Derechos: Los personajes le pertenecen a S.M., quien es la que nos hace soñar con cada uno de ellos, cualquier otro personaje que no sea identificado, es totalmente mío, como la historia.

Capítulo beteado por Sool Pattinson. Beta FFAD.

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Antes que nada, quiero agradecerle a Sool por el apoyo inmenso que me está dando en mis historias.

Sool, hemos conversado hace tan poco tiempo pero debo decir que me siento muy cómoda contigo. Nunca me imaginé que iba a sentirme así con una persona. Cada mensaje tuyo siempre me trae una sonrisa, así mi día esté pesado como algunas veces. Muchas gracias por tus acosos, y las ganas que me impartes cuando la señora Inspiración decide desaparecer.

Estamos muy lejos, así que mi única manera de agradecerte todo y que un detallito mío te llegue ha sido con este Two-shot older. Espero que te guste y que tengas un feliz y hermoso cumpleaños rodeada de seres que te aman. ¡Happy Birthday!

Fic pensado en ti, gracias a Mr. Greene que me ayudo con la trama y que también es dedicado a esa persona que jamás me abandona, que ha sido mi compañero por largos 17 años y que de alguna manera gloriosa Dios quiso que todavía siga junto a nosotros. ¡Feliz cumpleaños, gordis! Te amo tanto que si algún día me llegas a faltar no sé qué haría sin ti.

Besos para ambos y que Dios los mantenga con vida miles de años más.

~•~

Nunca me aborrecía tanto ir de compras como lo hacía en navidad. No detestaba la navidad, pero sí odiaba tener que salir a comprar con toda la gente que se amontonaba. Pero claro, a mis dos mejores amigas no se les ocurrió otra idea que salir a conseguir los regalos en un Black Friday.

¿Quién en su jodida cabeza se le ocurre hacerlo este día? Oh, sí. Lo había olvidado: Rose y Alice.

—Estoy cansada.

Me senté en una de las bancas del centro comercial, dispuesta a no levantarme hasta que me digan la frase mágica: "vamos a casa". Pero en vez de eso, recibí dos pares de miradas asesinas y un coro de "está bien. Comamos". ¡Ugh! Odiaba a este par de arpías con mi vida.

Mientras ellas fueron por el almuerzo, yo me quedé jugueteando con las publicidades que estaban sobre la mesa y me puse a pensar en él. Apenas tenía seis años la última vez que lo vi, en persona. Suspiré, cómo pasa tan rápido el tiempo... me parece que fue ayer que estaba celebrando navidad con mi familia, mientras veía una película de mi amor platónico de toda la vida.

—¡He- he- hey! —canturreó un hombre vestido de enano de Santa. Salté asustada, pero enseguida recompuse mi postura—. ¡Hola, amiguita! Te invito a que te unas a nuestra fiesta y celebres con nosotros la llegada de navidad. Con tan solo $500 de compras podrás participar en la cápsula de los sueños de Santa. No te olvides de canjear tus facturas para participar en cualquiera de nuestros puestos. La suerte estará de tu lado. No te arrepentirás. —Me tendió un folleto de publicidad y saltó a otra mesa con el mismo repertorio.

Solo escuché todo eso porque muchas personas tienen que trabajar duro para conseguir llevar el pan a la mesa, sino… lo hubiese mandado a la mierda.

Aburrida, porque las chicas no se apresuraban con la comida, comencé a hacer avioncitos de papel con el volante.

¿Quién gasta $500 dólares aquí? Me pregunté, mientras volteaba hacia el puesto que estaba cerca con el logo del centro comercial. La gente estaba haciendo fila, siquiera estaban unas 30 personas esperando cambiar las facturas por cupones. No me sorprendí. Solamente con mis compras no llevaba ni $200. Pero si juntábamos lo de Alice y Rose se agotarían los cupones.

Mis amigas trajeron la comida, la cual devoré apenas estuvo adelante mío. Estaba famélica, no era mi culpa que me hayan sacado de casa casi de madrugada para hacer compras y esperar que abran las tiendas.

—¿Qué es esto? —preguntó Alice, quitándome el avioncito que había hecho con el folleto—. "Santa Claus este año está regalón y quiere compartirlo contigo. Con tan solo $500 de compras recibes un cupón para participar en nuestra cápsula navideña. Trae contigo una imagen de lo que deseas como regalo de navidad. Cualquier deseo. Sin limitaciones". —Enarcó una ceja con una sonrisa maligna en su rostro—. Denme sus facturas. —Ordenó estirando ambas manos, moviendo los dedos. Rose y yo, automáticamente sin protestar, metimos las manos en nuestros bolsillos para sacar las facturas de compras.

—¿Para qué lo quieres? —Rose preguntó cuando Alice las sostuvo entre sus manos y sacó su celular—. ¡Por, Dios, Alice! Ni siquiera puedes sumar. —Nos lanzamos a reír mientras la Peti nos miraba enojada. Su debilidad fue cálculo mental. Siempre reprobaba la materia en primaria y ni hablar cómo era en secundaria. Nosotras la molestábamos, preguntándole si se teñía el cabello de rubio para no parecer tan tonta.

—¡Cállense, idiotas! —gruñó tipiando las cantidades en la calculadora del iPhone—. Tenemos $1360,45. Bien, nos alcanza para dos cupones y si nos vamos a recorrer las tiendas de lencería conseguiríamos tres cupones.

Rodé los ojos ante el entusiasmo de mi amiga. O sea, era una rifa donde solo servía tener buena suerte para que el cupón salga favorecido entre miles y miles más.

Las siguientes tres horas, las pasamos comprando ropa interior sexy. ¿A quién iba a modelarle mi ropa? ¿A Jacob? La última vez que lo hice pasó hace más de cuatro meses, cuando lo descubrí con Leah en los vestidores de la universidad, pensé que el tipo se iba a quedar conmigo, pero el muy idiota dijo que prefería comer carne, no chupar hueso. ¡Maldito! Después de todas las noches que había pasado en mi cama, deleitándose en mi cuerpo… Sacudí la cabeza quitándome esos estúpidos pensamientos. Ya de nada valía la pena traer malditos recuerdos a mi cabeza.

