armador, ganar algo de experiencia, seguir avanzando y poder jugar profesionalmente. Esa era su visión de futuro, una que a veces se le desdibujaba como los remolinos en el agua.
La universidad de Tokyo es la mejor de todo Japón, también una de más cara. Sus padres habían sido muy generosos al proporcionarle todo tipo de comodidades, inclusive un estudio para él solo; confiaban en él ciegamente y esperaban verlo competir pronto en la Sub-19. Y quien sabe, quizás también en La Selección japonesa.
Todo eso estaba muy bien, sí, él también sueña con volver a ser llamado para entrenar con los grandes. Antes destacaba porque lo hacían destacar, conocía al Karasuno al dedillo. Incluso cuando sus mayores se fueron había una confianza abismal entre los compañeros restantes. Ahora, en cambio, todo es diferente. Desconoce las flaquezas y las fortalezas de sus compañeros como para idear jugadas en las que pudieran salir ganando. Y cada vez siente que le queda menos tiempo para entenderlos a todos porque las competiciones están a la vuelta de la esquina.
—Kags, si no te lo vas a comer, dámelo a mí.
Kageyama observa con detenimiento cómo Yū se llena la boca de pan y pasta de atún y millo.
—Qué desagradable llegas a ser. —Corta con apremio la masa de tortitas, arándanos y miel, observando que cómo el sirope riega las capas y capas de harina—. No pienso darte el más mínimo trozo, atragántate comiéndote ese bocadillo.
Mientras se echa un trozo dulce y lo mastica, escucha algo parecido a "Ojalá que tú te mueras por una sobredosis de azúcar".
Son las nueve de la noche y tan sólo desea ducharse, comer y dormir. La entrenadora no solo los ha dejado secos de energía, sino que además los ha exprimido en sangre, sudor y lágrimas; es una sádica cuando se lo propone y desea que su equipo esté en la cima incluso sin empezar las nacionales. Les ha hecho correr, tirarse al suelo, golpear la pelota hasta dejarles las manos con olor a quemado. Sin parar. Volviendo a unas bases que todos conocen pero que según ella necesitan afianzar para poder seguir como equipo.
—Me da igual quienes hayan sido antes, aquí todos sois unos novatos. –Había dicho en una de sus últimas vueltas, cuando los pulmones eran aceite hirviendo y la garganta parecía un motor apunta de estallar.
Pero, vamos a ver, no hay que ser extremistas.
Arrastra los pies, tirando la maleta y los zapatos en la entrada. Disfruta de la sensación fría del parqué, que entra por sus talones, alivia sus rodillas y se expande por el cuerpo.
Ducha, luego comida.
Se desnuda en la habitación, echa la ropa sudada en la cesta que compró con su madre en la tiendecilla que dobla la esquina —podría haberlo hecho en el salón, pero teme darle un espectáculo a algún vecino y a él simplemente no le van esas cosas—, mete las manos en al agua fría. Nota el cuerpo tensarse desde la columna vertebral.. No tarda ni diez segundos en rodar el manillar en busca del punto exacto. Detesta bañarse con agua hirviendo.
No es hasta que se termina un atracón de huevos revueltos y ensalada que recuerda la cita que tenía a las nueve y media. Una que llevaba esperando desde hacía semanas, pero nunca llegaba. Que se joda, esperar un poco no lo va a matar. Bien ha tenido él que soportar los dos plantones anteriores, cancelando planes con tal de escucharle un rato e insultarle otro poco, en una dinámica que siempre había prevalecido cuando vivían en el mismo pueblo.
Todo había cambiado tan de repente que apenas pudo parpadear. De la noche a la mañana Kageyama ya no podía contar con su mejor amigo porque se había a otra universidad; porque no había podido entrado y sólo tiene la opción de irse a la de Kyoto; y, por si fuera poco, se había adaptado a tan bien que se larga día sí y día también dejándolo sin tener con quien hablar. Capullo.
Por supuesto, le mandaba mensaje todos los días. Chorradas decoradas con emoticonos, fotos y signos de exclamación. Le dejaba mensajes de voz, con gente de fondo que no conocía, o música que él desconocía que le gustara. Lo comprende, realmente entiende que Hinata se estuviera divirtiendo —después de todo es una persona muy sociable, siempre haciendo amigos incluso cuando se mete en líos— pero no puede evitar sentirse celoso de no compartir esas cosas con Hinata. Una parte de él se siente triste por estar convirtiendo en una persona más en su vida. Como si ese apoyo que siempre han sido el uno para el otro se hubiese perdido entre los kilómetros que los separaban.
Ahí, justo ahí estaba la herida hecha por el aguijón.
Hinata ya no le necesita. Quizás en ningún ámbito. Ni como amigo, ni como compañero de equipo, ni nada de nada. Y él no encuentra la manera de arrancarse esos celos. Podrían ser más —una parte irracional dentro lo cree fervientemente— porque, siendo realistas, Kageyama había hecho la mitad del trabajo para que Hinata fuese el gran jugador que es hoy, así que algo de mérito debía ameritarse.
Y juntos fueron imparables.
Habían sido invencibles.
Le había dicho que deseaba estar en su misma universidad, pero sacó tan mala nota que las posibilidades se esfumaron como el humo del cigarro se pierde en el aire. Hinata no había tenido opción, su madre había estado enferma y cuidar de ella fue primordial en esos momentos. Por lo que, sin pena ni gloria, cada uno se fue a una ciudad distinta, prometiendo mantenerse en contacto y hablar muy a menudo.
