Está es otra adaptación de un fic que a mí me encantó y por eso hablé con la autora para pedirle permiso para adaptarlo y me lo concedió. ¡Espero que os guste!

Prólogo

Huraño y solitario, frío cual témpano de hielo…esos eran los adjetivos que describían perfectamente a Klaus Mikaelson, hijo pequeño del acaudalado y poderoso ranchero Mikael Mikaelson, patriarca de una de las familias más ricas del sureste de Texas.

Klaus siempre había jurado y perjurado que no permitiría que ninguna otra mujer volviera a destrozar su corazón…hasta que apareció ella, suave y delicada como el rocío, tímida e inocente, y con una serena belleza; nunca pensó que Caroline Forbes cambiaría su triste y amargada existencia. Su reticencia hacia las mujeres, sumada a los casi diez años que le sacaba a Caroline opacaron unos extraños sentimientos que empezaron a aflorar en su interior.

CAPÍTULO 1: La familia Mikaelson

Mikael Mikaelson revisaba con paciencia y esmero los albaranes del último mes. Cansado de tanto papeleo, se reclinó contra la confortable silla giratoria de cuero, y dado que estaba sólo, apoyó los pies en la enorme mesa de caoba que presidia su despacho en la casa familiar.

Hacía casi ochenta años que su abuelo, también llamado Mikael, había desembarcado en América procedente de Killarney, un pequeño pueblo campesino irlandés, en busca de una mejor calidad de vida y queriendo dejar atrás la pobreza y las desilusiones en las que vivía enclaustrada la Irlanda de aquellos años. Con innumerables esfuerzos y un gran sacrificio, compró un desvencijado rancho y un pequeño terreno adyacente a éste. Dado que no tuvo fortuna al probar con la agricultura, un vecino le previno que esas tierras eran buenas para el ganado. De modo que con el poco dinero que le quedaba, compró cuatro toros y tres vacas, y gracias a algunos sabios consejos, inició un negocio de cría de ganado, que en poco más de dos años dio sus primeros frutos.

Con el dinero que fue ahorrando en sus primeros años, pudo reformar la casa y el establo. El desvencijado rancho, de estilo colonial, y con un precioso porche sostenido por enormes columnas blancas, revivió de nuevo.

Gracias también a unas buenas inversiones en diferentes empresas, pudo ampliar los terrenos y adquirir más cabezas de ganado, de modo que el rancho Killarney, nombrado así en recuerdo de su patria chica, se convirtió en uno de los más importantes de la ciudad de Huntsville, a dos horas en coche de Houston y cerca de la frontera con el estado de Luisiana. Debido a que el precio de ganado se triplicó, manteniéndose en cotas altas durante varios años, en poco menos de quince años, la fortuna que llegó a amasar convirtió su rancho en uno de los más importantes del condado.

Su abuela, Amelia Simmons, provenía de un pequeño pueblo de Oklahoma, y también se había criado en un rancho; la conoció en una subasta de ganado a la que ella acudió con su padre. Desde ese primer encuentro, pasó más de un año, en el que sus visitas a la familia de ella se hicieron cada vez más frecuentes, ya fuera para hacer negocio…o para verla. Se casaron poco tiempo después, y tuvieron dos hijos, Thomas y Grace. Él no llegó a conocer a su abuelo Mikael, y la abuela murió cuando él era apenas un niño.

Su tía Grace se casó con un prometedor abogado, trasladándose a San Diego, California, donde vivieron toda su vida; ambos habían fallecido ya, al igual que sus padres.

Al morir el abuelo, su padre, Thomas Sinclaire Mikaelson, tomó las riendas del rancho, considerado ya uno de los mejores del país en lo referente a cría y venta de ganado para distintos sectores empresariales. El primitivo y diminuto establo enseguida se quedó pequeño, y en esos años fueron cuando se construyeron los establos nuevos. El original quedó destinado a las oficinas. Su madre, Jenna, era hija de un comerciante de piensos alimenticios. Tenían un enorme almacén en las afueras de Huntsville; allí se conocieron y se enamoraron.

