Para Rin no era nada fácil; aunque este se esforzara por hacer ver que todo estaba bien, las cosas no eran así.

Había noches de pesadillas y tormentas nocturnas, de las cuales se despertaba sudoroso, temblando y al borde de las lágrimas, aguantando un grito en la garganta, para no despertar a su hermano menor.

Apretando con sus manos las rodillas, respirando agitadamente y sollozando levemente después. Pero todo lo hacía con el más mísero silencio, apenas haciendo ruido.

Se levantaba de su cama, aunque fuese de madrugada y debiera descansar. Se ponía sus botines y tomando su espada, solo por si acaso, salía de la habitación. Apresurando sus pasos, demasiado sigiloso. Sin darse cuenta de que, también en silencio, Yukio le observaba impotente.

Estando lejos de las habitaciones, lejos de la escuela, de todo, con los botines apretándole de tanto andar. Solo ahí, lejos de todo, se permitía gritar.

Todo se le antojaba melancólico. La lluvia que caía, como lagrimas. El silencio nocturno que parecía también tener ganas de gritar pero se acallaba con su propia oscuridad. El viento otoñal, con un vaivén acompasando, volando algunas hojas caídas de los arboles. Los rayos de la luna, apenas visibles ya que las nubes le ocultaban y solo pequeños rayos traviesos lograban cruzar.

De repente sentía una extraña necesidad de estar con él, con su padre e incluso andando más rápido, cansado y con los botines lastimándole, llego a donde este.

Se veía tan solo. Gris. Sonreía triste, apenas y había unas cuantas rosas adornando la pequeña lapida de su padre, de su verdadero y único padre. Porque Rin solo tenía un padre, y era el que yacía en esa tumba. No aquel fiero demonio que tan irónicamente le decía hijo.

Gimoteaba, volviendo a aguantar un grito de impotencia, porque no se daría el lujo de verse débil frente a su padre.

Era cuando se daba cuenta, de que el miedo tenia nombre y que el coraje le debia ganar. Que no importaba que, quien, donde ni cuándo. Nadie le había prohibido gritar.

Habían muchas cosas tristes, que lo invitaban a desfallecer, pero Rin todavía tenía muchas razones para seguir de pie, una de ellas era Yukio su hermano menor, aunque casi siempre pareciera el mayor.

Sonreía nuevamente, pero esta vez borrando cualquier rastro de tristeza. Su padre, aun desde el más allá siempre le consolaba.

Recordaba esos bellos momentos de su niñez, a lado su padre y su hermano. Y reía, con cierta melancolía, pero aun así, demasiado feliz.

Y solamente cuando la impotencia se marchaba, y se llevaba al miedo junto a ella. Rin sonreía nuevamente y regresaba a su habitación. Donde sabía que su hermano le esperaba, junto con el pequeño kuro, y nuevamente reía.

Porque aunque fallara y el temor lo dominara, Rin ya no callaría más.

Porque había recordado, nuevamente, que nadie le había prohibido gritar.