Disclaimer: Ninguno de los personas me pertenecen, sin embargo, la trama es toda sacada completamente de mi cabeza.
Supongo que no es un buen momento para presentarme, ¿verdad?
Me encontraba en medio de una lucha encarnizada, peleando a vida o muerte y con muy pocas posibilidades de sobrevivir. Mi mano se movía como si fuera instinto, asestando golpes y repeliendo los ataques contra mí. Bailaba contra las tablas de madera, moviéndome de un lado a otro, buscando los puntos flacos y escapando de mis oponentes. Mi pecho jadeaba intentando conseguir aire y sentía como la adrenalina corría por mis venas como si fuera fuego consumiéndome.
Estaba empapada pues una fuerte tormenta se desataba a nuestro alrededor, pareciendo como si el mismísimo cielo rugiera junto a nosotros. Una sonrisa se escapó en mis labios al pensar eso y me di la vuelta segundos antes de cruzar mi espada contra un fortachón mugriento.
—¿Qué hace alguien tan inocente como tú en un lugar como este? — rio divertido, echándome una mirada de arriba a abajo, evaluándome. Y fallando estrepitosamente en su conclusión, estaba segura. Sí, a todos les pasaba lo mismo.
Di paso hacia atrás y volví a cargar contra él. Sus ojos se abrieron cuando sopesó sorprendido mi fuerza y las carcajadas salieron de mi pecho. Estúpido.
—Patear unos cuantos traseros, ¿qué crees? — le respondí parpadeando varias veces, tal y como me había enseñado mi madre que debía hacer una dama. Rugió y echando su brazo hacia atrás, intentó darme en un lateral— ¡Vaya! — exclamé cuando pude conseguir apartarme por los pelos. Él también era bueno, pero nunca llegaría a mi nivel. No por nada había tenido y tenía al mejor maestro del mundo— ¡Por poco, ¿eh?!
—Maldita niña. Verás lo que es bueno.
—Eso me dicen a menudo… ¿sabías?
Y aunque, reconozco que me costó un poco de librarme de ese idiota, al final pude hacerlo con facilidad. Me orgullecí de la mirada de sorpresa e humillación que me echó antes de que acabara con él. Sonriendo, me di la vuelta y no tuve tiempo a dar más de dos pasos cuando tuve a otro enfrente de mí, con la misma sonrisa socarrona e hipócrita que había tenido el hombre de antes. Siempre pensaban lo mismo.
Apreté mis dientes con disgustos y rodé los ojos.
—¿Te has perdido, cariño?
Decidí divertirme un poco con este.
—¡Oh, sí, muchas gracias! — exclamé abriendo mis ojos y sonriendo como si estuviera agradecida y asustada— ¡Por fin un hombre que pueda ayudarme!
La sonrisa del Estúpido 2 se ensanchó más y sus ojos brillaron como si le hubieran dicho que un maravilloso tesoro lleno de monedas de oros se encontraba a tan solo unos pasos.
—¿Qué pasa? Ven, preciosa. Haré lo que sea que necesites— me habló en tono sugerente avanzando una mano hacia mí.
Escondí mejor que pude la mueca de asco que quería formarse en mi rostro y di un paso hacia él, aparentando estar insegura.
—¿Me ayudarás de verdad?
—No te preocupes, conmigo no te pasará nada—avanzó esta vez, él hacia mí y ya pude leer la victoria en sus ojos. Creía que me había cazado— Yo cuidaré de ti, preciosa— añadió relamiéndose y no pude aguantar más. De un movimiento de espada conseguir llegar a él y si no fuera por los buenos reflejos que tenía, le habría dado un buen corte en el brazo, en vez de un rasguño— Pero… ¡¿Qué?!
Ah, sí. Ahí estaba. Eso era gloria para mí. Esa mirada de consternación, sorpresa e incredulidad hacia mi persona, cuando veían que no era tan frágil ni inocente como ellos pensaban, conseguía darme un chute de energía. Reí divertida y encantada. Todos los hombres eran unos idiotas.
Bueno, todos no.
—¡Qué demonios…!— dejó la frase inclusa y con el rostro contraído por la rabia, alzó su espada hacia mí. Ups, se había enfadado— ¡Te vas a enterar niñata!
¿Veis lo que decía con qué lo había oído antes?
Me carcajeé y me dispuse a luchar con él. Esta vez tardé un poco más que con el anterior. Nos atacábamos, defendíamos, fintábamos y ninguno conseguía darle a su oponente, aunque estaba segura de que solo era cuestión de tiempo. Este sin-cerebro no me ganaría.
—¡ISABELLA!
Oh, maldición.
Dándole una fuerte patada en su pierna derecha, conseguí que se desequilibrara y se moviera hacia atrás. Haciendo una meca para mí, me giré por unos segundos y me encontré con su impotente figura, la cual me estaba observando con la furia chispeando en sus orbes esmeraldas. Aún a día de hoy me sorprendía con su capacidad para manejar una espada en una batalla con tal maestría mientras sus ojos no estaban fijos en su oponente, sino en mí.
—Ah, eh… ¡Hola!
Solté una risilla y me giré de nuevo para terminar con este último, antes de que el temperamento que tanto le caracterizaba se echara sobre mí.
—¡ISABELLA, MALDITA SEA, VEN AQUÍ! — oí su voz por encima del sonido de la olas, la tormenta y la pelea. Sentí como mis vellos se ponían de punta por el tono que había usado. Estaba enfadado, muy enfadado. Pero no me dejé llevar y lo ignoré. O al menos lo intenté— ¡ISAB…!— mi nombre fue cortado por un rugido y sin siquiera mirarlo supe que el motivo era su adversario, el cual lo estaba incordiando más de la cuenta.
Suspiré.
—Vale, ya lo has oído, ¿no? — le dije con desgana y un tanto irritada a Estúpido 2, el cual se acercaba a mí con la espada en alto. Vaya, una damisela le hablaba y ni se dignaba a escucharme. Qué poco caballeroso— Me están llamando y es de mala educación no acudir, así que debo de irme.
—¡Sobre encima de mi cadáver!
Parpadeé.
—Bueno, gracias— solté un suspiro divertida cortándole su estocada a medio camino con mi espada, en un chasquido— Ahora estoy aliviada porque esa era mi intención y no sabía si te gustaría.
—Maldita, eres una puta…
—¡Eh! — exclamé moviéndome hacia la derecha para esquivar su mano que iba dirigido hacia mi cuello. Lo miré con el ceño fruncido— ¡Aquí no hay por qué insultar a nadie!
Y después de dos minutos ya había acabado con él.
El aire que estaba reteniendo de mis pulmones salió con una exhalación y cuando alcé la vista vi como la lucha ya estaba terminando. Pocos de ellos quedaban en pie y eso solo significaba una cosa. Habíamos ganado. Un nuevo navío, dinero, tesoros y… ¡la cuidad!
De pronto, sentí como alguien me cogía por un brazo y con rapidez y eficacia me daba la vuelta y yo solamente tuve tiempo de alzar mi espada con un jadeo, la cual chocó con otra en un chillido. Aquellos ojos verdes que tanto me gustaban relucían a poca distancia de mí con nuestras armas cruzadas en medio.
—¡¿Qué fue lo que te dije, Isabella?! — gruñó con la furia tiñendo cada una de sus palabras.
Mis labios se curvaron con inocencia y encogiéndome de hombros, bajé mi espada.
—Algo de que había una lucha…— contesté distraida.
Imitó mi gesto y pasándose una mano por su cabellera cobriza, resopló.
—'Nos están atacado, quédate aquí y no salgas hasta que acabe la lucha', fueron mis palabras exactas— habló entre dientes.
—Bueno eso— asentí y sacudí mi mano con indiferencia— Algo de una lucha, ¿ves?