Tenía diecinueve años cuándo su padre murió, y el rancho pasó a sus manos. En aquella época él estaba en la universidad, y gracias a que tenían un número considerable de empleados, pudo terminar sus estudios antes de tomar las riendas del rancho. Actualmente, el rancho abarcaba tierras de más de 200 hectáreas de superficie, dónde paseaban y pastaban a sus anchas más de dos mil cabezas de ganado. Tenía personas de confianza a su lado, y dado que había aprendido el oficio prácticamente desde la cuna, siguió con la tradición familiar.

Soltó un pequeño suspiro mientras recordaba con nostalgia esos tiempos, ya lejanos; su mirada paseó lentamente por su despacho, deteniéndose en dos portarretratos de plata que descansaban en una pequeña mesita, en el lado derecho de la pared. No pudo evitar sonreír con pesar al observar uno de ellos; una mujer con el pelo azabache y penetrantes ojos azules sonreía delicadamente a la cámara.

-Qué guapa estaba en esa foto –dijo, perdido en sus pensamientos y en sus recuerdos. Había conocido a Arianna cuándo chocó con ella accidentalmente a la entrada de una tienda, en el pueblo. Se disculpó por su torpeza, y al hacerlo observó que esos ojos azules tenían un brillo triste y apagado. Impulsivamente, la invitó a tomar un café, y allí sentados, ella le contó un poco su historia.

Arianna y su marido se habían mudado a Hunstville hacía dos años. Él trabajaba en el despacho de abogacía del que era dueño Logan Fell, uno de sus amigos y abogado de los principales ganaderos del condado. Ella y Alaric Saltzman, su marido, tenían un hijo de tres años, llamado Kol. Desgraciadamente, ocho meses después de su llegada a la localidad, a Alaric le diagnosticaron leucemia, y murió seis meses después. El escuchó atentamente sus palabras, sosteniéndole una mano y consolándola lo mejor que pudo; ella y su hijo no tenían más familia.

Arianna estaba buscando un empleo, ya que la pensión de viudedad apenas le daba para llegar a fin de mes. Él, impresionado por su valentía, y un poco atraído por esa belleza rubia, le comentó que estaba buscando una secretaria, para ocuparse de los papeleos de compra venta y otras labores administrativas. Le ofreció pasarse por las oficinas del rancho, y dos días después, ya tenía nueva secretaria. Al pequeño le encantaban los animales, y cada vez que Kol iba al rancho, Mikael lo llevaba a los establos para que viera a los terneros recién nacidos o a los caballos.

Poco a poco Arianna fue recuperando la ilusión, forjando una gran amistad con Mikael, y poco a poco esa amistad se transformó en amor. Un año y medio después de su accidental encuentro, Arianna y Mikael contrajeron matrimonio, y los tres iniciaron en la casa principal del rancho Killarney su vida de casados. El pequeño Kol adoraba a Mikael; el sentimiento era mutuo por ambas partes, y aunque Kol conservó el apellido de su padre, lo crío como si fuera su propio hijo, al que enseguida se sumaron tres hermanos más, Stefan, Elijah y Niklaus.

Su vista giró hacia el otro portarretrato. La instantánea pertenecía a la boda de su hijo Stefan con Rebekah, hija de otra de las poderosas familias de ganaderos de la ciudad, los Petrova: rodeando a los novios estaban sus hermanos.

Desgraciadamente, Arianna no pudo estar presente en la boda de su hijo. Murió tres días después de haber dado a luz a Klaus, tras un complicado y peligroso parto. Sus otros embarazos ya habían sido considerados embarazos de riesgo, teniendo que guardar reposo para que llegaran a buen término. Cuando nació Elijah decidieron no tener más hijos, pero Klaus vino de improviso…y esa vez, no pudo superarlo.

