-No seas paranoico. Es mi gato —contestó Karin agitada—. Y siéntate, por Dios —lo empujó hasta el sofá donde las noticias sobre la muerte del latino y la desaparición de Temari eran emitidas como flashes cegadores. Al margen de la antipatía que Suigetsu le despertara en esos instantes, primaba más la importancia de la tragedia de sus amigas, por eso lo dejó entrar cuando, en otras circunstancias, le habría cerrado la puerta en las narices—. Cuéntame qué sabes. ¿Cómo sabes dónde vivo?

—Porque me lo dijo Rizzo, la hermana menor de Kaguya.

«Esa bocazas», pensó Karin.

—Me llamó hoy por la mañana para decirme que no sabían nada de su hermana desde la noche pasada. Que hoy era el cumpleaños de su madre, y que era raro que Kaguya no hubiese vuelto a primera hora. Y ahora, al ver la noticia —sus ojos se clavaron en el televisor de pantalla plana, y perdieron parte de su luz ante las imágenes del cuerpo de su amigo cubierto por un cobertor plateado.

Suigetsu estaba nervioso. La angustia ahogaba su estómago como una serpiente constrictora.

Un gato peludo de color negro y ojos amarillos se asomó entre los barrotes de acero de la baranda que asomaba a la planta inferior. Miró a Suigetsu y después buscó a su dueña con la mirada. Cuando la encontró, bostezó y bajó las escaleras de madera hasta llegar al salón.

—¿Desde cuándo tienes un gato? —preguntó incrédulo.

—Eso a ti no te importa —contestó tajante. ¿Qué hacía Suigetsu despierto a estas horas?

Suigetsu no replicó y se limitó a observarle con gesto contrariado.

—¿Qué come? ¿Humanos? Está gordo —señaló.

—Suigetsu, si has venido aquí a meterte con Rey...

—¿Rey? ¿En serio? —Siempre pensó que quería tener un perro, nunca imaginó que Karin prefiriese los gatos. Aunque, bien mirado, cuadraba con su nuevo carácter de Dómina esquiva y altiva.

—¿Qué haces despierto a estas horas? —quiso saber.

—¿Y tú?

—Me he desvelado.

—Yo también.

Como ninguno de los dos iba a revelar la razón de su insomnio y su desvelo, Suigetsu decidió centrarse en lo que le había llevado hasta allí, sin mirar lo elegante que era su hogar y la zona tan cool en la que estaba ubicado dentro de la ciudad de Nueva Orleans, así que le explicó lo que sabía.

El día anterior recibió la llamada de Shikamaru, diciendo que estaba preocupado.

Antes de vivir en Miami y conocer a Temari, su amigo residió en Toronto, donde tuvo serios problemas financieros y, para mejorar su situación, sucumbió al dinero fácil. Pidió un préstamo a personas con las que jamás debió tener relación a cambio de que, cuando necesitaran su ayuda, él se la daría.

Shikamaru pensaba que nunca le pedirían nada porque, el tiempo pasaba, él no tenía nada que les interesase y nadie reclamaba su presencia en ningún lado. Llegó a creer que se habrían olvidado de él.

Pero Suigetsu sabía que nadie olvidaba un préstamo personal, y si ese préstamo no se pagaba dentro de los plazos, acababan cobrando intereses de la peor de las maneras.

Al parecer, a Shikamaru le pidieron algo que él no estaba dispuesto a dar, y ayer noche, junto a Temari, decidieron dejarlo todo, coger carretera y manta y huir, pues temían por su seguridad.

Karin le sirvió una copa de coñac y se puso otra ella. Necesitaba entrar en calor. Ambos lo necesitaban.

Contempló a Suigetsu por debajo de sus largas pestañas.

Estaba destrozado. Su cabeza gacha y abatida no insinuaba otra cosa que una profunda tristeza. Shikamaru era un muy buen amigo, y alguien le había arrebatado la vida.

—¿No sabías nada acerca de las deudas de Shikamaru? —preguntó Karin.

Suigetsu negó con la cabeza.

—Sabía que necesitaba un trabajo, por eso le ofrecí llevar la Mamasita. Pero no me imaginé que tuviera deudas de ese calibre con nadie.

—¿Y no tienes ni idea de a quién le debe dinero? ¿No te nombró a nadie? ¿Nada?

—No —bebió de golpe la copa de coñac y desvió la mirada hacia ella. Dejó la copa vacía sobre la mesita de centro y se levantó del sofá con determinación—.Como sea. No puedes quedarte aquí sola. Recoge tus cosas.

Karin no supo si la orden le sentó fatal o si le hizo gracia. Nadie se las daba ya, era al contrario. Y ver que Suigetsu se sentía capaz aún de imperar en ella la ofendió. Pero también estaba asustada. Saber lo de Shikamaru la había afectado mucho, y comprender que Temari podría correr la misma suerte, la dejó temblando interiormente.

Temari era su amiga. De las pocas que tenía. Ella, Mei y Kaguya eran las personas con las que más hablaba. El ser Dóminas y fuertes en un mundo tan sexual y de tanta testosterona las había unido.