Durante unos segundos sus ojos no se apartaron de los míos. Su cuerpo estaba en tensión y sus hombros ligeramente encorvado. Aun así se mostraba altivo e intimidante, tal y como era él. La vena en su sien que sobresalía lentamente fue menguando y tras un suspiro, la tensión desapareció de su cuerpo.
—Maldita sea, ¿qué voy a hacer contigo? — murmuró creo yo, más para él que para mí.
Mi sonrisa se ensanchó pues supe que había ganado ambas batallas. Masculló algo más para él y guardando su espada en la funda que colgaba de su cadera, estiró un brazo hacia mí y gustosa acepté su petición. Sentí como sus manos rodeaban mi cintura e inconscientemente mis brazos viajaron hacia su cuello, el cual rodeé. Su aliento chocó con el mío y el agradable cosquilleo apareció en mi estómago, además del aumento de velocidad de mi corazón.
—¿Estás bien?
—Sí— jadeé ante la cercanía.
—Bien— se inclinó un poco más hacia mí, pero sus labios seguían sin tocar los míos y eso me hizo gemir frustrada— Pero que sepas que estoy enfadado contigo, señorita Swan. Y mucho.
—Solo me estaba divirtiendo, capitán.
—Pues la próxima vez te diviertes conmigo, pero que no se te ocurra ponerte de nuevo en peligro, ¿me oyes?
Maldición, todavía no me había besado. Y yo lo necesitaba.
—Oh, vamos, sabes que eso es saliva perdida, capitán— hablé en tono bajo, lo máximo que mis pulmones me permitían— Tengo mucho cuidado y sabes que amo pelear. Fuiste tú quién me enseño, ¿recuerdas?
—Todos los días de mi maldita existencia, querida, y no sabes lo que me arrepiento de ello— me dijo resoplando.
Reí pues sabía que esa respuesta no me la había dado él, sino su intensa sobreprotección que sentía hacia mí. Tanto él como yo estábamos seguro que si no me hubiera enseñado, en aquellos momentos no estaría ahí, después de todas las situaciones a las que no habíamos tenido que enfrentar. Podía manejar perfectamente un combate de armas e incluso más o menos me defendía en un cuerpo a cuerpo, dependiendo de la musculatura de mi oponente, pero a pesar de eso, él todavía estaba queriéndome meter en una estúpida cajita de cristal.
—Claro que sí… capitán— lo miré fijamente a los ojos.
Gruñó y supe que había conseguido lo que quería.
—Demonios, Bella, sabes cuánto me gusta que me llames así.
—¿Y por qué crees que lo hago? — tuve tiempo a susurrar antes de sentir sus labios, finalmente, presionando los míos.
Ahogué un gemido en el fondo de mi garganta y me aferré a él fuertemente cuando nuestros labios empezaron a danzar en aquel baile exótico que tanto me gustaba y del cual nunca tenía suficiente. Sus manos me acercaron a él aún más por mi cintura y esta vez lo escuché gruñir, uno sonido más ronco y sexi que consiguió que mis piernas temblaran. Como siempre pasaba, su lengua no pidió permiso y de improvisto me vi con ella invadiéndome. El beso se volvió más pasional, sin embargo, tuvimos que separarnos cuando oyó como una voz lo llamaba.
Tardó dos intentos antes de separar por fin su boca de la mía y mientras yo jadeaba, mi capitán se giró hacia el marinero el cual nos miraba indeciso.
—¿Qué? — espetó de mala manera.
Escondí mi rostro en el hueco de su cuello y él me estrechó con ternura entre sus brazos.
—C-capitán… Ya nos hemos encargado de todo— informó poniéndose rígido— Tan solo queda guardar lo requisado con las demás cosas, pero nos gustaría saber cuál será nuestro próximo movimiento para ir preparándonos.
Mi corazón saltó cuando lo escuché y, acordándome, me separé de su pecho para poder verlo a los ojos, los cuales me observaron con curiosidad.
—Ya va siendo hora, ¿no crees? — le dije emocionada.
Una sonrisa torcida se instaló en sus labios y el hoyuelo que se le formaba en su mejilla derecha, y que siempre me había gustado, apareció.
—¿Nos habrán echado de menos? — rio.
Asentí, entusiasmada.
—Muy bien, Collin. Preparaos, volveremos una temporada a casa— se giró hacia el joven, el cual, asintiendo se marchó para disponerlo todo junto a los demás.
—¿Cómo crees que estará? — le pregunté mordiéndome el labio inferior.
—Tan hiperactiva como siempre, estoy seguro— me respondió con sus ojos firmes en mi labio mordido. Levantó una de sus manos y pasó el pulgar por este— Bella… ¿eres feliz?
La pregunta me pilló desprevenida y por unos segundos me quedé mirando su semblante pensativo.
—¿Contigo a mi lado? Por supuesto que sí, capitán Cullen.
Sus labios se curvaron e inclinándose hacia mí, me dio un tierno y corto beso.
—No sé hubiera hecho sin ti, Isabella Swan. Conseguiste encontrar mi maldito corazón en la más absoluta oscuridad.
Sentí como mis mejillas se coloreaban y mis ojos se aguaban de la felicidad.
—Y lo haría mil veces más si hiciera falta— respondí segura, antes de volver a besarle.
·
Tiempo después me encontraba en el camarote principal y dejando mi ropa empapada en un montón en el suelo junto a la cama, me sequé el cuerpo y el pelo con una toalla, para después ponerme roca seca y limpia. Suspiré ante la calidez que me rodeó y cuando estuve vestida, alcé mis brazos y estiracé mi cuerpo.
Sentía los músculos entumecidos después de la lucha y con la adrenalina disipada totalmente de mi sangre. Mis ojos se cerraban y deseaba acurrucarme bajo las sábanas. Sin embargo, también podía oír a mi estómago rugir, por lo que tenía que elegir cuál de las dos necesidades era más imperante.
Suspirando, me dirigí hacia un pequeño tocador que Edward había decidido colocar ahí para mí y de allí saqué un cepillo, pues mi melena era un revoltijo de nudos. Me senté en el asiento acolchado y mi reflejo me saludó desde el otro del espejo. Enfrente de mi había una chica pálida, con un rostro ovalado. Sus ojos eran de color chocolate y eran demasiados grandes para mi gusto. La nariz era respingona y sus mejillas estaban coronada de alguna que otra peca.
Sonreí al reflejo y me dispuse a, lentamente e intentando no hacerme mucho daño, quitarme la mayor cantidad de enredos posibles. Sería una ardua tarea. Honestamente prefería enfrentarme a una pelea como la de tiempo atrás. Aunque a Edward no le hiciera mucha gracia.
Edward… mi capitán…
Mi corazón revoloteó en mi pecho ante la mísera mención de su nombre en mi cabeza. Ahora mismo estaba con Felix, el segundo capitán de mando, preparando la ruta del viaje y concretando los últimos detalles. Todavía quedaba un poco para que la cena estuviera preparada y, no obstante, lo único que deseaba mi corazón era poder descansar, como cada noche, en sus dulces y apasionados brazos.
Un siseo salió de mis labios cuando al tirar de mi cabello, el nudo no se soltó y estiré de él, haciéndome daño. Eso dolía mucho. Resoplé y después de unos cuantos tirones más, al observarme en el espejo vi que mi melena castaña estaba medianamente aceptable y como no tenía más ganas, decidí coger una cinta de mi joyero y atármelo en alto. Ya mañana tendría más energías para combatir esta batalla.
Afuera, a través de la ventana que daba a al exterior, podía oír el sonido del viento rugir y las olas estrellarse contra los laterales del navío. La tormenta había amainado un poco, pero sabía que en cualquier momento podría desatarte igual de fuerte que horas antes.
