Presentación
¡Hola!
Sé que no tengo vergüenza; porque tengo muy abandonadas las series de esta cuenta. He intentado actualizar, editar y todo eso; pero cada vez que las leo se me ocurren nuevas cosas y total que no consigo terminar ni un sólo capítulo decentemente.
En fin, el caso es que ayer las musas se pasaron a visitarme y salió esta pequeña historia. Hace años que no escribo sobre Ranma; así que quizás todo esté OCC. Como siempre, la cosa es más drama y romance que aventura. Mucha seriedad, lo reconozco; sin embargo poco puedo hacer: así salió.
Gracias por leer. ¡Saludos a todos!
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Vidas Cruzadas
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El puente camino del consultorio del Dr. Tofú estaba igual que siempre. Bajo él, la corriente de uno de los canales de Nerima fluía lentamente. No era temporada de lluvias, así que el canal lucía sólo medianamente lleno, y el agua que contenía no era tan cristalina como antaño.
Nada era como antaño.
Ranma se detuvo, inseguro de hacia adónde ir. No se trataba de que no conociera el rumbo, por supuesto; sino que en realidad dudaba cuál camino tomar hacia el dojo Tendo.
¿El Nekohanten? Ese lugar no estaba permitido para él, no desde que Muo Tsu asumiera el mando y ambos llegaran a un acuerdo honorable ¿U-chan's? Mala idea, después de todo, Ukyo lo detestaba y con bases ¿Furinkan? En absoluto, en especial cuando se trataba ni más ni menos que del sagrado territorio de Kodachi. La última vez que se cruzaran por casualidad, ambos habían acabado discutiendo por horas respecto a cierta asignación para Eijiro. Al pensar en la gimnasta sonrió, sin poder evitar que una mueca de diversión se dibujara en su rostro, habitualmente sombrío. Contemplar a Kodachi fungiendo como directora siempre le causaba gracia; tal vez no estaría mal pasarse por la que antaño fuera su escuela.
La heredera Kuno había asumido su labor tan en serio que Furinkan era considerado ahora una institución de excelencia en el distrito. Aunque Kodachi continuaba siendo extravagante; eso que ni qué. La gimnasta había cambiado los listones y las acrobacias por el kendo y el arpa en una suerte de homenaje póstumo a los dos hombres de su familia; a saber el mismísimo director Kuno, su padre y Tatewaki, su hermano mayor.
Ranma miró por un momento hacia el cielo, donde las nubes grises se desplazaban con lentitud. Eran más de las cuatro y pronto las mensajeras de la lluvia se teñirían con los colores del ocaso. Pensar en Tatewaki siempre lo descolocaba, provocándole una extraña emoción parecida a la tristeza. A pesar de sus locuras, el heredero Kuno y él habían compartido algunas aventuras memorables, y su partida inesperada e injusta aún le dolía; aunque no tanto como a Nabiki, por supuesto.
Ranma pensó en la mujer que casi se había convertido en su cuñada. Con Kasumi en su nuevo hogar, y ocupada con su propia familia, Nabiki había sido quien acabara por asumir la gestión del dojo y la casa; más por deferencia hacia la memoria de Akane, que porque las artes marciales en verdad le interesaran. Sin embargo, no había pasado mucho tiempo cuando, para asombro de propios y extraños, eso había cambiado y, bajo la tutela de su prometido y de Soun, su padre, Nabiki se había transformado en una excelente kendoísta, con una pasión genuina y una habilidad fuera de serie que, incluso en el presente, la hacían destacarse entre los instructores de esa región del país.
Ranma contempló el agua corriendo bajo sus pies, sin poder evitar que la tristeza y melancolía con las que había aprendido a vivir después de Jusenkyo, lo dominaran.
¿Cómo diantre su vida se había desmoronado en un segundo? Lo cierto era que a esa simple pregunta jamás obtendría una respuesta satisfactoria y sabía, por seguro, que esa misma cuestión atormentaba también, después de tantos años, a Nabiki.