Los hombres que estaban en La Perla se quedaron mudos al ver a Rose salir modelando la ropa interior. Muchas mujeres golpearon a sus maridos en la cabeza y nosotras disfrutamos de eso. Cada una desfiló, pero definitivamente mi amiga, la rubia inteligente, se ganó muchas miradas y chiflidos.

Pobres hombres. Era más que seguro que no recibirían sus regalos de navidad por andar echándole ojo a Rose.

Al ir a pagar nos llevamos una grata sorpresa, entre todas nuestras compras teníamos para cuatro cupones. Felicidad garantizada.

Salimos con todas nuestras bolsas. Me estaba debatiendo entre dos cosas, y una de ellas era ir a L.A para buscarlo.

Ya que la universidad y la vida en New York eran un poco caras, mis padres me quitaron los viajes y unos cuantos lujos. El trabajo de medio tiempo solo me alcanzaba para gastos extras que me salían los fines de semana y lo que me estaba gastando en compras, era mi regalo de navidad que me enviaron por adelantado porque no podían venir a visitarme.

Entusiasmadas, caminamos cantando hasta el puesto. Las tres teníamos esa sensación loca de que íbamos a salir elegidas. Esperamos en la fila, cambiando el peso de un lado a otro. Había mucha gente, pero la alegría que tenían mis amigas me la contagiaron, haciendo que me sintiera ansiosa.

Al pasar del tiempo, que parecían décadas, la gente se fue dispersando, quedando tan solo dos personas para que nosotras pasemos por nuestros cupones.

—¡Quiero tantas cosas! —Alice parecía que le estuvieran diciendo que se había ganado el premio. Tenía tanta convicción que me uní a su alegría.

En realidad, yo tampoco sabía qué pedir. Uno de mis más grandes sueños es ver a Edward en persona. Lo que seguía, era pagar mi carrera universitaria sin ninguna clase de complicaciones. Y el último... algo completamente ilógico, pero que aun así estaba en la lista de mis deseos: casarme con Edward.

Un pinchazo en mi brazo hizo que saliera de mi ensoñación. Rose me miraba divertida mientras Alice le entregaba las facturas al hombre del puesto.

—Aquí tiene, señorita. En total se hicieron cuatro cupones. —Alice le asintió fervientemente mientras el hombre ingresaba el código de las facturas al sistema computarizado—. Eso es todo. Le deseo mucha suerte. —Las tres le regalamos una sonrisa emotiva antes de darnos la vuelta y correr hacia una de las bancas que estaban vacías.

—Uno. Uno. Y uno. —Alice nos puso los cupones en nuestras manos—. Nos sobra uno. Ya veremos cómo lo sorteamos.

—¿De dónde sacamos imágenes de lo que deseamos? —preguntó Rose.

—¿Y si vamos a un ciber? Por la otra entrada hay uno, ahí podremos imprimir las imágenes que necesitamos. —Ofrecí encogiéndome de hombros.

—¡Genial! —Alice saltó de su asiento poniéndose de pie y comenzando a caminar—. ¿Qué esperan? —Volteó a regañarnos al darse cuenta que no íbamos detrás de ella.

Rose y yo comenzamos a seguirla. Caminamos chocando con toda la gente hasta cruzar el centro comercial. Como bala recién disparada ingresamos al local y pedimos una computadora. Cada una tenía en mente lo que deseaba.

Rose imprimió un collage de países de Europa para viajar. Alice, una imagen de un vestidor inmenso con miles de vestidos y zapatos de coleccionistas. Y yo... bueno, nunca me ha gustado que me regalen cosas, así que lo único que hice fue imprimir el escudo de Cornell University, que era una de las cosas más importantes.

—Ya que estamos aquí, vayamos a dejar todo al auto porque el sorteo es esta noche. —Ellas apoyaron mi propuesta.

Cuando nos dieron las impresiones, pedimos que nos las pusieran en un sobre manila. Porque llevarlas sueltas… sería un completo desastre y metimos dentro los cupones para que no se nos pierdan.

Dejamos todas las bolsas en el auto de Rose y regresamos al centro comercial felices, riéndonos. Nuestra fiesta era como si nos hubiésemos ganado la lotería. Buscamos una mesa libre, una vez encontrada corrimos desesperadas hacia el lugar. Como si todo fuese sincronizado, las tres respiramos profundo y nos miramos a los ojos, sonriendo. Cualquiera que vea la escena desde afuera creería que estamos locas… bueno, solo un poquitín.

—Danos el sobre, Bella. —Alice desesperada, estiró la mano. La miré raro. Estaba loca, yo no había guardado el sobre.

—¿Qué sobre? —pregunté—. El sobre lo cogió Rosalie.

—Yo no cogí ningún sobre. —Las tres abrimos los ojos desorbitadamente.

—¡El sobre se quedó en el ciber! —gritamos antes de ponernos de pie y caminar apresuradamente hasta el local. Al llegar, paramos de golpe en la puerta de entrada… ¡Estaba cerrado! ¡Maldita sea! Era como que si nos hubiesen dado el premio y luego arrebatado de nuestras manos.

—¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡No puede ser…! —chilló Alice, sentándose en el suelo. Me senté junto a ella. Iba a llorar… literalmente, empujaba las lágrimas hacia adentro. Rose siguió nuestros pasos y se dejó caer al piso.

—¡Y el último sorteo era hoy! —Rose escondió su rostro entre las manos. Alice a mi lado lloraba desconsoladamente y yo tenía que quedarme a consolar a las locas por ser la más cuerda.

Nos quedamos así por quién sabe cuánto tiempo. La gente que pasaba nos miraba raro, no era de asombrarse. Seguro parecíamos unas lunáticas con los ojos hinchados arrimadas a las paredes cristalinas del ciber.

Alice soltó un sollozo audible antes de pasarse las mangas de la chaqueta por la cara y poner esa expresión de perra que sabía poner cuando algo le llegaba a la mente.

—¿Por qué lloramos? —Volvió a pasar la manga limpiándose los ojos—. Levantémonos de aquí que estamos dando un mal espectáculo. —Se puso de pie. Rose y yo nos quedamos mirándola, preguntándonos qué le había sucedido para el cambio repentino de humor—. Y si no me siguen, escogeré un deseo solo para mí. —Sacó un pedazo de papel de su pantalón jean. Las esferas navideñas rojas y verdes hicieron que reaccionáramos.