Dejé el cepillo en la superficie lisa y abriendo una cajita con grabados en oro que habíamos conseguido meses antes y Edward me había regalado, rebusqué entre las cosas que había allí para conseguir la cinta. Finalmente pude hallarla, pero otra cosa también llamó mi atención.
Con una inconsciente sonrisa formándose en mis labios, lo tomé entre mis manos y lo levanté para mirarlo mejor.
Era un botón negro. Un simple botón viejo… Sin embargo a mí me traía muchísimos recuerdos. Oh, sí. Recordaba perfectamente a qué pertenecía… a quién. Y cuando lo conseguí.
Sí.
Jamás olvidaría ese día.
—Rápido, rápido, rápido— susurré para mí mientras sentía como las lágrimas se acumulaban en mis mejillas.
Las piernas me pesaban como si llevara cien kilos en cada una de ellas y apenas podía respirar, sin embargo, no dejé de correr. Podía oírlos ir detrás de mí y si paraba, sabía que todo se acabaría.
La calle estaba desierta y era normal pues de madrugada, ¿a quién se le ocurriría transitar por ellas? Giré una esquina y si no fuera porque pude apoyarme en la pared del edificio de al lado mía, me hubiera caído por haberme resbalado en la húmeda calle. Apreté mis dientes e ignoré el dolor de mi muñeca, que se había torcido por la fuerza de mi apoyo.
—¿Qué hago? ¿Dónde voy? Estoy perdida… Estoy sola.
Giré otra esquina y en la próxima calle hice lo mismo, desesperada porque me perdieran la vista. Sin embargo, ellos eran muy rápido, pues me seguía sin importar mis despistes.
Mi corazón parecía que iba a salir de mi pecho. Mi mirada estaba difuminada por las lágrimas y es por eso que, finalmente, tuvo que pasar. Se resbalaron mis pies y esta vez no tuve nada en donde agarrarme por lo que caí de boca en la calle. Me dio tiempo a poner las manos en el suelo y así no me hice daño en la cara, pero el estremecimiento que me recorrió el cuerpo tras el latigazo de dolor que se originó en mi muñeca, hizo que sollozara ahí tendida.
¿Ese sería el final?
Papá… Mamá…
Los escuché acercarse y también oí sus exclamaciones de entusiasmo al ver que por fin me habían pillado. Sin hacer el más mínimo movimiento, cerré los ojos y me preparé. ¿Sería rápido y eficaz, como ocurrió con mis padres? No deseaba sufrir más… No quería sufrir…
Entonces, de pronto, sentí como alguien me levantaba por la cintura. Mi respiración se atragantó y cuando me quise dar cuenta me encontraba pegando botes sobre el hombro de alguien. Me llevaban como si fuera un saco de papas y corría como un loco por las desiertas calles.
El pánico subió por mi garganta, impidiéndome respirar. ¿Por qué no me habían matado allí? ¿Por qué iban a hacerme sufrir así? ¿Me torturarían?
—¡Sueltame! — chillé histérica— ¡No, suéltame! — me retorcí en sus brazos, pero estos me aprisionaban con fuerza. Apenas podía hacer nada y cuando intenté darle golpes en la espalda, olvidándome momentáneamente de mi muñeca, tuve que para por el gemido de dolor que salió de mis labios.
—Yo no sé nada… Por favor… Déjame— le dije desesperada entre sollozos. El desconocido siguió sin decir nada, simplemente corriendo como alma que lleva el diablo.
Mi corazón se encogió y de mis ojos brotaron las lágrimas en un llano derrotado y silencioso hasta que, lentamente, empezó a aminorar la velocidad. Levantando mi barbilla para poder ver mis alrededor, un jadeo salió de mis labios cuando descubrí que me encontraba en el puerto.
El terror se adueñó de mi cuerpo como una garra metálica comprimiendo el corazón.
¿Me llevarían como esclava a otras tierras? ¿Ese sería mi destino?
No, no, no…
—No… Por favor… No— murmuré sacudiendo mi cabeza— ¡No! ¡Déjame, estúpido! ¡No quiero ir! ¡Yo no sé nada! ¡No me matéis! ¡Suéltame! — chillé con todos mis pulmones mientras me retorcía sobre él. Ignoré las punzadas de dolor y conseguí darle una patada en su mandíbula.
Oí su maldición, ronca y profunda, y un estremecimiento me recorrió entera.
De pronto, súbitamente cambiamos de dirección y entre las hebras de mi pelo que caía por mi rostro, distinguí un callejón de las calles que rodeaban en puerto y desembocaba en él.
¿Me mataría ahí? ¿Preferiría hacerlo en un lugar más privado?
—¡No me mates!
—¡Silencio!
Mi cuerpo se paralizó y los músculos dejaron de responder a mi mente.
—Cállate o todo habrá acabado.
De un solo movimiento, mis pies tocaron el suelo y entonces me encontré entre la fría pared y un firme y… cálido cuerpo.
No, no podía ser.
Mi corazón se saltó unos cuantos latidos y un nudo se formó en la boca de mi estómago.
Alcé mi mirada y juro que casi me desmayo cuando al otro lado, realmente a poco espacio de mí, me encontré con unos ojos verdes esmeralda reluciendo en las sombras que le daba su capucha negra. Imposible.
—Tú…— susurré incrédula.
—¡Shh! — me chistó, ordenándome permanecer en silencio y su cuerpo se pegó aún más en el mío. Sentí cada uno de sus músculos en contacto con los míos por encima de su ropa y cuando levantó sus manos para colocarlas a cada lado de mi, apoyadas en la pared, encerrándome más, escuché los latidos de mi corazón en mis oídos— No digas ni una palabra— espetó en voz baja, inclinándose.
A mi alrededor una tela negra, la cual suponía que era su capa, nos cubría por completo, aislándonos totalmente del exterior, como si solamente estuviéramos él y yo. Clavé mi mirada en su rostro (angustiosamente familiar) y bebí de cada detalle de ella. Era él…
Por encima del sonido de nuestras respiraciones me llegó el murmullo de unas pisadas y conversaciones, como si estuvieran pasando a nuestro lado y no se hubieran percatado de nuestra presencia, todavía inmersos en la búsqueda. Gemí, sintiendo la garra de mi pecho apretándose un poco más e inconscientemente me acerqué hacia su cuerpo.
Los segundos pasaron en absoluta tensión y cuando creí que nos pillarían, de pronto sus voces fueron alejándose hasta que finalmente se perdieron. Durante un tiempo más, permanecimos en la misma posición atentos a cualquier señal de emboscada, pero cuando ya nuestra escasa distancia se me hizo demasiado difícil de soportar me pegué lo más posible a la pared aunque eso no fuera mucho. Sentía su presencia con bastante claridad y no pude evitar que las lágrimas se escaparan de mis ojos.
Después de tanto tiempo… se sentía como si no hubiera pasado nada. Como si todo hubiera sido antes del accidente…
—Isabella— me llamó y su voz sonó igual a cuatro años atrás.
Mi pecho se sacudió en un sollozo y al alzar mi mentón y conectar mis ojos con los suyos, percibir mi labio inferior temblar. Aquellos ojos verdes que tanto había echado de menos, que tanto había añorado se encontraban enfrente de mí, después de todo. Sin embargo, estos ya no eran un pozo sin fondo de alegría y ternura, sino que ahora parecía como si estuvieran velado por una oscuridad realmente aterradora. El peligro y la maldad gritaban en cada uno de sus poros y al verlo lo único que deseabas es salir huyendo de él y no volver la cabeza atrás. Yo también lo sentí, pero mi alegría, mi conmoción y mi pasado con él consiguió dejarme quieta en el sitio.
—Edward…
¿De verdad estaba junto a mi? ¿No lo estaba soñando?
