La verdad es que esta historia fue escrita por mi mano, pero obligado a punta de revolver por mi mejor amiga (puede dar miedo a pesar de su pequeña estatur…NO DIJE NADA! NADA! LO JURO!).
Bueno, como comentaba anteriormente, este va a ser un One-shot a menos que ustedes deseen que lo continue (o mi la ena…ejem, mi mejor amiga me vuelva a obligar).
No soy dueño de nada. Todos los personajes son de Rowling o Warner Bros.
En las transitadas calles del atardecer de París, se puede ver a un pequeño artista callejero entreteniendo a la gente. No debe tener más de ocho años, con el cabello negro cuervo, como si absorbiese todo rayo de luz que el sol emanase, descontrolado, simulando la forma de un nido de pájaros. Su piel lechosa. Y lo que más resaltaba su aspecto físico, eran sus brillantes orbes verdes como dos esmeraldas, revelando una chispa de astucia y travesura en ellas.
Sus manitos moviéndose rápidamente, mezclando las cartas. Mientras observaba a sus espectadores, los cuales lo veían meticulosamente, para no perderse ningún detalle de lo que iba a suceder dentro de unos minutos. Decidiendo que ya había mezclado lo suficientemente bien el mazo, elige a cinco personas del grupo de observadores, tres mujeres, un anciano y un adolescente.
Mostrándoles el juego de cartas, del lado sin numeración, les pide que elijan un naipe cada uno. Que se los muestre a los demás espectadores, incluyéndolo, y que las vuelvan a depositar junto a las demás en el mazo.
El niño viendo que siguieron sus órdenes, le pide a un sujeto delante de él que por favor mezcle nuevamente el mazo de naipes. La gente preguntándose que haría ahora, pues veces anteriores, el muchacho los había deleitado con trucos de presdigitacion, ilusiones, adivinanzas, e incluso saber lo que alguien pensaba en el momento.
Una vez terminado lo pedido al extraño, el infante le pidió que las deje en el suelo pedregoso, delante de él, justo en medio de los dos. Moviéndose lentamente hasta llegar a un metro de distancia, pudo sentir la tensión en el aire, esperando atentamente a lo que sucedería. Estirando suavemente su mano en el aire, se podía ver como el mazo de naipes se movía frenéticamente, alertando a la multitud, que ahora no quitaban la vista de él. Con un ligero movimiento de muñeca, provocando un sonoro chasquido, la gente pudo ver con los ojos grandes como platos, como unas cartas salían del mazo y volaban directamente a la mano del niño.
Contando que efectivamente fuesen cinco cartas las que se hallasen ahora en su mano, procedió a revelarlas a quienes lo miraban, haciendo que abran cómicamente la boca, farfullando incoherencias. Pues las cartas que mágicamente volaron a su mano eran las que esas cinco personas habían sacado de un mazo tallado dos veces, antes y después de sacar los cartones pintados.
Ganándose un aplauso multitudinario, el jovencito ojiverde les regaló una sonrisa y agradeció al público por detenerse y apreciar su arte. Todo fue jubileo, hasta que un grito detuvo los festejos, alertando al pequeño, quien rápidamente comenzó a guardar sus elementos, preparándose para lo que venía.
-Niño! Cuántas veces te he dicho que está prohibido hacer eso en la vía pública! Ahora vendrás conmigo a la comisaría! - un policía apareció corriendo en dirección al niño, el cual inmediatamente empezó a huir en dirección contraria.
-Geez…otra vez me persigue la policía, nunca aprenden que siempre me escapo a tiempo…- murmuró el niño.
A pesar de su corta edad, era bastante veloz como para escapar de sus perseguidores, El haber vivido prácticamente tres años en las calles de la ciudad de las luces, sabía cada uno de los recovecos que ocultaban sus callejones. Sin contar el hecho de que aún mantiene en su manga el secreto que Petunia Dursley, su tía por el lado materno, le había contado unos momentos antes de dejarlo abandonado en medio de los Campos Elíseos.
Escuchando detrás de él los pasos presurosos del policía que le acechaba por trigésima séptima vez en este último año de vida en Francia. Decidió meterse en el callejón que estaba detrás de una tienda de ropa interior femenina bastante conocida, tocando rápidamente en un orden predeterminado los ladrillos que formaban la pared que simulaba el fin del camino.
-Vamos, vamos! Ya ábrete! – murmuraba mientras saltaba en las puntas de sus pes, tratando de alguna forma controlar su nerviosismo.
El niño podía oír al policía acercándose a su posición, pero justo antes de que este llegue a estar en la entrada del callejo, el pasaje activado por el joven ojiverde se abrió frente a él, permitiéndole el tan ansiado respiro luego de una extenuante persecución.
