Es una noche a finales de mayo, inusualmente cálida que sirve como el preludio a un verano cada vez más próximo. Sería un tiempo ideal para estar sentado con una bebida fria charlando, pero el aumento de la temperatura solo ha conseguido que los soldados se hayan quejado con fervor mientras entrenaban, rellenaban papeleo- salvo por el personal de oficina responsable de la burocracia- y los que tenían peor suerte, salían fuera de las murallas a combatir.
Shiho Kimizuki es consciente del ambiente festivo en el cuartel del JIDA. A pesar de que Shinjuku es, hoy día, una de las ciudades más protegidas por la armada, este tipo de eventos son algo fuera de lo común. En la gran sala que compone el comedor, la mayor parte de los miembros de la armada comen, charlan, rien y levantan sus copas en modo de celebración. Shiho no se une a ellos hasta veinte minutos después de su visita a las instalaciones clínicas. A sus camaradas les parece algo más sosegado. Apenas abre la boca durante la cena, si es que soltar un par de monosilabos con gestos de indiferencia cuentan, se dedica a observar todo el espectáculo que se desarrolla ante sus cansados ojos. Pronto distingue que hay cargos medios e incluso altos junto con los sodados rasos, desde sargentos y capitanes hasta el propio Mayor General Seishiro Hiragi, el cual había bebido hasta acabar despotricando sobre los supuestamente inútiles subordinados que poseía, y por supuesto "la rata Ichinose".
Algunos de esos altos cargos estan runidos en una sola mesa, donde cabe destacar se ha formado un considerable barullo. El Coronel Goshi de risa fácil y contagiosa, estaba actualmente ganándose a sus compañeros mientras que al mismo tiempo su amiga la Coronel Juju se volvía roja de la ira al igual que su llamativa cabellera. Las subtenintes Yukimi y Hanayori charlan ajenas al resto, la última con gran garbo, repleta de energia, lo opuesto a su amiga. Shiho, sin embargo, fácilmente puede ver el disfute y la diversión, casi infantil, en los ojos de la pelinegra.
Todo ello condimentado con fuertes risas, charlas animadas, bailes diversos, conversaciones íntimas ocultas en rincones apartados y algún amago de pelea, a raíz de alguna discusión absurda.
Kimizuki puede observar todo ello, aún con los músculos agarrotados, las piernas fatigadas y los ojos irritados, cae en la cuenta de algo que muchos de los presentes no han notado: la evidente falta del homenajeado.
El pelirrojo se quita las gafas, apoya el codo en la mesa y se masajea los ojos lentamente.
"Todo bien Kimizuki-kun?- le pregunta la persona a su izquierda."
Gira la cabeza y lo encara durante escasos dos segundos. No le agrada la sensación del momento, necesita una mentira convincente.
"Estaba pensando...- comenzó mientras se colocaba las gafas- Pensaba ir a por postre".
Incluso con sus anteojos siente que la mentira permanece semidesnuda, decide levantarse y situar un brazo en el hombro de su amigo.
"Vamos?"- pregunta con un deje de una sonrisa.
Yoichi aparenta estar conmocionado por un momento antes de sobreponerse del inesperado contacto.
"Si.- comienza a incorporarse- El helado estaría bien."
El eco de los pasos resuena en el largo y húmedo pasillo que conduce a las plantas inferiores de la base de la Armada Imperial Demoníaca. El teniente coronel ha realizado un par de saludos informales a los soldados de guardia. Unas bien marcadas ojeras le cubren la cara y algún que otro bostezo despreocupado se le escapa mientras va caminando. Ha bajado una última planta, en teoría inexistente salvo para unos pocos privilegiados y algún que otro infeliz, se ha echado el pelo hacía atrás mientras comienza a formarse una expresión adusta en su rostro. Se detiene frente a la puerta con diversos talismanes, algunos son Hiragi aunque la inmensa mayoría son de encantamientos exclusivos de los Ichinose, mantenidos en secreto hasta poco menos de una década. Todos cumplen con las mismas funciones: Debilitar e impedir el uso de armas demoníacas.
Lo que hay dentro es todo un chiste de un antiguo soldado, oficialmente enloqueció debido a su demonia, extraoficialmente, un superviviente.
-Bien, Teniente Hanzou... ¿Podemos ir al grano?
-Vaya, ¿usted? ¿Aqui? Pensaba que ser un perro fiel de los Hiragi me garantizaria un trato mejor- bufó el enjuto joven.
-¿Preferirías a su excelencia, Lord Kureto? Siendo honestos, él encuentra estas reuniones más interesantes.
Un silencio, sus miradas se cruzan por un breve instante, el del cargo menor no puede sostenerla por mucho tiempo, la mirada del Teniente Coronel es como la de un lobo hambriento o un depredador dispuesto a abalanzarse. O algo peor.
-Podemos hacerlo por las malas-agarró la empuñadora de su arma despreocupadamente-. Al fin de cuentas no hubo supervivientes, sino, podemos hacerlo por las buenas contarme tu versión de los hechos...
-Y luego asesinarme-le cortó Hanzou con una sonrisa irónica.
-No tiene porqué ser así, no serías el primero en fugarse.
-Se refiere al escuadrón de novatos de Nagoya? He oído que alguno ha regresado, lloriqueando por su hermana.
-Supongo que la seguridad necesita algún arreglo.