Sintió que una parte de su alma se iba con ella aquel día. Kol tenía ocho años, Stefan cuatro, Elijah dos y Klaus apenas tres días. De la noche a la mañana se vio sólo, criando a cuatro niños. Hubo un momento en el que creyó enloquecer por los recuerdos; la había amado desde la primera vez que la vio, y se fue tan joven, con apenas treinta y dos años. Pero tuvo que sacar fuerzas de donde no las tenía, sus pequeños le necesitaban; ellos fueron el motivo principal por el que seguir viviendo y luchando, y le prometió a Arianna que así lo haría. Con la inestimable ayuda de su madre, se ocupó del negocio y de lo más bonito que le había legado Anna, cómo la llamaba en la intimidad, sus hijos.

Habían pasado veintiocho años, y su madre, que crío a sus nietos con un inmenso cariño, hacía tres que había fallecido. Estaba muy orgulloso de sus retoños, todos habían ido a la universidad y trabajaban en el rancho, a excepción de Stefan.

Kol ya tenía treinta y seis años; había heredado el pelo moreno de su madre, y tenía los ojos marrones, rasgo de su padre biológico. Poco antes de que Anna muriera, ambos le habían explicado que su verdadero papá estaba en el cielo, por eso él no se apellidaba Mikaelson, aunque lo fuera a todos los efectos. Sorprendiendo a ambos, el pequeño lo tomó muy bien, presumiendo en el colegio de que tenía dos papás. Era un muchacho alegre y extrovertido, lo mismo que Stefan. Su pelo era distinto al de Arianna pero sus ojos eran verdes azulados, al igual que los de Mikael. Como Kol, ambos eran fuertes y corpulentos, y con un peculiar sentido del humor, rasgo que también heredó Elijah, pero éste, a diferencia de sus hermanos, tenía la cabellera castaña, y los mismos ojos que su padre; era el que más se parecía a Mikael, físicamente hablando, y también en su carácter y forma de ver la vida.

Niklaus o Klaus, su hijo pequeño, era el único que había heredado los ojos azules de su esposa. Su pelo rubio siempre estaba despeinado, y aunque Elijah y él no eran tan grandes como sus hermanos, también eran fuertes. Sin embargo, el carácter de su hijo pequeño le preocupaba de sobremanera; pasó de ser un muchacho alegre y divertido a uno solitario y serio. Desde que rompió su compromiso con Hayley, su novia de toda la vida, se había envuelto en una especie de coraza, y era imposible traspasarla.

Hayley y él se gustaron desde niños, y en la adolescencia empezaron a salir. Ni cuando él se fue a Harvard y ella a Darmouth, a proseguir sus estudios superiores, interrumpieron la relación. Al finalizar sus estudios universitarios, se comprometieron formalmente, pero un mes antes de la boda, con todo a punto para el gran día, Klaus sorprendió a Hayley en la cama con otro hombre, ni más ni menos que con Tyler Lockwood, único hijo del alcalde de Hunstville, y con el que Mikael nunca se había llevado especialmente bien.

Obviamente, el compromiso se rompió, y como en todo pueblo pequeño, la noticia corrió como la pólvora. Hayley y Tyler se casaron a las pocas semanas de aquello, abandonando Hunstville y trasladándose a Chicago, donde éste había encontrado trabajo. Desde que ocurrió aquello, Klaus cayó en una profunda depresión, de la que le costó mucho tiempo salir; consiguió superar su ruptura con Hayley, pero se cerró en banda a conocer a otras chicas, y de su interior nació una especial y cruel animadversión al cariño y al amor hacia el sexo opuesto. Muchas jóvenes de la localidad suspiraban por Klaus Mikaelson, pero él las espantaba rápidamente, sin darles oportunidad alguna.

Unos golpes suaves en la puerta le sacaron de sus preocupaciones y recuerdos.

-Adelante –por el marco de la puerta apareció la figura de Esther.

-Siento interrumpirte –se excusó ella-. Bill te está buscando, está en el establo de los caballos –le informó. Mikael la observó con una sonrisa cariñosa. Esther Parker era el ama de llaves de la casa desde hacía diez años, y un poco la que cuidaba de todos ellos desde que su madre no estaba. Era de complexión y estatura pequeñas, y con unas facciones delicadas y amables. Los ojos color marrón verdoso de ella lo miraban con un deje de preocupación. Cerrando la puerta, se acercó a la mesa con cautela.

