Título: Y quiero decirte gracias por darme el mejor día de mi vida.
Fandom: Resident Evil.
Pareja: Chris/Jill.
Palabras: 1971.
Advertencias: post-RE5, es una moñada XD.
Notas:esto era en principio un oneshot que llevaba descansando en mi disco duro casi dos meses; y ahora que lo he retomado se ha convertido en un twoshot XD.


Jill se acercó del nuevo al espejo de cuerpo entero que ocupaba las puertas del armario y lanzó un último vistazo a su reflejo. La imagen que le devolvía el cristal mostraba a una mujer adulta de cabello lacio, de un metro sesenta de altura y de piel pálida. Aunque acababa de entrar en la treintena, los años empezaban a notarse en su rostro y aún tenía aspecto un tanto enfermizo. Jill había logrado recuperarse tras meses de rehabilitación, hospitales y pruebas médicas; pero los doctores le habían recomendado que descansara y tratase de tomarse un año sabático, un concepto que a Jill se le hacía casi extraño después de tantos años de lucha continua sin nada parecido a unas vacaciones. La mujer se ajustó la gargantilla delgada que rodeaba su cuello y alisó los pliegues del vestido corto que lucía aquella noche. Era una pieza sencilla: color negro mate con escote en forma de pico, lo suficientemente ancho como para ocultar las marcas y cicatrices de su pecho. El pelo, ahora más oscuro y similar a su castaño natural, asomaba por su hombro izquierdo; había decidido que una coleta a la altura de la nuca sería suficiente. No quería arreglarse en exceso y el aspecto que ofrecía en el espejo no era del todo malo.

Caminó hacia el tocador para recoger su bolso cuando unos golpes en la puerta la alertaron. Se imaginó quién era al instante y le invitó a entrar mientras terminaba de recoger unas pocas pertenencias. Segundos después, Chris entraba con cautela en la habitación, buscando a Jill con la mirada.

—¿Estás lista? —preguntó con una sonrisa. Jill cerró el bolso, que acomodó bajo su brazo, y asintió.

Salieron juntos del cuarto hacia un pasillo iluminado por decenas de lámparas de araña. El suelo estaba cubierto por una larga alfombra decorada con arabescos, mientras que una estatua de alguna diosa griega dominaba el lugar desde su posición privilegiada junto a la recepción de planta, donde una mujer joven y elegante atendía a otros clientes del hotel. Jill y Chris caminaron hasta el ascensor, ignorando la conversación de la recepcionista.

—Parece que esto va a estar muy lleno hoy —comentó Jill, no sin cierto nerviosismo en la voz.

—A los jefazos siempre les gustan este tipo de eventos a lo grande —rió Chris, y colocó una mano sobre el hombro de Jill—. Pero no te preocupes, no dejaré que te acosen.

Jill le respondió con una sonrisa y desvió la mirada, cabizbaja, encontrándose con la punta de sus zapatos. Ni Chris ni ella estaban demasiado acostumbrados a las grandes aglomeraciones de gente que se congregaban en aquel tipo de celebraciones. Chris y Sheva iban a ser condecorados por los méritos logrados en la misión de Kijuju y ella… bueno, Jill pensaba con cierto humor negro que aquello sería como un segundo nacimiento. Después de todo, el gobierno estadounidense la había declarado muerta hacía casi dos años. Y de repente, había vuelto desde el lejano continente africano con el agente Redfield y la agente Alomar; casi un milagro, habían murmurado algunos compañeros. La habían recibido con alegría, vítores y lágrimas, y Jill sintió el calor de aquella acogida como una bendición después de la pesadilla que había vivido.

Sin embargo, esto era distinto: aquí la célebre y admirada por sus compañeros agente Valentine sería reinsertada oficialmente en la BSAA, en una especie de presentación en sociedad para todos los jefes importantes del grupo en Estados Unidos y otras ramas del mundo. También habría peces gordos del gobierno que colaboraban estrechamente con la organización y que sólo buscaban alardear de los éxitos de sus agentes. Aquello era un evento puramente social y político; y el hecho de que Jill estuviese comprometida a dar un breve discurso en público le causaba cierto nerviosismo. Tendría que enfrentarse a toda aquella gente, muchos de los cuales eran completos desconocidos y que probablemente la mirarían con ojos apenados, le darían unas palmaditas y se marcharían.