Él tenía parte de la culpa. No le gustan nada las tecnologías. Aborrece estar pegado al teléfono como un perro faldero a la espera de mensajes para luego contestar de forma instantánea creando un ciclo de obsesión y pertenencia. No, ni de coña, en eso no iba a ceder. Una cosa es no querer ser dependiente y otra evitarlo como el polvo huye de la escoba. Y sí, quizás evitar fuese una palabra dura pero le fastidia que siempre esté demasiado ocupado como para sentarse delante del ordenador, pulsar un botón y hablar unos segundos.
Hinataidiota (21:33)
Ey, ¿estás ahí? Tengo sueño.
Desliza el dedo por el sinfín de emoticonos triste que Line tiene en su lista.
Hinataidiota (21:50)
Jopé, Kageyama, sé que merezco que me dejes tirado, pero por lo menos avisa.
¿Te ha pasado algo? Kaaaageeeeeyaaaamaaaa-idiota.
Entre línea y línea encuentra una foto de sus calcetines de Gryffindor.
Hinataidiota (21:22)
Mira, iba a enseñarte el uniforme de nuestro equipo, ahora te quedas con las ganas.
Tengo clases a las ocho, y tampoco puedo hacer mucho ruido ¿me estás ignorando?
B-A-K-E-Y-A-M-A
Los minutos de diferencian le pesan en el pecho.
Hinataidiota (23:00)
-Te iba a decir de si, al final, quieres que vaya el finde que viene a verte.
Se siente idiota y estúpido porque la culpa corra a instalarse en su pecho al ver los mensajes de Hinata. Se ha hecho un maldito blando en lo que a Hinata se refiere.
Espera con impaciencia a que el ordenador de mesa termine de encenderse mientras juega al Tetris en el móvil. Luego, con el ratón, abre rápidamente Skype y escribe la contraseña a golpes. Siempre olvida poner que el programa la guarde y esta vez no es una excepción.
Sigue en línea, ahí, con su avatar en verde y el perfil anticuado del año pasado tras ganar la nacional. Una foto en la que salen abrazados y mirando a la cámara llenos de sudor. Presiona el botón con el símbolo de un teléfono, llama, se escucha el timbre, deja de respirar, suelta el oxígeno y vuelve a inspirar. Una y otra vez.
—Es muy tarde —le recrimina Hinata en un susurro a gritos.
Frunce la boca en un puchero infantil. La mirada tan roja que Kageyama sabe que se ha estado aguantando las ganas de dormir para hablar aunque sea media hora con él. Sin camiseta, con los brazos cruzados y el pelo más corto que nunca.
—¿Se puede saber qué te has hecho en el pelo? Estas raro.
No debería fijarse en la curva de su cuello, ni en la línea que se desliza, suave, por su clavícula. Todo eso lo tiene bien superado desde el año pasado. No se siente responsable de que el nuevo corte de pelo haya que se fije en su abdomen plano y bien trabajado.
—Mmm, sí. Quería probar algo nuevo. ¿Me queda mal?
Hinata suele hacer esa mirada de cordero degollado, de Mírame, soy un niño bueno, hazme caso. Y a él le encanta, mucho, aunque también la detesta, porque no sabe si finge bien su cara de mal humor.
Qué te va a quedar a ti mal, incluso llevando una pamela de color caca podrías seguir estando guapo.
—Deberías denunciar a tu peluquero, aunque claro, tampoco es que sea su culpa. Un corte no hará que mejore tu cara, lo sabes, ¿no?
Estira las piernas debajo de la mesa y las cruza, fijándose en el poster de Linking Park que decora la pared de su amigo. Una distracción poco efectiva ante la piel pálida Hinata.
—Eso es porque me tienes envidia, por lo menos yo me atrevo a hacer cosas nuevas, no como tú, a ver si en algún momento dejas ese aspecto tan aburrido.
Se ríe de su propia broma, tapándose los labios con ambas manos, para acallar su voz alta y estridente.
—Cuando vengas olvídate de practicar pases conmigo.
Con los ojos brillantes y una sonrisa de oreja a oreja por. Kageyama se deja llenar de una sensación cálida y dulce al mirarle a través de una pantalla.
—¿Eso es un sí?
—¿Me estás escuchando?
—¡Oh, vamos, Kageyama! Sabes que no es verdad. —Y no lo es, claro que no lo es—. Te he echado de menos.
Si cada una de las células que componen su cuerpo fuesen mariposas, ahora todas volarían por la habitación vacía. En diferentes direcciones, sin rumbo y llenas de energía. Joder, eres muy injusto. A veces sentía que lo tenía comiendo de su mano, incluso cuando aún desconocía sus sentimientos hacia él. Si recapitula desde que se conoce podría intuir cómo había sido una masa que se amoldaba, se adhería, cobraba forma según las peticiones de Hinata. Un chicle que podía estirarse al gusto de su paladar.
—¿Tú me has echado de menos?
Y lo dice así, con dos cojones. La voz aguda y tierna, en un arrullo acunado por la imagen infantil de su amigo. Sin pararse a pensar en lo que esta corta y simple pregunta podría hacer en su interior.
A ratos, cuando respiro y me quedo ciego al sol. Sólo a veces, cuando me aburro en clase y desearía escuchar tus conversaciones absurdas sobre voleibol y nuestros pases. Siempre, por la noche, cuando no hay luz y hace frío incluso debajo de las sábanas.
—¿Estamos sentimentales? Cuando vengas te mostraré cuanto te he echado de menos —dice Kageyama, tratando de sonreír.