-¿Qué te ocurre? –apoyó una mano en su hombro, esperando a que hablara.

-Pensaba en los chicos –confesó serio-. Klaus me preocupa –Esther suspiró, y el bajó las piernas de la mesa, tomando a Esther por la cintura y posándola en su regazo. Hacía mucho tiempo que entre ellos había algo más que una amistad, pero la mantenían en el más absoluto de los secretos. Cierto que sus hijos ya eran adultos y lo entenderían de sobras, pero no querían habladurías y rumores; en el rancho trabajaban muchos vaqueros y otras personas, y ambos lo preferían así.

-Algún día abrirá los ojos, y volverá enamorarse –le consoló ella-. Cuando aparezca la chica adecuada –Mikael suspiró preocupado.

-Ya no sé qué pensar –musitó-. Sabía que le costaría superar lo de Hayley, pero no imaginaba que se cerraría en banda a las mujeres.

-Conmigo se porta muy bien –rebatió ella-. Y con la señora Jones, la secretaria; la señora White…-enumeró ella, divertida y acurrucándose en su pecho.

-Ya sé que se lleva bien con la asistenta y las mujeres mayores de cuarenta años –replicó Mikael, rodando un poco los ojos-. Me refiero a conocer a chicas jóvenes, a enamorarse…si sigue así, va a aquedarse muy solo –Esther le dio la razón.

-Era una broma; pero debes tener paciencia; te lo vuelvo a decir, algún día conocerá a la adecuada.

-Ojalá lleves razón –expresó Mikael, estrechándola contra su pecho-. No sé qué haría sin ti, y sin tus ánimos y consejos –ella negó con la cabeza, dejando un pequeño beso en sus labios.

-No tienes que agradecerme nada; te quiero, y todo lo que te preocupa a ti, me preocupa a mí –le recordó ella, mirándole con cariño-. Sobre todo lo que se refiere a los chicos –Mikael sonrió a la alusión de sus hijos.

-Yo también te quiero –le dijo a ella de vuelta-. ¿Sabes que quería Bill? –interrogó. Esther negó con la cabeza.

-Será mejor que vaya, entonces –volvió a besarla y ambos se levantaron, saliendo del despacho y encaminándose a la puerta principal.

-¿Nadie ha respondido al anuncio que pusimos? –la señora Harrison, la cocinera del rancho, se había jubilado hace un mes, y no encontraban a una sustituta. La señora White y Esther se ocupaban de la limpieza y mantenimiento de la inmensa casa, pero la buena señora ya era muy mayor, y solo iba tres veces a la semana.

-Nadie –confirmó con una pequeña mueca-. Esperaremos un poco más –se dijo para sí misma. Mikael asintió, despidiéndose de ella guiñándole un ojo y encaminándose hacia los establos, en busca de Bill.

Bill Forbes era el capataz del rancho, su mano derecha y el segundo al mando. Llevaba siete años en el rancho Killarney, y llegó en el momento justo; cuando Steven, el vejo capataz, se jubiló, Bill llegó a Huntsville buscando trabajo. Toda su vida había trabajado con animales, de modo que después de entrevistar a varios candidatos, Bill se quedó con el puesto. Aparte de saber todo lo referente a la crianza de ganado, también llevaba las cuentas y supervisaba los registros de los animales junto con los contables y administrativos.

Hombre serio y reservado donde los haya, le costó entablar confianza con su jefe, pero una vez pasaron los primeros meses, forjaron una gran amistad dentro y fuera del trabajo. Poco sabía Mikael sobre su vida anterior, pero un hombre que había tenido mala suerte. Era dueño de un pequeño rancho en el norte de Texas, pero unas malas inversiones, sumadas a las deudas contraídas por el juego, hicieron que lo perdiera todo, de modo que tuvo que ponerse a trabajar para poder saldarlas. Mikael no quiso ahondar en la herida, preguntándole por que se había dejado arrastrar por el póquer; además, al empezar a trabajar en el rancho Killarney ya no juagaba, y poco a poco fue pagándole a sus acreedores.

