Disclaimer: Shingeki no Kyojin es propiedad de Hajime Isayama.
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N/A: Holiwis OwO/, aquí vengo con un fic nuevo, no serán muchos capítulos, quizá sólo 5 ya depende de la imaginación XD. La verdad, no sé qué decir de esta historia. Ya tenía ganas de escribir un Omega!verse, pero nunca terminaba por animarme... Hasta ahora E_E XD.
En fin, espero qué les guste /o/
Ojo: Es un EreRi, o sea, Eren es el seme.
POWER & CONTROL.
By: Maka Kagamine.
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Get what I want 'cause I ask for it.
Not because I'm really that deserving of it.
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PRIMADONNA
—Marina and the Diamonds—
Capítulo uno.
❤El mundo a mis pies❤
( • ̀ω•́ )✧
Siempre, desde que tenía memoria, había escuchado decir —sobre todo a los Betas (jodidos Betas de mierda)— que los Omegas estábamos hasta abajo. En eso llamado cadena alimenticia ocupábamos el último puesto; que éramos tan insignificantes y poco importante que, para lo único que servíamos, era para traer hijos al mundo.
Y, en cierto momento de mi vida, llegué a creer en esas palabras. Por lo que me odiaba a mí mismo, detesté mi naturaleza Omega; repudiaba la sola idea de ser alguien tan débil, qué no servía más que para traer a los hijos de Alfas al mundo y vivir solamente para servirles a ellos.
Por esa razón, decidí no ser alguien débil. Me dije a mí mismo que, si quería, podía ser alguien tan fuerte como un Alfa. O tener una mente tan fría como la de un Beta; poder controlar mis sentimientos a mi antojo, sin necesidad de parecer una nena necesitada de cariño que caería por cualquier Alfa que se le pusiera al frente.
Y lo había logrado, por supuesto. Sin embargo, aún así, las burlas, por ser de naturaleza Omega, siguieron. En mi familia, la mayoría de los hombres siempre habían sido Alfas. Todos ellos respetables, fuertes, altos —tremendamente altos—, y ocupaban puestos dignos de orgullo.
No obstante, yo había nacido como un Omega. Fue un suceso cuando, al cumplir los catorce, lo descubrí. Cuando me encontré teniendo mi primer celo, mi mundo se vino abajo; pensé que dejaría de ser un orgullo para mis padres, por que ellos tenían muchísimas esperanzas en mí, en qué siguiera el legado Ackerman. Pero, contrario a todo lo que llegué a creer, mis papás me apoyaron. Ellos dijeron que no importaba mi naturaleza; daba igual si era un Alfa, Beta u Omega. Eso no te definía como persona, tampoco lo fuerte, inteligente o respetable que pudieras llegar a ser. Eso sólo podías lograrlo tú, luchando. Demostrándole al mundo que un Omega podía igualarse a un Alfa si se lo proponía.
Fue desde ese momento cuando no dejé que las burlas me afectaran. Sólo me empeñe en salir adelante con orgullo en un mundo que era regido por Alfas. Iba a demostrarles a todos esos Betas, que murmuraban a mi espalda lo poca cosa que era, que no era siquiera capaz de heredar la compañía Ackerman por ser un Omega, qué conseguiría eso y más; sería tan respetado que tendría a varios Alfas a mis pies.
¿Y qué si lo conseguí? Por supuesto que sí; y, aunque suene bastante raro, lo logré gracias a mi naturaleza Omega.
Me di cuenta que, en realidad, podía usarlo a mi favor. Porque, vamos, todos esos imbécil que solían decir que los Omegas estábamos hasta abajo, en la cadena alimenticia, mentían.
¿Por qué?, la respuesta era por demás fácil.
Porque no eran los Alfas quienes estaban hasta arriba, sino nosotros, los Omegas. Sí, el mundo era regido por los Alfas; aquellos que eran fuertes y poderosos. Pero, si lo pensamos mejor, era fácil darse cuenta qué eran los Alfas quienes nos necesitaban más. Sin nosotros, ellos no podían reproducirse. ¿Alfa y Alfa? Cristo, aquello debía ser una aberración —además de qué se desataría una guerra mundial para ver quién iría arriba (si saben a lo qué me refiero, ¿verdad?)—. ¿Alfa y Beta? Dejen que me ría, por favor. Ja, ja, ja, jaaaá. Si de por sí entre Beta y Beta es muy difícil tener hijos, ahora sólo imaginen a un Alfa y un Beta intentando tener bebés. Más infértil que un terreno árido imposible.
