Disclaimer: Los personaje de esta historia le perteneces a Masashi Kishimoto, al igual que la historia está basada en el cuento "A chirstmas carol" de Charles Dickens, o sea que como aclaro todo estoy ya no estoy copiando a nadie.
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Capítulo I: Prólogo
Frío. Un frío atroz que muy pocos pueden soportar. Nadie podría vivir en ese lugar, con ese clima, tan típico de la época. Mientras los copos caen, cual ventisca de nieve se está desatando, muchas personas se muestran casi indiferentes. Incontables no tienen otra opción más que no sea soportar con la boca cerrada la adversidad.
Cuantiosas personas se esfuerzan por no terminar en la calle, pero hay algunas que tienen la desgracia de nacer con la pobreza y la calle a cuestas. Nadie, ni siquiera los padres de esta gente, tienen la culpa. Muchos de ellos están indefensos ante la amenaza de la nieve. Pero de eso sí tiene la culpa la gente.
Gente que no quiso compartir una moneda. Gente que no quiso darles un hogar cálido y un trabajo para que se ganen la vida. Gente que pasa por su lado e ignora completamente su presencia. Gente que no les presta la atención como para abrir su corazón hacia ellos. Gente… como el hombre que ahora camina entre los que, él llama, inferiores.
Un hombre se pasea entre la masa hambrienta, presumiendo de su riqueza material. Y haciendo que ellos envidien lo que es tener el dinero, les niega una mirada. Les niega lo poco que puede darle. Pero no parece ser conciente del daño que causa. No parece poder ver más allá de sus riquezas. Ver más allá del bolsillo de los demás no es una cualidad de él.
De cabello negro y un bastoncito que lleva solo para parecer distinguido, da una vuelta por una esquina, dejando las huellas de sus zapatos de calidad en la nieve. Ojos desorbitados observan con miedo la imagen de este hombre que recorre las calles de pobreza. Las madres alejan a sus hijos de éste, por miedo a que sufran agresiones verbales de su parte. Un sujeto que tuvo todo en su vida y que no le importó dejar a los demás sin nada para poder conseguirlo. Ahora siente que es el más fuerte de todos, a pesar de ser igual a los demás.
Al llegar a una pequeña casa se detiene frente a la puerta. Sobre el marco de la misma, se ubica un cartel. En él decía los dueños de ese local, o sea, los dueños de la inmobiliaria. Los nombres que figuraban eran "Uchiha, Sasuke & Uzumaki, Naruto", aunque éste último nombre estaba tachado con una línea negra.
El hombre dio un suspiro al recordar el último nombre. Su compañero lo había abandonado hacía ya siete años y no lo volvió a ver desde ese momento. Contempla la cerradura e ingresa la mano a su bolsillo. Da unas cuantas vueltas por el mismo, para poder dar con las llaves de su modesto lugar de trabajo. Al cabo de unos segundos, consigue dar con el objeto deseado. Lo introduce en el orificio y le da la vuelta. Pero, para su no sorpresa, no puede girarla. En ese momento cae en cuenta de que estaba abierta. Alguien había llegado antes que él.
Sin sorprenderse demasiado, pues no es la primera vez que le pasa, entra. El fuego arde en la chimenea que hay a la izquierda de la puerta. Las llamaradas, aunque muy pequeñas, habían logrado calentar el lugar antes de que él llegara. Luego se fijo en su escritorio, el cual se ubicaba al final de esa oficina. Los papeles estaban ordenados, como siempre los deja. Acto seguido, giró su cabeza y vio a su empleado sellando unos cuantos papeles.
Era un muchacho joven. Con sus pocos años de vida a cuestas, trabajaba más que otros de su edad. Al no haber podido terminar la escuela para poder dedicarse a la familia que había formado, tuvo que aceptar el maltrato por parte de aquel hombre. Una paga mísera a cambio de su servidumbre, eso era lo único que le mantenía en ese mismo sitio.
—Buenos días, Señor Uchiha —le saludó el chico tratando de mostrarle una sonrisa cálida.
Uchiha solo le miró de la misma forma despectiva de todos los días. Le saludó como todas las mañanas: desatentamente. Lo único que le importaba era que ese muchacho trabajara y le diera dinero, era lo único que le interesaba y la única razón por la cual le mantenía allí. El chico de cabellos castaños suspiró, estaba resignado.
—Inuzuka —le llamó de repente su jefe.
— ¿Qué ocurre, Señor Uchiha? —le preguntó al tiempo que se daba vuelta y le miraba.
—Te he dicho que no gastes mucha tinta, ¿no es cierto? —preguntó mientras le daba la espalda.
El muchacho tragó saliva, acababa de recordar algo. Un ligero nerviosismo le recorrió el cuerpo. Pensó que había limpiado todo y que ni huella suya había dejado, mas se equivocó. Él había cometido un error, ese tipo de errores que su jefe no perdonaría.
—…Sí —dijo débilmente.
—Entonces… ¿qué es esto? —le dijo casi a los gritos mientras alzaba una hoja de papel un poco negra, por la tinta que se había derramado sobre él.
—Lo siento mucho —se disculpó mientras caminaba hacia donde estaba el hombre de negros cabellos. —No volverá a suceder… se lo prometo. ¡No! Se lo juro.