-O meramente cortar un par de lenguas- sugirió el joven con malicia.
El mayor analiza las palabras con cuidado, comprueba sus gestos detenidamente.
-Saliste vivo, soldado. Dos veces. Ambas ocasiones había nobles de alto rango.
-Que le jodan, Ichinose. No es más que una mugrienta rata la cual ha escalado algo en la milicia, ¿que hay a parte? Nada.
El Teniente Coronel mantuvo aquella expresión parca que le había servido tan bien desde el instituto. Hanzou odiaba a los Ichinose, ¿no hablaría con él por lo tanto? "Y una mierda"-pensó.
-Esta pantomima te habría salido mejor sin haber usado un honorífico, niñato.
-Un desliz de mierda, supongo-resopló.
-¿Que va a ser entonces?
-...
-...
Hubo un suspiro.
Satisfecho, Guren sonrió.
Yoichi vuelve a la mesa, durante un tiempo hay una pequeña charla animada por su parte y mediaa sonrisas de Shiho. A medianoche un considerable número de personas ya han abandonado el lugar. Yoichi sigue intentando entablar una conversación con su amigo, esta vez sin ni si quiera conseguir sonrisas amargas. Hasta que finalmente sucede, algo nimio, algo que colma el vaso.
-Kimizuki-kun, si necesitas dinero para Mirai...
-No.-interrumpe el dinero ya no es necesario, la armada no necesita mantener la farsa sobre cuanto necesitan a mi hermana.
-Emm, entonces... Por qué trabajas tanto? Si hay algo que te preocupe...
-Yoichi-con un tono quizá demasiado alto-. Calla, por favor. Centremonos en el día de hoy y festejemos por nuestro excelentísimo Teniente Coronel y sus grandes victorias.
Yoichi sabe definitivamente que no conseguirá nada. Con ésta actuación tuya, desde luego que no. Susurra su demonio. Ignorar. Ignorar. Shinoa-san. Ignorar. Mika-kun. Igno... Sus pupilas se dilatan un momento, pero vuelven rápidamente a un estado normal. Una sonrisa se ha instalado en su rostro, pequeña e inocente.
Los de alrededor no se asustan, ¿cómo iban a hacerlo?.
Después de todo no saben que está pensando. Tampoco es que conocieran a Lacus.
-Lo siento- susurra el muchaho de pelo castaño.
La velada transcurrió sin mayor novedad que algún baile torpe, algún suspiro de un hombre taciturno apoyado en una de las decoradas paredes y retiradas silenciosas por parte del personal militar.
Al mismo tiempo que el último grupo de soldados abandona el lugar, Guren Ichinose se sienta en su despacho. Observa con detenimiento los informes que debería haber rellenado, no hay suspiro ni señal de pereza, tampoco tamborilea con los dedos alguna melodia en la mesa. La verdad, hace rato que le duele la cabeza, en concreto, siente palpitar la sien izquierda. Aunque el tocadiscos ayude, el jazz suave no ha detenido la lenta pero inexorable molestia. Estaba pensando en su proyecto de mañana, cuando suena esa nota en particular. Esa dichosa nota, la cual hace que le hierva la sangre por un breve instante, esa nota en concreto que produce un cambio drástico en la canción. Se levanta, con paso lento pero decidido, se acerca al tocadiscos y cierra los ojos.
Cuando los vuelve a abrir, Guren Ichinose encuentra insufrible el dulce sonido proveniente del aparato. Alguien, quizás, reparase en que estuviera agotado tras un dia de trabajo. Alguien, pensaría que tal vez no debió de alargar aquella reunión.
Alguien agudo, sin embargo, hubiera reparado que algo había cambiado en el teniente coronel. Alguien agudo hubiera reparado en que Guren Ichinose no habría detenido una canción así. Cerró la tapa.
Por una mala nota.
-Ha sido bastante complicado encontrarte
El otro hombre se encogió de hombros con indiferencia.
-Supongo que sabes mi motivo
El hombre asintió.
-Debo suponer-siguió el primer hombre- que tú también desconoces su paradero.
-Solo sé que Ferid-kun no deja rastro alguno a no ser que desee ser encontrado. Lo he vivido, creeme.-respondió el segundo hombre.
-Esto complica las cosas, la paz no será posible si ese individuo campa a sus anchas. Seria capaz de repoblar la raza vampírica solo por cumplir su plan.
El segundo hombre, al cual si se le miraba con detenimiento a sus facciones notarías que poco tenía ya de hombre, río secamente.
-No deberias molestarte, deja que vuelva por su cuenta. Todo lo demás es fútil.
-No me digas que lo has intentado- Ichinose esgrimió una media sonrisa.
Eusford suspiró. -Podría contártelo. Después de todo... No tengo nada mejor que hacer.
A pesar de la pasividad con la que hablaba, se veía cierto deje de nostalgia con la que las últimas palabras habian sido pronunciadas. Ambos parecieron acomodarse a su manera, el primero dejo su arma reposando en la pata de la mesa mientras se inclinaba ligeramente hacia delante, el segundo, echó su peso hacía atrás y se balanceó en la silla.
-Te lo contaré, una sola vez, veamos que sucede después-dijo manteniendo una sonrisa falsa.
Crowley Eusford removió su copa, miro en derredor como asegurándose de que todo se mantenía en su sitio, antes de disponerse a contar lo más entretenido que había sucedido desde hacía casi dos años.
