Advertencias: Contenido sexual explícito, Violencia.
Fecha de creación: De 4/11/2014 a 31/12/2014.

Disclaimer: Harry Potter es propiedad de J. K. Rowling, Bloomsbury Publishing, Scholastic Inc. y AOL/Time Warner Inc. Nadie gana ningún beneficio económico con esta historia.

Capítulo 1

—Vamos, Leyna.

La chica miró a su madre parpadeando varias veces y asintió siguiéndola a ella y a su padre entre el gentío esperando no perderse. Tanto alumnos como padres se habían reunido en la estación de King Cross, en el andén nueve y tres cuartos, frente al expreso que llevaría a los más jóvenes a Hogwarts. Para muchos ese uno de septiembre era tan sólo uno más en su vida escolar, pero para ella era especial, era su primer uno de septiembre y, aunque su expresión un tanto fría y su postura elegante no lo denotaran, estaba demasiado nerviosa.

Su padre le había asegurado la noche anterior que estar nervioso antes de empezar el primer año en Hogwarts era de lo más normal, incluso había asegurado que él se había puesto nervioso los siete años que había ido a coger el expreso; sin embargo, Leyna estaba casi segura que, si ella fuera una niña normal, proveniente una familia cualquiera, y no atrajera la mirada de todas y cada una de las personas que se agolpaban en el andén ese día, estaría mucho más tranquila. En cualquier caso tampoco quería cambiar quién era, ser hija de ellos. A pesar de lo que la gente pudiera pensar Pansy Parkinson era una madre ejemplar, era atenta, cariñosa y siempre hacía lo mejor para su hija. Por otro lado, Jason Samuels, ex alumno de la casa Ravenclaw, era un hombre inteligente, divertido incluso dentro de su acostumbrada seriedad y también cariñoso con su familia. No, ella no tenía nada que envidiar a los demás niños que había en ese andén, sin embargo, el pasado de su madre los seguía persiguiendo y atormentando, algo que a ella le parecía totalmente injusto y estaba decidida a cambiar como fuera.

Consiguieron después de una eterna espera, dejar su baúl junto con Eve, su búho, en el vagón de equipaje del tren, y pudieron alejarse un poco de la multitud que no dejaba de cuchichear. Una parte de la chica estaba deseando montarse en el tren, pero otra parte estaba bastante más reticente, esa parte quería volver a Francia, con sus padres, y no tener que enfrentarse a miradas acusatorias por algo que ella no había hecho y por lo que su familia ya había pagado. Su mirada siempre acababa encontrándose con los ojos de personas que no conocía, pero que sí la conocían a ella, y esa sensación se acrecentaba, haciendo que dejara de escuchar a sus padres que le estaban dando los últimos consejos y recordándole que tenía que escribir. No fue hasta que escuchó su nombre con esa voz tan conocida para ella cuando salió de ese pequeño trance en el que había entrado.

Una gran sonrisa se formó en sus gruesos labios rosados incluso antes de girarse para encontrar a la tercera persona que más quería, Draco Malfoy. Sin poder contenerse lo abrazó con fuerza por la cintura, refugiándose en él como cuando era más pequeña y tenía miedo a las tormentas. El hombre formó también una pequeña sonrisa en sus labios que pronto se transformó en una de esas ladeadas que siempre lo habían caracterizado.

—Pensaba que estarías ya subida en el tren y mostrándoles a todos que eres la mejor —le dijo él con arrogancia, haciéndola reír.

—Es que sabía que vendrías y tuve que quedarme a esperarte para no hacerte ese feo, tío Draco —contestó ella copiando naturalmente la sonrisa del rubio, su madre y su padre solían decir que de pequeña le habían dejado demasiadas veces con él y que la habían perdido, lo que, extrañamente, enorgullecía al mejor amigo de su madre.

—Oh, claro, me siento demasiado honrado —ironizó él con diversión en la voz y en sus facciones, mucho más relajadas que antaño haciéndole verse incluso más atractivo.