Con un futuro promisorio esperando por ellos, Nabiki y Tatewaki se habían comprometido mientras cursaban sus estudios universitarios. El kendo los había unido como ninguna otra cosa antes y, paradójicamente, había sido el kendo también el que, de una manera indirecta, los había separado definitivamente.
¿Quién podía imaginar que la prisa de Tatewaki por llegar a tiempo a un importante torneo en el que participaba su prometida culminaría en desastre?
A pesar de que habían transcurrido casi diez años, Ranma recordaba aquel doloroso episodio como si hubiese ocurrido la semana anterior.
─"Tatewaki detestaba conducir, tú lo sabes" ─había dicho una Nabiki temblorosa y ausente como jamás la viera, cuando acudiera a recibirlo durante el funeral─. "A Tsuyako" ─dijo, refiriéndose al chofer habitual de su prometido─, "lo llamaron por una emergencia familiar y tuvo que ausentarse de improviso".
Esa tarde y la noche que siguieron, por toda respuesta a sus palabras plagadas de desesperación no revelada, Ranma sólo había podido abrazarla, tal y como ella lo había hecho a su regreso de Jusenkyo, rumiando en silencio un sufrimiento que, bien sabía, no disminuiría con el tiempo.
Sí, Nabiki y él compartían un dolor muy parecido: la desdicha de haber perdido a la persona con la cual deseaban pasar el resto de sus vidas. Aunque Nabiki a diferencia de él, por lo menos había tenido la alegría de ver correspondido su amor y, en el colmo de la fortuna, el destino le había otorgado la bendición de Eijiro, quien se había convertido en la fuerza que la ayudara a superar la tragedia y determinar un nuevo rumbo para su vida.
Gracias a afortunadas circunstacias, para las fechas en que la existencia de Tatewaki se apagara debido a ese accidente, meses antes del día fijado para la ceremonia nupcial, Nabiki se había descubierto esperando un hijo del hombre al que amaba y eso, más que ninguna otra cosa, la había ayudado a sobrellevar la terrible pérdida, siendo ese el momento a partir del cual, pese a los interminables cacareos de Soun, Genma y Nodoka, Nabiki tomó resoluciones drásticas para impedir que la vida de su hijo se viera alterada por intereses ajenos que sólo estaban fundados en el egoísmo.
Ranma volvió a mirar hacia el cielo, buscando una vez más, sin esperanza de encontrarla, esa esquiva respuesta a su propio tormento. A un drama existencial que, pese al tiempo transcurrido, parecía insistir en volverse actual.
Si tan sólo él y Akane hubieran sido ya un poco adultos; si no hubieran sido tan orgullosos, testarudos y necios...
Ranma se llevó las manos al rostro, frotándolo con fuerza, como si con eso pudiera ahuyentar los recuerdos más dolorosos y preciados de su vida. Tiempo atrás, al dejar Nerima para unirse al ejército, había resuelto con su habitual determinación jamás pensar en el "hubiera".
Ningún sueño, ni reflexión iba a devolverle a Akane. El destino no podía girar para volverse atrás. Akane estaba muerta porque él no había sido lo bastante ágil para impedirle tocar esa arma; él no había sido lo suficientemente poderoso para vencer a Saffron, el señor de la montaña de fuego, y obtener el agua que le devolvería la vida.
Akane estaba muerta gracias a su estúpida obsesión por volver a ser un hombre completo.
Ranma miró más allá del canal, hacia el vecindario de sus días de juventud. Pocas cosas habían cambiado desde aquel entonces que le parecía tan lejano. Ahí no había ya nada para él, excepto recuerdos que si bien eran amargos, representaban la etapa más feliz de su existencia. Por capricho del destino, Nerima continuaba siendo su hogar y estaba condenado a volver, una y otra vez, debido a que ese era el sitio al cual, diez años atrás, había resuelto anclar su vida.