Falla, como de costumbre cuando fuerza la sonrisa. Se le deforma la cara en una mueca extraña, haciendo que el otro se ría, golpeando con ganas su rodilla y retorciéndose en la silla de madera.
—Eres horrible.
—Cállate, idiota. —Por un momento estira todo su cuerpo, agarrotado y lleno de sueño, evitando que se note el leve rubor que ha subido a sus mejillas; para luego fijarse en sus labios, siempre felices. Sin huecos ni mentiras—. ¿Cómo vendrás? Y todo lo que conlleva.
La imagen se queda paralizada unos instantes antes de mostrar a un Hinata reclinado sobre su brazo, muy cerca del ordenador, con los ojos más cerrados que abiertos.
—Pues en tren —suelta, porque es obvio—. Ya sabes, esa cosa alargada que puede abarcar miles de personas y va a una velocidad vertiginosa. Un vehículo que cuesta cientos de yenes construirlos pero que es mucho más barato que un avión. Suele parecer un cilindro acostado, con muchas ventanas y puertas, sillones y barras en las que sujetarse. Antes de entrar tienes que comprar un ticket. Un tren, en resumidas cuentas.
—Hace tiempo que no te veo pero como me toques mucho lo que no tienes que tocarme sabes que acabarás perdiendo. Sigues siendo un enano, puedo contigo —inquiere Kageyama, contento al ver cómo Hinata frunce el ceño
Aún tendido en la mesa se enfurruña y susurra cosas como "No sé por qué somos amigos. Te odio".
—Avísame cuando sepas la hora para recogerte, supongo que será el viernes por la noche, ¿no?
—Ajá. —Levanta la cabeza y la apoya sobre la palma de su mano derecha. Kageyama por un segundo se siente desnudo bajo sus ojos color miel—. Tengo entrenamientos, ya sabes cómo va esto. Además de que tendré que limpiar algo.
—No quiero ni imaginar como tenéis el piso. Cuatro personas conviviendo es una barbaridad.
—Estoy seguro de que tú te tirarías los pelos si vivieras aquí. No es que limpiemos muy a menudo, es decir, no está tan sucio —reflexiona Hinta, irguiéndose y pasándose los brazos tras la cabeza. ¿Por qué le tiene que quedar tan bien ese corte de pelo? Acentúa su perfil, y juega con los rizos en su frente. Deja a la vista ese pendiente que se había hecho el año pasado justo en el arco de la oreja—. Pero tú eres un obseso del orden y la limpieza, acabarías matándonos a todos con la cantidad de legía que necesitarías para desinfectar toda la casa.
Puede imaginarse un piso lleno de manchas, bolsas tiradas por todos lados, migajas en las mesas. Joder. Siente un escalofrío subir por la columna que termina por ponerle los pelos de punta. No sé cómo puedes gustarme.
—Mejor hablemos de otra cosa —pide, con los labios deformados por la sensación viscosa que le había dejado imaginarse una ducha repleta de pelos y restos de jabón.
—¡Tontoyama! ¿Qué te estás imaginando? No somos tan guarros.
El muy cabrón ríe.
Tan, ha dicho tan guarros.
—Vivir solo debe molar, ¿no? Ya sabes, no tener que hablar en voz baja, poder poner música alta hasta que te den las doce de la noche. E incluso estar desnudo por todo el salón, viendo la tele.
—Te estás haciendo una idea bastante equivocada de lo que conlleva vivir solo.
Por un instante se lo imagina. A Hinata en su salón, sin camiseta (como ahora), tirado en el sofá con las piernas cruzadas mirando algún anime de moda. Porque le encantan, siempre y cuando el protagonista sea tan bajito como él o haya alguna dificultad que lo haga triste y tenga que esforzarse el triple que los demás, como Naruto. ¿Cuántas veces se habrá visto la primera temporada por culpa de las ansias irrompibles de Hinata por memorizarse cada secuencia de esa serie? Muchas. Demasiadas veces.
La idea de Hinata en su casa se introduce como pólvora a punto de explotar en una cueva, viaja por el pecho y desciende hasta el estómago donde una onda expansiva lo hace trizas. No debería estar pensando en esas cosas teniéndolo a él delante. No debería pensar en él en absoluto. Y sin embargo lo hace, se relame ante la idea del olor a desodorante y colonia fresca en su sofá, impregnada de la piel pálida y dura de Hinata.
A Kageyama le gustaría estar solo en su habitación para adentrarse en su fantasía y hurgar en sus pantalones, al menos una parte de él.
—¿Te estás quedando dormido? Quizás deberíamos dejarlo aquí por hoy. —Bosteza como un niño, restregándose el ojo con la mano hecha un puño, sin taparse la boca y haciendo un adorable sonido que le vibra en los oídos—. Yo mañana tengo clase a las ocho.
No es mi problema que hayas hablado de estar sin ropa y quiera comerte de pies a cabeza sin pereza, con insomnio, hasta que tengas que irte sin fuerzas por la puerta, pero acabes quedándote a mi lado.
—Sí. Vale. Bien.
—Pero mira de vez en cuando tu móvil, te enviaré todo sobre mi llegada a lo largo de mañana. ¡Estoy muy emocionado por ver dónde vives! Como no mandas fotos, Señor soy el más aburrido del mundo —le pica Hinata. Mira más allá de la pantalla, a un punto que no puede adivinar, frunce el ceño y se sonroja—. Me acaban de mandar a callar, por tu culpa.