—Deberías darme un regalo —contestó la chica con una sonrisa inocente, balanceándose y haciendo que su largo pelo rubio, muy similar al de su tío, se moviera con ella.

Draco pareció meditarlo unos segundos antes de sonreír de nuevo con cariño y sacar un paquete rectangular.

—Para que no te aburras en el viaje, aunque tu madre dirá que tienes que hacer amigos.

Leyna abrió el paquete y sonrió más ampliamente al ver un libro de Magia avanzada. —¡Gracias, tío Draco! Mira mamá.

Pansy rodó sus ojos verdes, idénticos a los de su hija. —Has conseguido que la niña no socialice en todo ese aburrido viaje.

El aludido se encogió de hombros restándole importancia justo cuando el tren anunció que era la hora de marchar. Se despidió de sus padres y su tío rápidamente, y sujetando contra su pecho su nuevo tesoro subió al expreso poniendo rumbo a su nueva casa.


Eligió un compartimento en la cola del tren, se acomodó en el asiento en dirección a la marcha junto a la ventana y observó el bullicio del exterior unos segundos, todo el mundo compartía abrazos y besos y parecía renuente a separarse de sus familiares, él en cambio no había visto momento de hacerlo. Debía admitir que se sentía impaciente por comenzar con esa nueva etapa de su vida, con al fin tener la oportunidad de obtener nuevos conocimientos que le abrieran el camino hacia la excelencia y el poder.

Sonrió al ver a un chico luchando por aire mientras su madre lo abrazaba, él se enorgullecía de haber conseguido que el estrujamiento por parte de su madre no se alargara demasiado, era una bendición que la estuvieran esperando en el Departamento de Aurores para una misión y no pudiera entretenerse. También había recibido un abrazo de su padre, cariñoso, pero más comedido. Abrió el libro sobre teoría mágica avanzada que había escogido para el viaje y se olvidó del resto del mundo.

—¡Altais! —un voz conocida lo hizo salir de su concentración. Levantó la cabeza y miró al chico de pelo azul, en esa ocasión, y ojos miel acercarse con una sonrisa—. Qué bien te lo montas nada más empezar, ¿te importa que te acompañemos? Está todo ocupado.

Altais miro a Teddy Lupin a quien inicialmente había conocido de las reuniones anuales de la disfuncional Orden del Fénix a la que su madre pertenecía más que por ser su primo segundo, y con el que siempre se había llevado bien, y después la puerta del compartimento donde se asomaban dos chicos y una chica, también los conocía, o más bien sabía sus nombres, pero no había hecho más por socializar con ellos. Iba a ser un fastidio, eran muy ruidosos, pero asintió.

—Pueden quedarse, Teddy —respondió en un tono tan carente de emoción como podría lograr un niño de once años. Los amigos del metamorfomago no dudaron en arrojarse en los asientos y Altais arrugó la nariz un segundo antes de componerse.

Teddy curioseó sobre qué estaba leyendo, inclinando la cabeza para ver el título del libro cuando lo levantó de su regazo para seguir leyendo. Altais lo observó con media sonrisa ladeada, tenía una teoría sobre que el león no estaba en el escudo de Gryffindor por su bravura, sino por la curiosidad inherente de todo felino, había visto varias veces ese comportamiento, sobre todo en las reuniones de la Orden en las que había demasiados Gryffindor, sólo con los Weasley ya podrían ocupar toda la torre de dicha casa. Después el chico un año mayor que él sonrió negando con la cabeza, le alborotó el pelo de cabellos negros como la tinta y que se ondulaban en la base de su cuello en un gesto cariñoso usual en él, Altais tenía la sospecha de que el señor Potter se lo había pegado, eso explicaría el desorden en el pelo azul, aunque no podía rivalizar con el indomable del Jefe de Aurores, y lo dejó tranquilo sabiendo que si no había cerrado el libro significaba que no estaba por la labor de ser sociable en ese momento.