¡Teníamos un cupón!

Casi me arrodillo, pero en vez de eso me puse de pie de un salto. Esto era un completo milagro. Teníamos las esperanzas perdidas y aparece ese pedazo de papel a remover nuestro mundo. Rose se unió a nosotras emocionada.

—Pensémoslo de esta manera. El destino quiso que no pidiéramos esas cosas. Quizás nos quería dar una oportunidad para lo que realmente deseábamos—expresó mi amiga rubia.

—¿Qué quieres decir? —Fruncí el ceño.

—Bella, solo tenemos un cupón. Un solo deseo —dijo Alice, bandereando el papel delante de mi cara. Se lo quité de las manos.

—Tenemos que pensar un deseo para las tres —afirmó Rosalie.

—¿Ustedes qué desean? —pregunté con el cupón dando vueltas en mis manos. Llegamos hasta la mesa en la que antes estuvimos sentadas y cada una se ubicó en la misma posición.

—Ver a nuestros amores platónicos —contestaron las dos a coro.

—¿Cuál es tu deseo?

—Tener una noche con Edward. —Bajé la mirada avergonzada.

Edward fue el chico de último año de instituto que le tocó apadrinarme como hermano mayor el día del niño. Ese año fue maravilloso. Él realmente me cuidaba. Yo era la niña más envidiada del instituto entero. Era la única que pasaba casi todo el receso en sus piernas, sentada junto a sus dos mejores amigos. Tan solo tenía seis años y Edward, dieciocho.

Cuando él se graduó del colegio, perdimos contacto. Se fue a Londres como modelo, le surgió la carrera de actor y la primera vez que lo vi fue un tráiler, cuando tenía ocho años y había ido al cine con mis padres. Aún recuerdo la emoción que recorrió mi cuerpo. Mi corazón comenzó a palpitar a mayor velocidad. Desde ahí, soy su fan. En secreto.

—¡Ahí tenemos nuestro factor común! —Alice saltó en su silla aplaudiendo emocionadamente. Enarqué una ceja sin entender nada—. ¡Edward! Vas a poner la foto de él junto al cupón y escribir que tu deseo es tener una cena con él. "Cualquier deseo. Sin limitaciones". —Citó la publicidad—. Y si Edward te ve primero, tú solo tendrás que pedirle volver a ver a Emmett y Jasper. Ahí es donde nosotras saldremos en acción.

—Está bien. —Asentí—. ¿Y si ellos no se acuerda de nosotras? —Mi entusiasmo decayó.

—Se acordarán de nosotras. Te lo aseguro. —Rose llevó la pajilla a su boca, absorbiendo la bebida. Con su aspecto de soy-señorita-seguridad. Quería tener la seguridad que ella emanaba. Sonreí y saqué la foto de Edward que llevaba conmigo en uno de los bolsillos de mi billetera.

Le quitamos el adhesivo al cupón y lo pegamos a la parte trasera de la imagen. Llenamos los datos con el bolígrafo de la suerte de Rose y lo metimos en la ánfora.

La gente estaba amontonada frente a la tarima donde se llevaría a cabo el sorteo. Las chicas y yo éramos como si no estuviésemos participando. Nuestra convicción de que íbamos a salir elegidas era tan segura que dábamos miedo.

El animador salió diciendo unas cuantas publicidades acerca de las tiendas que participaban.

—Necesitamos una niña o niño para que ingrese a la cápsula y salga con nuestro primer deseo entre sus manos. —La gente comenzó a aplaudir mientras la niñita que estaba a nuestro lado subió a la tarima—. Bueno, tenemos a nuestro primer amuleto. ¿Cómo te llamas, nena?

—Andy. —La niña sonrió mostrando sus hoyuelos.

—Lindo nombre, hermosa. Te explico lo que tienes que hacer. Tienes que ingresar a esa cápsula —el animador señaló lo que estaba detrás de ellos—, el aire va a levantar las imágenes participantes y tienes que escoger una. Solamente una para cumplir el sueño. ¿Entendido? —La niña asintió.

Una de las modelos se encargó de ponerle unas gafas de protección transparente, le quitaron los zapatos, la chaqueta y el gorro. El cabello rojizo y rizado cayó alrededor de sus hombros. Se veía adorable.

Entró a la cápsula y con los pulgares hacia arriba indicó que estaba lista. Todo estaba en completo silencio, tan solo una canción que el DJ puso se oía de fondo. El sonido de un motor encenderse se escuchó y los papeles comenzaron a volar alrededor de la niña, mezclados con nieve artificial.

Ella saltaba tratando de elegir uno. Mis uñas estaban desapareciendo y por más que intentaba ver un indicio de mi imagen, no veía nada. Tan solo un montón de folletos dando vueltas.

El aparato se apagó y Andy quedó con un papel en la mano. Nosotras parecíamos contorsionistas intentando ver lo que tenía. Las modelos le abrieron la puerta y todos los espectadores se quedaron en completo silencio.

—¡Tenemos a nuestro primer ganador! —anunció el animador. Cogió la imagen que la niña le estaba dando y sonrió mientras leía los datos, dándole más expectativas al público y participantes—. ¡El ganador es…! —Alice y Rosalie gruñeron. Todos estábamos ansiosos y el tipo se ponía a dar vueltas—. ¡Steve Royce! ¡Felicidades! —La gente comenzó a aplaudir.

—No seamos pesimistas, chicas —murmuró Alice—. Tengo la convicción de que vamos a ganar.

—¡Pf! Ni sé por qué nos emocionamos. La suerte nunca está de nuestro lado. —Rose se arrimó un poco más a la tarima.

Todas nos quedamos pensativas. No tenía lógica que continuemos paradas viendo todo el show, pero Alice no pensaba lo mismo que nosotras y no podíamos dejarla botada; nos había confiscado las llaves del auto cuando apenas entramos al centro comercial.

El tiempo transcurría lento. Pasó el segundo sorteo y nuestro ánimo estaba por el suelo. Pero la Peti no quería irse. Rose y yo estábamos más que decepcionadas. Queríamos salir corriendo. Quería meterme en mi cama a pegar los trocitos que quedaban de mi corazón.