—No soy yo quien habla gritando. Sabes qué no son las 10 de la mañana, ¿no?
—¡Fuiste tú el que tardó una eternidad en conectarse! Habíamos quedado a las nueve.
—Quedamos hace dos semanas y yo no te lo echo en cara.
Aunque lo acaba de decir, Kageyama se arrepiente inmediatamente de sus palabras. Es como si le acabara de echar la bronca a un niño por pintar mal una mariposa.
Por un instante desearía que la conexión fallara, la pantalla se quedase negra para poder darle las buenas noches en un mensaje, todo sería mucho más llevadero. No obstante la suerte nunca está de su parte y sigue ahí, observándolo con los ojos enrojecidos por el cansancio. Intuye que la curva de sus cejas caídas, tristes y sus labios que ahora dibujan una delgada línea no son más que por su débil protesta por sentirse abandonado esas semanas.
—Sí, es verdad, lo siento.
A punto de llorar, como de costumbre. Es un llorón con lágrimas de cocodrilo.
Los parpados le pesan y aunque le gustaría mandarle a tomar aire también se siente mal. Es débil y tonto y no puede resistirse. Porque, a fin de cuentas, sabe que sus palabras son sinceras y que nunca le mentiría.
Qué va a mentir, si es demasiado bobo para ello.
—Da igual, mejor dejémoslo por hoy, yo también estoy cansado. En realidad, no importa.
Antes de despedirse parece que pasan eones por sus ojos. Que la luna ha llegado al cénit y se ha vuelto a ir mil veces. que la vida entera de una oruga, su capullo y el despliegue de sus alas por primera vez ha sido grabada a cámara lenta. Una parte de él no quiere marcharse, ni dejar la conversación con sabor a carbón quemado.
—Kageyama.
—Qué.
—Buenas noches.
La sonrisa de Hinata debería ser ilegal en cualquier país, sobre todo esa que está poniendo ahora, más en un mundo de sueño que en la realidad. Con las mejillas tintadas por tonos rojos y rosas, la mirada deshecha por el cansancio, los labios sonrojados en una curva suave y contenta. Kageyama se equivoca, y se dice que él (en general) debería ser ilegal. Para su corazón y salud, por sus años futuros y los del presente; deberían encarcelarlo, o quizás, debería arrancarlo de su entorno y resguardarlo en su piso, para siempre. A buen recaudo, como los grandes tesoros.
Si, esa era la opción más racional.
Resopla, de mal humor consigo mismo, y tienta con el ratón hasta la cruz que se sitúa en la esquina superior derecha de la pantalla.
—Que descanses, Hinata.
Como todas las noches las sábanas están demasiado frías y tiene que ponerse unos calcetines que parecen sacados de los restos de un peluche para entrar en calor. Habían sido un regalo tardío de Hinata cuando cumplió los 17, con unicornios dibujados por todas partes; algo ridículo, pero que él había acabado poniéndose con cariño.
Esperaba que, al igual que al hielo al sol, ese burbujeo que lo martiriza cada vez que pensaba en aquel idiota desapareciera lo antes posible.
O, por lo menos, que dejara de ser tan evidente.
La mañana, como todas en esa época, se presenta fría. Odia madrugar, separarse de la manta de Batman y tener que desayunar a las prisas para luego ir a clases aunque sorprendentemente hasta el momento adoraba todo lo que aprendía. Si bien no había tenido mucha suerte en cuanto a la universidad, en realidad no era para tan mala. Una parte de él quería ir a la misma que Kageyama, seguir jugando con él al voleibol y, quizás, compartir piso, después de todo eran mejores amigos, compañeros de guerra, camarada de noches sin dormir hasta aprenderse los apuntes un día antes del examen.
Hinata se pregunta si podría ir en pijama a clase, está tan calentito que nada más sacar las piernas del pantalón de algodón piensa sobre la absurda posibilidad de que estuviese en Narnia y no en Kyoto. Posiblemente Elsa aparecerá pronto congelando el suelo y cantando alguna que otra estrofa. Debería dejar de ver tantas películas fantásticas. Su compañero de piso era un mal ejemplo a seguir, a él le encantaban y Hinata es incapaz de decirle que no.
No hace la cama ni recoge la ropa, simplemente sale de la habitación dejando que el aire denso y cerrado salga libre hacia el pasillo. ¿Estaría ya Kageyama despierto? Igualmente le iba a mandar una foto como saludo, ya era costumbre, una que pocas veces recibía respuesta, eso sí.
Huele a café recién hecho y aunque adora el olor, jamás ha tolerado su sabor. Prefiere desayunar un potente tazón de leche con Nesquik, calentito y sin grumos —porque odia con toda su alma el ColaCao, eso no es más que una copia barata y sin sabor— acompañado de una tostada huntada en mantequilla y mermelada de melocotón.
—Ey.
—¿Quieres un poco?
La taza que sostiene su compañero de piso es roja, sin adornos ni letras.
—No, gracias.
Mientras saca el bol lleno de chocolate, la leche y comienza a prepararse el desayuno trata de recordar en qué momento hacer esa rutina se había convertido en algo cotidiano. Aún recuerda los primeros días en los que, a las siete de la mañana, procuraba comenzar una conversación innecesaria y sin sentido. No quería caerle mal.
—Espero no haberte molestado anoche, ya sabes, cuando te pedí que bajaras la voz.
Iñaqui es español, pero habla con una fluidez pasmosa el japonés. Está estudiando su máster en publicidad en Japón por una beca y parece incluso más contento que él de estar en Kyoto.