Al llegar al establo, allí se encontró a su amigo, acompañado de Elijah.

-Hola Bill, hijo –los saludó a ambos-. ¿Qué ocurre?

-Hemos recibido el informe del veterinario –le contó Elijah-. Para iniciar la cría de caballos; podemos cruzarlos con las yeguas sin problemas –Mikael sintió contento, mirando a los tres ejemplares negros que habían adquirido recientemente. Observó que Concord, el caballo de Klaus, no estaba en su habitáculo.

-¿Dónde está Klaus? –preguntó.

-Está en los pastos de la ladera norte, donde hemos trasladado a los toros que adquirimos el mes pasado –le informó su amigo.

-¿Y Kol? –siguió interrogando.

-Ha ido a Houston, a ver a esa yegua de la que nos habló el señor Franklin y tantear un poco el precio –Mikael asintió, mirando los animales. Sus hijos estaban familiarizados en los negocios del rancho, que tenían carta blanca para tomar ciertas decisiones. Kol tenía mucha labia, y era el que normalmente se encargaba de interactuar con posibles clientes.

-¿Cuándo vais a empezar? –les preguntó, señalando de nuevo a los alazanes que tenían enfrente.

-Si todo va bien, en tres días trasladaremos aquí las yeguas y veremos que ocurre –dijo Elijah.

-Me parece bien; por cierto, ¿este fin de semana te vas a Mystic Falls? –le preguntó Mikael a Bill. Siempre que podía, iba a ese pequeño pueblo en el estado de Virginia, pero nadie sabía si iba a visitar a alguien en concreto, o simplemente a descansar a allí. Éste asintió con la cabeza, animado y contento.

-Te veré el lunes entonces; mañana por la mañana salgo para una reunión en Dallas, y no regresaré hasta el sábado por la noche –les informó a ambos-. Por lo tanto, espero que os comportéis –Elijah rodó los ojos a la mención de él y sus hermanos.

-Tranquilo papá; ¿sabes que tenemos treinta años? -le recordó su hijo con sorna-. Bueno, a excepción de Klaus –musitó con una sonrisilla malévola.

Mikael ignoró la última aclaración de su hijo y se dirigieron a la puerta de los establos, cuando sintieron un golpe seco, seguido de un intenso grito de dolor. Al volver presurosos al interior, se encontraron a Bill tirado en el suelo, con una mano apoyada en el antebrazo derecho y muy pálido.

-¡Bill! –gritó Elijah asustado, arrodillándose junto a él.

-Llama a Jeremy y a los chicos –le instó su padre; Elijah salió corriendo, mientras que él intentaba sin éxito reanimar a su capataz.

-Vamos amigo, no puedes hacerme esto –musitaba Mikael, preso de la desesperación.

-Mikael…Care…Caroline –Bill abrió los ojos, respirando con dificultad mientras pronunciaba ese nombre de mujer. Su jefe, pensando que deliraba, le instó a que se tranquilizara.

-No hables Bill, aguanta –le decía.

-Caroline…Mystic Falls –la suplicante mirada de su capataz le conmovió; cuando intentó preguntarle quien era Caroline, Bill ya había perdido el conocimiento.

-¡Maldita sea! –bramó, zarandeándole suavemente-. ¡No me hagas esto! –al momento su hijo Elijah entró corriendo, seguido por Jeremy, el segundo capataz, y por Luke y Kai, dos de los peones del ancho.

-Hemos llamado a una ambulancia –le contó Jeremy a su jefe-. Estará aquí en pocos minutos.

Trataron de reanimarle, hasta que vieron a los sanitarios acercándose a ellos. Esther también había oído los gritos y había acudido al establo. Justo en el momento en que los sanitarios empezar a revisarlo, oyeron los fuertes relinchos de un caballo. Klaus, alertado por uno de los vaqueros, también acudió a ver qué había sucedido. Todos miraban con la respiración contenida como examinaban a Bill.