Otra niña fue llamada a participar en el juego. Como siempre dicen que la tercera es la vencida, nuestra atención fue totalmente a cada movimiento que hacía la pequeña. Lo mismo que las dos anteriores: le colocaron las gafas, la hicieron ingresar a la cápsula, se escuchó el motor de la máquina ser encendido y los papeles junto a la nieve artificial comenzaron a volar alrededor de ella.

Cuando los folletos dejaron de volar no se escuchó ningún otro ruido. La cápsula fue abierta y salió la niña.

—Tenemos a nuestro tercer y último ganador —anunció el animador. Mis amigas y yo estábamos con las manos entrelazadas. Era como si estuviéramos participando en algún reality—. El... —El animador frunció el ceño mientras leía el papel. Estaba ubicado de tal forma que no podíamos ver la imagen—. Perdón, es una señorita. ¡Isabella Swan!

Las tres nos quedamos mirando, anonadadas. Nuestras predicciones no se habían equivocado. Alice tenía un gran sentido de convicción. Por ella nos quedamos hasta el final, porque de lo contrario, no hubiésemos participado.

Rose me empujó apenas para que dé un paso adelante cuando el animador preguntó por Isabella Swan. Quería salir gritando "¡aquí, aquí!", pero tanto mi boca como mis pies, estaban entumecidos.

—¡Aw! —El animador suspiró teatralmente—. Esta chica es un amor. Su sueño es tener una cena con el actor Edward Cullen. —Todos los presentes rieron burlándose de mi deseo. Claro, como ellos habían pedido muchas cosas materiales... suspiré, no valía la pena que me ponga a pelear. Ya estaba hecho todo y ninguna de nosotras nos arrepentíamos.

—Dime, pequeña —le gruñí al tipo por llamarme así—. ¿Qué te llevó a pedir ese deseo? —Miré a mis amigas pidiéndoles ayuda.

—Bueno, porque Edward es mi actor favorito. —Me encogí de hombros—. Como toda fan, quiero conocerlo en persona.

—¡Esto es todo amigos! ¡Les deseamos una grandiosa Navidad y feliz culminación de año! Paz y prosperidad. —Las personas comenzaron a aplaudir y se dispersaron. Tan solo quedaron los acompañantes de los otros dos ganadores junto a mis amigas.

Ellas tenían la sonrisa más grande que le permitían sus rostros. Seguro igual a la mía. Aún no podía creer que esto nos haya pasado. Lo denominaba milagro, ya que habíamos perdido las esperanzas.

—¡No lo puedo creer! —chilló Alice cuando me les uní. Aún teníamos que esperar un rato para concretar los premios—. Definitivamente, era nuestro ese premio. —Todas sonreímos—. Bella, tu expresión indicaba que querías matar al animador.

—¡Me avergonzó! —bufé, cruzándome de brazos—. Quedé como niña tonta delante de ciento de personas.

—Lo importante es que ganamos. Ahora tenemos que pensar qué usarás en la cena. Edward tiene que quedar embobado contigo. —Alice enroscó su brazo en el mío, brindándome la sonrisa maligna que indicaba que Iba a jugar conmigo como si fuera muñeca. Sería capaz de renunciar con tal de no ser Barbie-Bella.

—Estoy de acuerdo con la Peti. —Rose me guiño un ojo—. La lencería que compramos esta mañana es la indicada.

—¡No! —gemí—. ¿Ustedes creen que voy a tener sexo con él? —Las dos asintieron—. No, no, ya me pasó una vez. No habrá una segunda.

—¿Nosotras te garantizamos al perro? —gruñó Rose y negué con la cabeza—. Jacob se garantizó solo. Pero nosotras metemos las manos al fuego por Edward.

—Están muy seguras, ¿no? —Me crucé de brazos.

—Como cuando dijimos que íbamos a ganar este premio. —Aseguró Alice. Bueno, tenía que darle crédito. Cuando vi la publicidad me dediqué a hacer avioncitos de papel con ella.

Una modelo salió e indicó que los ganadores la acompañáramos. Fuimos hasta las oficinas del centro comercial. Parecía que estaban muy aparte porque no se escuchaba nada de lo que pasaba afuera.

Nos hicieron sentar alrededor de una mesa de conferencias. Las otras dos personas se removían incómodas en sus asientos. Después de 15 minutos ingresaron dos mujeres con carpetas abrazadas a sus pechos.

—Siento tanto haberles hecho esperar. Pero hubo un inconveniente —comentó una de las mujeres mientras tomaban asiento en la misma mesa—. Primero que nada, los felicito. Ustedes han sido favorecedores de nuestros premios. Soy Tanya Denali y ella es mi compañera Kabi Strigman. Somos las encargadas de que se cumpla con todo lo prometido.

—Debo agradecerles por preferir nuestras instalaciones para hacer sus compras —dijo Kebi, poniéndose de pie—. Empecemos con el primer ganador… ¿Steve Royce? —El mencionado se puso de pie—. Sígame por favor. —La mujer se perdió por el pasillo seguida por el hombre.

Tanya llamó al segundo ganador y se fueron al rincón más alejado de la sala de juntas. Saqué mi celular del bolsillo de la chaqueta y comencé a jugar mientras las mujeres se desocupaban y me atendían.

—Es un honor, señor Andrew, cumplir su deseo. —Tanya se puso de pie despidiendo al hombre. Ambos estrecharon las manos antes de que la puerta de salida sea abierta y aparezca Kebi anunciando que se había desocupado.

Cuando el hombre salió, guardé mi celular en el bolso que colgaba de mi brazo.

Las encargadas se sumergieron en una intensa conversación que no lograba escuchar. A cada rato Tanya alzaba la mirada hacia donde yo estaba.

Los nervios me iban a atacar, lo presentía, mis manos me sudaban y el corazón estaba a punto de salirse de mi pecho.

—¿Isabella? —Miré a Tanya—. ¿Puedes sentarte aquí? —Asentí y me puse de pie. Mis piernas me temblaban mucho.

—Tenemos un problema —expresó Kebi, volteando a verme. Asentí, con el corazón hecho trizas—. El representante de Edward no quiere traerlo. En estas fechas él esta descansando. Recién terminó de filmar una película y ha pedido este mes para su familia.