-Uff! Esta vez fue por poco…creo que ha estado haciendo ejercicios desde la última vez que lo vi-
Tomándose su tiempo para reacomodar sus pertenencias en una mochila que cargaba siempre encima, se debatía en que debía hacer ahora, si irse a buscar libros o disfrutar de un helado de limón, Luego de unos interminables cinco minutos de discusión entre su cerebro y su estómago, se decidió por ir a comprar algunos libros usados y como recompensa, después iría a por el helado.
Saboreando satisfactoriamente la bola helada, tras arrepentirse a mitad de camino en su decisión, el pequeño empezó a dirigirse a su próximo objetico. Aquellos libros de segunda mano que tanto le había enseñado desde el momento en que fue arrojado aquí.
Tan concentrado se hallaba leyendo las viejas y roídas páginas, que no prestaba atención su entorno. Al menos hasta que un grito resonó en sus oídos, provocándole que levante la cabeza y trate de enfocar su vista en el origen del ruido.
El joven regresó nuevamente su atención al desvencijado libro, leyendo tranquilamente renglón por renglón, memorizando perfectamente cada palabra. Le había tomado tiempo aprender tanto el francés como el latín de los libros, pero después de "tomar prestado" un diccionario de un comercio, no le fue tan difícil asimilar el idioma.
Un sollozo ahogado volvió a llegar a los oídos del ojiverde, frustrando su lectura y obligándolo a cerrar de golpe el objeto antiguo, asustando a algunos transeúntes que parecían ignorar la conmoción que él percibía auditivamente.
Guardó el libro en su mochila y procedió a caminar, simulando distracción mientras observaba de reojo los callejones de la aldea mágica, tratando de descubrir el origen del sonido que oye. Un borrón platinado le captó la atención a su izquierda, yéndose por detrás de una tienda de maletas.
Eso no le hubiese importado nada al jovencito, de no haber sido por el simple hecho de que unas piernas se movían de arriba abajo sin control, como si estuviese pateando, en complemento a los gritos ahogados. Suspirando cansinamente, encaminó en dirección a la callejuela, pero no sin antes tomar una tonfa que llevaba consigo como defensa personal tras tener que hacer frente a ladronzuelos de las calles mundanas francesas. Silenciosamente avanzó por el estrecho tramo, tratando de no pisar algunos charcos de agua de la lluvia que hubo anoche.
Asomándose por el borde del edificio, vio como un sujeto de aspecto deplorable trataba de secuestrar a una chica de unos tres años mayor que él, la cual estaba llorando y lanzando patadas al aire con la esperanza de poder darle una a su raptor.
El ojiverde discutía mentalmente por cual curso de acción tomar. Podía darse media vuelta y regresar a leer su libro, o podía aprovechar el hecho de que el adulto estaba distraído y golpearlo con todas sus fuerzas por detrás de las piernas para que suelte a la niña. Luego de gemir internamente decidió ayudar, asegurándose de que el sujeto no lo vea asió con fuerza la tonfa y le atinó un magullón en la parte posterior de sus rodillas, haciendo que caiga al suelo, liberando a la niña rubia que miraba sorprendida el curso de acción.
-Vas a seguir mirándome o vas a correr? – preguntó el ojiverde a la jovencita.
-Yo…yo…- tartamudeo la hermosa niña.
-Corre! Yo lo mantendré ocupado! – corajudamente le dijo el niño.
Permitiendo que la joven escape del callejón, el niño pretendió hacer lo mismo, de no haber sido por el hecho de que una mano le hizo una zancadilla y lo obligó a caer de bruces al suelo. Salvándose de golpear el piso con la cabeza gracias a que amortiguó la caída con las manos, pero perdiendo la tonfa la cual cayó metros delante de él.
Parándose rápidamente, vio como el sujeto extraño sacó una varita, lo que hizo que volviese a gemir de frustración y rebuscase en sus bolsillos algo para defenderse ya que no le daría tiempo a recoger su arma personal.
-Vamos, por favor…lo que sea, aunque sea un simple papel- rogaba en un susurro el pequeño.
-Mocoso bastardo! Te mataré por arruinar mi fuente de dinero! Avad…- comenzó a gritar el delincuente, solo para quedar ciego cuando una bengala lo golpeó en la cara.
El mago callejero había logrado encontrar dinero en sus bolsillos, alegrándose antes que nada que era los billetes falsos que solía utilizar para realizar comprar en París. Sin pensarlo dos veces, se los arrojó al rostro, prendiéndolos fuego en el trayecto.
-Agh! Qué carajos! Eso no te salvará! Prot…- intentó volver a hablar el malhechor, pero fue detenido por el niño, quien continuó su distracción.
Entre tanto espectáculo de luz, el pequeño héroe aprovechó para quitarle velozmente la varita, haciéndola girar entre sus dedos, para sonreírle descaradamente al adulto y partirla en dos. Lo que le valió una patada en el pecho, arrojándolo al suelo. Para no fue tan mala suerte para el ojiverde, ya que quedó a centímetros de la tonfa, y de unas cartas que se filtraron de su manga, lo que le dio una brillante idea.