Jill habría preferido ahorrarse esa situación. No estaba hecha para aquello, y sabía con certeza que Chris disfrutaba lo mismo que ella. Al menos, se habían dicho para consolar mutuamente, el hotel y el servicio eran de primera categoría y podrían aprovecharse un poco.

—Ah, casi olvido decírtelo —dijo Chris de repente, mientras las puertas del ascensor se abrían y le indicaban al botones a qué planta querían ir—. Barry ha conseguido llegar a tiempo. Va a alojarse con su familia aquí.

—¿De verdad? —exclamó Jill sin poder ocultar la alegría.

Había visto a Barry Burton poco después de su regreso a Estados Unidos. El viejo camarada de los STARS vivía ahora en Canadá, cerca de Ottawa, junto a su mujer Kathy e hijas, dos Polly y Moira muy crecidas y en plena adolescencia. Cuando la BSAA se fundó, Chris le invitó a formar parte porque sabía que Barry, gran amigo de toda la vida, no quería abandonarlos; sin embargo, llegaron al acuerdo de que no sería conveniente que se alejase de su familia. Barry ya tenía una edad, él mismo lo reconocía entre risas; y decidió que seguiría colaborando con ellos pero desde la burocracia y la diplomacia en las oficinas de la BSAA en Canadá. Jill había bromeado diciendo que un fanático de las armas y miembro de la Asociación Nacional del Rifle hacía poco favor al concepto de diplomacia, pero sabía que Barry cumpliría su trabajo.

Cuando Jill regresó de entre los muertos, Barry acudió de inmediato a Nueva York para ver a su vieja amiga. Había sido un reencuentro agradable y juntos, Barry, Chris y ella, habían rememorado viejas batallas desde los STARS hasta la desaparición de Umbrella. Rebecca Chambers también les había acompañado en esos momentos, y los cuatro juntos se sintieron unidos por un extraño lazo parecido al que une a las familias después de una gran desgracia.

—Estará esperando abajo con Rebecca y Kathy. —Las puertas del ascensor se abrieron en la primera planta y el botones se despidió de ellos con una ligera reverencia—. Vamos —dijo Chris, tomándola suavemente del antebrazo.

El vestíbulo del hotel estaba abarrotado de hombres trajeados, con esmóquines negros y corbatas, y mujeres arregladas con todo tipo de vestidos largos de gala. Los encargados del hotel acompañaban a los invitados al salón de actos, donde tendría lugar la condecoración y celebración de los agentes de la BSAA. A través de la marea de gente, Jill pudo vislumbrar a los camareros que iban a todos lados, rectos como palos, sirviendo champán a los invitados y saludando a los recién llegados con extrema cortesía. Esos pequeños y absurdos detalles marcaban la diferencia entre un hotel de lujo y uno corriente, pensó Jill. Chris y ella caminaron a través de la marea de personas que abarrotaban el vestíbulo y entraron en el salón de actos, después de haber mostrado sus identificaciones.

Contempló el atril al fondo de la sala, encima de una tarima llena de focos y cámaras fotográficas que esperaban a los periodistas ansiosos por cubrir el evento. El nudo de su estómago se acentuó más, pero Jill tomó aire y con decisión caminó junto a Chris al interior de la sala.

o

Hacía un calor infernal. El salón de actos le había parecido grande en una primera impresión, pero en esos momentos era el mismísimo infierno para Jill. Tenía que apartar a la gente para poder caminar, todo estaba lleno de personas que hablaban sin parar mientras alguien daba un discurso desde el atril y el sonido acoplado de los altavoces le perforaba los oídos.