—Puedes cambiar tu premio. ¿Un auto? ¿Un viaje? Algo, cualquier cosa que necesites. —No pude evitar hacer un mohín. No quería cualquier cosa, deseaba ver a Edward.

—¿Fue la última palabra del representante? —Tenía un poco de esperanza.

—Solo dijo que él no puede hacer que Edward venga a New York. Teníamos que comunicarnos directamente con él.

—Está con su familia en Londres. —Mis esperanzas crecieron al escuchar las palabras de Kebi.

Londres… tenía entendido que todos los Cullens se habían mudado a allí por la carrera de modelaje de Edward, pero no sabía que era definitivo. Aun así, la casa en Forks la seguían conservando.

¡Forks! ¡Eso era! Había salido de Forks cuando papá fue trasladado a Phoenix por motivos de trabajo. Desde los ocho años, Arizona se había convertido en mi nueva casa. Nunca más volví a pisar un pie en Forks.

Mis dos mejores amigas, Rose y Alice, también eran hijas de policías y cuando mi padre fue trasladado, él pidió a su personal, por eso ellas también se habían ido a Phoenix y yo no veía sentido ir de paseo o vacaciones a Forks.

—La familia de Edward tiene una casa en Forks, Washington, de seguro está allí —expliqué mientras rebuscaba en mi bolso. No encontraba mi celular, Alice se sabía de memoria ese número. Casi brinco de felicidad al sacar el móvil—. Mi amiga tiene el número de esa casa. —Le escribí un whatsapp a Alice. Las mujeres me miraban con las cejas enarcadas.

—Lo que las fans saben... —murmuró Kebi.

—Yo no soy cualquier fan. Edward y yo estudiamos en el mismo instituto en Forks. Yo soy de allí y sé cosas que cualquiera no lo sabe. —¿Quién creían que era? ¿Otra fan psicótica? Bufé, detestaba que piensen eso de mí.

—Si fuiste compañera de él, ¿por qué no lo buscas por tu propia cuenta? —Le lancé una mirada matadora a Kebi por andar preguntando estupideces.

—Porque no tengo dinero suficiente. —Gruñí. Antes de que continúe con mis gruñidos, Alice envió el mensaje con el número de teléfono—. Este es el número. —Le pasé el teléfono a Tanya. Ella lo agarró y enseguida marcó el número.

—Voy a dejarlo en altavoz

¿Bueno? —Mi corazón salto de alegría. Esa era la voz de Esme. La suerte estaba de nuestro lado, definitivamente.

—¿Esme? —dije antes de que alguna de las otras dos mujeres diga algo—. Soy Isabella, Bella Swan.

¿Bella? ¡Oh, por Dios! Tu voz ya no es la de niña. Suenas como toda una mujer, cariño. —Automáticamente, el sonrojo se arremolinó en mis mejillas.

—Esme, llamo por Edward. Escucha, me gané un premio en un centro comercial de New York y bueno, pedí tener una cena con él…

Pero Bella, no necesitas ganarte algo para verlo. Sabes que Edward encantado vuela a donde sea para encontrarse contigo.

—Lo sé, pero quiero darle una sorpresa y la única manera era esta. Aparte que no sabía que iba a ganar. —Me justifiqué. Las encargadas me miraban atentas, escuchando la conversación—. ¿Edward está por ahí? Su agente nos dijo que estaba de vacaciones con su familia.

Sí, aquí esta. ¿Te lo paso? —Esme soltó una risilla.

—Sí, pero yo no hablaré con él. Aquí están las gerentes del centro comercial y quieren hablar con él.

Él lo va a hacer. Es un gusto volver a escuchar tu voz. Espero verte pronto. —Sonreí, Esme me adoraba y yo a ella, con galletas incluidas—. Besos, en este momento bajo las escaleras, ya le paso la llamada.

—Gracias, Esme. Adiós. —Le indique a Tanya que ella hable cuando Edward se ponga al teléfono.

Escuchamos como, muy animadamente, Esme le indicó a su hijo que tenía una llamada. La emoción en la voz de Esme era tan evidente...

¿Diga? —La voz de Edward hizo que mi corazón paralice su ritmo para iniciarlo descontroladamente. Mi respiración se aceleró, mis piernas comenzaron a temblar, las manos se retorcían solas la una contra la otra. No tenía noción de mi cuerpo, había perdido por completo el control.

—Buena noches, Edward. Lamento llamarte tan tarde. Somos de New York Center Shopping. Hemos hecho un sorteo de "pide lo que deseas" y una de nuestras ganadoras desea una cena contigo.

Bueno… —Edward sonó como que estuviera dudando. Cerré los ojos para evitar llorar si se negaba—. No me comprometo en nada, pero tengo que estar en New York la siguiente semana, ¿te parece que podemos hacerlo en ese tiempo? —Tanya sonrió y asintió como si estuviera hablando con él en persona.

—Claro, por nosotros no hay ningún problema. Con lo referente a la fecha...

Eso acuérdalo con mi representante. —La interrumpió. No cambiaba la mala costumbre de no dejar terminar a las personas hablar—. En este momento le comunico a Garrett para que se pongan en contacto.

—Okay. Y… lamento haberte llamado a casa de tus padres.

En realidad, estaba esperando la llamada. Garrett me informó de ustedes.

—Sí, nos pondremos en contacto. Fue un gusto inmenso haber hablado contigo, Edward.

Sí, igual. Adiós.

—Adiós. —Al escuchar el tono que indicaba que la llamada había sido terminada, boté toda la respiración que llevaba contenida.

¡Había escuchado la voz de Edward! Tenía ganas de ponerme de pie y bailar. Quería celebrar con mis amigas.

Me había remontado al pasado, cuando apenas era una niña e iba a la casa de los Cullens a comer galletas y que Edward me explique los deberes. Aunque en realidad, iba a hacer rabiar a la novia de este porque no permitía ni que le coja la mano.

La siguiente hora pasó volando, entre acuerdos y desacuerdos con Tanya y Kebi acerca de dónde debería ser la cena, quién me recogería, la comida, etc. Estaba volviéndome loca. Y Alice que no paraba de enviarme mensajes con amenazas de acoso si no daba señales de vida.

