In a broken dream

P RÓ LO GO

Minho sabía que el laberinto tenía sus maneras de romper a la gente.

Podía notarlo en su compañeros cada mañana que salían a hacer su recorrido y las esperanzas se desvanecían de sus miradas, aunque al volver tuvieran que ajustarse los pantalones y fingir que las cosas no estaban tan mierteras como lo aparentaban.

Era, a su humilde opinión, el segundo trabajo más pesado de el Área después de el líder, pues mentirle a un grupo de chicos huérfanos de que posiblemente aquel sería su único hogar era realmente una gran forma de matar el espíritu.

Nick podría haber sido un gran actor, pensó. Lograba levantar los ánimos de los demás sin siquiera mostrar sus verdaderos temores, ocultando sus demonios como nunca nadie lo había hecho pues debía mantener el orden en un lugar donde cualquier cosa podría hacer explotar las frágiles mentes de los chicos.

Esa era su más grande motivación para correr todos los días, además que era una forma de alejarse de esa vida común en la que los demás ya estaban inmersos. Sentía que ése no era su lugar, y la única manera de ser libre era, irónicamente, corriendo a través de los pasillos de el laberinto.

Aquella mañana transcurrió como cualquier otra: Con él dando instrucciones a sus demás corredores y comenzando su ruta de el día. Newt había empezado a caminar de nuevo por el accidente de apenas unas semanas antes, cuando Alby lo encontró.

Y pensaban que él era estúpido, pero no quiso hacer preguntas de lo sucedido.

Limpiando su mente de ideas, se concentró en el pasillo que le daba la bienvenida. No siempre lo recibía con tal vista tan serena, cubierto por una capa de neblina y la oscuridad de los rincones. Invitador, pensó, comenzando a sumergirse en su misión.

Sabia cada vuelta, cada sector y cada marca que distintos corredores habían dejado con el tiempo; Conocía las pisadas de Jack, a quien le quedaban los zapatos algo apretados o a Stephen, quien daba zancadas con sus piernas largas de jirafa. El laberinto ya no era más un extraño para él, y cualquier cosa fuera de su lugar era algo que saltaba a la vista.

El día estaba pasando.

Minho corrió la última vuelta del laberinto, seguro de que aquella sería la recta final antes de volver a casa y anotar todo en los mapas, hasta que el sonido de pasos altisonantes a los suyos le hizo girar en una esquina equivocada. Era un trote mucho más ligero que cualquiera de los que conocía, y sus sentidos se activaron de golpe, subiendo los latidos de su corazón.

Sea lo que fuese, se movía demasiado rápido, como si quisiera alcanzarlo.

Tap, tap, tap, tap.

En su plan, dio vuelta en la pared más cercana, colisionando con cualquiera que estuviese corriendo en dirección contraria.

¿Quién había sido el miertero que se había equivocado de sección?

Sintió la tierra metérsele por el cuello de la camisa, y los dientes chocar unos con otros. Algo aturdido pero levantándose del impacto, no dudó en descargar su furia.

—¡Pero qué demonios maldito Shank!—le gritó, esperando a encontrarse a Jack o Stephen, o algún otro idiota que estaba a punto de perder sus dientes, pero se encontró con algo que nunca había imaginado en su corta memoria.

Una chica.

Tenía los ojos rasgados y el cabello negro y largo en una coleta; sus rodillas estaban rojas por la caída, pero estaba muy bien equipada, con un reloj, mochila y navaja.

Era una corredora.

Sin palabras, retrocedió. La chica también aturdida se levantó del suelo y antes de que Minho balbuceara ella ya estaba corriendo por el pasillo del que había llegado. El chico sacudió la cabeza y miró su reloj, faltaban unos minutos para que las puertas se cerraran.

Los pasos trotaron lejos, hasta que se volvieron el suave arrullo en las paredes del laberinto.

Continuó su camino sin decir una palabra, tratando de recordar cada detalle en el rostro de la alucinación que lo había golpeado.

Si, el laberinto tenía maneras diferentes de destruir a uno.

Pero jamás pensó que encontrarían una para él.