Además, no sólo era el hecho de los hijos; también que, a veces, un Alfa necesitaba ser mimado —sí, ellos también debían tener un poco de cariño. ¿Es qué nunca han escuchado esa frase que reza: «Detrás de todo Alfa, hay un gran Omega»?—. Cuando llegaban a casa, luego de un ajetreado día de trabajo, lo único que quería era un abrazo, besos y muchas palabras amorosas. Y sólo un Omega podía hacerlos sentir así de amados. Entre Alfas no se podía. Oh, Jesús. Me da escalofríos sólo de imaginar a un Alfa siendo amoroso con otro Alfa. Y no me hagan mencionar a los Betas. Esos desgraciados no tenían sentimientos; ni siquiera debían tener noción de eso llamado «amor». Más secos que un terreno árido, imposible.
Y así, podía mencionar aún más razones para demostrar que los Omegas estamos hasta arriba. Pero eso sería divagar, y no me gusta hacerlo. Sólo comentaré que gracia a mi naturaleza —y a mi inteligencia para saber como usarla— había obtenido un montón de cosas.
Un departamento enorme; en una de las zonas más lujosas en toda Sina —mueran de envida Betas, ni con su sueldo de mierda podían pagar algo así—. Un auto de último modelo, en color oscuro y con asientos forrados de cuero negro —Oh, Cristo, lo amaba más que a mis productos de limpieza—. De vez en vez, conseguía desayunos, almuerzos y cenas gratis en cualquier restaurante carísimo de la ciudad. Viajes con todo pagado a cualquier parte del mundo. Entre muchas cosas más.
Y cabe mencionar que tenía esas cosas no por que tuviera mi propia empresa. Sino porque los Alfas me los daban.
Gratis; sin pedir nada a cambio.
Yo era un Omega no marcado. O sea, nunca había tenido relaciones sexuales con un Alfa. Y sí, eso, en un mundo como en el qué vivíamos, era bastante raro. Porque todo Omega, tarde o temprano, encontraba a su pareja. Era una necesidad; casi como respirar. Pero a mí la sola idea de vivir aferrado a alguien, necesitándolo día a día, me aterraba.
Por ello, había decidido que ningún Alfa dejaría su huella en mí. Sólo me pertenecería a mí mismo.
Pero, mientras los Alfas no supieran eso, todo estaría bien. Seguiría gozando de todos esos regalos que me daban para intentar que les diera el tan esperado «sí».
Obviamente eso nunca pasaría.
Eso era lo que pensaba, hasta...
Hasta que lo conocí a él.
A Eren Jaeger.
A ese puto Alfa de mierda que puso mi, «perfecto y controlado», mundo patas arriba.
(...)
Era nueve de Marzo; cerca de las 7:30. La mañana estaba bonita. En el cielo, las nubes negras se apoderaban del sol advirtiendo la tremenda lluvia que se desataría ese día. El café caliente que se deslizaba por mi garganta lograba aplacar un poco el frío que azotaba afuera —y eso que todavía estaba en mi departamento. No quería ni imaginar como sería cuando saliera—. Las noticias, en la televisión, no decían nada nuevo. Quiero decir, siempre era lo mismo; alabando a los Alfas por el excelente trabajo que hacían al mantener con bien a la ciudad.
Mordí una tostada, con un poco de mermelada de durazno encima, casi de mala gana mientras refunfuñaba por lo bajo. Jodidos Alfas de mierda que siempre aparecían en la televisión. A nosotros también deberían sacarnos en las noticias por el maravilloso trabajo que hacíamos al mantener a esos mastodontes en cintura.
Nuestro trabajo también debía ser aplaudido, pero no. Todo el crédito se lo llevaban los Alfas.
Iba a tomar otro poco de café para bajarme el mal humor, pero, justo en ese preciso momento, la puerta de mi departamento sonó. Fruncí el ceño casi sin querer. Era bastante raro qué alguien llamara tan temprano.
Con un suspiro, me levanté de mi lugar para dirigirme a la puerta. Y, cuando la abrí, internamente deseé no haberlo hecho.
Mikasa Ackerman estaba ahí parada, con ese par de orbes oscuros y sin sentimientos, mirándome fijamente como si no le importara en lo absoluto. Crucé los brazos sobre mi pecho mientras me recargaba en la pared, sin quitarle los ojos de encima. No porque ella fuera un Alfa me dejaría intimidar.