1 semana después…

Hoy era el día que habíamos acordado la cena con Edward. Alice y Rosalie no me habían dejado respirar en paz ni un solo segundo. Desde las siete de la mañana las tenía en mi casa haciendo hidratación de piel, manicura, pedicura, alisando el cabello y etcétera, etcétera… Solo las soportaba porque confiaba en ellas para esta noche.

Me obligaron a ponerme un conjunto de lencería de encaje color rosa pálido. Muy lindo y tierno. Luego de eso vino el vestido un poco más encendido. La falda era de media campana y llegaba a la mitad del muslo, lo acompañó unas medias negras y zapatos de tacón del mismo color. El cabello lo llevaba suelto, cayendo sobre mis hombros en forma de cascada y maquillaje dorado difuminado con negro y brillo labial rosa.

Me miré al espejo, no parecía yo. En absoluto. Aquella chica que usa jeans, camisetas y Converse había desaparecido para darle paso a una mujer elegante. Me sentía satisfecha con el resultado.

—Siento que las tripas se me retuercen —comenté mientras jugueteaba con el celular en mis manos. Estaba esperando que Rose salga del baño para poder irme.

—Solamente sé tú y no te olvides de nosotras. —Alice me guiñó un ojo cuando apretó mi mano.

—¿Y si no se acuerda de mí?

—Si Esme se acordó de ti, Edward también. Demuéstrale que no eres esa niña que dejó hace tantos años. —Sonreí.

—Podemos irnos —anuncio Rosalie, parándose frente a nosotras con los brazos apoyados en su cadera.

—Está hermosa, ¿verdad? —Rose asintió fervientemente. Rodé los ojos. Me habían repetido lo mismo tantas veces que estaba comenzando a creer lo contrario y solo lo decían para convencerme.

Antes de salir de casa, cogí la gabardina negra que estaba en el armario que me cubría hasta las rodillas y me coloqué los guantes. Nadie se imaginaria cómo iba vestida por dentro.

La noche estaba fría pero el cielo, aunque los edificios cubrían la mayoría, se encontraba estrellado.

—¿Qué sucede? —pregunté al ver a mis amigas de pie discutiendo en el vestíbulo del condominio.

—Nada. —Alice sonrió "inocentemente" antes de enviarle un mensaje con la mirada a Rose.

—Eres cobarde, Peti. —Bufó Rosalie—. Toma. Llévate mi auto. —Mi amiga tendió las llaves del coche. La quedé mirando, Rose no confiaba a su "hijo" con nadie, peor conmigo que soy la mujer con más mala suerte del mundo—. Mira, Bella. Confío en ti. Coge las putas llaves y larguémonos porque me muero de frío. —Terminó gruñendo.

—No puedo aceptarlas. Estoy bien con mi auto. —Me quejé. En realidad, tenía miedo de que algo le pase al de ella.

—No vas a cualquier restaurante. Vas al Gordon Ramsay —refunfuñando, cogí las llaves del auto. Rose tenía razón, no podría llevar mi Fiat uno a ese hotel.

¡Ugh! ¿Edward, por qué eres tan refinado?

Salimos del edificio, me dirigí al auto de Rose y ellas se fueron.

Entré, acomodé el asiento, encendí la calefacción y ajusté el cinturón de seguridad, puse el auto en marcha y me abalancé hacia la calle atestada de gente.

Era la primera semana de diciembre y, sin embargo, el ambiente navideño se sentía en el aire. Las personas, a pesar del frío, caminaban por las calles haciendo compras; las familias paseaban alegremente y los nervios hacían fiesta en mí.

El majestuoso edificio de "The London NYC" se alzaba ante mi vista. Era completamente elegante. Intimidaba en su gran magnitud.

Mi estómago gruñía por la anticipación, mis entrañas se retorcían y mis manos sudaban. Menos mal que mis piernas habían dejado de temblar.

Ingresé al parqueadero, el chico del valet parking se acercó. Tímidamente, le di las llaves y me encaminé hacia la entrada al restaurante.

Al ingresar todo estaba iluminado, había muchas personas vestidas elegantemente, me sentí cohibida, nunca había estado en un lugar así. Lo más elegante que conocía era el restaurante de un hotel cuatro estrellas y hace algunos años atrás.

—Disculpe, señorita. —Salté asustada al escuchar la voz del maître detrás de mí—. ¿Tiene reserva?

—Eh... sí, a nombre de Tanya Denali. —El hombre asintió, buscando en el folder que estaba en sus manos.

—¿Señorita Swan? —Asentí—. Por aquí, por favor. —Me condujo entre las mesas hasta parar frente a una muy alejada de las demás. Estaba iluminada discretamente. Los manteles colocados pulcramente, lo mismo con la vajilla y los cubiertos. Todo en completo orden—. ¿Desea algo de beber?

—¿Agua? —El maître asintió mientras le hacía señas a uno de los meseros—. Ordenaré cuando venga el señor Cullen. —Sonreí disculpándome.

—No se preocupe, señorita. Si necesita algo, el mesero estará a su disposición. —El muchacho que estaba a su lado asintió.

—Estaré encantado de estar a sus pies. Seth Clearwater. —Guiño un ojo, haciéndome sonreír abiertamente.

—Le haré saber si necesito de ustedes, señor Clearwater.

—Señor, no. Me hace sentir viejo. Llámeme Seth, como mis amigos.

—Llámame Bella. —Asintió y se enderezó un poco mientras le sonrió torcidamente al maître que estaba serio a su lado.

—¿Qué? ¡Ella mismo lo pidió! —Hizo una mueca de niño regañado—. Tú mismo lo escuchaste.

—Discúlpelo, señorita. —Seth rascó su nuca sonrojándose.

Luego de que se fueran, me dediqué a jugar con la servilleta de tela que estaba sobre la mesa. Estaba nerviosa.

No veía la hora de que llegara Edward. No podía imaginar que se haya arrepentido.

¿Y si no venía? ¡Ugh! No podía disipar esos estúpidos pensamientos. Edward no le haría eso a una "fan", ¿no? Desconocía tantas cosas de él. No sabía si seguía siendo la persona que conocía, pero algo en mi interior me gritaba que deje de sacar conjeturas tontas, que seguía siendo el mismo hombre humilde que conocí hace años.

Alcé la mirada para dar un recorrido más, tratando de distraerme cuando lo vi.