—Sé que a veces elevo la voz más de lo que debería.
Saca con impaciencia su tazón del microondas. Por fin, huele a chocolate.
—Ya bueno, ¿con quién hablabas? ¿Otra vez sacándote una foto con esa absurda taza?
Todas las mañanas hace exactamente lo mismo: se levanta, se viste, camina como un muerto hasta la cocina, prepara el desayuno y, después de oler la leche, se saca una foto con su taza de Harry Potter, de esas que al tener un líquido caliente dentro cambia el dibujo por fuera. Cada día Kageyama recibía una foto de él empezando el día.
—Tú todos los días tienes que recorrerte los pasillos de la facultad de Economía para poder coincidir con esa chica que tanto te gusta para hablar dos míseros minutos. Es lo mismos.
—Claro que no. ¡Si es la misma foto! En la misma postura, con la misma sonrisa. No sé, podrías cambiar un poco el dinamismo de ese saludo, chico. —Los dedos del español peinan el pelo mojado y negro hacia atrás. Lo lleva bastante corto, pero siempre se le ondula en todas las direcciones—. Detestaría tener una galería de alguien con la misma pose siempre, por mucho esfuerzo que le pusiera acabaría borrándolas.
—A veces detesto lo sincero que llegas a ser.
Mira con desánimo que el mensaje le ha llegado, pero no ha sido leído y se sienta en la encimera fría de la cocina. Quizás le haga caso a Iñaqui. Quizás le envíe fotos más interesantes que escandalizarían a cualquiera (sobre todo a Kageyama). Acoge con cariño el sabor dulce del Nesquik en sus labios mientras escucha el repiqueteo de la taza de Iñaqui al caer en el fregadero. Debería lavar su loza, pero la pereza es más grande que su voluntad así que decide dejarlo para más tarde.
—¿Estás preparado? Porque no pienso esperarte una eternidad hasta que hagas la maleta.
—Sí, papi.
La risa de su amigo resopla a través de esa mañana común y corriente. Esa noche tendrían cena de arepas.
Para Hinata los días están llenos de energía. Si bien sus despertares suelen ser pesados y llenos de pesadumbre, a medida que el sale sol y da las buenas mañanas, él comienza a sentir un cosquilleo agradable que lo aviva del todo. La principal razón es porque hace lo que le gusta.
La carrera de Educación física no es extremadamente difícil, por lo menos no para alguien que está acostumbrado a exprimir cada gota de su tiempo en hacer deporte. No tenía que memorizar sobre la historia de Japón, ni mucho menos sobre los compuestos químicos que son equivalentes o la covarianza en estadística; tan solo debía prestar atención y comprender cómo su cuerpo acababa por amoldarse a ciertas condiciones y éstas le ayudaban a ejercer ciertos tipos de actividades.
Su elasticidad, velocidad, fuerza. Cada una de esas características tienen un porqué biológico y conductual, y, sorprendentemente, a Hinata no le importa pegarse horas leyendo un libro sobre los inicios de un tendón o cómo se crean las capas de los músculos.
Por otro lado estaba el voleibol, en un equipo que, mira tú por donde, estaba compuesto por muy buenos compañeros. Entre ellos, Kenma. Ese chico opuesto a su personalidad, pero con el que comparte muchísimo de sus gustos; desde que se conocieron habían seguido en contacto y habían llegado a tener una amistad muy íntima a pesar de vivir en zonas diferentes, sin poder verse con asiduidad.
Cuando Hinata comprendió que Tokyo no era una opción a sus posibilidades, fue Kenma quien lo motivó a mirar más allá, por supuesto, entre frases como "bueno, yo estaré ahí, sería cómodo conocer a alguien porque Kuroo no me vale" o "ya sabes, no está tan lejos de la otra universidad". Su amigo no es que fuese el coaching del año, pero, a su manera desganada y apática lo había ayudado; a pesar de estar siempre pegado a alguna consola portátil, con la mirada perdida o ausente, a Hinata se le antojaba una persona observadora, tranquila y detallista.
Una hormiga pequeñita que hace el trabajo en mil viajes en vez de un uno. Quizás le lleva más tiempo que a un escarabajo —que va agrupando toda la comida en una bola hasta crecer el triple de su tamaño— pero, al final, logra lo mismo. Como en el cuento de la tortuga y la liebre, sólo se necesita tiempo para conocer y apreciar el arduo trabajo que lleva a sus espaldas aquel chico de pelo bicolor.
—¿Crees que Kuroo haya llegado ya a la tienda? Quizás hemos sido demasiado crueles haciéndole ir él solo a comprar todo.
Por un instante los ojos de Hinata se encuentran con los de Kenma al entrar al salón de la casa, como un gato interesado momentáneamente en un mosquito que pasa a su alrededor, moviendo la cola.
—Me da igual, eso le pasa por querer dejarnos tirados por Katy o Clary, no sé, el caso es que nosotros estábamos primero.
Deja caer su mochila en el sofá. Los platos están agonizando desde la cocina, los oye gritar y llamarlo con fuerza.
—Ya.
—Y, además, tú te vas mañana. ¿Qué más le dará a él salir otro día con esa quien-sabe-quién-es para hacer qué-sabe-qué?
—Es verdad.
—A veces me mosquea, muchísimo. Apenas está en casa. Quizás un par de noches en los que se sienta, se echa unas risas y vuelve a largarse, ¿por qué no puede pasar un solo día con nosotros sin prestar atención a nada más?
