Aún después de 3 años

A Candy Candy Romantic FF

"Todo parecía tan igual, tan como antes" –pensaba una bella chica rubia mirando el horizonte desde lo alto de su querida colina de Pony-

Candy había pasado por muchas dificultades a lo largo de su vida y gracias a eso se había vuelto mucho más fuerte, dispuesta a vencer todos los retos que se le presentasen en el futuro.

Tenía a Miss Pony y a Sor María, a sus amigos de la casa hogar, a Klin, a su querido Anthony reflejado en aquella rosa blanca que ahora formaba parte de un hermoso rosal como él lo hubiera querido.

Sin embargo, teniendo todo esto, sabía que no era feliz ya que algo le aquejaba, su corazón estaba vacío y el enterarse de que Albert era su adorado príncipe de la colina no le hizo amarlo, ya que aquella ilusión había muerto aquel día en el que Anthony dejó de existir. Todo lo que necesitaba para ser feliz era a su amado y adorado Terry, quien ya hacía más de 3 años que no veía.

Como cualquier día soleado de verano, Candy se dirigía, temprano, a regar las plantas, cuando la llegada del mensajero le distrajo de su tarea matutina.

- Buenos días, señor… ¿qué le trae por aquí? –Le decía Candy respetuosamente al hombre-

- ¿Quién es usted, señorita? –Le preguntaba el mensajero a Candy-

- No puedo creer que no se acuerde de mí. Soy Candy…

- ¡Dios mío! Como has crecido, muchacha…en serio has cambiado mucho desde los últimos 3 años…

- Bueno, el tiempo pasa, señor. Como verá, ya no soy la niña que conoció hace mucho…

- ¿Qué edad tienes, Candy? –le preguntaba el cartero, bastante sorprendido-

19 años, señor…-le dice Candy sonriendo al cartero-

- Vaya, veo que de la pequeña Candy que adoraba usar dos coletas, ya no queda nada…

Y era cierto, de la pequeña e inmadura Candy no quedaba más que el nombre. Su hermoso cabello ondeado ahora iba tocando su formada cintura, poseía facciones más finas y ahora era toda una dama hecha y derecha.

- Y dime Candy, ¿vas a seguir viviendo aquí?

- Pues estaba pensando viajar y conseguir un trabajo. Ya soy mayor de edad y no puedo permitirme abusar de la hospitalidad de Miss Pony y Sor María…

- Por cierto, tengo dos cartas para ti, Candy…-le dice el cartero sacando las cartas de su bolso-

- ¡¿En serio?! Pero… ¿quién las habrá mandado? –Preguntaba mientras las cartas eran puestas en su mano-

- Bueno, también tengo unas cartas para entregar en la casa de Tom, así que nos veremos, Candy –le dice el cartero despidiéndose.-

- Muchas gracias. Que tenga buena suerte…-le dice la rubia despidiéndose de él.- Veamos, ¿de quién será la primera? –dice abriéndola muy curiosa.- ¡Pero si es…! –Cambia su semblante emocionado a uno serio.- Es de Susana Marlowe… -ella abre la carta lentamente.-

Mi estimada Candy:

Creo que decirte esto sería un poco egoísta ya que han pasado muchos años después de que Terry y tú se separaron, pero en serio te agradezco lo que has hecho por mí, renunciaste al amor de tu vida por mi bienestar y lamento no haber podido detenerte en ese momento.

Sólo puedo decirte que esa felicidad que te fue arrebatada por culpa mía, volverá a ti cuando menos lo esperes, te lo aseguro. Confía en mis palabras…te sorprenderás.

Susana.

Candy se quedó muy pensativa por las palabras de Susana, realmente no entendía lo que la muchacha quería decirle con esa carta, lo único que pudo hacer es cerrarla y quedarse nula de todo pensamiento.

Después de un rato, se animó a leer la otra carta, la cual parecía un poco misteriosa ya que no tenía remitente.

¡Pero si ésta carta es…! –los sentidos se le nublaron en aquel momento.- Es de Albert…

Mi querida Candy

Hace poco recibí una carta de un prestigioso hospital de Nueva York, la cual era para ti, pero ya que no estabas, me atreví a leerla. Necesito que vengas urgentemente a ésta tu casa.

Le pedí a George que fuera a recogerte a la Casa Pony, espéralo con tus maletas listas hoy mismo al mediodía.

P.D.: Por cierto, te tengo una gran noticia, pero no la sabrás hasta que nos hayamos encontrado.

Saludos.

Albert

La chica ya estaba más que enfadada. Recibía dos cartas al mismo tiempo y las dos tenían secretos ocultos hacia ella.