No había cambiado nada, absolutamente nada. El cabello cobrizo despeinado, su rostro y cuerpo esculpido por los dioses.

¡Santos cielos! Si en televisión hacía babear a las mujeres… en persona las desmayaba.

El chiquillo que me llevaba a jugar, comer helados y protegía, se había convertido en un magnífico hombre.

Edward estaba hablando animadamente con unas personas en la puerta. A cada rato miraba hacia dentro del restaurante y yo escondía el rostro.

La camisa blanca desabotonada los dos primeros botones, el pantalón de tela pulcramente planchado y la chaqueta negra hacían la combinación perfecta en él.

Estrechando la mano de las personas que hablaban con él, se despidió amablemente. Cruzó unas cuantas palabras con el maître; se encaminaron hacia la mesa y mis amados nervios comenzaron a florecer más en mí.

A través del espejo lo veía acercarse lentamente. Las personas que estaban alrededor voltearon a verlo. Era imposible no hacerlo.

Señor Cullen, es un honor servirle. Seth se va a encargar de su mesa. Espero que disfrute su cena. Muy buena compañía… —Me sonrojé al escuchar las últimas palabras que el maître le dijo. Aunque, según por lo que escuche, él era cliente del hotel y restaurante.

Su presencia eclipsó todo lo que estaba a mi alrededor, en cámara lenta volteé en su dirección quedando cara a cara.

Él, que apenas abría la boca para decir algo, se quedó completamente mudo. Sus ojos me decían lo dudoso que estaba. Le sonreí y él parpadeó un par de veces para tragar en seco, recorriéndome con la mirada.

—¿Bella Swan? —preguntó en un susurro, asentí reteniendo las lágrimas de felicidad que pugnaban por desbordarse de mis ojos.

—H-Hola, Edward… —murmuré tímida—. ¿Cómo…? —Las palabras se quedaron atoradas en mi garganta con los fuertes brazos de él envolviéndome. Se sentía tan cálido estar ahí.

—¡Mi Bella! —exclamó, alejándose un poco para verme el rostro. De la emoción no me había dado cuenta que me había puesto de pie—. ¡Estás guapísima!

—Gracias. —Sonreí sonrojándome como una tonta.

—Y tus sonrojos… —Rió negando—. Me has engañado. ¿Mi fan número uno?

—¡Oye! —Di un pequeño empujoncito en su hombro, era como si no hubiésemos dejado de vernos nunca—. SOY tu fan número 1. —Hice un puchero. Sonrió y volvió a estrecharme entre sus brazos.

—Me parece mentira… —murmuró en mi oído—. Te he buscado… parecía que la tierra te había tragado.

—Siempre he estado pendiente de ti… —susurré de regreso. Su pecho se sentía tan confortable y cálido, un hermoso refugio para no salir nunca—. Desde tu primera película hasta la última.

—¿Por qué no me has buscado, peque? —gruñí y él sonrió. Detestaba que me llame así.

—¿Cómo te buscaría? —Eché mi cuerpo hacia atrás para mirarlo a los ojos que estaban llorosos. Sonreí—. ¿Vas a llorar? —Enarqué una ceja.

—No. —Me soltó para pasarse las manos por los ojos—. Estás mal. No voy a llorar. —Reí.

—Lo que tú digas, Edward. —Puso los ojos en blanco, señalándome la silla.

—¿Cómo has conseguido engañarme? —Bromeó, ayudándome con la silla.

—No te he engañado. Simplemente fue cuestión de suerte. —Él se sentó frente a mí—. Me alegro tanto que hayas accedido a reunirte con tu fan.

—Bella, por ti iría al fin del mundo. —Mi corazón se paralizó y pegó la carrera al escuchar esas las palabras, sonreí como la tonta enamorada que era—. Regresé, pero ya te habías ido. —Abrí los ojos desorbitadamente.

—Regresaste muy tarde. Dos años después de que te fueras, me marché del pueblo. Pasé horas enteras esperando una llamada tuya. —Me crucé de brazos mirando hacia los lados, recordar aquellas fechas me ponía de mal humor.

—Lo lamento tanto…

—No, Edward, no lamentaciones. Soy de las que creen que las cosas pasan por algo. —Puse mi mano sobre la suya, dándole un pequeño apretón—. Ahora estamos aquí. Más viejos, conversando como los dos buenos amigos que solo tuvieron una leve separación.

—Estás hermosa. Te has convertido en una preciosa mujer. —Sonrió torcidamente. Me sonrojé como una adolescente, desviando la mirada avergonzada. Pero no lo podía evitar. No podía comportarme como una joven normal que estaba frente a su antiguo amigo y no su actor favorito—. Ya suéltalo, Bella…

—¿Qué? —Me hice la desentendida.

—Sé que quieres hacer o decir algo… —Me guiñó un ojo. Justo en ese momento Seth llegó a nuestra mesa con el menú en mano—. Gracias, Seth.

—De nada, jefe. —El muchacho se rió y se fue.

—¿Por qué el jefe? —susurré.

—No me cambies el tema… —Enarcó una ceja—. ¿Vas a soltar la sopa?

—¡Está bien! ¡Está bien! —Alcé las manos rindiéndome—. Quiero tomarme una foto contigo.

—Ven… —Hizo la silla para atrás y palmeó su pierna. Sonreí negando—. Ven. No muerdo.

—No, Edward. Ya no soy la bebé de seis años. —Lo miré acalorada.

—Isabella, por favor, seguirás siendo mi niña. Ven antes de que me levante y te alce. —Gruñí poniéndome de pie; caminé lentamente bordeando la mesa, tratando de no correr y refugiarme en su regazo. Delicadamente me senté en sus piernas, con un poco de vergüenza por las personas que estaban a nuestro alrededor—. No te preocupes… soy el dueño de la mitad. —Me guiñó un ojo.

Juro que mi boca llegaba al suelo. ¿Edward dueño de todo esto? ¡Wow! No me lo había imaginado ni en mis más remotos sueños. Sabía que tenía dinero, mucho dinero, pero eso todo el mundo lo sabía.

