Una sombra se deslizaba sigilosamente entre los árboles. Las únicas señales de su paso eran una leve brisa y unos crujidos casi inaudibles. La esbelta figura se detuvo al llegar a un pequeño claro, que se abría de repente interrumpiendo la uniformidad del bosque, y, tras vacilar brevemente, como si hubiera llegado a su límite, cayó de rodillas.

Por un instante la luna apareció tras las nubes que cubrían el cielo y que hacían que la oscuridad reinante resultara aún más opresiva, y esa pálida luz la iluminó: una chica joven, de unos dieciocho años, el pelo largo de un extraño tono rosado, que podía haber sido bella si no fuera por un dolor terrible que desfiguraba sus delicadas facciones. Un fino reguero de sangre seca que nacía en una fea herida en la frente le manchaba el lado izquierdo del rostro, y su cuerpo era toda una colección de pequeños rasguños y contusiones. Sus ropas no estaban en mejor estado. Respiraba agitadamente, le faltaba el aliento.

Si me paro, me encontrará… todo habrá terminado… no voy a dejar que me atrape… tengo que encontrar un lugar seguro… ¡Piensa! ¡¡Piensa!! ¡¡Piensa!!

A pesar de su aparente inmovilidad, su mente trabajaba a una velocidad febril. Un plan tras otro tomaba forma en su cabeza, pero los desechaba rápidamente. La desesperación la invadía por momentos. Al fin, algo se rompió en su interior, y las horribles imágenes de lo sucedido apenas horas antes irrumpieron en su mente, desfilando una y otra vez.

La llegada a la villa tras la última misión, las calles solitarias, el graznido de los cuervos, la puerta de su casa entreabierta, aquel hedor… Sangre, sangre por todas partes, el brillo del filo de una espada, la mirada extraviada de los cadáveres, esa risa inhumana, que parecía salida de las profundidades del infierno.

Muertos… todos muertos… esto no puede estar sucediendo… no puede ser real, tiene que ser una pesadilla, ¡¡NOOOOOOOOOOOOO!!

Su cuerpo temblaba sin control y un dolor profundo, increíblemente fuerte, que quemaba como un hierro candente, amenazaba con acabar con ella. Pero su instinto de supervivencia seguía latiendo en algún lugar, y se aferró a él con toda la fuerza que pudo reunir. Años de duro entrenamiento físico y mental daban en ese momento sus frutos. Las lecciones de su maestra, que había sido como una madre para ella, que tanto le había enseñado, se mantenían vivas en su interior. Muy lentamente dejó de estremecerse y alzó la mirada. Una sola lágrima resbaló por su mejilla.

Tengo que continuar, tengo que ser fuerte, tengo que hacerlo… por ellos.

Haciendo un enorme esfuerzo para vencer al cansancio, obligó a sus músculos a moverse, y se levantó. Hizo inventario de sus heridas, y no encontrando ninguna que necesitara tratamiento inmediato, decidió que se ocuparía de ellas más adelante. Primero un paso, luego otro, luego otro, pasados unos segundos empezó a correr. Se reprochó esos momentos de debilidad, ¿cómo pudo haber estado tanto tiempo expuesta? No era una principiante, no podía seguir cometiendo ese tipo de errores si quería continuar viva por la mañana.

El bosque estaba muy cerca, la protección que necesitaba. Estaba a punto de alcanzarlo, cuando un susurro a su espalda hizo que se detuviera de golpe, como si hubiera chocado contra un muro invisible. Un viento helado erizó su piel, mientras que por cada fibra de su cuerpo se extendía el terror, paralizándola, impidiéndole respirar.

- Te encontré…. Sakura.