Joder, que fría está el agua.
—Detesto que sólo podamos verle en los entrenamientos. En los que, sí, vale, está al cien por cien de todas sus cualidades. Pero vamos a ver —y ese inicio a Hinata le suena a la peor de las sentencias—, no somos sólo sus compañeros de piso. También debería estar con nosotros.
—¿Me pasas él paño? Y una servilleta, por fis.
Hay una mugre enorme taponando la salida del agua e Hinata presiente que puede vomitar en cualquier momento.
—Toma. —Ahí estás, monstruo viscoso—. ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! Nunca pensé que vivir con él sería como tener un gato callejero, que entra en casa, te pide de comer y luego se larga a tener la fiesta fuera. Se está tomando la universidad de una forma horrible, ¿cómo consigue tener algo que hacer, incluso, un lunes? O un martes, ¿a quién le apetece salir un día después de comenzar la semana? No lo en-
—Kenma.
—Qué.
—Lo estás volviendo a hacer.
Con humor, Hinata observa la cara de asombro que pone su compañero de piso. Era tan común. Normalmente hablaba bastante poco, sus respuestas divagaban entre Msí, Quizás, No o Más tarde, aunque había ocasiones en las que podía hablar durante horas con él sobre series, algún grupo de música, una película y, sobre todo, de videojuegos. No obstante, había momentos (como aquella), en las que Kenma se enzarzaba en una discusión interna gritada a voces.
Estoy enfadado y quiero que alguien me escuche.
Es agradable de ver un poco de energía en ese cuerpo tan templado, a Hinata le divertía como arrugaba la nariz y se cruzaba de brazos, golpeando uno de sus pies contra el suelo. Le recordaba a su madre cuando había hecho algo mal.
—Perdón —admitió Kenma desinflado, apoyándose en la mesa—. Realmente me enerva todo esto.
—Lo sé, ya hemos hablado miles de veces de esta situación. Y, ya sabes, es tu culpa por no decirle lo que piensas.
Hinata escucha un suspiro mientras coloca la loza. La cocina casi parece otra.
—No quiero discusiones, Shou. Sabes que lo odio, y posiblemente decirle a Kuro cómo vivir su vida le va a sentar como una patada en el culo.
—Dudo que se lo tome tan mal como piensas, son amigos de toda la vida.
—Precisamente, nunca, jamás me he metido en ese mundo tórrido que es su vida. Compartimos momentos de ocio, fue mi primer amigo y precisamente eso es lo que nos une, nada más. Ahora que estamos en la universidad él ha desplegado sus alas fuera del nido, y deja que te diga, yo aún estoy muy calentito y a gusto en él.
No sabe qué decir, porque Kenma tiene mucha razón es sus palabras. Le gustaría aportarle una solución viable, pero esta situación sólo se resolverá cuando hable un poco del tema.
—Bueno olvídate del tema por hoy, será una noche diver-
—¡Oh! Pero mira quien ha limpiado la cocina. ¿Estás enfermo? ¿Quieres que llame a la ambulancia? Esto es digno de un vídeo, selfi e incluso una publicación en Facebook. —La voz socarrona de Iñaqui libera el ambiente con su parloteo.
—¿Te recuerdo que tú tardaste cuatro días en lavar la loza y quitar esa mancha del sillón? ¡Aún quiero saber de qué fue! —grita Hinata, con el ceño fruncido y las manos en sus caderas.
Esto es la guerra.
—No es mi maldita culpa que tenga que estar más en la universidad que un profesor. —Iñaqui le pasa un brazo por encima a Kenma. De colegas, casi queriendo dejar claro que Él está en mi bando, y los sabes.
—Ni yo el mío que tenga entrenamientos hasta tarde y llegue demasiado cansado como andar con estas mierdas —gruñe, con los ojos más pequeños que nunca, mirando cada detalle de ese rostros extraño y extranjero.
—En realidad, Shou, yo también llego cansado y dejo todo limpio. Incluso Kuro, que no para quieto. —reflexiona Kenma, aún abrazado a su otro compañero sin apartar la vista del móvil ni mostrar mucho interés en la conversación.
—¿Te vas a juntar con él?, ¿en serio? Cuando quieras jugar al The Evil Within con alguien olvídate de mí.
Sale de la cocina escuchando un "No es verdad, a ti también te gusta" y "¿eso quiere decir que he ganado la discusión?" A veces podía llegar a detestar vivir con tanta gente, sobre todo cuando se aliaban entre ellos (como en ese momento) y no sabía que decir.
¿Le habrá dicho algo hoy Kageyama?
Coge la maleta sentándose en el sillón, tan cómodo que en muchas ocasiones se había quedado dormido mientras veía algún programa malo en la televisión. De esos en los que la temática principal es insultarse hasta tirarse de los pelos. Saca el móvil sin mirar los apuntes doblados en el interior. Total, tenía que pasarlos al ordenador o ni de coña estudiaría.
Desbloquea el móvil escuchando que aún sus compañeros hablan en la cocina. Cabrones, capullos, idiotas. Piensa comerse todas las arepas, no dejaría ni una para ellos dos.
El corazón le silba al poner la contraseña.
Hinata ha creado la mala costumbre, de hablarle mucho por las mañanas y abandonar el móvil a lo largo de la tarde; de esa manera, en el caso de que decida prestarle atención, podría sorprenderse por unos segundos antes de descubrir que sólo le ha mandado un Bonita foto o Mi día bien, aburrido. Era un arma de doble filo a la que estaba dispuesto enfrentar.