─¡Eah! ¡Ranma! ─la voz de Eijiro distrajo su atención. El niño agitaba la mano en alto vigorosamente, tratando de hacerse notar por él al tiempo que corría hacia el puente─. ¡Sí veniste! ─exclamó, lleno de júbilo─. ¡Qué bien! ¡Mamá se pondrá de mejor humor ahora! Ha pasado la mañana entera peleándose por teléfono con algunos proveedores y pateando traseros de alumnos indisciplinados y hasta yo la he pasado a llevar. Aquí en confianza debo decirte que ella pensó que no vendrías y por eso es que se ha enfadado. No deberías trabajar tanto ¿Sabes? Hay cosas mucho más importantes que los entrenamientos y los operativos... tu familia, por ejemplo.
─¡Cuida lo que dices, monstruo! ─advirtió Ranma, lanzando un afectuoso puñetazo al muchacho, mismo que fue diestramente esquivado. En respuesta al movimiento, los negrísimos y abundantes bucles del chico, mismos que proclamaban su parentesco con Kodachi, se agitaron, balanceándose rítmicamente.
Eijiro era netamente Kuno por dondequiera que se le mirase y Nabiki gruñía cuando se comentaba en su presencia que parecía más hijo de Kodachi que de ella. El primogénito de Tatewaki y Nabiki era una extraña, aunque perfecta mezcla de la apariencia de Kodachi, la tozuda ceremoniosidad de Tatewaki y la brillante mente de Nabiki.
─¡Pero es cierto! Últimamente nos has abandonado mucho ahora que tienes ese nuevo cargo ─protestó Eijiro, con la típica actitud insolente que reservaba sólo para Ranma─. Aunque también es cierto que mamá exagera. No sé cómo puedes soportarla con ese carácter que se carga. Creo que, de todos los hombres que existen en el mundo, tú eres el único que la comprende ¡Vaya suerte! ─afirmó, con tono extremadamente serio; claro indicativo de que había reflexionado concienzudamente en el asunto.
Ranma no pudo evitar reír ante la solemne afirmación de Eijiro. Era bien conocida la severidad que Nabiki dispensaba a todo miembro del sexo masculino con el que tuviera que tratar por razones de negocios. Mención aparte era la manera en que Eijiro explicaba las cosas, misma que le provocaba gracia y una inaudita sensación de orgullo. Él mismo, aún ahora y con todos sus treinta y uno a cuestas, no conseguía hilar las frases con tanta soltura como Eijiro. El niño había crecido en un ambiente dominado por la ceremonia y la corrección gracias a la influencia de Kodachi, a quien Nabiki había permitido participar de su educación para asombro de la familia al completo.
Ranma contempló al vástago de la que hubiera sido su cuñada pensando que, como siempre, Eijiro no andaba lejos de la verdad; porque el único hombre a quien Nabiki Tendo dispensaba verdadera confianza era precisamente a él: Ranma Saotome.
Nada había sido sencillo para Nabiki después de la muerte de Tatewaki. Para empezar, podía recordar el desagradable escándalo que Soun y Genma habían armado al enterarse de la llegada de un nuevo miembro a la familia, viendo en tal suceso una oportunidad para reclamar parte de la fortuna de Tatewaki y también a un posible heredero de la tradición de Combate Libre Indiscriminado. Los Kuno no habían actuado mejor, pues tanto Kodachi como su padre habían estado dispuestos a reclamar la custodia de Eijiro utilizando para ello todos los subterfugios que el dinero podía comprar; sin embargo, Nabiki había luchado con uñas y dientes por evitar que la estupidez de los mayores, como ella la llamaba, arruinara la vida de su hijo incluso antes de nacer; y él, Ranma, había estado de su lado; para asombro de todos, hasta de él mismo.
Nabiki no había tenido más opción que dejar Nerima y había sido él quien le había ofrecido un hogar y la oportunidad de una vida pacífica mientras su embarazo transcurría. Él había visto nacer a Eijiro y, tras el parto, lo había acunado entre sus brazos y alimentado durante la etapa más difícil de la recuperación de su madre.
Ninguno se hubiera atrevido a soñar con que la otrora Reina del Hielo de Furinkan y el tipo más problemático de Nerima podían ser aliados invencibles, cuando así lo requería la ocasión.
Ninguno habría imaginado nunca que Ranma Saotome y Nabiki Tendo se casarían.
