Capítulo I: La batalla que no se luchó/¡Roma es mía!

Era un hermoso día de verano en la Armórica1; las mariposas revoloteaban entre las flores en procura de néctar, en el bosque un pájaro carpintero tallaba un árbol mientras una familia de pajarillos le protestaba, los jabalíes corrían presurosos por los arbustos y los legionarios marchaban a paso de ganso hacia su gran objetivo: la irreductible aldea de los galos.

Pero esta vez las cosas eran diferentes. Todos los legionarios de los cuatro campamentos que rodean a la aldea estaban al mando del mismísimo Cayo Julio César. Él mismo comandaba en persona a toda la soldadesca que ya había salido del bosque y tenía a la vista a la aldea. Los separaba un campo despejado cubierto de verdísimo césped y flores.

César dio la orden y en un parpadeo los legionarios, venidos ellos de todas las provincias de la República, se formaron perfectamente delante de él. Ellos estaban muy asustados; la experiencia les había demostrado que aquellos galos eran huesos duros de roer, especialmente ese gordo alto y pelirrojo llamado "Óbelix". Eran muy fuertes debido a que su druida les daba a beber una rara poción que les daba temporalmente sobrehumanas fuerzas. Inútiles hasta el momento habían sido los esfuerzos de César y sus lugartenientes para subyugar esa aldea y apoderarse de la dicha fórmula de la poción...o eliminar al druida.

Hoy César y sus legionarios pensaban que las cosas serían propicias para ellos. No sólo todos los legionarios de todos los campamentos vecinos estaban unidos; también algunos galos traidores, godos, germanos y normandos y hasta un grupito multicolor de piratas se les había unido con el fin de aplastar definitivamente la aldea irreductible con todos sus habitantes.

"Hoy los dioses favorecen a César. ¡De una vez por todas él aplastará a esa cochina aldea que sólo le ha significado humillación tras humillación." Decía Julio César, hablando de sí en tercera persona (como siempre lo hace)2 delante de Fonus Balonus, Estratocumulus, Cayus Bonus y los demás comandantes de los campamentos romanos de los alrededores. "Hoy César esclavizará a esos galos insolentes y se apoderará de la fórmula...y si Panorámix no se la da, ¡César lo mandará al circo con toda esa gentuza!"

Luego César se dirigió a su arquitecto, Anguloagudus. "César te ha traído acá no sólo para que presencies la batalla sino para que, después de que triunfemos, diseñes y construyas un monumento fabuloso que conmemore su victoria sobre los galos y una ciudad que rivalice con Roma en el lugar que ocupa esa apestosa aldea".

"Con todo gusto, César" Dijo el arquitecto. Aunque con un poco de miedo pues ya había mordido el polvo antes ante estos galos, hoy se sentía con mejor actitud. Creía que la victoria estaba hoy de lado romano.

Los galos irreductibles habían visto formarse ese ejército frente a su aldea. El más grande que habían visto en sus vidas. Sólo Ásterix, Óbelix y Edadepiédrix estaban ansiosos por entrar en batalla.

"Huuuy, Ásterix. Son muchos romanos. ¿Me los dejas todos toditos?" Preguntaba Óbelix a su pequeño amigo rubio.

"Sí, Óbelix, sí. Sólo espera que Panoramix, nuestro druida, termine de preparar la poción mágica. Creo que esta vez va a necesitar una olla más grande." Dijo Ásterix con pequeño ademán de preocupación.

"¡Yo no tengo nada de miedo! A mí que no me den poción. Yo solito puedo con todos esos romanos." Decía Edadepiédrix, muy emocionado y blandiendo su bastón cual espada. "¡Me siento como en Gergovia!"

"No, Edadepiedrixcito, amor mío. Sé paciente." Intervino su joven y voluptuosa esposa, madame Edadepiédrix. "Ya podrás patear todos los traseros romanos que quieras después de que Panorámix, nuestro druida, la termine."

"¡Oigan, Edadepiédrix, Óbelix! No sean egoístas; déjennos unos romanos también!" Dijo Ordenalfabétix, el pescadero.

En el campo, a las afueras de la aldea, César cabalgó hasta ponerse delante de sus legionarios y a todo pulmón grító la orden de atacar. Avanzaba con rostro malevolente; saboreaba ya su futura victoria.