Ilusamente pensó que no alborotarían demasiado, o más bien se mentalizó de ello, se dijo que podría concentrarse en la lectura y tal vez habría podido hacerlo si ya hubiera estado metido en ello cuando el jaleo comenzó, pero siempre le costaba concentrarse en los primeros momentos.

El tren llevaba quizás una hora de viaje o más cuando decidió que aceptar a los amigos de Teddy allí en vez de mandarlos a paseo había sido una estupidez, una horrible debilidad hacerle el favor a su primo. Cada página había tenido que leerla tres veces y ni siquiera su mente brillante podía asegurar que incluso así hubiera asimilado algo. Se levantó abruptamente y se dirigió a la puerta.

—¿A dónde vas, Altais?

—Fuera —respondió secamente y se escabulló antes de que Teddy pudiera insistir por una respuesta adecuada.

Caminó por el pasillo mirando en los compartimentos cuando pasaba frente a ellos, pero sin detenerse, los que tenían la persiana alzada estaban llenos y no tenía interés en descubrir las razones por las que la gente las bajaba. Llegó a la parte delantera del tren, ya pensando que tendría que ir al vagón del equipaje para poder seguir leyendo, pero se sintió aliviado al notar que en ese área el ambiente era más comedido. No había compartimentos, los sillones se enfrentaban con una mesa en medio a ambos lados del pasillo que ahora era central.

No encontró mesas totalmente libres, pero sí poco ocupadas y eligió la menos ocupada en la que sólo estaba una chica de su edad de pelo rubio platino y ojos verdes que como punto a favor estaba leyendo un libro, eso casi le aseguraba que estaría a salvo de que tratara de entablar una conversación. Mientras se sentaba apreció los identificables rasgos aristocráticos con cierta curiosidad, pero pronto se centró en su lectura casi sonriendo con satisfacción por al fin poder hacerlo.

—Mirar lo que tenemos aquí, la pequeña hija de la gran Pansy Parkinson —una voz un tanto chirriante y sin duda desagradable rompió la calma que había en el vagón.

Un chico que debía tener la misma edad que él, espigado y con una sonrisa despreciable en sus gruesos labios caminaba hacia la mesa en la que se encontraba, concretamente hacia la chica que había estado ahí leyendo antes que él. Altais frunció el ceño, pero lo ignoró y trató de seguir con su lectura.

La aludida levantó la mirada, mortalmente seria, y observó a los tres que habían irrumpido en el vagón. El que había hablado tenía el pelo castaño y lacio, repeinado a un lado, casi parecía llevar peinado de monje. Le seguía una chica bastante guapa, también con el pelo castaño, pero ondulado en las puntas y ciertos rasgos asiáticos; y otro chico moreno y con los ojos azules.

—Me parece que no nos conocemos —contestó ella con tono frío.

—Tú a nosotros no, una pena, pero has estado demasiado tiempo escondida con tus padres. Mi nombre es Arley Higgs —se presentó tendiéndole la mano.

Ella simplemente la miró unos segundos antes de devolver la mirada a su libro, decidiendo que parecía demasiado imbécil como para perder el tiempo con él.

—Vamos, es de mala educación no aceptar una mano, ¿o es que además de esconderte has perdido las buenas costumbres? —inquirió el chico moreno apoyándose en la mesa.

Leyna no mostró en su rostro ni un atisbo de lo que le habían afectado esas palabras, y, con reticencia, apartó de nuevo la mirada del libro. —No deberías hablar de buenas costumbres cuando habéis sido vosotros los que habéis interrumpido mi lectura llamándome como si nos conociéramos de toda la vida y sin molestaron en presentaros adecuadamente.

—¡La pequeña Samuels tiene carácter! —rio el que había hablado primero.

—Sólo veníamos a ofrecerte entrar en nuestro grupo —dijo con suficiencia la chica castaña mientras se miraba las uñas.

