PUCHITO
Sí, ese fue un muy frío, brutal, quemante, friolento, duro, e inolvidable invierno. La pesada nieve y el granizo se unieron al muy fuerte y silbante viento, y ellos comenzaron a mostrar una danza mortal, arremolinándose sin descanso en un muy rápido y desorganizado movimientos. La nieve y el granizo, en un desesperado esfuerzo en tomar un descanso del pujante e incansable viento, se sujetaron a las casi invisibles ramas desnudas de los árboles.
Truenos y centellas, desde el oscuro y grisáceo cielo, estremecieron e iluminaron el extraño lugar vestido de blanco fantasmal. Ellos estaban muy orgullosos mostrando cómo la nieve y el granizo se transformaban en mortales y peligrosos pesados carámbanos, colgando de las ramas fantasmales de los árboles. Ellos estaban justamente esperando el momento adecuado para asaltar y causar daño con la complicidad del no muy invisible viento. La nieve y el granizo continuaron acumulándose en las ramas de los árboles, probando su fortaleza.
La centella continuó iluminando el blanco lugar. Esta descubrió al enloquecido viento jugar con un inofensivo termostato. El termostato, parcialmente cubierto en hielo, registraba diecisiete bajo cero y estaba atado a un retorcido, oxidado pedazo de metal.
Inesperadamente, el silbante viento hizo que el termostato girara en el aire, y luego estrelló éste contra un tronco hueco que se encontraba sobre el nevoso terreno. El termostato, en su retorcido, oxidado metal, estaba golpeando sin descanso las paredes cubiertas de nieve del tronco hueco, como pidiendo entrar con urgencia.
El viento no quería parar su sinsentido e interminable juego mortal. Este se escuchaba más escalofriante cuando pasaba a través del tronco hueco, por el metal oxidado, y retorcido del termostato y los carámbanos que colgaban pesadamente de las ramas de un árbol muy cercano.
"¡Tengo miedo!" una voz femenina muy asustada se escuchó.
"Todo va a estar bien." Una voz masculina aseguró. "La tormenta muy pronto pasará."
Al viento no le importó sus preocupaciones, y llevó sus voces lejos, muy pero muy, lejos. De pronto la pesada nieve y los carámbanos, con la ayuda del fuerte empuje del viento, ganaron la batalla contra una de las pesadas ramas del árbol. La centella iluminó la pesada rama cuando ésta se rompía con un crujiente y ensordecedor sonido. La muy grande y pesada rama cayó rápidamente hacía el suelo en dirección del tronco hueco.
La centella no falló en mostrar cuando la muy grande, pesada rama se había desplomado con fuerza enorme contra el tronco hueco. El tronco hueco salió disparado varios pies hacía arriba del frisado y nevoso terreno, segando aún más la tormenta, y ahogando los gritos de las voces masculina y femenina. El tronco hueco, después de parecer estar suspendido por algunos eternos momentos en el aire, cayó pesadamente en su final reposo sobre el nevoso suelo pero no sin antes aplastar el termostato.
"¡Oh, no, Roberto, mis huevos! ¡Nuestros bebes!" la voz femenina se escucho diciendo en sollozante angustia. "¡Todos están muriendo!"
"¡Todos están frisándose y reventándose rápidamente!" la voz desesperada de Roberto hizo eco en la tormenta. "¡Mi Margarita, apresúrate! ¡Abrasemos a éste!"
"¡Nuestros huevos, Roberto! ¡Nuestros bebes!"
"¡Shhhh! ¡Continuemos calentando a éste con nuestros cuerpos!" Roberto sugirió con voz entrecortada.
El ruidoso trueno y el silbante viento se aseguraron de que ellos se escucharan aún en la inmensidad de la tormenta.
"Llamémosle Puchito." La voz de Margarita se escuchó entrecortada. "Puchito, un alma fuerte."
"¡Puchito, el alma que puede vencer cualquier obstáculo en la vida! La voz de Roberto se escuchó castañeada.
"Roberto, prométeme que nos iremos con Puchito de aquí cuando el invierno termine."
Lentamente, el viento y la nieve sepultaron las voces tristes de Margarita y Roberto y lo que quedaba del tronco hueco en el nevoso terreno...
Capítulo 2
En el medio de un enorme y hermoso mágico jardín, una gigantesca roca amarilla estaba brillando como el color del oro con la ayuda de los rayos moribundos de esa tarde avanzada. La brillantez de la roca dependía cuando los rayos del sol y la claridad de la luna le iluminaban días tras noches y noches tras días.
Los rayos débiles estaban penetrando los huecos deformes de la roca que servían de ventanas, mostrando las largas, paredes irregulares de los laberintos. En las áreas muy profundas, y anchas de la roca, donde los rayos del sol no podían penetrar, los destellos de luces de velas en las paredes mostraban las muchas raíces que colgaban del techo.