—¿Eres tú? — inquirí en un hilillo de voz. Estaba llorando, sin embargo, apenas reparaba en ellos, pues en lo único que me podía fija era en él. En su mirada, en su rostro, en su cabello, en su cuerpo… en todo él— ¿No es un sueño? ¿De verdad has vuelto?
Bajó una de sus manos hasta rozar mi mejilla y con suavidad (aquella que tanto le había caracterizado cuando éramos chicos), me fue quitando el rastro de humedad en ellas. El aire salió de mis pulmones con una exhalación y sentí mis piernas temblar.
—Eres hermosa… En este tiempo te has vuelto una joven muy hermosa.
Sus palabras, a parte que consiguieron que un estremecimiento me recorriera entera, calaron en mi corazón y mente.
—¿Por qué, Edward? ¿Por qué te fuiste? — sollocé— Te he echado tanto de menos todo este tiempo… Dime, Edward, por qué te fuiste de mi lado. Dijiste que siempre estaríamos juntos— me quebré en la última parte.
Edward, aún sin apartar su mano de mí, cerró los ojos como si hubiera sufrido un doloroso impacto. Y entonces, como si se hubiera quemado, apartó su mano y se alejó de mi unos pasos.
Mis ojos parpadearon, sorprendida por el movimiento, y el frio de la noche me rodeó, causando que mis dientes castañetearan. Ya la con la adrenalina desapareciendo de mis venas, de pronto, mi cuerpo empezó a pesar muchísimo y supe que no podría dar ni un paso. Mis piernas temblaron y me apoyé en la pared, respirando profundamente.
—¿Isabella? — me llamó con una pizca de preocupación. ¿O serían imaginaciones mías? Su voz había sonado tan impersonal…
—Necesito reponerme unos segundos, lo siento— respondí en un balbuceo.
Edward suspiró y lo próximo que supe era que se había quitado su capa para, posteriormente, rodear mis hombros con ella. Abrochó su botón en mi cuello y cuando el dorso de su mano rozó la piel de mi mentón, sentí como se me ponían los pelos de puntas.
La calidez de la tela poco a poco entró en mí y cuando inspiré su característico aroma a libro viejo aún perduraba en él. Recueros aparecieron en mi mente, pero rápidamente los alejé de allí, pues me sentía exhausta, tanto física como mentalmente.
No obstante, necesitaba respuestas.
—¿Qué haces aquí, Edward? ¿Y quién eran ellos?
Yo no creía en las casualidades y menos en las que tenían que ver con Edward Cullen y su más que ansiado regreso.
Los Cullen y los Swan siempre habían sido muy buenos amigos, por lo que desde que tenía uso de razón había conocido a Edward. Es más, según me habían contado: "ward" había sido la primera palabra que pronunciaron mis labios. Me había criado junto a él, a pesar de nuestros tres años de diferencia y siempre habíamos estado juntos. Es por eso que cuando desapareció, sin avisar, sentí como el mundo se me venía encima. Lo esperé durante más de cuatro años, pues mi cabeza no concebía la idea de que Edward se hubiera marchado sin haberse despedido de mi aunque sea, pero conforme pasaba el tiempo y me veía sin él, poco a poco la idea fue entrando en mi cabeza. Yo sabía que el ver morir a tus padres era un duro choque con el que había tenido que lidiar Edward cuando tenía 15 años. Edward amaba a sus padres y el que lo asesinaran brutalmente consiguió que él se sumiera en una profunda tristeza y rabia, pues nunca se había sabido quienes habían sido los autores de dicho crimen. Yo había estado apoyándolo y sosteniéndolo todo lo que él me dejaba, sin embargo, nada pude hacer. Sus ojos se habían convertido en dos agujeros negros que gritaban todo el dolor y sufrimiento que sentía y sus labios no volvieron a mostrar una sonrisa… Y, entonces, dos semanas después del accidente Edward desapareció de la mansión de su tío, lugar donde había estado residiendo, sin dejar ningún rastro tras él.
Y hoy, cuatro años, dos meses y quince días después de su desaparición, había vuelto como quien renace de entre los muertos. Y justo el día en el que habían… En el que habían asesinado a mis padres. De la misma manera que los suyos.
No, no podía ser una maldita coincidencia.
—¿Dónde están tus padres, Isabella? — habló él, en cambio, en tono neutro.
Tragué saliva para disolver el nudo que se había formado en mi garganta y así poder pronunciar algún sonido. Mi corazón saltó y mi cabeza empezó a dar vueltas.
No me miraba, sino que sus ojos estaban fijos en la salida del callejón, como si en cualquier momento nos pudiera pillar alguien.
—Responde mi pregunta— espeté con voz ronca por el esfuerzo que tenía que hacer para no derrumbarme aquí mismo.
Suspiró.
—¿De verdad? Muy bien. Si eso es lo que quieres, te lo diré. Esos hombres, Isabella, son sicarios.
Mi mente pareció dejar de funcionar por unos segundos.
—¿S-si-sicarios? — balbuceé con mis ojos abiertos como plantos, como si aquella fuera una palabra que no hubiera escuchado en mi vida.
—Y han venido a trabajar— añadió secamente— Supongo que sabrás a que me refiero.
No. No. Mi mente no lo racionalizaba. ¿Qué estaba insinuando? ¿Qué quería decirme? ¿Unos sicarios habían matado a mis padres… y querían hacer lo mismo conmigo?
¿Pasó lo mismo con el matrimonio Cullen?
—Pero…— las palabras no salían de mí.
—Hablaremos luego— me cortó Edward, caminando hacia el final del callejón. Se asomó para ver si había alguien que pudiera vernos y asintiendo, se giró hacia mi— Ven. Tenemos que irnos o podrían pillarnos.
Yo no me moví, no podía. Solamente lo miré con los ojos ligeramente ampliados y mis músculos entumecidos. Edward frunció el ceño y después de soltar un suspiro caminó de nuevo hacia mí y cogiéndome de una mano, empezó a tirar de mí. Mis pies anduvieron y un reclamo se ahogó en mi garganta cuando salimos al exterior.
Sentí un estremecimiento recorrerme toda la columna vertebral y alerta, miré a mi alrededor, pero ahora no había ni un alma. A pesar de todo, el miedo me sobrecogía, aunque el cálido de tacto de Edward conseguía tranquilizarme un poco.
No estaba sola.
Estuvimos caminando en completo silencio hasta que llegamos a un enorme navío. Sin contemplaciones, como si fuera suyo, Edward pasó la pasarela, subiéndose a él conmigo todavía.
Cuando llegamos a la cubierta, apenas tuve tempo a echar un vistazo a lo que me rodeaba que un hombre llegó a nosotros. Era musculoso con el pelo castaño corto y una fea cicatriz que le cruzaba el ojo derecho.
—¡Capitán! — lo saludó con respeto.
¿Qué? ¿Capitán?
Edward miró impasible, como si aquello no fuera nada de otro mundo. Pero… ¿en qué momento había pasado para que aquel joven que jugaba conmigo bajo el árbol se había convertido en un hombre serio y… capitán de un barco que, según me daba cuenta, no era exactamente mercante?
—Ha tardado poco, señor. ¿Hizo todos los asuntos que tenía que atender?
—Tardé menos de lo que esperaba— respondió escuetamente. En ese momento, girándose hacia mi y me cogió del brazo— Prepara todo, Felix, quiero partir cuanto antes posibles. No debemos estar más tiempo aquí.
—Sí, señor, pero los demás…
—Ahora dije, Felix y no quiero objeciones. Despierte a todos, es urgente— ordenó con voz filosa.
El tal Felix rápidamente asintió y sin siquiera mirarme se dio la vuelta y se marchó de nuestro lado.