La rubia los miró con incredulidad unos segundos antes de bufar y decidir que lo mejor era seguir con su plan inicial de ignorarlos.

—Arley, Mabel… —los reprendió un poco el moreno—. Soy Azaleh Farley —se presentó tendiéndole la mano, poniéndola entre ella y el libro—. Por unos minutos del largo viaje no te va a pasar nada.

La chica contuvo un nuevo bufido exasperada, ¿acaso no pillaban la indirecta? ¿Tan estúpidos eran? Estrechó la mano ofrecida y esperó a que se largaran, cosa que no ocurrió.

—Os dije que no sería complicado convencerla —dijo el de pelo castaño con una sonrisa arrogante.

—Yo no dije que fuera a ir con vosotros, quiero que os vayáis y me dejéis seguir —replicó ella sorprendida por la estupidez que estaba demostrando ese chico, no conocía a casi nadie de su edad, por no decir nadie, pero había pensado que al menos habrían dejado la infancia atrás.

—¡Aquí estabais! —exclamó un chico rubio de ojos castaños oscuros, llevaba en las manos la evidencia de que había asaltado el carrito de dulces—. Me descuido un momento y… ¡Ey! Tú eres la hija de Parkinson. Soy Rigel Wildsmith. ¿Qué haces aquí? Ven con nosotros, pillamos un compartimento, se está mucho mejor —la invitó alegremente y la cogió del brazo instándola a levantarse.

Altais apretó los labios en una fina línea, no podía creerlo, había tenido que huir del alboroto, encontraba un lugar de paz y volvían a joderle la existencia. Antes había considerado el vagón del equipaje como una buena opción, pero ahora lo descartaba, ¿por qué debería él juntarse con las mascotas cuando eran ellos quienes tenían tal falta de educación? Al fin y al cabo lo otro había sido un compartimento con "amigos", ahí no había paredes, fastidiaban a todo el mundo, y lo que era más importante, lo molestaban a él.

—Al final del tren encontraréis un lugar más adecuado para graznar como lechuzas salvajadas y continuar con vuestros asuntos de formación de una "manada" —dijo levantando la cabeza de su libro, la última palabra con desprecio en su tono neutro, y observando a todos los presentes.

Arley frunció el ceño y lo miró con odio. —¿Quién te crees que eres para hablarme así? Hago lo que me da la real gana —siseó.

—Por supuesto, como un cuervo sin domesticar, graznando, creyéndose algo cuando no es más que un pájaro negro —se burló Altais, no consideró presentarse, ¿por qué iba a hacerlo con esa falta de educación, por qué iba a honrarlos con ese conocimiento? Ron Weasley comiendo era más educado que eso.

El rostro del otro se volvió rojo de la rabia y fue a sacar su varita del bolsillo de la capa, pero sintió cómo otra se le clavaba en el costado.

—Dudo que sepas usarla, así que déjala dónde está —dijo con voz tranquila Leyna y miró al resto—. Largo.

—Vamos, Arley, ya seguiremos más tarde —dijo Azaleh, evaluando a Altais, el chico parecía tan tranquilo, pero los miraba atento.

—Venga, déjala que nos muestre de qué está hecha —intervino Rigel emocionado.

—Deberías cambiar de lugar a no ser que vuestra intención sea limpiar la Sala de Trofeos en la cena. Marchaos —dijo Altais, casi perdiendo la paciencia.

La chica rubia lo miró con resentimiento unos segundos antes de guardar la varita y ponerse en pie. Ese chico era igual de maleducado que los otros, ¿cómo se atrevía a echarla a ella también cuando no había hecho nada, cuando había llegado a ese lugar antes que él? Sin embargo, prefería no perderse la cena de inicio de curso y se mantuvo callada mientras salía del vagón con la cabeza bien alta.

—Vámonos —gruñó también Arley mirando por última vez al molesto chico.