Pero ya había acabado, pensó Jill con alivio. Después de que un oficial de la BSAA entregase las medallas de honor a Chris y Sheva y estos hablasen brevemente por turnos, Jill había conseguido subirse al estrado, hablar con voz clara y resuelta, evitando tocar temas más delicados y personales. Su discurso fue sencillo y claro, sobre todo de agradecimientos y para enfatizar el claro propósito de su trabajo en la BSAA, una meta que nunca debían perder de vista aunque ahora Tricell estuviese prácticamente en la bancarrota como Umbrella lo había estado años atrás. Después de los aplausos, se había bajado serena y tranquila; aunque su corazón palpitaba de forma exagerada y sentía el sudor frío cayendo por la nuca. Hundirse en el océano de invitados había ayudado a aumentar aquella sensación de agobio que empezaba a nublar su mente. Quería salir de allí cuanto antes. Sin embargo, no alcanzaba a ver con la vista a nadie: ni Barry y su familia, ni Rebecca, ni Sheva ni Chris. No estaban por ningún lado y podía escuchar su propia respiración agitada.

La gente empezó a aplaudir de repente y Jill quiso salir de esa habitación gigantesca con urgencia. Por un momento creyó que se desmayaría en mitad del gentío; entonces sintió unos dedos tomando su mano y agarrándola con fuerza mientras la dirigían hacia una dirección incierta.

—Al fin te encuentro. —Jill reconoció la voz al instante y suspiró aliviada.

Chris la llevó hasta la salida, esquivando por aquí y por allá a camareros e invitados. Cuando salieron al vestíbulo del hotel pudieron sentir la oleada de aire fresco. Ahora estaba completamente vacío salvo por el personal del hotel, que les saludaron con indiferencia.

Jill se detuvo allí en medio, tomando aire y limpiándose algunas gotas de sudor de la frente.

—Hey, ¿estás bien? —preguntó Chris con voz preocupada. La sostuvo de la mano todo el tiempo, inclinándose levemente hacia ella. Jill alzó el rostro y esbozó una sonrisa.

—Sí, no te preocupes. Hacía un poco de calor ahí dentro, eso es todo.

Chris pareció meditar una idea unos segundos, hasta que al final abrió los labios y lo dejó escapar sin preámbulos.

—Ven conmigo.

Sin dar tiempo a que Jill respondiese, la llevó del brazo hasta la salida del hotel y abandonaron el edificio con el saludo cordial del portero que vigilaba la puerta acristalada. Jill sintió la brisa fresca de aquella noche de principios de verano en la piel, el murmullo incesante de coches de la ciudad que nunca descansaba. Era cerca de medianoche, pero Nueva York parecía siempre activa y despierta. Chris la llevó unos metros más atrás de la puerta del hotel y se paró frente al coche descapotable con la capota puesta que los jefazos les habían prestado para acudir al evento. Chris se paró al lado del vehículo y zarandeó las llaves entre sus dedos.

—¿Qué te parece si tú y yo nos damos una vuelta, y nos alejamos de este antro? —dijo sin ocultar la risa, señalando las ventanas iluminadas procedentes del salón de actos del hotel. Jill sonrió complacida y se acercó hasta él, posando una mano sobre la carrocería negra y pulcra.

—Me parece una idea perfecta. Sácame de aquí cuanto antes —repuso, fingiendo exasperación y riendo.

Chris abrió las puertas del coche y tomó asiento en el puesto del piloto, mientras Jill se acomodó en su lugar de copiloto. El interior del vehículo olía a caro y a tapicería impoluta, todo de color oscuro y sobrio que a Jill le dio la sensación de ser exageradamente serio.

—¿Y dónde dices que vamos a ir? —dejó escapar Jill con la mirada perdida a través de la ventanilla bajada. Chris arrancó el coche y el motor rugió al contacto.

—No te lo he dicho. Es una sorpresa —respondió con una sonrisa divertida en los labios mientras alejaba el automóvil del hotel y del ambiente asfixiante que lo rodeaba.