Entonces Edward tiró de mi de nuevo y antes de que pudiera procesar nada, estaba abriendo una puerta y lanzándome al interior.
—¡Oye! — exclamé sorprendida.
—Ahora te quedarás aquí Isabella y no saldrás hasta que yo diga lo contrario.
Y sin dejarme replicar nada, cerró la puerta, encerrándome en aquella habitación.
Ladeé la cabeza para poder admirar mi recogido desde varios puntos y quedé satisfecha con el resultado. No estaba tan mal. Después de todo, me había acostumbrado a tener que usarlo y ponérmelo por mí misma, pues en un barco lleno de hombre difícilmente consigues ayuda para esos menesteres.
Con una sonrisa recordé aquello primeros meses que pasé encerrada aquí. Bueno, "encerrada" teniendo en cuenta de que lo hacía por decisión propia pues a pesar de Edward me aseguraba que no me pasaría nada, no me encontraba muy segura en un lugar cerrado, en medio del mar y siendo yo la única mujer. Tiempo después, tras mucho insistir y finalmente obligándome ya que tuvo que cargarme en su hombro, terminé saliendo a la cubierta para que me dieran los rayos del sol y aire fresco. Y esa sensación la amé. Quedarme en popa del barco mientras me recargaba en la baranda y sentía el viento ondeando mi cabello era una sensación muy agradable y placentera.
Por otro lado, mi relación con Edward fue… bastante tensa y extraña.
Ya no encontraba por ningún lado aquel muchacho sonriente y tierno que había sido antes de todo. O incluso a ese joven retraído y triste en el que se convirtió tras lo ocurrido con sus padres. Ahora ese hombre se había trasformado en otra persona. Los cuatro años que habíamos estado separado lo habían curtido, haciéndolo ves más serio e indiferente con el mundo. Parecía como si el mundo exterior no le afectara de ninguna manera. Tenía puesta una máscara en su semblante y en sus ojos, impidiéndome así ver lo que pensaba y sentía realmente. Y estaba segura que nada bueno se encontraba allí dentro.
Más de una vez intenté hablar con él. Quise que me respondiera mis preguntas sobre lo ocurrido cuatro años atrás, sobre él, sobre mis padres… pero de todas las formas habidas y por haber, él me daba largas. Quería chillar de frustración y dolor. ¿Cómo podía llorar bien a mis padres, aquellas personas que tanto amaban, si me los habían arrebatado de mis manos cruelmente y sin explicación ninguna? Bien, vale que no me dijera sobre sus años de exilio pero… ¿por qué no me contaba por qué querían a mis padres? Yo sabía que él estaba enterado en todo el asunto y podía jurar que, incluso, estaba metido en el meollo del asunto pues, ¿cómo sino habría aparecido esa noche?
Navegamos durante varias semanas sin rumbo fijo o eso pensaba yo, pues lo único que podía ver a mi alrededor era agua, agua y… ¡oh, sorpresa! Más agua. Honestamente llegó un punto en el que me estaba sintiendo inquieta y muy irritada por encontrarme ahora "encerrada" en el barco, viendo los días pasar delante de mi sin contemplaciones. Mi momento del día favorito era cuando al anochecer me quedaba en la popa del navío y mi mirada se perdía en el ocaso, aquella lluvia de tonos rojos, naranjas, azules y amarillas, como si en cualquier momento el pacífico y tranquilo mar se prendiera en una gran llamarada.
Cuando ya creía que me volvería loca, finalmente, ocurrió. Pude atravesar las barreras que rodeaban a Edward durante un tiempo y descubrí parte de lo que guardaba en su interior.
Oh, Edward…
—Aquí hace frío.
Oí su voz hablándome a mi espalda e ignorando con todas mis fuerzas el estremecimiento que me recorrió entera, no me moví, con mis ojos firmemente clavados en la inmensidad del océano azul oscuro, que lentamente se iba aclarando. No tenía ni idea de la hora que era, pero sabía que quedaba poco para que amaneciera.
Otro día más, otro día encerrada en aquel lugar… con "ese" Edward.
Suspiré.
—Entra dentro, Isabella— me ordenó con noto neutro.
Oh, ese tono mandón me irritaba sobre manera. Bien, vale, estábamos en un barco y debíamos obedecer al capitán en todo lo que dijera… pero una parte de mi se oponía a aquella idea. Si lo veía como el capitán del navío significaba que mi amigo de la infancia había desaparecido y, a pesar de todo, yo todavía tenía esperanzas. Creía que por ahí, en algún lugar se encontraba mi Edward.
Ridículo, ¿verdad?
—Isabella…— me advirtió al ver que no me movía.
Resoplé, algo no muy bonito para ver en una dama, pero que había visto como lo hacían por aquí y girándome, me recargué sobre la barandilla y me crucé de brazos. Mi ceño estaba fruncido e intenté obviar la hermosa figura de él, tan alto, fornido… y guapo.
Podría hacer frío, pero no era algo para morirse. Podía aguantarlo perfectamente, no tenía por qué ponerse así de mandón.
—Me encuentro perfectamente, así que no, gracias— le respondí con acritud.
Las arrugas también poblaron su entrecejo y dio un paso hacia mí.
—Cuando doy una orden me gusta ser obedecido.
Curvé mis labios en una pequeña sonrisa y me encogí de hombros.
—Lástima que no soy uno de tus hombres, ¿verdad? — dije con inocencia.
—Pero estas en mi barco y eso significa que te encuentras bajo mi cuidado, Isabella—gruñó, empezando a enfadarse.
—¿Te recuerdo que tú me metiste aquí por la fuerza? — inquirí airada. Puede que en aquellos momentos estuviera feliz que haber podido ver a Edward otra vez, pero ahora podía verlo desde otro punto de vista. Ese hombre ya no era mi Edward y aunque me dolía profundamente eso, no estaba muy seguro si podía haber alguna solución— Además, puedo catalogar esto como un secuestro. Me has secuestrado, Edward.
Vi como un destello cruzaba sus ojos esmeralda y sus hombros se tensaban. Cuadró su mandíbula y sus fosas nasales se abrieron. Esas palabras no le gustaron, me daba cuenta, pero no iba a retroceder. Puede que desde siempre hubiera querido volver a verlo y estar siempre con él. Sí, bueno, en el tiempo que habíamos estado separados había soñado con que venía a buscarme y juntos escapábamos a donde sea que quisiera él, pero eso no lo sabía él. Y jamás se enteraría. Así que, técnicamente, me había sacado de la ciudad sin mi consentimiento y por la fuerza bruta, por lo que eso se podía llamar secuestro.
—¿Eso es lo que piensas tú? ¿De verdad ves esto como un secuestro? — habló con tono grave.
No me dejé intimidar por sus palabras, su expresión y voz y, alzando el mentón con orgullo, asentí, desafiante.
Edward caminó hacia a mí y cuando me di cuenta, lo tenía a pocos centímetros de mí. El rostro lo tenía inclinado hacia mí pues yo era más baja que él así que por mi parte tenía que levantar la mía. Tragué saliva, de pronto muy nerviosa por la cercanía, y maldije el cosquilleo que apareció en mi estómago. Desde aquí sus ojos verdes eran muy hermosos y brillantes.
—Maldita sea, Isabella. No tienes ni idea, ¿me oyes? — dijo roncamente en voz baja. Mis piernas temblaron— Todo esto ha sido para protegerte. Si te traje aquí y nos marchamos sin perder el tiempo fue para que esos malnacidos no pudieran encontrarte, ¿es que no lo entiendes?
Oh.
Los sicarios que me perseguían y… mataron a mis padres. Noté como un nudo se formaba en mi garganta ante el recuerdo de ese día, ese fatídico día y sentí las lágrimas acumularse en sus ojos.