Sin embargo, a Mei la perdieron en el torneo de Dragones y Mazmorras en las Islas Vírgenes. Y por el modo en que se dio, fue una pérdida traumática, dura e inolvidable, pues la hizo reflexionar sobre el tipo de personas que frecuentaban su mundo, hasta que llegó a la conclusión de que pudo haberle sucedido también a ella.

A raíz de su asesinato, los de más peso del mundo BDSM, entre los que estaban ella y Suigetsu, se cuadraron para no prestarse a eventos frívolos, lúdicos ni nada parecido, ya que, lamentablemente, siempre había gente enferma y sin filtro que no entendía lo que era en realidad la dominación y la sumisión. Esos individuos con problemas mentales y malicia en su espíritu acababan manchando su mundo, dándole una reputación insana que nadie merecía.

Por esa razón, Karin y unos cuantos más, intentaron dar una vuelta de tuerca y crear un evento de puertas abiertas, sin ánimo de lucro, para recaudar fondos para una casa de acogida que Karin tenía entre ceja y ceja.

Pero aún así, siempre habían pirados y coleaban problemas alrededor. De una manera o de otra, sucedía algo que enturbiaba la noche. Una pelea, una denuncia de una chica, gente ebria que confundía una reunión de bedesemeros con un local de striptease y prostitución... Como si el BDSM fuera una reunión de moteros de Ángeles del Infierno y al final tuviera que haber algún tipo de conflicto violento.

Debido a eso, y también gracias al dinero que había ganado por participar en el torneo y por ser quien era, consiguió ahorrar mucho y recoger el capital suficiente como para poder vivir bien, invertir y, en un futuro que esperaba próximo, montar un negocio que le diera beneficios. Pero adoraba ser Ama, ser Dómina... Le encantaba tenerlo todo bajo control, pues muchas cosas de su vida se le habían escapado de las manos. Su infancia, su felicidad, su corazón... demasiado había perdido por haber cedido las riendas y entregarse a ciegas, y no quería que le volviese a suceder.

Y ahora sus amigas Temari y Kaguya habían desaparecido casi al mismo tiempo. ¿Una terrible casualidad? ¿Fatalidad? O, ¿acaso tenían relación? Fuera como fuese, no necesitaba que Suigetsu la protegiera.

—¿Qué has dicho? —Karin esperaba haber oído mal.

—Que recojas tus cosas. Nos vamos.

No. No había oído mal. Muy por el contrario, escuchaba demasiado bien.

Sonrió con frialdad y tomó a Rey entre sus brazos, que pedía la misma atención que aquel repentino e inesperado invitado.

—No me voy a mover de aquí.

—Karin —dio un paso al frente—. Te vas a venir conmigo, lo quieras o no.

No me gusta el cariz que está tomando esto.

—Ni a mí me gusta el cariz de tus órdenes —acarició el cogote de Rey con parsimonia—. Estoy tan asustada y nerviosa como tú. Siento muchísimo lo de Shikamaru, y me preocupa mucho lo que pueda haberle pasado a Temari o a Kaguya... y, espero... —cerró los ojos con consternación—. Ojalá las encuentren. Pero nada de eso tiene que estar relacionado conmigo. Tal vez Kaguya aparezca de aquí a unas horas con una buena resaca. A ella le gusta mucho la fiesta.

Ojalá fuera eso. «Ojalá que ella esté bien», pensaban los dos internamente, pero en el intercambio de miradas decían otras cosas, pues intuían que después de lo de Shikamaru, las malas noticias vendrían la una encadenando a la otra. Era la Ley de Murphy: si algo podía salir mal, saldría mal.

—Karin —las aletas de la nariz se le distendieron—. Haz lo que te digo.

Fue la gota que colmó el vaso para ella. Nadie le daba órdenes en su casa, y menos él. Puede que la situación fuera extraña y angustiosa, pero no iba a perder los nervios o a dejarse llevar por la histeria incomprensible de Suigetsu.

¿Qué demonios le importaba a él lo que le sucediera a ella? Ella no le importaba lo más mínimo, lo demostró cuando decidió creer lo peor de ella, cuando la encontró rota y atada a aquel potro del demonio.

No. Suigetsu no pintaba nada en su casa.

—Quiero que te vayas —le dijo sin más—. No me gusta cómo me hablas —avanzó hasta la puerta de la entrada con Rey en brazos y la abrió invitándole a salir—. Un detalle que te hayas preocupado por mí. Gracias. Pero ya te puedes ir.

El Príncipe la miró de arriba abajo con gesto indescifrable.

La tensión de su mandíbula reflejaba que no estaba de acuerdo con aquella decisión, pero tampoco podía pelearse con Karin y obligarla a irse de su casa.

Ella ya no le obedecía y era totalmente independiente y capaz.

Arrastró sus pies hasta la salida, echó un último vistazo a aquella casa elegante y soberbia como su dueña y se fue a regañadientes.

Karin cerró la puerta blindada blanca y apoyó la espalda en la madera.

Esa visita era surrealista.

Las imágenes que seguía emitiendo la televisión la dejaban helada.

Y el pensamiento que cruzaba su mente la inquietaba: Shikamaru muerto, Temari y Kaguya desaparecidas... ¿Acaso ella debía sentirse en peligro?

¿Y por qué tuvo que abrirle la puerta a Suigetsu?