—Por supuesto que no sucederá. Porque si veo esto de nuevo… estarás ¡despedido! —le gritó.
El joven solo asintió con la cabeza y luego se devolvió a su asiento, para poder seguir con su trabajo. El corazón se le aceleró un poco, pero después de escuchar el rechinar de la silla de su jefe arrastrarse y presentir que él ya se había sentado en ella, le hizo calmarse. Siempre estaba enojado, a pesar de ello, cada vez presentía más su despido. No es que sea un mal empleado, pero es que es humano y comete errores.
Los sonidos que se escuchaban eran los "tic-tac" del reloj de la pared. No tenía un pajarito adentro, pero todavía daba la hora. No podía esperar a que ese día pasara rápido, a que se hicieran las ocho de la noche para poder irse a su casa y estar con su familia; pero para eso faltaban unas cuantas horas.
El jefe del lugar abrió los cajoncitos que él mismo mantenía bajo llave. Dentro de los mismos mantenía a sus bolsitas de dinero. Eran pequeñas, pero cada una contenía una serie de monedas de oro a las cuales solo él tenía acceso. Esa llave no se la había dado ni a su único trabajador. El otro que la poseía era su antigua socio, pero ya no le preocupaba eso. Puesto que él se había apoderado del elemento tras su partida.
Los minutos pasaban lento. Mas la hora muy pronto se hizo presente. El estruendoso sonido de las campanadas de reloj sin ave se hicieron escuchar. La hora por fin había concluido, un alivio para Inuzuka, que aún se hallaba en su labor. Sin mover ni un centímetro su sillita, se dedicaba a sus papeles. Suspiro tras suspiro se iba pasando el tiempo de pensamiento en pensamiento. De vez en cuando, giraba su cabeza para poder observar qué tanto hacía su jefe.
A veces lo podía ver contando su dinero –la mayoría de las veces–, otras podía contemplarlo en plena labor de registración de impuestos y demás. El negocio iba demasiado bien, pero el sujeto se exigía a sí mismo más dinero que recaudar. La ambición de quien tiene el peor vicio de todos: tener dinero. Una avaricia que se distribuye y que hace notar a quienes lo rodean, incluida su familia…
La puerta se abrió de par en par, la ventisca ingresó en el terreno. La nieve se hizo un lugarcito junto a la puerta. Pero rápidamente fue cerrada por el hombre que había entrado. Un sujeto alto, ojos oscuros que se fijaban a su alrededor. Pero, más allá de todo su abrigo negro y su semblante aparentemente apagado, emanaba una calidez diferente de su pequeña sonrisa. Un gesto fácil de identificar con solo mirarlo a la cara, una alegría emanaba de la curvatura de sus labios.
—Feliz Navidad, Kiba —dijo refiriéndose al joven Inuzuka.
El muchacho giró su cabeza y le dirigió una mirada y una sonrisa. Le gustaba el hecho de recibir una felicidad en esa fecha. Recibir únicamente trabajo comenzaba a amargar su estadía en esa oficina.
—Igualmente, Señor Uchiha —le respondió dejando, por un momento, de lado su pluma.
Desde el fondo de la habitación se escuchó, entre dientes, la burla y, a la vez, queja por las palabras pronunciadas por el recién llegado. El jefe del negocio se mostraba arisco ante tales actos, que él consideraba, inútiles y estúpidos. Lo que no generaba dinero, no era motivo para prestarle atención.
Los dos hombres le miraron. Incluso el mayor de ellos –o sea, el que acababa de llegar–, se mostraba más malhumorado. Éste último suspiró, al tiempo que cerraba los ojos y movía la cabeza de un lado al otro. Algo que hacía muy seguido con su pariente. Desde que él se obsesionó con el dinero, nunca lo ha visto sonreír cálidamente. Mas no pierde la esperanza de que cambie, algún día.
— ¿Y tú qué haces aquí? —preguntó el dueño, balanceando entre sus manos unas monedas de oro.
—Ay, hermanito —dijo a modo de suspiro —. ¿Acaso no puedo venir a desearte una feliz Navidad? —preguntó tranquilamente.
—Feliz Navidad —dijo en tono burlón —. Otra razón para haraganear y para que estúpidos como tú, compren esas ideas insulsas.
— ¡No son insulsas! —gritó de repente Inuzuka —. Es una época que sirve para dar a los que más necesitan…
—…Para que la gente se sienta feliz con su famita —le completó la frase el hombre que acababa de entrar.
— ¡Exacto! —se acopló el joven de cabellos color café.
— ¡Inuzuka! —le regañó su jefe, a lo que el chico se encogió en su banqueta de nuevo y continuó con su trabajo.
El hermano del dueño dio un suspiro. Su hermano era enojón, pero en estas fechas se ponía peor. Una gran amargura le llenó el corazón, en ese instante se arrepentía de haber venido hasta ese lugar para ver a su hermano menor. No obstante se tragó esa amargura y caminó hacia el escritorio donde estaba sentado.
Volvió a colocar la sonrisa con la que había llegado, ahora trataba de concentrarse en que él era su hermano. Mal o bien, él debía de hacer lo que su conciencia la pedía que hiciera. Después de todo, eran vísperas de Navidad y nadie merece que lo traten así. Ni siquiera un hombre avaro y gruñón como lo era su hermanito.