-Los síntomas apuntan a un infarto de miocardio –les informó el médico-. Debemos trasladarlo inmediatamente al hospital.

-Por supuesto; mis hijos y yo les seguiremos en el coche –asintió Mikael.

-Vamos papá –Klaus ya estaba saliendo a por el vehículo; los sanitarios trataron de estabilizar a Bill, pero cuando lo estaban introduciendo en la ambulancia, el monitor de las constantes se alteró, y un pitido ensordecedor inundó los alrededores.

-¡Se está parando!; ¡mierda, hay que iniciar maniobra de recuperación! –el médico de la ambulancia daba órdenes e indicaciones a sus colegas. Elijah, Klaus, Mikael, Esther y los trabajadores esperaban al lado de la ambulancia, con el corazón en un puño…hasta que un pitido ligero y constante confirmó el fatal desenlace.

-¡Joder! –bufó Klaus, resoplando incrédulo.

-Mikael….-éste se giró hacia Esther, que empezaba a sollozar. El médico se acercó a ellos al cabo de unos minutos.

-Ha sufrido otra parada; lo siento, no hemos podido hacer nada –les informó cabizbajo. Mikael no dijo una sola palabra, mudo de la impresión y del dolor, mientras que los sanitarios tapaban el cuerpo inerte de su amigo y certificaban su muerte.

CDMC

Tres días después, Mikael y sus hijos se encontraban en la pequeña casa que había ocupado Bill, ordenando y revisando sus pertenencias. Debido a que no dejó testamento y no se le conocían parientes vivos, la familia Mikaelson se ocupó de todo, dándole sepultura en el cementerio de Huntsville.

-En los armarios apenas tiene algo de ropa –dijo Stefan, entrando en el minúsculo salón. Klaus y Kol estaban indagando por los armarios del salón, pero aparte de libros y de una pequeña televisión, allí no había nada.

Mikael no hacía más que dar vueltas y vueltas en su mente al nombre que había pronunciado Bill antes de morir.

-¿Bill os habló alguna vez de una tal Caroline? –interrogó a sus vástagos. Los hermanos se miraron entre ellos, sin saber de qué hablaba.

-¿Por qué preguntas eso, papá? –interrogó Kol, frunciendo el ceño.

-Fueron las últimas palabras que dijo, antes de que llegara la ambulancia: Caroline…Mystic Falls –rememoró.

-Bueno; siempre que podía iba allí –dijo Klaus, encogiéndose de hombros.

-Puede que sea alguien de su familia –propuso Elijah, entrando al salón y posando una pequeña caja en la mesa.

-¿No crees que si tuviera algún familia, lo sabríamos? –espetó su hermano pequeño, rodando sus ojos verdes. Elijah, ignorando por completo a su hermano, abrió la pequeña caja de metal. En ella había papeles y varios documentos bancarios. Klaus cogió uno al azar, leyéndolo detenidamente.

-Son los extractos de su cuenta bancaria –informó a su padre y hermanos: siguió leyendo, hasta que se topó con un dato relevante-. Es curioso; todos los meses se refleja una transferencia a una tal Mary Adams al banco estatal de Richmond.

-Eso está cerca de Mystic Falls –inquirió Elijah. Su padre sintió, hasta que su hijo Kol le entregó un sobre cerrado. Iba dirigido a Mikael Mikaelson y su familia.

-Parece una carta –dijo Kol.

-Vamos –ordenó su padre-. Coged la caja; la leeremos en casa, nos esperan para cenar –sus hijos salieron delante de él, preguntándose cada uno en sus mentes el contenido de esa misiva.

CDMC

Una vez que cenaron, y de que Esther y una muy embarazada Rebekah recogieran la mesa, Mikael se dispuso a abrir la carta. Esther iba a dejarlos a solas, pero Mikael le hizo un gesto de negación con la cabeza, y volvió a sentarse.