Tontoyama (9:05)
¿Y esa foto? ¿Estás tratando de seducir a alguien poniendo la misma taza de siempre sobre tu barriga?
I-D-I-O-T-A
Hay más.
Tontoyama (13:18)
Tienes que decirme a qué hora crees que llegarás, para yo organizarme.
Y un poquito más.
Tontoyama (20:56)
Hay días que me hablas todo el rato y hoy, precisamente hoy, decides ignorarme cuando debo saber qué hacer mañana.
Mis amigos del equipo quieren hacer algo el fin de semana, te apuntas ¿no?
El último mensaje se lo había enviado hacía menos de un minuto y está ahí, en línea. Una marea caliente sube desde el estómago hasta las mejillas. Es como estar descubierto, porque: ¿y si Kageyama también tenía la conversación abierta en ese mismo instante? ¿y si ha visto que el doble check volverse azul y ahora sabe que él está como un idiota repasando internamente esos mensajes sin emoticonos, ni toques cariñosos? Hinata teclea con el corazón bombeando cerca de los oídos, mordiéndose el labio inferior.
Yo también tengo vida, Tontoyama.
Llegaré sobre las nueve y media…. Creeeeeoooo. ¿Me irás a buscar? ¿Sí? ¿SÍ?
Cómprame algo dulce, llegaré con tanta hambre que podría comerme a un camión y todo lo que lleve dentro.
O a ti claro.
Hoy no podré hablar mucho más, vamos a cenar arepas. TE ENCANTARÍAN, KAGEYAMA.
Ups, las mayúsculas.
¡Ah! Me parece bien, ¿qué haremos?
Pero también iremos a entrenar, ¿no? ¡¿NOOOOOO?!
Y es que, Hinata no quiere realmente quedar con nadie a parte de Kageyama. Lo quiere a él, en silencio, estudiando o viendo un partido en el canal de deportes. Quiere jugar al frío, por la noche, y volver a sentir esa sincronización tan primaria que los rodea cuando están juntos. No quiere compartirle con nadie más pero es su vida lejos de él y lo entiende, lo lleva entendiendo desde hace mucho tiempo.
Hinata sabe que sus sentimientos son un callejón sin salida. Que es un sótano sin trampilla de escape. Que lleva acorralado por un cuervo negro de ojos azules desde hace mucho tiempo. Pero no le importa, sus sentimientos se han vuelto chicle con el tiempo. Hay veces que están un poco duros, resentidos por el castañeo de los dientes; otras veces, se inflan en una burbuja y explotan pegándose en sus mejillas; en ocasiones pierden su sabor y terminan siendo un pasatiempo para el paladar. Lo supo aquel verano, cuando había perdido contra el Gran Rey. Contra esa muralla que crecía y sobresalía de manera inquebrantable. Justo cuando no se entendía. Hinata quería mucho más, quería ser fuerte solo, no depender de nadie, poder abrir las alas (sus ojos) y dar guerra hasta ganar.
Él no comprendía porqué Kageyama no daba el brazo a torcer, porqué lo quería cerca, amaestrado como un perro al que le lanzan un frisbee y corre detrás para alcanzarlo. ¿Era tan importante permanecer en su estabilidad que cambiar y encontrar un nuevo camino? Al final de alguna forma lo lograron, comprendieron que podían seguir apoyándose el uno del otro y depender entre ellos sin pisar los pasos del otro (por supuesto, si no Hinata no podría jugar en un equipo lejos de Kageyama). Habían logrado verse las caras, morderse la cola y reconciliarse.
No obstante, en ese tiempo efímero y fugaz de un verano cualquiera, Hinata comprendió que sus sentimientos iban más allá de un simple compañerismo. Que una amistad sabía a poco cuando podía quebrarse por una dificultad tan banal. Entendió que lo quería y que gracias a él podría avanzar; que lo empujaba al abismo para luego rescatarlo con el entrecejo pronunciado y la boca fruncida y, por un instante, pensó que todo acabaría en desastre por culpa de ese incipiente enamoramiento.
Pero fue estúpidamente sencillo. Kageyama no solía fijarse en nadie, su única pasión era jugar, jugar y jugar al voleibol, y dentro de esos parámetros estaba Hinata. Es más, gracias a su dinámica de juego podían compartir incluso más tiempo juntos. Así que, no se podía quejar. Por supuesto, había momentos en los que, en vez de recibir una colleja monumental por una de sus tantas chorradas, querría haber recibido un abrazo, o un beso, o incluso un Te quiero a ratos. Y, sin embargo le daba igual. Lo entendía. Siempre y cuando estuviera a su lado para ver esa extraña sonrisa que de vez en cuando florecía en su cara, alegrando los pómulos y aliviando la frente eternamente fruncida.
En esos momentos Hinata era feliz porque Kageyama también lo era.
Tontoyama (21:04)
¿Tú, tener una vida? ¿se la has robado a alguien?
Quizás la quedada con el equipo tenga que ver con entrenar.
Voy a comer y a ducharme.
GRACIAS por decirme POR FIN a la hora que llegas, no pienso llevarte nada. ¿Azúcar por la noche? Te prefiero zombi.
Te prefiero, dice. Cállate, Kageyama idiota.
Le contesta rápidamente, al escuchar a Kuroo abrir la puerta. No podía estar como un tonto, mirando el móvil y sonrojado hasta las orejas.
¡Consiénteme un poco! Algo de chocolate, no sé, Malteser.