Altais no reprimió su sonrisa de satisfacción cuando los vio marchar y guardó la varita que había tenido oculta en su manga, pero lista para defenderse de ser preciso. Sabía que esa chica no tenía del todo la culpa, pero sólo deshaciéndose de ella también se aseguraría de tener paz por el resto del viaje, podría atraer a otros o esos mismos volver con más gente molesta. Aún con la sonrisa en sus labios devolvió su atención al libro y el resto del viaje pasó rápido.


El castillo se cernía cada vez más sobre ellos a un ritmo sumamente lento, Altais no comprendía el propósito de llevar a los de primer año en barca cuando los thestral era más rápidos y no se corría el riesgo de caer al agua por culpa de algún niño nervioso como el que estaba sufriendo en esa barca, como aquello no acabara pronto tiraría al crío al agua o vomitaría, la otra opción sería petrificarlo, pero no estaría bien cuando aún no había pisado el colegio. Conocía toda la teoría, y su padre le había enseñado un poco de práctica sin que su madre se enterara, como tampoco sabía de las barreras que bloqueaban el rastreador por ser menor de edad de la casa, había cosas que su madre auror no tenía por qué saber. Altais disfrutaba de esos pequeños secretos con su padre, sus padres se querían, pero también chocaban en muchas cosas y simplemente su padre a veces consideraba que no merecía la pena discutir asuntos tan insignificantes que finalmente acabaría ganando.

Llegaron al embarcadero y no perdió un segundo en bajar. Siguió a los otros alumnos hasta detenerse frente a la puerta del castillo, escuchó al semigigante, Rubeus Hagrid, llamar a la puerta, pero no pudo ver quién la abría, intuía que la había abierto alguien porque no habían pasado inmediatamente.

—Los de primer años, profesor Flitwick —dijo Hagrid.

—Bien, bien —dijo entusiasta el hombrecillo—. Gracias, Hagrid, yo los llevaré desde aquí.

Altais observó el castillo con fascinación, lo sabía todo sobre él, hacía años que había leído iHistoria de Hogwarts/i, pero eso no lo preparaba para la abrumadora grandeza del lugar unido a la emoción que ya tenía por estar allí, por comenzar esa nueva etapa de su vida.

Se detuvieron ante las puertas del Gran Comedor y oyó al profesor hablarles de la importancia de la Selección, pero no prestó toda su atención a sus palabras, estaba más entretenido observándolo todo. Supo cuándo el hombre se fue dejándolos unos minutos solos, pero no se inmutó, sólo cuando volvieron a moverse siguió el flujo de nuevos alumnos y sintió que no daba a vasto para observarlo todo, especialmente el techo del comedor era fascinante, había ansiado verlo desde que leyó sobre él, era magia poderosa la que se había tenido que emplear para crear algo como aquello, esperaba algún día llegar a ser tan grande.

—Apeldty, Zaniah.

Se obligó a prestar atención a lo que estaba sucediendo, ya tendría tiempo de observarlo todo con detenimiento más tarde, no podía haber demasiados nombres antes que él y ya habían pasado unos cuantos antes de que reaccionase, observó a la chica caminar resueltamente a la mesa de Slytherin y reflexionó sobre sí mismo. No se sentía nervioso por la casa a la que fuera a parar por mucho que dijeran que era importante, pero él no era así, había ido allí a ampliar sus conocimientos, a formarse para llegar a ser alguien poderoso e influyente, sus compañeros de casa no iban a obstaculizarle. Su padre había ido a Durmstrang y su madre había estado en la Casa de Hufflepuff, no tenía nada que temer, fuera a la casa que fuera como mucho les daría algo nuevo sobre lo que discutir, pero no iban a mostrarle decepción alguna, al menos por ambas partes, sabía que cada progenitor tenía sus expectativas hacia él.