-También eres parte de la familia –la afectuosa mirada que cruzaron hizo que sus hijos disimulasen la sonrisa a duras penas, mientras que Klaus resoplaba en silencio; todos ellos estaban al tanto de lo que pasaba entre Esther y su padre, pero se lo pasaban pipa viéndoles disimular.

Mikael se dispuso a leer, ante la expectación general.

Amigo Mikael:

Si has tenido que abrir este sobre, es señal de que algo ha ocurrido, y ya no estoy en este mundo. Ante todo, te doy mi más sincero agradecimiento por haberme dado una oportunidad, cosa que no tuve antes de recalar en el rancho Killarney.

Sé que no soy muy dado a hablar de mi pasado, pero es necesario que lo haga para que entienda lo que voy a pedirte.

Antes de que perdiera mi rancho, mi vida era lo que podía llamarse tranquila y feliz. Tenía una esposa, una hija y un negocio que iba viento en popa. Pero las cosas se complicaron en mi matrimonio, y eso me llevó a refugiarme en el alcohol y el juego para evadirme de los problemas; mi adicción fue tal, que llegué a apostar los ahorros de toda mi vida, incluso mi negocio y mi casa…y los perdí. Contraje importantes deudas, y gracias a qué me ofreciste empleo, pude ir saldándolas. Por suerte, todas las deudas económicas están liquidadas.

No estoy orgulloso de ello, ya que esa situación derivó en otra mucho peor. Liz, mi mujer, me abandonó, llevándose consigo a lo que más quiero en el mundo; mi pequeña Caroline.

Durante tres años no pude localizarlas, hasta hace unos meses antes de recalar en Hunstville; cuando me llegaron los papales del divorcio para firmarlos, pude averiguar que Liz había vuelto a Mystic Falls, su lugar de nacimiento. Fui allí sin pensarlo, y como padre, me entenderás; quería abrazar de nuevo a mi pequeña.

Al llegar allí, mi ex mujer no estaba; se había fugado con un tipo mucho más joven que ella, dejando a mi hija al cuidado de su abuela, Mary. Dado que mi situación económica en ese momento no me permitía cuidar de mi hija como yo quería, llegué a un pacto con la madre de Liz. Ella tendría su custodia hasta que cumpliera dieciocho años, y yo las ayudaría económicamente, con la condición de que Caroline pudiera terminar el instituto.

Puede parecer sorprendente, pero esa es la verdad. Ahora os cuadrarán mis viajes a Mystic Falls, a donde iba siempre que podía para ver a mi pequeña.

Amigo, sé que quizá no tenga derecho a pedirte lo que vas a leer a continuación; nunca te he pedido nada, de ahí mi atrevimiento.

Ve a ver a mi hija, y ayúdala. Mary nunca ha querido a Caroline, y si se ha hecho cargo de ella todos estos años ha sido única y exclusivamente por el dinero que le mandaba. Si yo falto, mi pequeña estará sola. Como padre que ha criado a cuatro hijos, sé que entiendes mis motivos y por la mistad que nos ha unido, espero que la ayudes. Es muy buena y dulce, y ella sabe de todos vosotros, ya que siempre que voy a verla, le habló del rancho Killarney y de la familia Mikaelson.

Gracias de nuevo por todo; sois un ejemplo de familia…la misma que a mí me hubiera gustado que Caroline tuviera.

Kol, Stefan, Elijah, Klaus…sois unos hombres increíbles, y los hijos que todo hombre querría tener.

A Esther, Rebekah, la señora White, Jeremy, los vaqueros…gracias por hacerme partícipe de la gran familia que es el rancho Killarney.

Mikael, amigo mío; sé que lo que te pido es muy delicado, y más después de no haber mencionado nunca nada acerca de mi hija, tomes la decisión que tomes, de antemano te lo agradezco.

Gracias por todo, una vez más.

Bill Forbes.

Mikael acabó la última línea de la carta, quedándose mudo de la impresión. Ahora entendía las últimas palabras de Bill, y su mirada suplicante. Sus hijos no sabían que decir, y Esther menos.