Margarita, una grilla de campo, vestida en un largo vestido negro, se sentó en un pétalo blanco que servía de asiento. De inmediato, ella comenzó a entonar, produciendo hermosos y melodiosos sonidos cuando tocaba música con las raíces.
Roberto, el esposo de Margarita, vistiendo un traje de cola, pasó su pata delantera sobre sus delgados vellos arriba de su boca mientras él salía de uno de los laberintos. Entonces él se acercó a Margarita por atrás, y después de besarla a ella en la coronilla de la cabeza, él preguntó, "¿Vas tú a lavar la ropa de los habitantes mañana en la cascada?"
Margarita dejó de entonar, "Yo aún no lo sé… yo tengo que cuidar de nuestro único huevo."
"Yo lo haré mañana, para que tú puedas lavar la ropa de los habitantes."
"¡Eso sería maravilloso!"
Roberto inhaló el dulce aroma de rosas del vello negro, que le llegaba a los hombros a Margarita, los cuales brillaban con las luces de las velas, mientras ella continuó entonando.
"Sam, el sapo gigantesco, llegará aquí en cualquier momento," Roberto dijo, acariciando la mandíbula a Margarita. "Yo quiero que tu le conozcas."
Margarita dejó de entonar y tocar música inesperadamente, muy preocupada. "¿No es él un insectívoro?"
"¡Insectívoro!" Roberto respondió jugueteando, y haciéndole cosquillas a ella por detrás de las orejas, él agregó, "Él se hizo vegetariano, cuando una pata de un saltamontes se le atrancó en su garganta, y casi lo ahoga."
Margarita lo vio reír, y entonces dijo en voz alta, "¡Eso no es chistoso!"
Roberto dejó de reírse, y su risa continuó haciendo eco entre los largos laberintos. Él besó a Margarita en los palpos, y entonces preguntó, "¿Por qué está mi hermosa esposa muy seria?"
Margarita sacudió la cabeza, "Yo estoy preocupada, Roberto."
"¿Por qué?" Roberto le agarró a Margarita de la mandíbula.
Margarita se levantó del pétalo, y caminó hacia una de las esquinas adornada con muchos aromáticos lirios tigres blancos. Luego, ella señaló hacia el único huevo que estaba enterrado en el suelo, mirando a su esposo muy preocupada. "Yo estoy muy intranquila de que tú no estarás aquí para ver el nacimiento de nuestro hijo, Puchito, Roberto."
"¡Vamos, Margarita! ¡Tú no digas eso!" Roberto le abrazó. "Yo me encargaré de Puchito, para que tú puedas lavar las ropas cerca a la cascada."
Margarita dijo en voz suave, "Tú no me estás escuchando."
"Tú sabes que yo estaré aquí cuando nuestro hijo, Puchito, venga a este mundo la próxima semana." Roberto se colocó enfrente de su esposa, mientras ella se agachaba cerca al huevo. "Yo sé que él se va a ver tan buen mozo como yo, y nosotros cantaremos juntos en el Club La Charca, y en todos los otros clubes donde yo he cantado anteriormente."
"¡Escúchame! ¡Quédate en casa esta noche, con nosotros, Roberto!" Margarita dijo en voz alta, y acariciando el huevo, ella lloró, agregando, "Te acuerdas cuando nuestros otros hijos murieron, por causa del invierno."
"Margarita, no me lo recuerdes… por favor no me lo recuerdes," Roberto agarró una de las patas delanteras de Margarita y señaló al huevo. "El invierno se terminó, y nada me va a pasar a mí, o a Puchito."
"Últimamente," Margarita se levantó, mirando a Roberto. "¡Yo estoy teniendo pesadillas!"
"Esta noche no es diferente a las otras," Roberto secó la lágrima a Margarita. "Y tu sabes, tan bien como yo, que yo no puedo romper el contrato solamente horas antes de cantar en el Club La Charca…además nosotros estamos esperando muchos turistas en El Paraíso."
"Yo he escuchado patadas fuertes provenientes del huevo," Margarita dijo mirando al huevo. "Esos son señales que Puchito va a nacer en cualquier momento."
"Ya te dije anteriormente, aún queda una semana más antes de que Puchito venga a este mundo." Roberto suspiró profundamente, y después de exhalar, él agregó, "Relájate, Margarita."
"¡Por favor, Roberto! ¡No me preguntes por qué!" Margarita agarró fuertemente las patas delanteras de su esposo, "Pero yo tengo malos presentimientos acerca de esta noche… no vayas."
Registrado ã 1998. (Txu847-471) Alfonso Segovia. Derechos reservados. Ninguna parte de este libro podrá ser usada o reproducida en otra manera, incluyendo medios electrónicos o computadoras sin el permiso por escrito de Alfonso Segovia.