—Levi —dijo, luego de un rato de silencio—. Dejarás que un amigo se quede contigo unos días.
Levanté una ceja ante su orden —por que sí, eso no había sido una pregunta, ni una suplica. Fue un mandato—, mientras la miraba como si me hubiera hablado en hebreo. Ella pareció no comprender mi mirada, porque simplemente seguía ahí, como si esperara algo.
—Estás loca —respondí, para luego cerrar la puerta. Pero, como era de esperarse, Mikasa no lo permitió. Bastó con que pusiera una mano sobre la superficie de madera para impedirlo. Pese a que yo era un Omega y ella un Alfa nuestra fuerza se igualaba—. ¡Lárgate, mujer!
—Escúchame, por favor.
—¡No quiero! —Respondí, todavía luchando por cerrar la puerta.
—¡Deja de comportarte como un niño! —exclamó, perdiendo la paciencia— ¡Sólo escúchame! ¡Te lo pido como tu hermana!
Gruñí en mi interior ante la mención de ese simple hecho. Pues sí, para mi desgracia, ambos éramos hermanos; y gemelos, para acabarla. Sin embargo, a diferencia de mí, Mikasa había sacado los genes Alfa —¡me robó todo lo que me pertenecía!—. Fue la primera mujer, en toda la familia Ackerman, en serlo. Era fuerte, inteligente —aunque yo también lo era, incluso más que ella—, alta y tenía ese porte que inspiraba respeto tan sólo con verla.
Jodida Mikasa ladrona de genes.
Regresé la mirada a ella tan sólo para encontrar sus orbes llenos de muda suplica. Rodé los ojos y dejé de aplicar fuerza. Sabía que ella no dejaría de insistir hasta que escuchara todo lo que tenía por decir. Tras ese pensamiento, dejé escapar otro suspiro, mientras volvía a cruzar los brazos.
—Tienes cinco minutos; empieza a hablar.
Mikasa asintió.
—Mira, mi amigo llegará mañana de Turquía porque tiene unos asuntos que arreglar en una de sus empresas —explicó. Le miré fijamente, ella pestañeó—. Sólo serán un par de días, Levi. Deja que se quede contigo, por favor.
—Hah... ¿Y por qué no se queda contigo? —inquirí.
—Sasha entrará en celo dentro de poco.
—Oh.
Silencio.
—Tu amigo, ¿es un Alfa?
—Sí.
Miradas fijas otra vez.
—Oh.
Silencio.
—¿Y...? —insistió.
—¿Y por qué crees que me gustaría la idea de tener a un Alfa en mi casa, siendo yo un Omega? —ella abrió la boca para hablar, por lo que me apresuré en seguir—. Además, no ganaría nada con eso, ¿sabes? No sacaría nada de provecho al dejar a tu amigo viviendo conmigo.
Esta vez, fue Mikasa quién soltó un suspiro pesado mientras arrugaba un poco la nariz.
—Eres un enano que sólo vive para que lo mimen, ¿no es así? Todos esos Alfas te han mal acostumbrado dándote cualquier cosa que desees, ¿verdad? —dijo— Siempre debes sacar algo de cualquier cosa, ¿cierto?
Solté una risa por lo bajo. No podía estar más en lo cierto.
—¿Esos son celos, hermana mía? — hablé, pintando una sonrisa. Mikasa entrecerró los ojos— Admite que tienes envidia de todo lo que he conseguido sin hacer, prácticamente, nada.
—Sólo moverles el culo a los Alfas que se cruzan en tu camino, querido —recordó, mientras encarnaba una ceja, con el afán de avergonzarme. Pero a mí no me daba pena admitir aquello. Es más, me llenaba de orgullo—. Podrías tener todo eso por tu cuenta, pero prefieres que te lo den otros, ¿Qué ganas con eso? es lo que nunca entenderé.
Encogí los hombros, casi como si no me importaran sus palabras. Y la verdad, es que me daba igual lo que pensara. No cambiaría mi modo de vivir por nada; ni nadie. Además, ella no merecía saber qué sólo lo hacía para demostrarle a todos que un Omega podía tener al mundo a sus pies, si así lo quería. Entonces, al ver qué no le contestaría, Mikasa alzó las manos en señal de rendición.