¿Todo esto lo ha hecho para protegerme? ¿Entonces significaba que seguía importándole? ¿Todavía había posibilidades de recuperar a mi Edward donde quiera que estuviera?
Pero aquello también significaba otra cosa. Y es que, por fin, Edward había abierto una pequeña ventana a ese impenetrable pasado y yo debía aferrarme a eso con uñas y dientes si quería descubrir algo.
—¿Por qué? — pregunté en tono suave, sin apartar mi mirada de la suya, con la determinación golpeando mis palabras— ¿Por qué querían encontrarme? ¿Por qué mataron a mis padres? — deseé que no hubiera notado el leve temblor de mis palabra en la última frase.
Y como siempre que pasaba en esos momentos, cuando me adentraba en lo que no me estaba permitido, observé como el velo se colocaba en sus ojos, aislándolo de mi y su alrededor. No. Esta vez no dejaré que eso pase. Ya estaba cansada de este estúpido juego que tenía.
Era mi vida. Tenía derecho a saberlo.
—No, por favor, respóndeme— le supliqué y mi mano actuó sola, aferrándose a su brazo. Edward sacudió la cabeza— Vamos, Edward. Cuéntamelo. Dime que ha pasado. Necesito saber por qué mataron a mis padres, necesito saber por qué iban detrás de mi… por qué has cambiado y no eres tú… Creo que me lo merezco después de todo lo que he sufrido, ¿no?
Y no solamente me refería a la sensación de soledad que me rodeaba. Mis padres, los mayores pilares de mi vida, habían desaparecido de un momento a otro, mi apacible vida se había esfumado en un parpadeo y el joven (u hombre) que siempre me había apoyado ya no fuera el mismo. Sino también le reprochaba por todos estos años de preocupación, de angustia, de dolor…
Durante unos segundos ninguno de los dos dijo nada ni se movió. Sus pensamientos aún seguían velados por aquel muro y me impedía saber lo que iba a hacer, sin embargo, no sabía si era imaginación mía o no, pero me pareció ver una chispa de duda. Finalmente, tras una eternidad para mí, sacudió su cabeza.
Un agudo dolor se instaló en mi pecho y la desesperación me consumió. Sin darme cuenta, mi vista se nubló y las lágrimas empezaron a salir de mis ojos. No tenía ninguna oportunidad. No había nada que pudiera hacer. Mi Edward se había perdido…
—Bella…— escuché su voz y por un segundo creí oír ese muchacho que reía junto a mí mientras nos perseguíamos en el jardín.
Oh, imposible… ¿Cuánto hacía que no me llamaba así? Desde siempre había odiado el nombre de Isabella, sin embargo, todo el mundo me llamaba así, pues decían que era muy hermoso. El único que me llevaba Bella (pues no lo veía muy vulgar como ocurría con los demás), era Edward. Y no me había llamado nunca así desde que nos volvimos a reencontrar.
Quise ahogar un sollozo, pero me fue imposible. Y por más que me quitaba las lágrimas, estas volvían a salir. Menudo espectáculo estábamos dando para los que nos rodeaban.
—Me siento sola, Edward— confesé, imposible de poder seguir guardándolo. No oí respuesta de su parte y con el corazón latiendo como un loco, alcé la cabeza para mirarlo, cruzándome con su penetrante mirada— Ahora mismo no sé quién soy, a dónde voy… metafóricamente hablando, claro. Todo pasó tan deprisa que aún ahora me cuesta procesarlo en mi cabeza— seguí en un murmullo— Era de noche y estaba a punto de irme a acostar después de haber cenado con mis padres. Mi padre había hablado de cómo le había ido él día y mi madre nos contaba sobre su reunión con las chicas del club. Yo sonreía, los escuchaba y a veces comentaba algo… Yo era feliz— me quebré y cuando vi que iba a abrir la boca para hablar, lo callé— No, escúchame. Quiero decirlo, quiero que veas lo que pienso… quiero abrirme para que así tú puedas hacer lo mismo, sin miedo a nada.
Sus labios se transformó en una fina línea y sus ojos brillaron inexplicablemente.
—No sé por qué no quieres decírmelo o por qué te fugaste ese día de primavera cuatro años atrás, pero me gustaría que supieras que yo estoy aquí— lo miré mostrándole cada uno de mis sentimientos— Por supuesto que me enfadé ese día, muchísimo, pero en realidad lo que más me dolió fue el saber que no habías confiado en mí. Tú eras mi mejor amigo, mi apoyo, mi compañero… Y huiste sin ni si quiera unas palabritas— me estremecí, a pesar de que podía notar al sol alzándose detrás de mí, y me rodeé con mis brazos. Vi como Edward hacía el amago de moverse, pero tras una vacilación, se quedó quieto en el sitio, en completo silencio— Me sentí traicionada y muy dolida. No quería ni salir de mi habitación, pues no solo había perdido a los señores Culles, unas muy buenas personas a los cuales quería, sino que su hijo se había ido con ellos. Pero conforme pasaba el tiempo, mi madre consiguió hacerme salir y ver el mundo de nuevo. Ellos fueron muy pacientes y cariñosos conmigo y no pude amarlos más.
Mi labio inferior tembló y de malas maneras, sequé mis húmedas mejillas por donde no dejaban de surcar las lágrimas. Maldita sea, seguramente en ese momento me veía patética.
—Cómo te dije antes, estaba por irme a acostarme, ya había subido las escaleras, cuando oí que llamaban a la puerta— retomé el hilo de mi antigua conversación. A mi memoria llegaban todos y cada uno de los momentos vividos, como si hubiera ocurrido ayer. Claros y nítidos— Yo me extrañé pues raramente nos visitaba alguien a aquellas horas, pero creyendo que sería algo urgente del trabajo de mi padre, decidí no darle mucha importancia. Seguí con mi camino hacia mi habitación hasta que… oí el sonido de un disparo— susurré— Resonó por toda la casa y eso paralizó todo mis músculos.
Disparos, correr, escaleras, hombres encapuchados, gritos, otro disparo… cadáveres. En mi cabeza, como una secuencia, se repetía todo lo que había ocurrido. Aún recordaba el rostro vacío y carente de sentimiento de mis padres cuando llegué al vestíbulo y los vi tirados en el suelo, todavía con uno de los encapuchados apuntándolo con un arma.
Mi corazón se contrajo y mi pecho dolió como si miles de agujas se hubieran clavado en él. Noté mis piernas temblar y agradecí el estar apoyada en la baranda pues sino me habría caído sin contemplaciones.
—¿Qué pasó?
Tuve que parpadear varias veces pues me había metido tanto en mi mente que había olvidado a mí alrededor. Busqué la mirada de Edward y rápidamente la hallé, al cual tenía un deje de ansiedad y tensión en ella.
Inspiré hondo.
—Ya habían disparado a mis padres cuando llegué. No tuve tiempo de nada más antes de recordar estar corriendo por las calles, intentando que no me pillaran— resumí lo más rápido posible.
Edward me observó por unos segundos más, como si se estuviera asegurando de algo, antes de suspirar y pasarse una mano por su cabello.
—Lo siento— murmuró sin mirarme.
Sorprendida, mi boca se abrió. ¿Lo sentía? ¿A qué venía eso?
—¿Qué?
Edward gruñó.
—Que lo siento mucho, ¿vale? Sé que debería de haber estado ahí pero…— se calló, no sé si furioso o avergonzado.
Sus palabras me habían cogido con la guardia baja y no pude más que mirarlo sin parpadear, asimilando lo que me quería decir. Pero poco pude hacer. En esos momentos, cortándonos, escuché un grito.
—¡Tierra a la vista! ¡Tierra a la vista, capitán!
Mi corazón saltó y a la misma vez que Edward, me giré para observar el inmenso mar que, ahora que me fijaba, una pequeña línea a lo lejos lo delimitaba. Tontamente, una sonrisa se extendió por mis labios.