-¿Bill tiene una hija? –preguntó Stefan, patidifuso, al cabo de unos minutos de asimilación.

-Eso parece –contestó Klaus con una mueca perpleja-. Por lo menos, ahora entendemos las transferencias al banco estatal de Richmond.

-¿Ninguno sabias nada? –les interrogó su padre.

-Nada –contestó Elijah, en nombre de sus hermanos-. Y no creo que Jeremy y los chicos sepan algo tampoco; se les habría escapado alguna vez.

-¿Qué vas a hacer? -interrogó Kol, que había permanecido callado. Su padre suspiró, tomando la palabra.

-No sabemos qué edad tiene, ni nada acerca de ella; pero habrá que decirle que ha pasado con su padre; eso para empezar.

-Por supuesto –le dio la razón Esther. Rebekah, que había echado un vistazo a la caja, les tendió una foto que estaba en el fondo de ésta; en ella se veía a Bill con una niña de unos once años, con el pelo rubio y los ojos azules.

-Es ella -dijo Esther al momento-. Sus ojos son como los de su padre –la foto fue pasando de mano en mano.

-Mirad ahí dentro –señaló la caja-. Debe haber alguna dirección o teléfono.

-Si no lo hay, se puede hablar con el banco de Richmond y dar con la casa de la abuela a través de él –propuso Klaus, observando la fotografía de la pequeña-. Yo puedo encargarme.

-¿La vas a traer aquí? –interrogó Rebekah a su suegro.

-Sería como tener una hermanita pequeñas –exclamó Kol, cual niño pequeño. Su padre le hizo un gesto para que frenara su entusiasmo.

-Lo primero de todo es ir a verla, y explicarle lo que ha pasado; además, si Caroline sigue siendo menor de edad, su abuela tendrá todavía su custodia –les advirtió.

-La foto no parece reciente –observó Esther-. Y por lo que deja entrever la carta, me inclinó a pensar que Caroline ya estará en el instituto.

Mikael seguía en silencio, meditando las palabras y el ruego de su amigo. Sabía lo duro que era ser padre en solitario, y podía imaginar el sufrimiento de su capataz todos estos años, trabajando por y para su hija, y para colmo, no poder tenerla con él. Tomó la palabra, informando a sus hijos que una vez averiguaran la dirección, iría a verla.

CDMC

Cuatro días después, y acompañado por Esther, se dirigían al coche que habían alquilado nada más aterrizar en el aeropuerto de Richmond. Finalmente dieron con la dirección de Mary Adams, pero como no tenían teléfono, no pudieron advertirles de su visita. Condujeron una hora por las carreteras del estado de Virginia, hasta que se detuvieron en frente de una pequeña casa, vieja y destartalada. Ambos se miraron, un poco sorprendidos.

-Es aquí –confirmó Esther, después de revisar de nuevo la dirección en el papel. Salieron del coche y se encaminaron a la puerta, el jardín estaba en mal estado, y ni que decir el porche y la fachada de la casa, que necesitaba urgentemente una buena mano de pintura y una reforma a fondo.

El timbre no funcionada, de modo que llamaron con los nudillos. Al no obtener respuesta, volvieron a insistir, hasta que oyeron pasos apresurándose a la puerta. Se quedaron muy sorprendidos; esperaban a una adolescente de unos quince años…pero no era tal.

Una chica, con unos viejos vaqueros y una raída sudadera gris apareció en el marco de la puerta. A pesar de las viejas ropas que llevaba puesta, Mikael y Esther se dieron cuenta de que era una joven muy bonita, de unos dieciocho o diecinueve años, de tez pálida y ojos azules grandes y expresivos. Su largo cabello rubio estaba recogido en una coleta.

-¿Les puedo ayudar en algo? –interpeló la joven, con un tono tímido y amable.

-¿Caroline? –preguntó Mikael, sorprendido.

¿Qué os ha parecido?

¡Hasta el siguiente capítulo!