—Escucha, si haces esto por mí, te deberé un favor.
Y sólo bastaron esas palabras para mis ojos se iluminaran casi con maldad. Si hubiera sido del tipo de persona que demostrara su sentir con facilidad, estoy seguro que, en ese momento, una sonrisa casi como la del gato Chesire se habría plantado en mi rostro. Porque, que Mikasa me debiera un favor, era digno de festejarse.
—Bien —respondí—. Sólo unos días, si pasa más tiempo lo echaré a la calle, ¿entendido?
—Sí.
Ella estuvo a punto de darse la vuelta para irse, sin embargo, se arrepintió segundos después. Con una expresión que me fue difícil de leer, sonrió, como si planeara algo malo, mientras me volteaba a mirar. Temblé sin querer, porque hubo una chispa malvada en sus ojos que me mandó un montón de escalofríos por la espalda.
Y es que ella sabía algo.
—Por cierto, el nombre de mi amigo es Eren Jaeger.
Y, al reconocer ese nombre, mi única respuesta fue:
—Debes estar bromeando.
(...)
Tras aquella revelación, y casi una hora después, llegué hasta la empresa. En mi cabeza aún seguía rondando el nombre de «Eren Jaeger». No me malentiendan, no conocía al hombre en cuestión pero había visto su nombre varias veces por todos lados; en los periódicos, en las revistas, en los noticieros, hasta en la radio incluso. Y es que ese «Eren» era hijo de un «poderoso» y «respetable» magnate Alemán.
Quizá, después de todo, sí podía sacar algo bueno al dejarlo vivir conmigo.
Que nuestras empresas se hicieran «amigas», sería una buena opción.
—Buen día, señor Levi —saludó Petra, mi joven (y Omega) secretaria, mientras se levantaba de su lugar y sonreía con calidez.
A veces, me sentía realmente mal por no corresponder sus sonrisas, pero yo tenía una imagen que mantener. Por eso, solamente le devolvía el saludo y, muy de vez en cuando, le hacía un buen comentario sobre lo bonita que se veía.
—Buen día, Petra —saludé, de regreso, mientras me dirigía a la puerta de mi oficina.
—¡Ah, por cierto, señor! —dijo ella, haciendo que me detuviera para voltear a mirarla—. El señor Smith está esperándolo en su oficina.
Entonces, tras sus palabras, le agradecí mientras que, en mi interior, sonreía abiertamente. Erwin Smith era un Alfa de clase alta —muy alta, para mi conveniencia— y, sin querer sonar muy ególatra, él estaba loco por mí. Hacía cualquier cosa que le pidiera con tal de que lo dejara marcarme.
Cosa que jamás pasaría, por supuesto.
Antes de abrir la puerta, llevé mis manos hasta mi camiseta y desaté un par de botones, los suficientes como para que un poco de mi piel quedara al descubierto —eso parecía volver locos a los Alfas—. Y entré a mi oficina luego de eso.
Erwin estaba parado frente a la enorme ventana que había tras mi escritorio. Su vista, que momentos antes se hallaba perdida en la ciudad, se clavó en mí una vez que entré. Fue sólo cuestión de segundos para que en su rostro se formara una sonrisa coqueta, mientras me miraba andar hasta mi silla. Por supuesto, caminé lo más sensual que pude —aunque sin ser tan obvio—, a la par que sentía sus ojos recorrerme de arriba hacia abajo.
Ah, mi ego se inflaba a cada momento.
—Oh bueno, pero si no recordaba haberte citado hoy, Erwin —dije, al mismo tiempo que tomaba asiento.
Erwin sonrió todavía más.
—Quise darte una sorpresa, Levi —susurró, muy cerca de mi oído. Es más, incluso el muy hijo de puta se tomó la libertad de olisquear mi piel, como para asegurarse de que ningún Alfa me hubiera tomado aún—. Además, hace tiempo que no hablamos.
Sonreí a medias. Sabía que debía soportar toda esa invasión al espacio personal si quería conseguir lo que deseara, sin embargo, a veces era terrible tener que hacerlo. Tanto así qué me daban ganas de patearlos en la entrepierna, para dejarles en claro que no me gustaba toda esa violación a mi espacio.