Sin embargo, el que Albert le haya mandado una carta pidiéndole que vaya a verlo, le preocupaba, por lo que decidió ir a la casa de los Andree.

- ¡¿Cómo que te vas, Candy?! –Se exalta Miss Pony.-

- Lo lamento, pero es que recibí una carta urgente del Tío Abuelo Williams y estoy muy preocupada. Además…

- ¿Además? –Sor María le mira sin entender.-

- Yo…quiero forjarme un camino propio y si continúo aquí…no conseguiré vivir por mi misma, entiéndanme por favor…-dice, angustiada Candy a sus primeras madres.-

- Comprendo, Candy…-le dice Miss Pony con mirada seria.

- Pero Miss Pony…-le reclamaba Sor María a la mujer.-

- Sor María, Candy ya no es una niña de la que tengamos que cuidar. Ella ya ha tomado su decisión y debemos respetarla…

- Muchas gracias, Miss Pony. Si me disculpan, debo ir a alistar mis maletas…El señor George vendrá a buscarme para llevarme con mi familia adoptiva…

- Muy bien, Candy, entonces que te parece si te preparamos una fiesta de despedida…

- No, será mejor que no. Para mí aún es muy difícil separarme de los niños. Déjenlo así, por favor…

- Bueno, es tu decisión, mi niña.

- Muchas gracias, a las dos…Por cierto, me llevaré esto…-les muestra el álbum de fotos.-

- Candy, pero ahí aún está la foto del joven Grandchester…

- Es cierto…-ella sonríe.- pero déjenla ahí. Después de todo, me gusta ver su rostro de vez en cuando…-

- Candy…-susurraba tristemente Sor María.-

- No se preocupen, estoy bien…Bueno, me voy…-la chica sale rápidamente hacía su cuarto.-

- Candy aún no ha podido olvidar a ese joven, ¿no es verdad? –Comenta tristemente Sor María a Miss Pony.-

- Tiene mucha razón, Sor maría, se nota mucho.

De repente y sin que nadie lo espere, el teléfono comienza a sonar, siendo atendido por mis Pony. Miss Pony se sorprendió al oír el nombre de la persona que le hablaba. Esta persona le decía algo, lo cual hizo muy feliz a la anciana.

- ¿Miss Pony? –Preguntaba curiosa Sor María.-

- Comprendo. Muchas gracias. Si, cuente con eso…Adiós –la anciana corta la llamada y coloca el auricular en su sitio.-

- ¿Qué sucede, Miss Pony?

- Ay, Sor María, el amor puede hacer muchos milagros…

- Pero no le comprendo… ¿a qué se refiere? –le preguntaba la monja sin entender.-

La anciana solo atinó a sonreír pícaramente a la pregunta de la monja, quien estaba más confundida que antes. Por otro lado, Candy se encontraba encerrada en su habitación, alistando sus maletas, cuando fue interrumpida por un insistente toqueteo a su puerta.

- ¿Quién es? –pregunta la chica pecosa.-

- Somos nosotras, Candy -le decían las mujeres por el otro lado de la puerta.-

- Pasen, por favor…

- No te preocupes, hija. Solo venimos a decirte que Sor María y yo nos llevaremos a los niños a casa de Tom, mientras tu te marchas, Candy. –Le decía algo animada la mujer.-

- Muchas gracias, Miss Pony, Sor María, realmente se los agradezco…-dice la muchacha sollozando.-

- Candy…-Miss Pony toma la llave y abre la puerta, entrando con Sor María- prométenos que serás feliz…

- Lo seré, lo juro…-dice Candy segura de si misma.

Las mujeres no lo aguantan más y abrazan fuertemente a su hija, la cual les corresponde el abrazo, triste.

- Les prometo que regresaré…Conseguiré un buen trabajo y en mis vacaciones, las vendré a ver…

- Te estaremos esperando, Candy. Cuídate mucho…

Después de un pequeño momento, Candy se despide de sus pequeños amigos, quienes, pensando que ella estaría cuando regresaran, se despiden alegremente de ella. Con algunas lágrimas de tristeza, Candy les sonríe lo mejor que puede y les deja ir.

Ya una vez lejos sus amigos de ella, la muchacha toma sus maletas y espera el auto que la conducirá hacia su destino.

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Hacía mucho viento aquel día en la estación. El apuesto joven de ojos verdes y marrones cabellos esperaba impaciente un auto que pudiera llevarlo hacia su maravilloso destino. "Al fin la vería, al fin la besaría, abrazaría y amaría como siempre quiso". Mientras esperaba impacientemente un auto que le llevara, el muchacho recordaba lo que había sucedido mucho antes de eso.

