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Cuando Yuuri despertó, no tenía ni idea de dónde estaba. Mas bastó con oler el aromatizante que no ocultaba del todo los químicos usados para limpiar el piso, desinfectar utensilios, etecetera, etcétera., para darse cuenta de que se encontraba en un cuarto de hospital. Resoplando, para ahuyentar el nauseabundo olor a antiséptico danzando en su nariz, Yuuri se incorporó, soltando un quejido al mover el brazo derecho. Al girar a checarlo, vio que lo tenía vendado y entablillado, por lo tanto no era lo suficientemente grave como para necesitar de un yeso. Aliviado de no tener que forzar su zurda a largo plazo, Yuuri suspiró.

Se preguntó cuánto tiempo había perdido allí acostado, dormitando como si de él no dependiera salvaguardar la integridad de sus padres y su hermana. Pese a apenas contar con la mayoría de edad acorde al país en el que había nacido y siempre había recidido: Japón, desde los dieciocho que trabajaba día a día, abnegado y decidido a sacar adelante a una familia rota que se mantenía aflote de milagro.

Tras el incidente nada había vuelto a ser igual. Y no había cómo. Con su madre en silla de ruedas, las piernas ahora inútiles, su padre manco, justo la mano derecha, y su hermana tuerta y con espontáneos brotes de ira por aquel motivo, ya el único capacitado para laborar era Yuuri, y eso fue lo que hizo.

Maniobrando, de algún modo consiguió terminar el año escolar con dos empleos de medio tiempo a cuestas y comiendo poco, animando a sus padres con una sonrisa y cuidando en todo momento a su hermana, permitiendo sin objeciones que se desquitara con él con tal de que no tocara un solo cabello de sus progenitores. Lo que más le dolía era verla llorar, a cualquiera de ellos, pero era Mari con quien siempre había sido más cercano, pese a llevarse siete años... Ella lo abrazaba, lo estrechaba con desesperación y culpa después de rasgar su piel y repudiarlo, porque él no estaba cuando ocurrió la catástrofe, porque él se había salvado del salvajismo de aquellos ladrones dementes y dispuestos a todo, mientras Yuuri le frotaba la espalda, en silencio, porque cualquier palabra podía desencadenar un nuevo ataque de ira y era mejor que las recientes heridas sanasen antes de que nuevas llegaran a instalarse.

Yuuri se había acostumbrado a llevar el pecho y los brazos cubiertos de vendas, a veces le resultaba gracioso, se llamaba a sí mismo "momia" y fingía ir tras niños pequeños para divertirlos. La risa de los infantes le gustaba mucho, le recordaba que buenas almas seguían poblando el mundo y solo por el hecho de que él la tuviera algo difícil las cosas gracias a unos desgraciados, no todo era oscuro y podrían salir adelante.

Aquel era el mantra con el que Yuuri se acostaba y con el que se levantaba: Saldremos adelante.

Su positivismo rayaba lo estúpido, si no se quería usar el término loco. Aunque, para ser sinceros, a Yuuri no le molestaría que lo llamaran loco. Había que estar algo deschavetado para soportar todo lo que él aguantaba a diario con pasividad y la mejor de las intenciones.

Yuuri solo deseaba permanecer con su familia, proveerlos de cariño y seguridad, deseaba ser un buen hijo y cuidar del mismo modo en que él había sido cuidado.

Si no hubiese sido atacado aquel veintitrés de septiembre, probablemente lo habría logrado.

O habría perecido a manos de su querida e inestable hermana.

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¡Muy buenas (inserte momento en que lee esto)! Aquí BlAnWhiDe con el primer capítulo de una historia corta [de verdad corta] de intento de drama, o suspenso o lo que sea. XD

Gracias por leer. 3