—Sasuke —le llamó. A lo que el sujeto elevó una ceja y le observó —. En realidad vine hasta aquí, para poder invitarte a la cena de Navidad de nuestra sobrina…
— ¿Te refieres a la cena de TenTen y Neji? —le preguntó mirándolo de una manera sombría y casi indiferente.
—Sí —asintió él, acompañando la palabra con un movimiento de su cabeza.
—Ellos no son mi familia —le contestó, levantándose de su asiento y caminando hacia la parte trasera de la oficina, dándole la espalda.
—Te equivocas —le contradijo acercándose un poco más al escritorio —. Quizás no somos de la misma sangre… pero TenTen es la hija de nuestra hermana…
—Dos correcciones, Itachi —le comenzó a decir, dándose vuelta, colocando las manos cobre el escritorio y mirándolo fijamente —: hija adoptiva y difunta hermana.
Por un instante el único empleado dejó de escribir y escuchó un poco de la conversación. Había oído antes discutir, levemente, a su jefe y al hermano de éste sobre esos asuntos; pero jamás lo había escuchado tan explícitamente. Después de procesar esta nueva –no tan nueva, valga la paradoja– información, continuó con su trabajo.
—Aún así… ahora son tu familia —dijo Itachi y dio un par de pasos hacia la puerta. Pero se detuvo en el marco de la misma. Una gran rabia le invadía, pero era su hermano… no podía hacerle daño y no deseaba llegar a eso, pese a que sus palabras había logrado ser traducidas a desprecio hacia los que él consideraba su única familia en ese momento. Se giró y le contempló con resignación, más que eso, con repugnancia —. Nuestras puertas están abiertas… aunque es casi seguro que no vayas…
La puerta se escuchó. Itachi Uchiha se había retirado dejando a su paso un silencio muy soportable y casi indistinguible para Sasuke. Mas para Kiba una gran tensión comenzó a hacerse presente en su ser. Sintió sus manos más frías que antes y su cuerpo un tanto más pesado, no le gustaba ver discutir a su jefe con su familia, dado que sabía que el hombre estaba completamente solo y si seguía así, iba a terminar más solo todavía.
El tiempo pasó casi tan lento como siempre. Eso es porque él lo sentía lento, como todos días. Apenas sí podía salir de su tensión, ya que cada vez que miraba a Uchiha, éste tenía la mirada más gélida que de costumbre y no le dirigía la palabra, ni siquiera para regañarlo por algo. No había contado su dinero, nuevamente, como solía hacer cada día.
La puerta volvió a abrirse de par en par. La nieve ingresó en el lugar y los inundó con su frío, haciendo aún más crudo el ambiente. Los dos hombres que cerraron la puerta a sus espaldas eran altos y vestían humildemente. Ambos poseían una cajita con una ranura. Revestida con colores rojo y verde, el moño de los mismos colores la hacía resaltar y dar un tono sumamente alegre a la misma.
Inuzuka se estremeció un poco por el soplido del viento, pero por no pararse de su asiento, sólo refregó sus manos generando tan poco calor que fue lo mismo que no haber hecho movimiento alguno. Sopló sus manos, el aliento blanco y, posteriormente, transparente hizo que se humedecieran, pero al menos con eso generó más calor que con su intento anterior.
El dueño de la oficina contemplaba a los dos sujetos mientras jugaba con un par de sus monedas de oro. Con sólo el sonido del reloj como música de ambiente, los pasos de los dos hombres acercándose al escritorio principal de la sala retumbaron en las paredes y oídos de más joven y sensible de los cuatro hombres presentes.
—Disculpe, Señor Uchiha —dijo uno de los hombres, el más alto de los dos y prendiendo un cigarrillo con un fósforo que sacó de su bolsillo.
— ¿Qué se les ofrece…, caballeros? —inquirió Uchiha sin despegar los ojos de las monedas de oro, que, contrariamente de la gente, no se irían en unos segundos más tarde.
—Verá señor —comenzó a decir el mismo hombre, al tiempo que introducía el extremo de su cigarrillo en su boca y, al sacarla, exhalaba el humo que salía por bocanada, —nosotros estamos haciendo una colecta por Navidad, de esa manera podremos comprarles alimentos, ropas y demás accesorios a la gente con menos recursos.
El silencio aunó en toda la habitación. Kiba dejó de escribir por esos segundos tan precisos en que su jefe se fijaba en la caja con ojos despectivos, y quizá con un poco de asco y rechazo. Él no contestó, no deseaba contestar algo que para él era muy estúpido y sin un sentido productivo. Las cosas que él amaba, su dinero, no podía dársela a la gente, por más que sean de vital importancia para otra persona que lo necesita más. La avaricia es el peor pecado de los hombres, porque no sólo son avaros, sino que con ello pueden generar la muerte de otro, el sufrimiento de otro, el malestar ajeno y hasta despertar el odio, la envidia y el deseo de poseer más de lo que se tiene, esto último es la avaricia definida.
—Esas monedas podrían ser la comida de una familia el día de mañana —dijo el hombre más gordito y petisito, mientras se acercaba al escritorio y estiraba las manos con la caja entre ellas, pidiendo que introdujera un poco de sus monedas.