- ¿Libre? No entiendo lo que quieres decirme, Susana…

- ¿Eres tonto o qué? –Dice la chica seriamente- Te estoy diciendo que te marches. Yo ya estoy completamente recuperada y…

- Pero eso no cambia nada. Yo te dije que estaría contigo hasta que dijeras que no y…

- ¿Pues que crees? Ya no quiero…-le decía tranquilamente-

- Pero tu madre…

- Que no te preocupe mi madre, Terry. Acabemos con ésta farsa de una vez…-la chica le sonríe tiernamente- Ahora ve a por tu verdadero amor…

- Susana…-le dice agradecido y con una dulce mirada- ¡muchas gracias!

Es cierto, Susana le había dejado libre y ahora podía hacer lo que realmente quería hacer, vivir para una sola mujer, para su amada Candy. Cuando volvió a la realidad ya se encontraba subiendo a pie la gran colina de Pony.

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Candy estaba realmente cansada. Ya habían pasado dos horas, ya era más de medio día y no había ni rastro del coche de la familia. Como no pudo más con su aburrimiento, vio fijamente la cima del árbol y no dudó en subirse a él. El paisaje se veían tan hermoso y la rosa de Anthony aún no se había marchitado, realmente era un milagro. "¡Claro!" –Pensaba- "No por nada se llamaba Dulce Candy. Esa rosa era igual a ella". Klin, quien se había despertado de una gran siesta, vio a su ama en lo alto del árbol, así que no dudó y le hizo compañía.

Mientras, el muchacho ya había logrado subir hacia la hermosa colina de Pony, encontrándola más hermosa de lo que la había visto antes. Terry siguió caminando, hasta encontrarse con la pequeña casita de Miss Pony, pero algo le atrajo la atención y era el par de maletas que se encontraban en la puerta de la casa. Sin embargo, el joven siguió recorriendo el sitio y se topó con el gran Padre árbol, como alguna vez le dijo Candy que le llamaba. El chico de cabello marrón se quedó sorprendido por la variedad de rosas que había alrededor del Padre árbol, hasta que una le llamó la atención, una hermosa flor blanca que tenía un pequeño lazo color rojo que decía "Dulce Candy". No lo dudó, esa era la rosa que Anthony le había regalado a Candy en su niñez. Se sintió algo molesto, pero luego una voz le sorprendió.

- ¡Cuidado! ¡Hágase a un lado!

Tarde. La chica ya había caído encima del joven, el cual se quejó de dolor

- ¡Klin!- el coatí ya estaba en la parte baja del árbol.- Auch, eso dolió bastante.

El caballero, después de recuperar la compostura, la miró fijamente mientras ella se frotaba la cabeza por el dolor de la caída. Terry sonrió de felicidad, al fin la había encontrado.

- ¡Disculpe, señor! ¿Se encuentra bien? –la joven de cabellos rubios dejó a Klin para después acordarse de la persona que estaba en la parte baja del árbol cuando ésta cayó.

Como el afectado llevaba una gorra, Candy no pudo ser capaz de reconocerlo, así que sólo se limitó a mirarlo preocupada por su estado después de la caída.

- Siempre tienes que ser tan elocuente, tarzán pecosa…-menciona sonriente el chico.

- ¡Oiga! ¡¿Cómo se…?! ¿Eh? ¿Cómo me llamó? –la muchacha no podía creer lo que había oído.

- Te llamé tarzán pecosa, Candy…-el muchacho se quita la gorra, dejando al descubierto su rostro.

- Te…Terry…-la muchacha no lo podía creer. Terry estaba a su lado. Quizás a eso se refería Susana con esa carta…Terry había regresado a su lado, su felicidad había vuelto a ella. Klin les miraba feliz de verlos juntos nuevamente.

"Su cabello, su rostro, sus ojos, su cuerpo, todo en ella había cambiado" –se decía Terry- Pero sabía que sus sentimientos seguían siendo los mismos. Cuando le había añorado, cuanto había rezado por ver su rostro, por oír su voz y ahora, finalmente, sus deseos fuero oídos.

- Ha pasado el tiempo, Candy. Al fin nos volvemos a encontrar, mi hermosa señorita pecas…

- ¡Terry! –la muchacha no dudó en abrazarlo. Lo había necesitado desde el instante en que le dijo adiós aquel día nevado en Nueva York. Terry, feliz de tenerla nuevamente entre sus brazos, la atrajo fuertemente hacia él, respirando su delicioso aroma una vez más.

¡Continuará!

Ojala que les haya gustado el principio de esta hermosa historia, la cual no debió haber terminado como terminó –a decir verdad, yo prefiero el final italiano -

¡Weno, Matta ne, mina-san!

Dayito-chan