-Lo siento! Lo siento, señor! No me haga daño! – rogó el infante, alzando sus manos al aire pidiendo clemencia.
Acercándose repleto de furia, el hombre miraba con los ojos desorbitados al causante de su desgracia, moviendo los dedos de sus manos como si fuese a prepararse para ahorcarlo lentamente. Pero todo eso es una lástima, pues si hubiese sido un poco más inteligente, se habría percatado que las manos del niño eran más tiesas de los habitual, y que la razón de ello era porque estaba sosteniendo naipes entre sus dedos en el dorso.
Tres metros.
Dos metros y medio.
Dos metros.
Viendo que llegó a un rango predeterminado, su rostro cambió de miedo a uno de determinación indiscutible, revelando un juego de cartas en cada mano, valiéndole una cara de estupefacción al secuestrador.
-En serio, niño? – preguntó sarcásticamente.
-Sip! – exclamó el ojiverde, arrojando con todas sus fuerzas, una por una a las cartas, yendo con velocidad suficiente como para provocarle diminutos cortes dolorosos en la cara al adulto.
-Ya! Detente! Te mataré cuando te ponga las manos encima! – gritaba el hombre, tratando de acercarse poco a poco, solo para caer de rodillas al suelo mientras se quedaba sin aire.
Aprovechando que el hombre amamantaba sus heridas, el niño tomó la tonfa y embistió en sus pelotas, haciendo que caiga como muñeco de trapo al suelo, dándole tiempo a levantarse y golpearlo con todas sus fuerzas en la sien, desmayándolo.
-Uff! No creí que fuese tan duro de roer! …Oye! No te había dicho que te largues! – el joven proclamó suspirando, para luego descubrir que la niña de pelo platinado estaba viéndolo desde el borde de la pared, en conjunto con tres adultos que lucían vestimentas de máxima autoridad.
-Niño, somo Aurores del Ministerio de Magia Francés. Queremos decirte que has hecho un excelente trabajo- un adulto de pelo castaño felicitó al ojiverde mientras sostenía la mano de la niña.
-Eh…sí, de nada…- nervioso respondió el héroe, recogiendo rápidamente sus objetos personales y queriendo huir lo más pronto posible, solo para ser detenido por un par de manos delicadas.
Volteándose lentamente, vio la cara de la persona que había salvado anteriormente, apreciando los ojos azules que contrastaban perfectamente con su piel clara. Sintió su corazón palpitar presurosamente, para cerrar sus ojos y respirar profundamente, logrando calmar sus emociones cosa que hizo abrir la boca a la niña y al adulto que la sostenía anteriormente.
-Oye…cómo es tu nombre? – preguntó suavemente la rubia.
-Harry…Harry Potter. Y el tuyo? – curioso, quiso saber la identidad de la niña.
-Fleur Delacour y ese hombre es mi papá, Sebastien- respondió ella, luego de recapacitar tras oír el nombre de su salvador.
Se miraron fijamente, un tanto nerviosos por la cercanía y la poca comprensión de las emociones que los inundaban. Los Aurores no podían entender como el héroe británico estaba en suelo francés, abandonado al parecer por su aspecto y salvando gente.
Sebastien fijó su vista en el infante, esperando que acepte su idea y que su esposa no lo mate cuando llegue con alguien a casa. Aunque al parecer el destino no le dará el gusto pues su hija le ganó de mano, ya que lo estaba invitando a vivir con ellos sin siquiera pedirle permiso.
-Oye…estás solo? – cuestionó Fleur.
-…Sí, por qué? – dudoso contestó Harry.
-Te gustaría venir a mi casa? – inocentemente lo invitó.
-No deberías preguntarle a tu papá? – ladeando su cabeza, confundido replicó.
Fleur giró para hacer frente a su padre, quien solo alzó las manos y aceptó tácitamente. Empezando a sudar de antemano, ya que sabía lo que le esperaba en casa, valiéndole una serie de burlas de parte de sus compañeros.
-Y bien? Quieres venir conmigo? – volvió a preguntar la francesa.
-Hmm…bueno! Pero solo si eres mi amiga! – aceptó el inglés, proponiendo una amistad a cambio, la cual fue respondida con una risita encantadora y un apretón de manos.
-Por supuesto que voy a ser tu amiga, tonto! Ahora vamos a casa! Te voy a presentar a mi familia! – emocionada dijo Fleur, arrastrando al pequeño mago hasta donde estaba su padre, quien había dejado a cargo a sus compañeros y les tomó las manos para aparecerse en la Maison Delacour finalmente.
Terminé! (ya no siento el arma en mi nuca…es un alivio!)
Espero que les haya gustado!
Y como dije al principio, si quieren que la continúe, tan solo dejen un comentario!
Saludos!