—Lo sé, pero he tenido muchísimo trabajo. Debo conseguir un montón de firmas de personas importantes para no sé qué cosa de los animales; Mikasa me lo explicó, pero la verdad no presté demasiada atención —medio mentí, mientras me miraba las uñas—. También dijo que si lo hacía, la empresa quedaría muy bien ante la prensa y tendríamos más ganancias —entonces, solté un suspiro de desilusión mientras recargaba mi rostro sobre mi mano—. Pero no he conseguido muchas firmas. Tendré que esforzarme más, supongo.
La verdad, era mitad mentira. Sí debía conseguir firmas, pero no me había puesto en ello aún porque sabía que sólo necesitaba fingir frente a algún Alfa para que ellos hicieran todo el trabajo por mí.
Oh, sí. Mi puta vida era perfecta.
Erwin rodeó el escritorio para sentarse en la silla que había frente a mi escritorio. Puse mi mejor cara de «niño necesitado», y sólo eso fue suficiente para llegar a su corazón. Lo supe por la forma en que sus ojos azules se mostraron llenos de pena.
—No te preocupes —dijo él, sonriendo—. Yo te ayudo a conseguir esas firmas, es más yo también firmaré, ¿bien?
Sonreí en mi interior. Era tan fácil hacerlos caer.
—¿De verdad lo harías? —pregunté, fingiendo sorpresa— Pero son muchas...
Erwin le restó importancia al asunto con un ademán.
—No te preocupes, hombre. Hay mucha gente poderosa que me debe favores, ten por seguro que mañana tendrás esa lista completa.
¡Como me gustaba eso de ser un Omega!
—Gracias...
Mi compañero sonrió, mientras llevaba una mano a mi pelo para acomodar un par de mechones rebeldes. No opuse resistencia, es más hasta le dejé tocar mi mejilla suavemente. El pobre me daba un poco de lástima. Luego, pareció recordar algo porque en seguida metió una mano al bolsillo de su saco negro, al mismo tiempo que sonreía. Oh sí, festejé en mi interior, eso significaba que había un regalo para mí.
—Compré algo para ti, Levi —sonrió, al mismo tiempo que ponía una caja color negro frente a mí. Otra vez, fingí sorpresa—. Lo vi en el aparador de una tienda y pensé que te gustaría.
Tomé la caja entre mis manos, sin esperar demasiado para abrirla. Dentro, había un reloj de muñeca; era precioso, en color plateado, y, por los pequeños diamantes que adornaban cada hora, debía ser carísimo. Mis ojos brillaron con entusiasmo ante la joya. Debía ser sincero y admitir qué amaba eso de recibir regalos de la nada, sólo por el simple hecho de ser un Omega.
Bendita mi vida.
Entonces, sin que él lo esperara, me incliné sobre el escritorio lo suficiente como para dejar nuestros rostros cerca. Erwin pareció confundido a la primera, sin embargo no dudó en juntarse un poco más a mí. Pero —para su desgracia— no lo besé, al menos no en la boca. En cambio, mis labios se movieron hasta su mejilla, rozando la comisura de su boca.
Esa era la regla número 1: Siempre déjalos esperando por más.
—Es bastante hermoso, gracias —dije, tras romper todo contacto.
Erwin no se miró tan complacido, pero, aún así, disfrutó del pequeño momento que tuvimos. Al menos así me lo hizo entender con la suave sonrisa que se marcó en su rostro.
—De nada —respondió—. Sabes que puedes pedirme cualquier cosa, Levi.
Y le sonreí coqueto.
Amaba mi vida.
(...)
Era diez de Marzo, cerca de las 4 de la tarde. Estaba en casa, resguardando mi «sensible» cuerpo de la terrible tormenta que azotaba afuera. Las gotas eran tan pesadas que hacían un ruido tremendamente escandaloso cuando chocaban contra la ventana. Me ovillé un poco más en mi cómodo sofá, mientras me envolvía como gusano entre una colcha y un cálido sarape.
Me gustaba ese tipo de clima —aunque, al final, era mi cuerpo el que lo resentía—, porque siempre podía permanecer en casa, echado bajo las sábanas mientras miraba un maratón de cualquier serie por la televisión. Pero también me molestaba un poco, porque era bastante enfermizo. Así que casi siempre solía enfermarme de gripe cuando el estado del tiempo se mostraba de esa manera.
Entonces, escuché mi móvil sonar. Arrugué la nariz debatiéndome en mi interior si debía contestar. Eso de sacar una parte de mi cuerpo al frío se me antojaba de lo más horrendo. Sí, pero sin saber cómo, terminé por responder la llamada cuando vi que se trataba de Mikasa.