"¡LOS ROMANOS! ¡Han empezado a avanzar! ¡Se vinieron! ¡Díganle a Panoramix nuestro druida, que se apure!" Gritó el bardo Asuranceturix desde su casa, situada en el árbol más alto de la aldea. Todos se asustaron.

"¡Díganle a nuestro druida que voy a ganar tiempo para él!" Dijo Óbelix mientras se dirigía, pese a las negativas de Ásterix, a encontrarse con los legionarios en pose y actitud de valentía y muy gallardo. El motivo real era que no se aguantaba más estar sin hacer nada mientras había muchos "romanitos fresquecitos" con los cuales "entretenerse" mientras le daba hambre; él quería despacharse a los romanos antes del almuerzo.

En cuanto a Ideafix, el perrito, Ásterix lo tenía agarrado para que no se fuese detrás de Óbelix. Ese cachorro lo que le faltaba de estatura, le sobraba en arrojo.

Mientras tanto el druida, en su cabaña, estaba preocupado. Si bien ya había terminado de preparar la poción, aún faltaba que terminase su cocción y para eso faltaba alrededor de un cuarto de hora. Tiempo más que insuficiente ya que, si no se daba prisa, en 15 minutos iban a verse en serias dificultades. La angustia también se reflejaba en Abraracurcix, el jefe de la aldea; en el arquitecto egipcio quien había venido de visita una semana antes y en Épidemaïs el mercader fenicio quien le había traído a Panorámix desde Oriente algunos ingredientes de la poción. Karabella, la "primera dama" de la aldea, estaba muy preocupada también. Ya se imaginaba ella en el circo romano, entre leones que la miraba hambrienta.

Luego entró Ásterix a la cabaña. "Oh, druida. Óbelix se fue a luchar contra los romanos; dice que es para darte tiempo" Dijo.

"Ese Óbelix nunca cambiará. Tal vez ese esferzo tan temerario sí nos haga ganar algo de tiempo, pero no mucho" Dijo el druida.

"¡NO QUIERO SER ALIMENTO DE LEONES!" Gritó Karabella angustiada frente a su esposo. De pronto recordó aquella vez cuando unos "visitantes del cielo" llegaron a la aldea y quisieron prohibirle a Panorámix producir más poción mágica.

Recordó también que ellos dejaron algunos artefactos atrás con la esperanza de recogerlos más tarde, asumiendo que los galos eran demasiado primitivos para manejarlos.

Recordó además que, gracias a sus habilidades "chismográficas", supo de boca de los superclones que había un aparato "transdimensional" que sabía en dónde ella lo había guardado y se lo dijo a Panorámix.

"¿Dimensional? Ha de ser algo relacionado con la dimension de los objetos. Tal vez los reduzca" Dijo Épidemaïs.

"O los agigante" Agregó pesimistamente Panoramix.

"¡Averigüemos qué hace!" Dijo Abraracurcix, emocionado.

"¡No, Abraracurcix, nuestro jefe! NO HAY TIEMPO PARA ENSAYOS." Interrumpió el rubio pequeño. "Debemos pelear, ¡Por Tutatis!3. Recuerden que los romanos no saben que no tenemos aún lista la poción, luego contamos con una ventaja."

"¿Cuál ventaja es esa?" Preguntó el egipcio.

"El miedo" Dijo Ásterix. "Si salimos a la puerta de la aldea, creerán que estamos listos para pelear, que hemos tomado la poción. Se detendrán en seco y dudarán antes de encararnos. Hemos sembrado el miedo en sus corazones, luego lo pensarán dos veces antes de atacarnos. Y mientras unos se concentran en Óbelix, y otros dudan, la poción estará lista y entonces le daremos a César lo que es de él: la peor derrota de su vida."

Todos los presentes, menos Karabella quien se había retirado antes, se maravillaron ante ese despliegue de estrategia tan brillante que se le había ocurrido al pequeño rubio bigotón con casco de alitas.

"Eso es pensar como líder, Ásterix. Abraracurcix, veo que tienes un sucesor ideal" Dijo Panoramix con el asentimiento del susodicho líder de la aldea.

"Creo que tenemos ante nuestros ojos al futuro líder de nuestra aldea" Dijo Abraracurcix.

"Gracias, oh druida; gracias, Abraracurcix, nuestro líder. Me sonrojan." Decía un serio Ásterix. "Pero si no luchamos, no habrá mucha aldea que yo rija a futuro."

Repentinamente Yelusumarín entró asustada y gritando a la cabaña.