—A ver —comenzó a decir Sasuke levantándose de su silla y caminando hacia la puerta principal de la oficina. Tenía las manos detrás, sujetadas entre sí, y caminaba con lentitud, como si maquinara exactamente qué decirle a esos hombres sin que sonara sumamente grosero y desinteresado –cosa que era así, pero que una persona como él, que se fija tanto en la apariencia, toma en cuenta para poder ocultarlo–. Pasados unos segundos, silenciosos e incómodos segundos, Uchiha prosiguió a seguir hablando: —No es que no quiera contribuir con ustedes, pero… no le veo sentido a esa colecta…
— ¿Por qué señor? —preguntó el más alto de los dos hombres.
—…Si ustedes le dan dinero a los pobres, sólo unos pocos se benefician. Además, si le quitan plata a algunas personas, están generando pobres, ¿o no? —contestó después de dar un largo suspiro, como si lo que estuviera diciendo no fuera necesario de explicar. Como si la pregunta del hombre hubiera sido absolutamente estúpida y sin sentido alguno.
—Pero señor… —emprendió a decir el más bajito de los dos, pero fue interrumpido por Sasuke.
—No tiene sentido criticar lo in-criticable. Por favor —dijo mientras se movía a un costado de la puerta y estiraba la mano, señalándoles la misma —, ¿podrían retirarse?
—Pero si da unas pocas monedas, no le afectará en nada, no puede ser tan… tan —dijo el más alto mientras sacudía de un lado al otro las manos, haciendo que el cigarro subiera y bajara casi sin un control establecido.
—… ¿Avaro? —preguntó Uchiha con una mirada fulminante y con el seño fruncido, como si lo que le estuvieran pidiendo estuviera fuera de la ley.
—Sí —contestó el hombre tratando de no ser tan cortante en su respuesta. Y es que era verdad, no podía negarse a dar unas pocas monedas, siendo que le sobraban en su escritorio, en su cuenta bancaria y en la caja fuerte de su mansión-casa.
—Por favor, retírense —les indicó Uchiha abriendo de par en par la puerta. La corriente gélida ingresó al lugar y apagó el fuego que calentaba la triste oficina.
Uno de los dos varones se sujetó el sombrero que comenzó a ser elevado por la velocidad del aire. El otro cubrió su boca con la bufanda que adornaba su atuendo. Ambos dieron dos pasos al frente, ya que comprendieron que ese hombre era un caso perdido. Ni una sola moneda se despegaría de sus huesudos dedos, ni una miserable palabra de consuelo y caridad saldría de sus labios, sellados por la avaricia que lo inundaba desde las entrañas hasta el exterior de su cuerpo.
La mirada del ayudante de Sasuke bajó drásticamente. Anteriormente había tenido que morderse los labios para evitar contestar algo que pudiera ir en contra de su jefe. Él era consiente de que su familia dependía de las moneditas de bronce que el sujeto le daba por día. Quizá no era mucho, pero le servía para poder subsistir. Su familia dependía de él, su trabajo dependía de que hiciera todo lo que le mandara su jefe; estaba atado de manos, no podía hacer algo que sea mal visto por éste último. La impotencia arremetió contra su ser.
—Esperen —dijo, en voz baja, Kiba poniéndose de pie para poder caminar hacia los dos hombres que ya se despedían con las cabezas gachas y con la sensación de angustia en sus gargantas. Hacía tiempo que no se encontraban con un hombre testarudo como lo había sido Sasuke Uchiha.
El gordito que poseía la caja se detuvo y se dio media vuelta al sentir una mano que le tomaba por el hombro y lo giraba. Contempló los ojos brillosos del sujeto que lo miraba y estiraba la mano para poder entregarle una monedita de bronce. Éste último examinó la moneda de arriba abajo, ese era el sueldo del día anterior y ahora lo estaba donando para que pudiera servir de algo. Sí, quizá no sirva de mucho, pero él sabe lo que es la miseria, sabe lo que es no saber cómo hacer al día siguiente para comer, sabe perfectamente eso y mientras pueda colaborar, aunque sea miserablemente para que otros no sufrieran lo mismo, lo haría. Sostuvo la moneda con fuerza y la introdujo en la ranura de la caja. El sonido de la misma estampándose contra las demás monedas de adentro de la cajita, hizo que pudiera tragar la angustia que le impedía hablar.
—Dios lo bendiga —le contestó el hombre del gorrito, quitándoselo como una muestra de cortesía y agradecimiento.
Uchiha cerró la puerta de la oficina, dejando a Kiba unos centímetros detrás de la misma. Su ayudante le miró cabizbajo, ahora le daba mucha tristeza que su jefe no comprendiera la necesidad de los demás. Pero después cayó en cuenta de que era más que obvia esa conclusión, si no se le pasa por la cabeza aumentarle el sueldo a él, menos se le pasaría por la cabeza colaborar con las demás personas que no le generan dinero.
El jefe de la oficina rodó los ojos, para él lo que había hecho su ayudante era un gran estupidez no tenía lógica. Mas no le importante, después de todo, esa moneda no era suya, sino de su empleado, no le importaba lo que hiciera él con ella. No le iba a dar otro sueldo porque él haya decidido darle el mismo a otra gente. ¿Qué le importaba lo que Inuzuka hiciera? No le importaba en lo más mínimo.