—¿Dónde estamos? ¿Qué es eso? — pregunté, entusiasmada, girándome hacia Edward y olvidando momentáneamente la tensa situación de unos minutos atrás.
Lo pillé que había estado mirándome antes, pero al contrario de lo que creía, no se avergonzó ni molestó ni nada. Mis mejillas se sonrojaron y sus labios se curvaron ínfimamente. Su primera "sonrisa" desde que nos volvimos a ver.
—La isla Tortuga.
Oh, Tortuga. Aquella mítica y legendaria isla. Hogar, refugio y punto de encuentro de bucaneros y piratas.
Jamás pensé ni se me pasó por la cabeza el que aquel lugar fuese nuestro destino. Pues eso no hacía otra cosa que ratificarme lo que llevaba sospechando desde hacía tiempo. Edward no era un mercader común con su barco… sino que era un pirata. Inevitablemente mi cuerpo se estremeció cuando descubrí aquello y mis ojos se escaparon hacia el timón, donde se encontraba Edward manejando él barco.
Después de ese momento que compartimos, no volvió a establecer ningún contacto conmigo en el tiempo que tardamos en llegar al puerto. Aún en cubierta, mis ojos no dejaron de inspeccionar a mi alrededor, observando muchos de los barcos que se encontraban allí y el puerto atestado de personas que deambulaban, siendo ya como era medio día.
Cuando atracamos en tierra, un agradable y a la vez extraño cosquilleo se instaló en mi estómago. Por un lado era bueno poder volver a ver tierra firme, sin embargo, sabía que este no era un lugar cualquiera, que aquí se encontraban los maleantes, forajidos y delincuentes. Me mente me gritaba que debía esconderme en el camarote y no salir de allí en el tiempo que permaneciéramos ahí, pero una pequeña vocecilla me susurraba que tenía que bajarme de ese barco y explorar.
¿Qué cosas me podría encontrar ahí? ¿Cuán emocionante podía ser ese lugar?
No obstante, sabía que me costaría mucho seguir esa idea, pues estaba segura que Edward jamás me dejaría salir del barco. Sopesé por unos segundos la idea de escaparme, pero rápidamente la deseché, Edward seguro que me pillaría y se enfadaría muchísimo.
Estaba segura de que debería de quedarme allí cuando Edward volvió a sorprenderme. Y vaya que si lo hizo.
—Es aquí— anunció en el momento que paraba de andar frente a una casa sucia y algo vieja.
Escéptica, mis ojos recorrieron el lugar y no pude ver más que hombres caminando por las calles, hablando entre ellos, chillándose y riendo a carcajada limpia. Los establecimientos, sobre todo las tabernas, estaban atestada de gente que brindaban y bebían. Había también muy mujeres, la cuales iban ligeritas de ropa y no dejaban de insinuarse a los hombres que pasaban por su lado, prometiéndoles una tarde muy "divertida" Y sí, también lo hicieron con Edward.
Tuve que ahogar el gruñido que quiso de salir de mis labios cuando una mujer rubia se tiró, literalmente, a los brazos de Edward fingiendo un tropiezo. Levantando la mirada de su pecho, le sonrió con coquetería y a pesar de mi mala leche, tenía que admitir que la mujer era guapa.
"Lo siento mucho, guapo, ¿cómo puedo recompensártelo?" le dijo en un murmullo.
Y lo peor de todo es que Edward le sonrió. Sí, maldita sea. Edward le había sonreído antes de apartarla de sí con delicadeza y sacudir su cabeza negándose. Bueno, por lo menos se había negado (era un gran alivio) pero a ella, a una desconocida (o al menos eso esperaba) le había sonreído mientras yo vi su primera curvatura tan solo unas horas antes. Aunque bueno, si no me había tirado a por los pelos de esa… ramera era por el desinterés que Edward mostró en ella (pues, a pesar de todo, su sonrisa fue fría y cortés) y lo más importante porque… bueno, maldita sea, ¡no debía importarme lo que hiciera Edward!
Eso debía tenerlo muy claro en mi mente. Ahora Edward hacía lo que le daba la gana y no atendía a nada ni nadie… ni si quiera a mí. Ante ese pensamiento un suspiro había salido de mis labios, ganándome una mirada curiosa de parte de Edward mientras seguíamos nuestro camino. La ignoré.
Ahora, Edward se adelantó unos pasos y llamó a la, en apariencia, frágil puerta. Pocos segundos después esta se abrió y de ella apareció una chica menudita. Desde detrás de Edward no me dio tiempo a parpadear antes de que la joven saltara a los brazos de (mi) Edward con la sonrisa más amplia y hermosa que había visto nunca. Una horrible sensación empezó a formarse en la boca mi estómago y tuve que tragar saliva, mientras sentía unas tremendas ganas de meterme ahí en medio y separarlos. Porque a la chica de antes, Edward la había despachado… pero con esta, sin embargo, se podía notar que la conocía y también se alegraba de verla.
—¡Por fin estás aquí! — exclamó feliz y su voz sonó suave y tintineante como unas campanitas— ¡Oh, Edward, estaba muy preocupada por ti!
Edward sonrió levente, justo como ocurrió conmigo y supe que esta vez también era verdadera. A esa chica le sonreía. Patéticamente, tuve ganas de llorar.
—Tranquila, enana, ya está. Ya he vuelto y como ves, no me ha pasado nada— la tranquilizó.
La joven chilló de felicidad y juro que vi como empezaba a pegar saltitos. Se acabó. ¿De verdad me había traído aquí a conocer a… su chica? Decidí que tenía que irme de allí. No me gustaba eso y aunque la perspectiva de caminar sola por aquellas calles no era de mi agrado, lo prefería en aquellos momentos.
Intentando no hacer mucho ruido para no alertarlos, me iba a dar la vuelta, cuando se separaron y, entonces, la joven clavó sus ojos café en mi y su sonrisa se incrementó.
—¿Esta es Isabella? — inquirió y sus palabras me descolocaron.
¿Me conocía?
Edward también se giró para mirarme, aún la curvatura perdurando en sus labios y asintió mientras sus ojos se conectaban con los míos. Me estremecí.
—En carne y hueso— le respondió asintiendo.
No tuve tiempo de responder antes de que la joven ahora se tirara hacia mí para rodearme con sus menuditos brazos. Increíble, aquella mujer parecía un terremoto. Mis ojos se abrieron sorprendido y por encima del hombro vi como, en una muda respuesta, se encogía de hombros. Me quedé quieta mientras ella me abrazaba.
—Me han hablado mucho de ti. Tanto que parece como si ya te conociera.
—Enana, no inventes.
La joven rio como si la hubieran pillado haciendo una travesura y se apartó un poco de mi para mirarme a los ojos. Su piel era muy pálida y sus rasgos parecían aniñados. Tenía el pelo azabache que le llegaba por debajo del mentón y una dulce sonrisa se mostraba en sus labios. Ahora no me sorprendía el que Edward se hubiera fijado en ella, era muy guapa, pero igualmente sentí un mala sensación en el estómago.
—Bienvenida a mi humilde morada, Isabella— ladeó la cabeza, de pronto, confundida— ¿O es que prefieres que te llame Bella?
Por extraño que pareciera, aquella chica me daba muy buenas confianzas. Así que por eso, le sonreí en respuesta y respondí:
—Solo Bella.
Isabella ahora pertenecía a un pasado el cual odiaba. Bella me traía buenos recuerdos, era como un cálido rayo después de una tempestad.
—Pues Bella entonces— asintió complacida. Me cogió de la mano y empezó a tirar de mí para que entrara en la casa— Por cierto, yo soy Alice. Estoy muy contenta de haberte conocido por fin y me alegra el saber que todo había salido bien. Estoy segura de que seremos grandes amigas.