"¡¿Qué te pasa, mujer? ¿Acaso los romanos están usando ya las catapultas? ¿Han entrado a la aldea?" Preguntó el líder, molesto.

"¡No! ¡Karabella se ha vuelto loca! ¡Va a encarar a los romanos!" Dijo la mujer preocupada.

Inmediatamente todos los de la cabaña, excepto el druida, salieron a ver. Karabella ya habìa salido corriendo de las puertas de la aldea; tenía en sus manos un aparato en forma de escudo con un trípode debajo. Le abrió las patas y le oprimió un botón rojo.

"¡NOOOOOOOOOOOOOOO!" Gritaron en coro Ásterix y Abraracurcix quien se había olvidado de llamar a sus cargadores (éstos le seguían atrás suyo con su escudo).

El rubio y el pelirrojo se abalanzaron sobre Karabella pero ya era tarde. Del escudo salieron siete aros hechos de luz, uno más pequeño que el otro, uno dentro de otro. Cada aro tenía un color diferente. Luego éstos empezaron a girar más y más rápido mientras el cielo se iba cubriendo de nubes. Repentinamente salió un rayo de luz hacia el cielo que hizo que las nubes se arremolinaran a su alrededor.

"¡EL CIELO SE NOS CAE ENCIMA!" gritaron los galos. Óbelix, quien ya tenía unos romanos a su alrededor reducidos a polvo miró aquél prodigio y raudo empezó a correr a la aldea. Aterrorizado, junto Ideafix que traía en su hocico un pedazo de falda legionaria.

Los romanos tampoco estaban muy felices. También empezaba a cundir el pánico entre ellos. César miraba lo que sucedía y no lo podía creer. Pero luego vio que sus soldados se dispersaban.

"¡Mantengan la calma, legionarios! ¡Regresen a sus filas! ¡Mientras César esté con ustedes, nada deberán temer!" Gritaba el de la nariz aguileña pero casi nadie hizo caso. Todos los legionarios, a excepción de los de Hombrecitum, habían huido despavoridos del campo de batalla. Los de Hombrecitum eran los únicos fieles a César y lo rodearon usando la formación testudo4 con el fin de protegerlo a él y a sí mismos. Anguloagudus se quedó junto a César no tanto por fidelidad sino porque los legionarios hacían tanto tumulto que le impedían salir.

Ásterix, Óbelix, Abraracurcix, Karabella y Panorámix (quien había salido de la cabaña para ver qué pasaba) vieron que de las ruedas que giraban a velocidad asombrosa salía como una burbuja que rápidamente se expandía por todo el "campo de batalla". Cubrió a la aldea, a César y sus legionarios, a parte del bosque cercano; cuando terminó de engullir los barcos de Épidemaïs y de los piratas, la burbuja empezó a brillar.

Los legionarios que quedaron fuera de ella vieron cómo en un parpadeo hubo un brillo y luego, en lugar de la aldea y del campo de batalla en donde habían dejado a César vieron un hueco enorme y humeante que rápidamente empezó a llenar el agua del mar.

"¡¿Pero qué han hecho esos galos? ¿Qué nuevo poder es éste?" Pensaron los legionarios. Pero rápidamente se dieron cuenta de que ya no tenían líder, César se había ido con los galos. Se fue para no volver, junto con los de Hombrecitum.

Brutus, quien había venido con César, estaba en Pastelalrum cuando le llegó la noticia del terrible prodigio que presenciaron los legionarios y que se había llevado a César.

"Terrible noticia es ésta para la República. César ha terminado la conquista de todas las Galias a costa de su propia existencia. Esta es una pérdida irreparable para Roma." Decía Brutus en medio de lágrimas de cocodrilo. Luego se dirigió a Fonus Balonus "Preparémonos para regresar a Roma. Hemos de informar esto al Senado para designar al sucesor". Luego pensó para sí "es natural que me escojan como sucesor de César dado que soy su hijo adoptivo. No dejaré que ni Marco Antonio, ni Octavio alcancen a oler la toga dictatorial; ni mucho menos permitiré que Cesarión y Cleopatra se queden con Roma.

¡ROMA ES MÍA!

1 Actual Bretaña, Francia.

2 Esto es porque César fue autor de De bello gallico, libro en el cual narra en tercera persona sus vivencias durante la conquista de Galia.

3 Tutatis o Teutates: divinidad gala que supuestamente protegía las tribus y aldeas.

4 La testudo era una formación de combate que la infantería romana usaba en asedios.