—Pamplinas —dijo Sasuke una vez se hubo sentado en su escritorio. Su asistente se mantuvo unos segundos parado frente a la puerta. Podía sentir la mirada fulminante de su patrón en su cuello. Lo contemplaba muy feo, lo sentía muy penetrante y, si fuera más perceptivo, lo mataría por dentro y se sentiría arrepentido de su acción.
Inuzuka suspiró profundamente. Ambos nunca se podrían comprender. Ninguno de los dos lograría comprender la mente y la lógica del otro. En ese instante se preguntó porqué trabajaba con ese hombre que lo ninguneaba, lo rebajaba y lo explotaba cotidianamente. Y es que no tiene estudios, no tiene una carrera, y no puede realizar trabajos forzados porque tiene un problema en la cadera que viene arrastrando desde que tenía diez años. No tiene otra alternativa más que dejarse pisotear por los demás si quiere conseguir dinero.
El muchacho se sentó en su banqueta y siguió trabajando. Al cabo de unos minutos comenzó a sentir que su mano se entumecía, exhaló levemente para poder comprobar qué tan frío estaba allí. Cuando vio su aliento blanquecino salir despedido cual nubecita, se dio cuenta de que el fuego se había apagado. No quería moverse de su lugar. Sentía intimidación al hacer un mísero movimiento. Además, el carbón no podía ser usado mucho, puesto que debía de durar hasta fin de mes, o sea, cinco días más.
Los minutos corrieron, pasaron lentos, interminables. Constantemente se podía contemplar al más avaro de los dos contando y re-contando sus monedas de oro, de plata y de bronce. Los colores formaban una gama cromática desde más brillantes a más opacos. De entre los más opacos saldría el sueldo de su único empleado.
Dicen que la avaricia no tiene límites y es que tiene mucha razón. Sasuke ya ni siquiera toma en cuenta las grandes bolsas que mantiene encerradas bajo tres cerraduras en su propia casa, no toma en cuenta la gran cantidad de posesiones que mantiene en el banco. Al igual que no toma en cuenta a la gente que le ayudó a conseguir las grandes sumas de dinero de las que puede gozar hoy en día. Gran cantidad de esa suma la consiguió a costillas de su difunto socio a quien, a la hora de su muerte, le estafó todo lo que poseía. De esa manera logró pagarle una escueta caja y un simple agujero en la tierra para conmemorar su muerte.
Su socio había sido el co-fundador de la inmobiliaria que poseía en ese momento. Él había sido el encargado de traer los primeros clientes, a los que dejaron sin un centavo al cabo de poco tiempo. Ambos disfrutaron de la riqueza que ganaron, y de la que no ganaron también. Puesto que para acompañarse el uno al otro, se volvieron tan avaros que no dudaron en engañar, extorsionar, convencer con artimañas sucias a sus clientes de que les entregaran todo lo que poseyeran. Inteligentes, astutos, rápidos, los dos eran tal para cual. Hasta que la muerte anduvo por la casa de su querido socio y le arrebató su último aliento dejándolo morir de una pulmonía a una relativa temprana edad.
La luna se hacía presente en un cielo que de a poco se iba despejando, para dar lugar a la helada que caería esa misma noche. Con algunas estrellas acompañando el firmamento y con unos pocos grillos que dan inicio al momento del día en que la mayoría de los animales diurnos se van a dormir, Sasuke se fijó en su reloj de bolsillo la hora y la comparó con el de su pared. Ambos relojes daban una hora que se diferenciaba de la otra por cinco miserables minutos; el reloj de la pared estaba más adelantado que en de bolsillo.
—Cinco minutos adelantado —comentó el hombre con una mirada inexpresiva.
Al escuchar las palabras de su jefe, el empleado se giró un poco y contempló la pared que se hallaba a su espalda. Por unos momentos esbozó una sonrisa. Regresaría en pocos minutos a su casa, por fin vería a sus niños y a su nosia –pues nunca se había casado y no podía costear los gastos de una boda–, y les podría desear una feliz Navidad, sólo desear porque no tenía nada que regalarles y no podía comprar algo para ellos. Mas esta sonrisa se desvaneció al ver la mirada gélida que le dirigió su jefe. Por ello se volvió a su trabajo, pero en el fondo esperaba que le dijera que podía irse.
Por la ley de la atracción si uno desea con mucha intensidad, o piensa con mucha fuerza en algo o alguien, aparece o se cumple el deseo o el pedido. Pues esta vez, le tocó a Kiba hacer uso de su derecho.
—No te descontaré hoy esos cinco minutos —dijo de repente Uchiha. —Vete ahora —le ordenó señalando la puerta.
El muchacho sonrió notoriamente. Cerró el libro en el que estaba escribiendo, tomó la pluma con la que escribía y la colocó en la parte superior de su mesa, después tapó la tinta, dado que su jefe no quería que ésta se fuera a desparramar o a evaporar o a perderse de alguna manera extraña y que sólo a él se le ocurriría. Acto seguido, se paró de un salto y dejó las cosas sobre el escritorio de su patrón.