—¿Qué quieres? —respondí, sin más.
—Sólo avisarte que Eren llegará a tu casa pronto.
Mi respuesta fue un escueto «ah». Ni siquiera había pensado en eso.
—Trátalo bien, Levi —advirtió, con un tono de voz bastante oscuro—. Nada de usar tus artimañas de Omega para engatusarlo.
Fingí ofenderme.
—Oye, yo no engatuso a nadie —rectifiqué—. Son ellos los que caen. Así que no prometo nada.
Su respuesta fue un suspiro.
—Debo colgar, Sasha me necesita.
—Ajá, adiós.
Y colgué, para luego aventar el móvil hacia algún lado. Creo que chocó contra la pared, porque sonó como si se hubiera roto. No presté demasiada atención a eso, después de todo, podía comprar uno nuevo y mejor.
O más bien, me regalarían uno nuevo apenas se enteraran de que el mío sufrió un accidente.
No pasó demasiado tiempo para que la puerta sonara, por lo que advertí que se trataba de «Eren Jaeger». Arrugué la nariz mientras soltaba algunas malas palabras por lo bajo. No quería levantarme de mi cálido y feliz lugar. Casi sin querer, me paré de mi asiento para empezar a arrastrar los pies hacia la puerta.
Entonces, al abrirla, por segunda vez en toda mi vida, deseé no haberlo hecho.
El olor fue lo primero que me golpeó. Fue tan fuerte; jodidamente sensual y masculino, que lo sentí como dos cachetadas estampándose en mis mejillas. Pestañé mientras un repentino mareo me invadía ante la esencia. Me gustaba, y me gustaba muchísimo. Quería sentirlo por siempre.
El cuerpo me tembló ante la maraña de pensamientos que se alojaron en mi mente. Y se volvieron aún más revueltos cuando levanté la mirada hacia él. Un chispazo de electricidad me recorrió el cuerpo, se deslizó con lentitud por mi vientre, subiendo paso a paso hasta instalarse en mi corazón.
Y es que él Era perfecto. Sólo podía describirlo así.
Era alto, quizá pasaba del uno ochenta y cinco. Tenía el pelo castaño; no era oscuro, ni muy claro. Ambas tonalidades se mezclaban de manera perfecta en su cabello. Su piel era morena, se veía tan sabrosa que te incitaba a querer pasar tu lengua sobre ella para saborearla. Y sus ojos, diablos. Jamás había visto un color similar en toda mi vida. El verde y azul se combinaban en ellos, dándoles ese toque cautivador que te atrapa con sólo echarles un vistazo.
Me encontré a mí mismo con la mente nublada, los ojos oscurecidos, la respiración agitada y queriendo besar a aquel ser tan perfecto que estaba parado frente a mí.
¿Qué estaba pasando conmigo?
El chico soltó alguna palabra turca por lo bajo casi al instante. Su estado no era mejor qué el mío; sus —hermosos— ojos estaban fijos en mí, repasando cada parte de mi cuerpo. Su respiración era desigual, parecía como si hubiera estado corriendo un maratón entero, mientras mordía con fuerza su labio inferior. Parecía como si deseara lanzarse sobre mí en cualquier momento.
—Tú... —susurró, mientras se inclinaba sobre mi cuerpo. Yo ni siquiera podía pensar en escapar, en cambio, me quedé ahí quieto, esperando algo de él— eres mi Omega.
Y entonces, me besó.
No pude separarme siquiera.
.
Continuará...
.
N/A: ¿Les gusta la idea? *o* Ojalá que sí. Ah, sobre la continuación de mi otro fic (Lonely Hearts Club) no he podido terminarla :( llevo el capítulo casi al final, pero aún le falta un poco. Pero les juro que sí la subiré, y volveré con la actualización semanal.
Y bueno, sobre este no se si hacerla semanal también XD, si es así creo que la subiré cada Domingo o Lunes porque LHC es cada sábado e-e. O igual está la posibilidad de subirla cada 2 semanas, pero ya veré como me arreglo XD.
En fin me despido por ahora. Ya saben, dejen un review si les gustó, me encantaría leer sus opiniones /o/ ❤
Pd: Reika vendrá a México otra vez, y yo sin dinero :( odio ser tan pobreee -llora-
Pasen buen día ❤
Lyne Diamond
¿Review? *-*