MI VIDA ES MUY INTERESANTE. U.U
NO SOY UN ZOMBIE NUNCA.
Dime que haremos, ¿competición? DIME QUE ES UNA COMPETICIÓN. Omg.
Si, dúchate, puedo olerte desde aquí.
Mira con impaciencia cómo escribe.
Tontoyama (21:10)
No te diré, dejo el móvil, espero que cuando estés aquí vomites con mi olor: no pienso ducharme después del entrenamiento.
Me despediré luego. Atragántate comiendo, idiota.
Y deja de escribir, se va, abandonando a Hinata con ganas de un par de horas más de conversación, con ansias de unas líneas divertidas y secas por su parte. De un Hoy también te he echado de menos.
Pero nuevamente lo entiende, ya es un adulto. Aunque quizás sí que se atragantaría comiendo.
-x-
Quería comerse otra más, rellena con carne y verduras. Podría comerse otra más, total, ¿Qué sería lo peor que le pasara si lo hacía? Pues, probablemente, que su estómago explotara y luego, si no estaba muerto, tendría que limpiar sus vísceras y eso sí que no sería nada agradable.
Así que, mejor no.
—Pues eso, creo que deberías salir con… ¿Cómo decías que se llamaba? Cassi, no sé, me parece mejor tía que la otra. —Iñaqui tiene un palillo entre los dientes mientras mira el móvil con indiferencia—. La otra me parece que sólo busca tu dinero, colega, y eso es muy feo.
—Ya, sí, es verdad. —Kuroo, con su pelo bien peinado y su típica sonrisa ladina se acerca a Kenma, quien juega muy entretenido con la nueva Switch al Zelda. Le quita con humor la consola y comienza él a trastear en los botones.
—Dámelo, Kuro, no estoy de humor para tus chorradas. —Como es obvio, el chico de pelo bicolor es mucho más bajito y está en desventaja—. ¡Venga ya! Estabas muy entretenido hablando sobre tus problemas amoroso.
—Precisamente —le concede Kuroo—, me estás ignorando aposta. Ni que yo no te escuchara cuando pierdes una partida al Call of Duty, gritando como un poseso e, incluso, una vez me distes un puntapié. Aún me duele, tengo una marca. —Kuroo suele sobrepasar los límites del espacio personal de Kenma constantemente, como ahora, que sólo los separa un dedo distancia—. ¿Quieres que te la enseñe?
—¿Quieres que te vuelva a pegar? Porque créeme te tengo ganas, capullo.
Le arrebata de las manos la máquina, pero aún está determinado a descuartizarlo con la mirada, cortarlo en trocitos y cocinar la carne para algún perro callejero.
—¿Me tienes ganas? ¿De verdad? Quizás deba salir contigo y no con esa pelirroja tan mona. —Kuroo se separa, sonriente, cruzando los brazos, ahora reclinado cómodamente en la silla del comedor. Sin dejarse amedrentar un segundo por la mirada felina que tiene su amigo—. ¿Han escuchado chicos? Me tiene ganas.
Hinata prefiere seguir callado, entre divertido y preocupado por la situación, mientras los audios en un español de Iñaqui se filtran desde su móvil.
—Vete a tomar por culo, eso es lo último que voy a decirte hoy.
Kenma deja su sitio vacío y da un portazo cuando llega a su habitación.
—¿Tanto me he pasado? Está exagerando un poco, ¿no? —Kuroo estira las piernas, esas que son kilométricas, y las entrelaza como sus brazos—. Ni que fuera algo personal, joder.
—Es que ya no pasas mucho tiempo con él, tío, hasta yo lo veo —comienza Iñaqui—. Sé que te mola un montón eso de vivir en la universidad y experimentar, las fiestas y el alcohol. Pero tío, es tu mejor amigo, los primeros días no paraban de aquí para allá juntos, es más, creí que eran pareja. —Levanta las manos en son de paz cuando ve a Kuroo boquear como un pez— Ojo, me da igual si hubiese sido así, cada uno le da a lo que le gusta, pero al ver que siempre hablas sobre tantas chicas supuse que no era el caso. —Dobla una servilleta y agrupa las migas de arena encima—. A mí todo esto ni me ni me viene. Me caéis bien. Vivir con ustedes es superchachiguay y espero que el año que viene podamos compartir piso de nuevo pero, y déjame entrometerme, creo que deberías hablar seriamente con él.
A veces eres tan sincero que dueles.
—Mhm —resopla Kuroo, sin ganas, mirándose las uñas de las manos—, entiendo.
Los segundos pasan silenciosos, con el aire frío entrando por la ventana, la televisión con el sonido en Mute y la comida restante comienza a secarse. En algún momento perderá el sabor y terminará siendo pasto para las moscas o, más probablemente, deshecho para la basura.
Hinata, quien no sabe que agregar ni tampoco quiere decir nada, se siente culpable por no darle un consejo objetivo a su compañero de piso. Pero Kenma es más cercano, le ha contado todo lo que piensa y teme cagarla hablando de más.
Es cosa de ellos dos y ya Iñaqui ha dicho suficiente.
Con el corazón pesado desbloquea la pantalla del móvil. Se abraza las piernas y apoya la barbilla entre el hueco que deja sus rodillas.
Tontoyama (23:03)
Buenas noches, Hinata-idiota. Nos vemos mañana. [23:03]
Sin emoticonos, ni parafernalias, ni florituras. Sin un "Soñaré contigo". No tiene nada y aun así no necesita nada más para terminar bien el día.
Dulces sueños, Tontoyama.