Caminó hacia la silla por última vez y tomó su abrigo. Se lo colocó mucho más rápido de lo que se lo había sacado, se colocó la capucha, de manera tal que apenas sí se le podía ver los ojos. No contaba ni con bufanda ni con guantes, por lo que esa campera que tenía remiendos por muchas partes era su único abrigo para afrontar el frío y la nieve. Pero eso no le impidió que saliera de esa horrible y tétrica oficina.
—Adiós Señor Uchiha, feliz Navidad —le dijo y, como sabía de antemano que no obtendría respuesta alguna, cerró la puerta detrás de sí.
—Feliz Navidad… Idiota —comentó para sí mismo el sujeto mientras metía las monedas de oro, de a diez, en una bolsa de lona, y después las diez bolsas con oro, con las otras diez de plata y tres de cobre en otra más grande, se la cargaba al hombro y, mirando el reloj por última vez, se encaminaba a la puerta de su oficina.
Una vez hubo cerrado la puerta con llave, miró nuevamente el cartel que se mantenía sobre el marco de su puerta. Los nombres en ellos ya no le provocaron gran sentimiento, era lo mismo todos los días. Al principio se sentía un poco triste, angustiado y con algo de pesadez, pero al finalizar el día se sentía liberado, como si el peso que sintiera sobre sus hombros se desvaneciera, aunque eso no es del todo cierto.
Lo cierto es que al finalizar el trabajo, más gente había perdido sumas de dinero que le servirían para el futuro, pero Sasuke nunca se daba cuenta de ello o bien no le prestaba atención por considerarlo irrelevante. "Lo hubieran pensado mejor antes de nacer en la pobreza", una frase muy común en su pensamiento pero que nunca muestra frente a las demás personas, sino que se la guarda para poder autoconvencerse de que él no es el que está equivocado.
Caminó por las calles iluminadas únicamente por farolas. La nieve cubría el suelo cual manto blanco que se despliega frente a los ojos de quienes lo ven caer copo tras copo. Por suerte, unos minutos después de salir, la caída de los copos cesó. Lo único que siguió impidiéndole el paso fue el viento helado que se desató sobre la ciudad. Pero él no lo sufrió tanto, inclusive se atrevió a jugar un poco con su bastón que no tenía otro objeto más que ser un accesorio para parecer más importante de lo que realmente es.
A su alrededor la pobreza mostraba su desagradaba abanico de pálidos colores. Los niños que se reguarnecían junto a sus madres, sentados en el piso y con los pies descalzos. Le miraban con el semblante suplicante, deseando que del cielo cayera algo que les ayudara y que les aliviara el dolor de estómago que poseían. Y es que sus jugos gástricos, sin nada que digerir, o preparar para ello, se conformaban con las mismas paredes del estómago. Otros, principalmente los ancianos, se atrevían a acercársele y a estirar sus huesudas manos para pedir una moneda pero, inclusive haciendo sonar el saco lleno que tenían, no les entregó algo y siguió caminando haciendo oídos sordos a sus plegarias.
Las huellas de sus zapatos dejaban marcado el rastro de su caminar. La línea que formaban los pies serpenteaba entre los indigentes que yacían dormidos en el suelo, o al menos así parecían: dormidos. Él no se fijó en ellos, simplemente elevó el mentó y miró la siguiente esquina, una vez hubiere doblado la siguiente esquina, habría estado a media cuadra de su gran mansión, que había terminado de pagar gracias al dinero de la muerte de su ex socio.
Marchó a paso firma por la media cuadra que le quedaba y se paró frente a la casa más grande del lugar. Una brisa corrió mientras él sacaba la llave para poder abrir la puesta de su casa. Mas no le tomó importancia y decidió abrir la puerta, para lo cual estuvo un buen tiempo, dado que la cerradura estaba vieja y gastada y por ende costaba un poco hacerla entrar correctamente y abrir fácilmente.
Entró en su morada. No obstante, no se percató de la corriente escalofriante que abundaba dentro de la misma. Lo primero que hizo fue colgar su abrigo en el perchero de al lado de su puerta de madera terciada. Lo que no hizo, como siempre, fue encender las luces, porque se gastaba demasiada con ello y la luz salía cara. Por eso es que mantenía una vela en la mesa principal, para sólo caminar hacia ella, encender la vela, tomarla y subir por su larga escalera, para poder llegar al segundo piso, en donde estaba su dormitorio.
Dos farolitos se posaron en el vidrio de la ventana de la derecha de la puerta, dos farolitos que parecían pintados y que parpadearon un par de veces. Una mano se posó sobre la ventana y la atravesó transformándose en un humo blanco, como si fuera vapor. Muy pronto los ojos se desvanecieron y el humo se metió en la casa, dispersándose en la misma y cubriendo cada rincón de todo el lugar. Para cuando se hubo disipado, Sasuke se dio media vuelta con la sensación de estar siendo observado.
Cual hombre escéptico, cuyo dios es él mismo, se volvió a girar, se encogió de hombros pensando que su vejez comenzaba a hacerse notar, a pesar de sus pocos treinta y cinco años, y que sus neuronas se estaban cansando, y siguió subiendo por las escaleras teniendo la velita en su mano izquierda y sujetándose de la barandilla con la derecha.