A cada palabra que iba diciendo mientras nos adentramos me hacía sentir más confundida. ¿Todo ha salido? ¿Se alegra por fin de conocerme?
Me llevó a un largo pasillo, escasamente amueblado, con Edward en pos nuestra y terminamos llegando a una humilde y cálida salita. Había dos sillones de tres plazas y una mesa en el centro. A un lado tenían una chimenea en desuso pues estaba llena de polvo y madera. Las paredes de la habitación eran blancas con alguna que otra mancha en ellas.
Sentado en uno de los sillones leyendo un papel como si fuera de suma importancia se encontraba un hombre con el pelo rubio alborotado. El hombre alzó la mirada nada más entramos y una pequeña pero cálida sonrisa se instaló en sus labios. Se levantó, dejando el papel sobre la mesa.
—Edward, amigo, que bueno saber que has regresado— lo saludó acercándose a nosotros y dándose un apretón de manos.
—Tardé menos de lo que esperaba y al volver el viento estuvo a nuestro favor— le respondió Edward escuetamente, aunque, juraría que ya no lo veía tan tenso.
Alterné mi mirada entre los dos hombres y las cuestiones se amontonaron en mi mente. ¿Quiénes eran aquellas personas? ¿Y ese hombre que relación tenía con… Alice? ¿Sería su hermano? No, no se parecían en nada. ¿Y si era… su marido? ¿Entonces significaba que Alice estaba con Edward mientras tenía un marido? No, no podía ser… El hombre parecía ser buena persona y Edward no haría eso jamás.
"Aunque este no era el mismo Edward que antes" me recordó mi mente. No, pero aun así. Edward no haría eso… ¿verdad?
¿Y si en realidad Alice y Edward solamente eran amigos?
¡Ay, ya no sabía ni que pensar!
—Bien, porque es urgente. Acaba de llegarme un informe que deberías ver y…— el hombre calló lo que estaba diciendo cuando al girarse, sus ojos se encontraron con los míos.
Tragué saliva, de pronto, poniéndome muy nerviosa.
—¿Ella es Isabella? — le preguntó a Edward como si yo no estuviera.
—Bella— le contestó Alice por mi— Quieren que la llamen Bella.
Pero el hombre parecía no escucharla. Su ceño se había fruncido y se giró para mirar con seriedad hacia Edward.
—¿Entonces eso quiere decir que sus padres…?— dejó la frase inclusa, pero aun así, hasta yo podía imaginarme como acababa.
Espera, ¿cómo podía saber eso? ¿Quién se lo había dicho? ¿Es que sabían que iban a matar a mis padres? Sentí como la sangre se helaba en mis venas y por la expresión que vi en el rostro de Alice por el rabillo del ojo, supe que ella también estaba enterada de todo El enfado y el miedo crecieron a partes iguales por mi cuerpo.
¿Por qué lo sabían ellos y Edward no me lo quería decir a mí?
¡Esto tenía que acabar de una vez!
—¿Qué estáis diciendo? — inquirí, dando un paso hacia el frente. Sentí la mirada de Edward puerta en mí, pero yo solamente miraba al misterioso hombre— ¿Cómo sabes que mis padres han muerto? ¿Tienes algo que ver?
—Isabella…— habló Edward suavemente.
Sacudí mi cabeza.
—¡No, Edward! ¡Dímelo! — chillé, perdiendo los estribos. Noté las manos de Alice sobre mi, pidiéndome que me tranquilizara— ¡Quiero saber de una vez lo que pasó! ¡Y no me lo puedes negar!
—¿De verdad quieres saberlo? — inquirió sin mostrar ni un ápice de sentimiento. Sus ojos fríos y duros como un témpano me miraban fijamente.
Cabeceé, ignorando el dolor de mi pecho.
—Muy bien, te lo diré— exhaló como si de pronto le hubieran quitado un gran peso de encima— Nuestros padres… eran piratas.
Un golpe en la puerta me llevó a la realidad.
Parpadeando, me giré y me encontré con la silueta de Edward, mi Edward, recargado sobre el marco de la puerta. Una de sus manos la tenía alzada, con sus nudillos en alto, señal de que había tocado.
—Parecías muy metida en tus pensamientos— comentó con una sonrisa tirando de sus labios.
Le correspondí la sonrisa y me levanté del taburete para acercarme a él.
—¿Ya está la comida preparada? — pregunté en el momento que sentí sus manos serpentear por mi cintura, acercándome a su pecho. El aire dejó de viajar a mis pulmones.
Con una de sus manos firmemente colocadas en mi cadera, levantó la otra y suavemente trazó la curvatura de mi labio inferior, casi, diría yo, con adoración. Mi cuerpo se estremeció.
—Mike acaba de avisarme— me respondió en un susurro ronco.
Jadeé cuando su mano empezó a abarcar mi mejilla. Si no me estuviera sosteniendo…
—Pues entonces será mejor que vayamos, ¿no?
—Hmmm— pareció que lo meditaba profundamente, sin apartar su mirada de la mía— Yo estoy muy a gusto, por mí no me movería de aquí.
Iba a responderle que yo pensaba lo mismo, iba a tirar de su camisa de lino para encerrarlo en la habitación y que no saliéramos en toda la noche cuando el sonido de mis tripas rugiendo cortó el ambiente íntimo y romántico que se había formado. Ante la curiosa y sorprendida mirada de Edward me sonrojé y él soltó una carcajada.
—Vamos, anda, fiera. Tienes que comer antes— se apartó de mi suavemente— No queremos que Alice me mate por no cuidarte.
—Estoy deseando ver a la pequeña Dalia— le dije con una sonrisa, aferrándome al brazo que educadamente me había ofrecido— Seguro que ahora estará grandísima. ¿Crees que se acordará con nosotros?
—Bella, cariño, cuando la vimos tan solo era un bebé.
Fruncí el ceño, disgustada.
—No me gusta que mi ahijada no se acuerde de mí.
Edward rio y tiernamente se inclinó para darme un beso en la cabeza.
—No te preocupes, tenemos toda una vida por delante con ella. Y juntos.
—Juntos— repetí saboreando la palabra y amando la sensación que producía en mi. Sonreí y cogiéndolo por la nunca, hice que se agachara para que sus labios rozaran los míos— Sí. Tú y yo. Juntos. Me gusta eso.
Y nuestros labios se encontraron en una dulce y apasionada lucha.
Debo decir que todo esto empezó porque de repente me entraron ganas de hacer algo sobre Bella y Edward y además, no quería que fuera una historia en donde Bella fuera un personaje ñoño (porque, reconozcamoslo, en los tres primeros libros lo era, hasta que dijo aquí estoy yo cuando deseaba que Nessie naciera), así que lo primero que me salió fue esa... pelea. En un principio iba a dejarlo ahí, pero me parecía demasiado... "en el aire" por lo que decidí seguirla. Y me salió esto. (Ahora más largo de lo que me esperaba ya que quería que me cupiera toda su historia en un one-shot)
Honestamente no sé cuando tardaré en hacer la segunda parte pues con esto de que ha empezado mi último curso de bachiller y tal, estaré bastante liada. Lo intentaré lo más rápido posible ya que dejo demasiadas cosas en el aire, sin embargo, me gustaría dejar esto por aquí para que por lo menos lo podáis leer (a quién le interese, por supuesto). Eso sí (y no quiero influencia o hacer chantaje) como bien sabréis u os habrán dicho, los reviews siempre ayudan con la inspiración. ^^
Y creo que ya sin más que decir... Espero que os haya gustado y os haya hecho disfrutar tanto como a mi escribirlo.
¡Saludos!
PD: ¿Quién no quería a un sexi pirata salvándote?