—Black, Altais —anunció Flitwick, y él pudo notar cierto tono dubitativo al pronunciar su apellido, su padre había mantenido un perfil bajo desde que regresó a Gran Bretaña unos años antes de que la guerra explotara, y cuando había acabado y se había casado apresuradamente con su madre no había cambiado de táctica.

Se abrió paso entre la gente ignorando los murmullos y a los alumnos en las mesas que estiraban el cuello para ver a un miembro de una noble familia que creían sin heredero legítimo. Subió los escalones hasta la plataforma de los profesores, se sentó en el taburete y cogió el ajado sombrero poniéndoselo en la cabeza sin demora.

—Hum… un Black, ¿dónde te pondré? Una mente brillante con ansia de conocimiento, y espíritu trabajador, especialmente decidido a probarse a sí mismo y lograr sus metas… —susurró la vocecilla el Sombrero Seleccionador, se quedó unos segundos en silencio antes de dar su veredicto—: ¡SLYTHERIN!

Altais dejó el sombrero en su lugar y se dirigió a la mesa de la que sería su Casa por siete años, repasando las características de esa Casa ladeó una sonrisa al pensar que probablemente era de las mejores opciones para que le dejaran apañarse por su cuenta sin molestarle. Tomó asiento todavía sintiendo las miradas curiosas mientras fingía estar atento a la Selección.

Observó con desagrado que uno de los alborotadores, ese Arley Higgs, acababa en su Casa, la idea de compartir habitación con él siete años se le hacía cuesta arriba y otro chico que también había ido a parar a su Casa por el apellido debía ser familia del otro chico moreno, no eran buenas noticias.

—Samuels, Leyna.

Altais reconoció el apellido de la otra chica del tren y la vio sentarse en el taburete, había algunos cuchicheos de aquellos que conocían el nombre de su progenitora. Él esperó que no tuviera la mala suerte de tenerla en su Casa, ya tenía a uno de los alborotadores en el dormitorio, no quería imaginar cómo sería si además tuviera en la Sala Común la otra parte en discordia.

—Sin duda tienes parte de Ravenclaw como tu padre… apasionada de los conocimientos… pero ese orgullo y tus determinación para lograr tus objetivos… No, no hay ninguna duda —el Sombrero Seleccionador se tomó uno segundos más manteniendo la tensión, aunque Leyna estaba tranquila, en la parte de la selección de casa estaba casi segura de a cuál iría, todo el mundo se lo había dicho, y el Sombrero terminó por confirmarlo—. ¡SLYTHERIN!

Ella sonrió de lado y bajó del taburete para caminar hacia su nueva mesa con la cabeza bien alta como le había dicho su tío Draco y sus acostumbrados andares elegantes, y se sentó al lado de una chica con el pelo caoba y largo con la que empezó una conversación.

Altais casi no podía ocultar el fastidio por el veredicto, iban a ser unos años muy largos, ya estaba contemplando afincarse en la biblioteca, al final sería lo más conveniente. Observó con alivio que la selección llegaba a su fin y que ninguno más de esos alborotadores iba a parar a su casa. Los platos se llenaron de comida y se centró en ello, ignorando la charla animada que se llevaba a cabo frente a él entre Leyna y la otra chica… Zaniah creía recordar, así como las miradas curiosas. Esperaba que aquello no se alargara demasiado y pronto se retiraran a las habitaciones para hacer algo de provecho antes de dormir.


Con el estómago lleno por la deliciosa cena que habían servido en el comedor, todos los de primero de la casa Slytherin caminaron detrás de sus prefectos camino a las mazmorras del castillo, el lugar en el que sabía que estaban las habitaciones de la noble Casa de Salazar Slytherin. El cambio de temperatura era notable conforme iban descendiendo por las escaleras del castillo, pero Leyna iba más concentrada en observar los cuadros y las armaduras que había por los pasillos. Ese inmenso lugar era impresionante, estaba fascinada y estaba deseando poder explorarlo, aunque hubiera preferido poder hacerlo de noche, una lástima que tuvieran horarios para ir a la sala común, debería esperar a quinto y hacer lo posible para ser elegida prefecta y así poder formar parte de las rondas de las que había escuchado hablar.