Cada paso se le hacía eterno. Cada paso era más pesado que le otro. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, pero no se había desabrigado lo suficiente como para sentir semejante frío. Se consoló pensando que el clima estaba muy feo y que pronto se metería dentro de su cama, con sus cobijas y sus almohadas con plumas de relleno. Cerró los ojos por unos instantes y se imaginó el tibio de su litera y a él entre ella, durmiendo tranquilamente.
—…Sasuke… —escuchó decir a una voz suave, hecha únicamente con el aliento sin poder hacer vibrar las cuerdas bocales. Una voz penetrante que lo sacó de su transe, de aspecto fantasmal, aunque no se pueda tocar.
Su corazón comenzó a latir más fuerte, pero no se detuvo y tampoco le contestó a la voz que parecía llamarlo. Apuró un poco el paso, con la traspiración corriéndole por el cuerpo y con las ganas de llegar carcomiéndole la cabeza. Sentía su respiración agitada y tenía la sensación de que, mientras más corría, más lejos se iba el final de la escalera.
—…Sasuke… Sasuke… —volvió a repetir la voz con intervalos de segundos. Con ello el hombre volvió a apurar su marcha. Casi sin darse cuenta se hallaba corriendo por la escalera y había tirado el bastón. El sonido de los golpes del mismo cayendo por los escalones era apagado y el retumbar del eco de los golpes le resonaba en sus oídos.
Cuando su mano por fin tocó el adorno circular que tenía la madera de la baranda de la escalera, pudo suspirar. Recién en ese momento se ido cuenta del ridículo espectáculo que había mostrado por una cosa que había imaginado simplemente. Sin embargo, no por eso se sintió menos temeroso.
Miró hacia delante, el pasillo hasta su habitación estaba sumamente oscuro. Le parecía una oscuridad interminable donde brillaba el pomo de oro de la puerta de su habitación. Sintió como si le faltara el aire, pero igualmente debía de pasar por ese pasillo. Por unos instantes le pareció que una sombra más oscura se movía de un lado al otro, como si esperara a que él fuera hacia ella. Cerró los ojos y se convenció de que era sólo su imaginación, de que todo estaba en su cabeza y que estaba muy cansado, por eso es que veía esas cosas.
Suspiró aliviado tras calmarse y comprender que todo lo que había pasado era ilusorio. Abrió los ojos satisfecho y se sintió en paz por unos segundos.
—…Uchiha…—escuchó decir a su oído. Eso le heló la sangre y le hizo sentir un escalofrío que no había sentido en mucho tiempo. Por ello, prácticamente, corrió por el oscuro pasillo.
Abrió la puerta lo más rápido que pudo y le echó llave. Acto seguido, colocó la vela en la mesita de luz que poseía un cuadro de él mismo y una llave, la del cajón de la mesa donde solía poner las bolsitas más pequeñas de oro. Pensaba guardar la bolsa que traía en su cuarto hasta que a la mañana siguiente la depositara en el banco, pero la había dejado en la sala principal con el apuro de subir las escaleras. Esperaba que, quien sea que estuviera en la casa, no le tocara su oro. Sí, un pensamiento sumamente estúpido en un momento como este.
Sintió el sonido del pomo de la puerta, la misma comenzó a moverse y una luz verde se manifestó debajo de la abertura que quedaba. La luz espectral fue acaparando territorio en el piso de la habitación del hombre, a lo que él iba retrocediendo hasta que se topó con su propia cama y terminó sentado en ella. Mas no le duró mucho, puesto que se paró y caminó un poco, pero sentía que sus pies no le respondían.
La puerta siguió haciendo ruidos, la madera parecía quebrarse y la luz se hacía cada vez más brillante. Una mano atravesó la puerta, una mano verde que se acercaba a la manija y la movía, como queriendo abrir la portezuela de madera.
—…Sasuke Uchiha… —dijo la voz por última vez, a lo que el hombre comenzó a rogar que se fuera. Comenzó a gritar que no quería verlo, que no había ningún Sasuke en esa habitación y que fuera a ver a otro, que con él no tenía ningún problema. Pero todo fue en vano.
— ¡Traidor! —dijo la voz con una furia propia de un muerto que no debía morir. La puerta se abrió de par en par y una figura espectral, con un resplandor de otro mundo ingresó prácticamente flotando a la habitación.
Un grito atronador salió de la boca de Sasuke. Y aún más gritó al ver que el fantasma había perdido el brillo verde a medida que avanzaba, pero ese brillo había sido reemplazado por el sonido de estridentes cadenas que golpeteaban contra el suelo.
Uchiha estaba en el suelo, cuando el espíritu se hallaba a tan solo dos pasos de él. Éste último estiró la mano, tanto que terminó a sólo centímetros de tocar el hombro de sujeto avaro.
—Eres un… —comenzó a decir el fantasma —, traidor…
— ¿Po… por qué dices e… eso? —tartamudeó el hombre con las pupilas dilatadas, con el pulso cardíaco por la nubes, al igual que la presión, y temblando.