—Saca la cámara, que seguro está en tu cartera, para tomarnos la foto. —Avergonzada, tomé el celular y le saqué la lengua porque con el teléfono me era suficiente—. Ganaste, peque. Tomémonos esa foto y cenemos. Muero de hambre. —Giré el aparato para que el lente nos apunte y sonreí. Lo que no esperaba era que Edward ponga su boca sobre mi mejilla al momento que presioné el botón para fotografiarnos.

Al voltear el móvil para ver la foto, que por cierto estaba hermosa, Edward pasó su brazo por mi cintura y posó la cabeza en mi cuello. Casi caigo muerta en ese mismo instante. La respiración caliente que llegaba a mi piel no me dejaba pensar claro. Mis sentidos estaban alborotados, lo único que pensaba era en las mil y un maneras de desnudarlo… sacudí la cabeza. Edward simplemente me estaba tratando como antes, su hermanita menor.

A los pocos minutos que me soltó y pude asentar mi trasero en la silla, llegó Seth preguntando por nuestras órdenes. Estaba tan distraída que no había alcanzado a leer el menú, así que le dije a Edward que haga el pedido por mí, confiando en su capacidad de elección, degustación y experiencia con el cheff. No sabía si había hecho bien o mal, pero Edward pidió "Sautéed Diver Scallops" lo miré con una ceja enarcada. ¿Qué diablos era eso?

—Te va a encantar. Es marisco y a ti te gusta el marisco. —Asentí—. En serio, Bella.

—Lo sé. —Confirmé, pero esta vez haciendo una mueca de horror, Edward soltó una carcajada causando que mi pie, sin querer, vaya a golpear su fuerte y tonificada pierna.

—Lo siento… —dijo en medio de las carcajadas, inflé mis cachetes—. Ya está bien. Te va a gustar, lo prometo.

—Eso espero, Edward… eso espero… —Justo en el mismo instante que él iba a abrir la boca para decir algo, llegaron nuestros platos. Le gruñí—. Cuéntame de los chicos, ¿los has visto?

—Sí. —Metió un poco de la comida rara, que estaba deliciosa, a su boca. Masticó un poco antes de contestar—. ¿Jasper? ¿Qué es de la vida de Jasper? —murmuró para sí mismo—. ¡Ah, sí! Jasper es… ¿Jasper? Está metido en su compañía. Logró hacerse lugar en Seattle y ahora tiene uno de los mejores bufetes de arquitectos.

—Eso es bueno —comenté antes de llevarme un bocado a la boca—. ¿Y Emmett?

—¿Te acuerdas de Emmett? —Se sorprendió y sonreí asintiendo—. Era malo contigo. Recuerdo que te contaba historias de terror. Te hacías la macha, pero en la madrugada me estabas llamando, tenía que esperar a que te durmieras para volver a mi sueño tranquilo.

—Era tu culpa por dejarme escuchar esos cuentos. —Lo acusé—. Pero dime, a qué se dedica.

—Emmett se dedica a su hijo. —Tragué de golpe—. Y a su trabajo. Es cardiólogo.

—Así que Emmett tiene familia… —murmuré. Y Rosalie que estaba emocionada con él. Debimos contemplar una de estas opciones.

—Bueno, su esposa murió de cáncer hace seis años. Está solo. —Se encogió de hombros. Una… ¿Buena noticia?—. ¿Sabes algo de Alice y Rosalie?

—Todos los días… —Jugueteé con mi comida antes de alzar la mirada y toparme con la de Edward. Esos profundos ojos verdes parecían escudriñar en mi interior—. No vivimos juntas, cada una tiene su departamento, pero ni lo pareciera… se la pasan en el mío todo el tiempo.

—¿Buenas amigas?

Muy buenas amigas. ¿Podríamos hacerles una cita con los chicos? Todo este tiempo no han dejado de hablar de ellos. —Puse los ojos en blanco.

—Como no. Justo van a estar aquí la próxima semana. —Sonreí—. Podemos hacerles una cita a ciegas, ¿qué dices?

Que las chicas me idolatrarían.

—No sé… no creo que les guste…

—¡Vamos, Bella! No seas aburrida. Sería genial. —Dejé los cubiertos sobre el plato en señal que había terminado mi cena. Él hizo lo mismo. Al poco tiempo Seth se acercó a nosotros para retirar la vajilla.

—Ya les traigo su postre —anunció antes de retirarse.

—¿Qué dices, les hacemos la cita sorpresa? —Edward pestañeó adorablemente y no pude reprimirme a acariciarle el rostro. Su piel era suave y tersa, parecía que era el cutis de una mujer.

—Está bien… pero si algo sale mal, será tu culpa. —Aceptó.

—¿Dónde irás esta navidad? —Sonreí tratando de no mostrar la tristeza que me embargaba, por primera vez la pasaría sola.

—En mi departamento. —Me encogí de hombros.

—¿Vienen tus padres? —Negué—. ¿Algún novio? —Abrí los ojos horrorizada.

—¡No! —chillé—. La pasaré sola. Mis padres no pueden viajar y yo tampoco porque el 26 tengo que trabajar.

—Ammm… ¿no tienes novio? —Negué y entablamos una conversación acerca de las, casi nulas, experiencias que había tenido.

Me hizo sentir bien al permitir que desahogue mi frustración con él. Me dio buenos consejos. Puedo decir que fue la mejor noche de mi vida y que si tendría que morir mañana, lo haría tranquila.

El resto de la cena la pasamos entre risas, anécdotas de cuando era pequeña y me ponía en vergüenza. No podía creer que Edward se acordara de tantas cosas embarazosas, sin embargo, eran hermosos recuerdos de todo lo que pasé en mis cortos seis años con él.

El momento de la despedida fue horrible, me sentía como cuando él fue a mi casa en Forks y se despidió de mí. Ese día lloré como condenada a cadena a muerte y de seguro esta noche sería igual.

Intercambiamos números telefónicos, prometiéndonos el uno al otro que nos enviaríamos aunque sea un whatsapp para no perder el contacto.

Edward solamente estaría una semana más en New York y después volaría a pasar vacaciones con su familia, hasta que sea marzo y pudiera viajar hacia Alemania para dos meses de grabaciones de una película.

Me acompañó hasta el auto y cariñosamente me deseó buenas noches con un beso en la mejilla. Sonreí tristemente, se sentía a una despedida de hasta siempre…

~•~

N/A: Nos seguimos leyendo, mañana quizás, aun no lo sé.