El prefecto de su casa, un chico de quinto llamado Marcus Fancourt, les estaba contando las normas una a una y con demasiado cuidado, como si fueran tontos y viera peligrar la Copa de las Casas de ese año. Le gustaría poder ver si ese chico era capaz siquiera de realizar una poción multijugos. Sus propios pensamientos la hicieron reír un poco, hasta que se percató de que Zaniah la estaba mirando con curiosidad.

—¿Pasa algo?

—¿Te ríes sola y me preguntas a mí? —replicó la chica de ojos castaños con diversión—. Quiero saber el chiste.

Leyna se encogió de hombros. —Sólo pensaba que nuestro querido prefecto cree que va a perder la Copa de las Casas por nuestra culpa —le contó con indiferencia—. Y que tal vez el tonto sea él y no sepa ni hacer una poción multijugos.

—No se supone que se deba saber hacer esa poción, ¿no? —repuso Zaniah mientras se echaba el pelo para atrás, sin ver la importancia.

La rubia la miró unos segundos y se volvió a encoger de hombros. —Sólo me refería a que no ha debido llegar a prefecto por su inteligencia.

—No sé, pero desde luego va a tratar de aguar toda la diversión —comentó haciendo un mohín de disgusto.

—¿Qué tipo de diversión? —preguntó con curiosidad, tal vez podría tener una aliada para escabullirse por las noches.

—Pues fiestas, bailes por las noches, hacer reuniones de chicas. Seguro que hasta trata de imponer una hora de dormir, hay demasiadas cosas que se pueden hacer por la noche —respondió soñadora y después hizo un gesto de disgusto.

Leyna asintió ante sus últimas palabras, en realidad sentía curiosidad por eso de las fiestas, las noches de chicas… nunca lo había tenido, pero su madre le había contado historias de cuando ella estaba en el colegio y parecía divertido. Observó a la prefecta que caminaba al lado de Marcus con cierta expresión de disgusto y sonrió.

—Ella también parece querer fiestas —comentó con diversión—. Igual tenemos suerte y lo podemos encerrar en el armario de las escobas.

Zaniah rio libremente. —Una gran idea —dijo emocionada, definitivamente viendo una amiga en Leyna—. Tenemos que hacer un gran plan y hacer una fiesta para fin de mes como mucho, podría ser una cada mes, eso sería fantástico, ¿no crees? Eso además de las reuniones de chicas semanales, obviamente —planeó con entusiasmo.

Ella rio divertida por la idea, en realidad no habían hablado con ninguna de las otras chicas que habían quedado en su casa, pero sólo era el primer día.

—Mira, ya hemos llegado —le indicó cuando se detuvieron frente a la entrada a las habitaciones.

—La contraseña durante esta semana será "runespoor", recordarla bien o no podréis entrar —les indicó el prefecto antes de darles paso a la sala común—. Dormitorios de los chicos arriba a la izquierda, de las chicas arriba a la derecha, los chicos no pueden subir al dormitorio de las chicas. Encontraréis vuestras pertenencias ya en vuestros dormitorios —indicó por último antes de ir a reunirse con sus amigos frente a la gran chimenea que había en la sala.

—El lago se ve impresionantes desde aquí —comentó Leyna admirando las cristaleras que daban al lago negro—. Es como me dijo mi madre.

—Me pregunto si las sirenas son tan feas como dicen —rio Zaniah comenzado a subir las escaleras hacia el dormitorio.

—Hay demasiadas cosas que ver —murmuró la rubia para sí con una sonrisa en sus labios, siguiendo a su nueva amiga a los dormitorios que ocuparían desde ese momento hasta final del año.

Continuará…

N/A: Tenemos fichas y fotitos de los personajes, podéis verlos en el evento correspondiente en nuestro Facebook.