—Porque… —dijo el espectro con una alo de furia e encorvando los dedos de manera que parecía una garra. — Porque… —repitió y tardó un tiempo en contestar pero al final lo dijo, junto con terminar de apoyar su mano en el hombro de Uchiha—, ¡me cambiaste por ese estúpido de Kiba Inuzuka! —gritó como si fuera un rezongo.
El brillo fantasmal desapareció, por lo que la visión terminó quedando como si fuera una persona más, sólo que transparente. Mas no le inspiró tanto miedo de esa manera. Y como utilizó la voz que utilizaba cuando estaba vivo, Uchiha logró reconocerlo.
— ¿Naruto? ¿Uzumaki, Naruto? —preguntó para cerciorarse de no haberse confundido de persona.
—El único e inigualable, por eso mismo me ofende tanto que ese Kiba sea mi reemplazante —dijo con un aire ofendido y cruzándose de brazos.
—Pero… ¿qué estás haciendo aquí?
—O sea, que como todavía no saqueas mi tumba, no tengo motivos para estar aquí, ¿eh? —le contestó con un aire que oscilaba entre la burla, la ironía y la seriedad.
Sasuke no contestó la pregunta, en el fondo sentía que eso era verdad y que lo que había dicho era verdad, por eso es que no comprendía la llegada de su ex socio ahí.
—No te lo tomes tan en serio, no has cambiado en nada aún —dijo con una sonrisa en su rostro y sentándose frente a él.
Ambos se vieron de frente, porque el único vivo se acomodó y recobró la compostura, aunque ni el más cuerdo del mundo podría estar completamente tranquilo hablando con un fantasma y un fantasma que pudiera tener mucho rencor hacia uno.
—Estoy aquí para advertirte…
— ¿De qué? —preguntó Sasuke intrigado.
—Pues si me dejaras terminar, ¡te lo habría dicho hace un rato! —contestó.
—Perdón.
—Ahora te disculpas, lo que hace el hecho de saber que soy un fantasma —dijo utilizando en la última palabras la voz fantasmal que había asustado a su ex amigo durante las escalera.
Sasuke simplemente tragó saliva y después Naruto comenzó a reírse, pero luego se puso serio de nuevo.
—Esta noche… vendrán a visitarte tres espíritus, ellos harán que te arrepientas y cambies la horrible forma de ser que tienes…
— ¡¿Qué tiene de malo mi forma de ser?! —le interrumpió Uchiha.
— ¿Es necesario que te lo explique? ¡Eres avaro, egoísta, egocéntrico y todos los adjetivos que tengan las sílabas "ego"!
—Pero tú eras igual o peor y…
— ¡Y mira como terminé! —le interrumpió Uzumaki elevando la mano y mostrándole las cadenas que caían de ellas.
Las cadenas parecían gastadas, pero al final de cada una de ellas se veían caer pesas, esféricas o algunas con formas más extrañas, pero todas se veían igual de pesadas. De un gris un tanto llegando a naranja por el óxido, el óxido que le dieron las maldiciones de la gente que todavía gozaban de la vida. El grosor de las cadenas era mucho más ancho que la muñeca de Uzumaki. No las tenía atadas, ni siquiera selladas con un candado, estaban clavadas en sus muñecas para que pudiera sentir en muerte lo que le hizo sentir a los demás en vida.
—Nunca dejaré de cargar con mi condena… ¡Nunca! Y rogué porque tú te salvaras de esta agonía. Si no cambias esta noche, tus cadenas serán peores que las mías.
—Pero…
— ¡Debes hacer lo que esos fantasmas te digan! —gritó y se levantó del piso, para pasar de nuevo a tener ese brillo espantoso y flotar hacia la puerta.
—Recuerda —comenzó a decir el fantasma mientras atravesaba la puerta—, como somos en la tierra, nos vemos en el más allá —dijo cuando sólo le quedaba en la habitación un brazo y después una mano. Ésta última, se volvió garra. Las uñas le crecieron y encorvaron, formando lo que se identifica a simple vista como zarpa.
Esa última imagen de su ex socio le hizo comprender que, si no cambiaba, iba a terminar como él. Mas no le creía del todo lo que le había dicho, ni siquiera creía que lo que hubiera visto sea realmente un fantasma. Escéptico como no hay otro, su cabeza no le permitía creer lo que para sus principios y razón era ilógico. No podía ver más allá de lo material, y lo material era su propio dinero y el dinero que le pudiera sacar a la gente que lo rodea.
Aún así… los escépticos se equivocan cuando no creen lo que sus ojos les dicen. Lo que no pueden tocar, lo que no pueden ver, los hacer ser incrédulos ante la posibilidad de que exista; pero él lo vio, lo tocó, lo sintió y ¿aún así lo cree? No cierres los ojos ante las posibilidades, Sasuke Uchiha, ábrelos y descubrirás que hay cosas que van mucho más allá de ese pequeño mundo en el que estás viviendo, donde no hay nadie, excepto tú mismo…
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Nota final: Los fantasmas no hacen ruido, pero no importa, es un efecto dramático xD. Espero los comentarios y acepto las críticas, siempre y cuando sean con fundamentos y constructivas ^^. Por ahora no habrá mucho SasuSaku, pero tengan fe. Si conocen el cuento o al menos han visto alguna de las películas sobre él, sabrán en qué momento aparecerá nuestra querida Sakura.
