Nota de autor y primera aclaración: No tiene nada que ver con la película/libro las ventajas de ser invisible. Ya leí el libro y ví la película y me gustaron, pero no tiene relación alguna con este fanfiction.
Aclaración 2. Sobre el fanfic: Romance, drama, comedia y angst. Tal como dice el summary, la protagonista es Jill, la típica chica invisible de la escuela. Ella sin darse cuenta ha hecho lo suficiente como para molestar a las chicas populares. No sólo hay Valenfield, también se centra en Leon y Claire y Steve. Un triángulo amoroso que también forma parte de la trama. Habrán otras parejas. Y sobre el ex misterioso de Jill… sigue leyendo para saber quién es… No diré más porqué serían spoilers.
Aclaración 3. Sobre el rating: Escogí M por abusos. Tocará temas fuertes en el futuro, en capítulos futuros va a haber lemmon.
Son las tres de la mañana así que pueden esperarse muchas incoherencias abajo.
Resident evil no me pertenece.
Septiembre.
Jill se levantó muy temprano esa mañana. Y mucho antes de que el despertador de su padre retumbara en los pasillos de su casa, ella ya cruzaba la puerta principal de su casa. Las llaves de la camioneta familiar oscilaron entre sus dedos cuando arribó al exterior.
Condujo despacio por las calles de su vecindario casi desierto. En las aceras colindantes a su casa, un par de amas de casa atendían sus jardines pacientemente. Demasiado normal. Demasiado tranquilo. También se percató en la suave brisa seca característica del verano que irrumpía por las ventanillas bajadas del coche, golpeándole la piel desnuda del cuello. Jill suspiró cansinamente.
No quería asistir a la escuela. Pero tampoco pensaba permanecer recluida en su casa. Así que cuando un enorme letrero que recitaba "Raccoon City High" fue divisable, se obligó a gesticular su mejor sonrisa y aparcar el coche lo más lejos posible de la entrada.
Primer día de clases. Y antes de que Jill pudiese entretenerse un segundo más en sus pensamientos, alguien se posicionó a su izquierda, reclamando su compañía.
— ¿Me extrañaste? —insinuó una voz grave al mismo tiempo que un brazo masculino le rodeaba los hombros, amistosamente. Jill se giró para encarar a Leon Kennedy, que por igual le sonreía abiertamente. No sólo era su mejor amigo, además era un estudiante que casualmente solía coincidir en la mayoría de sus clases.
—Diría que sí, pero con este calor, solamente quiero que te me quites de encima—respondió Jill, sin poder evitar sofocar una carcajada.
Leon se apartó al instante, con una mueca de falsa indignación en el rostro. Para ambos era común bromear de ese modo. Después de todo, Jill consideraba a Leon algo similar a un hermano, y viceversa. Y como ambos eran hijos únicos en familias pequeñas, gustaban de fastidiarse mutuamente.
— ¿Y qué hiciste en el verano? —preguntó Leon, mientras avanzaban lado a lado por los pasillos. —No fuiste a la playa, lo puedo apostar. Sigues tan pálida como siempre.
En esta ocasión, Jill fue la que frunció el entrecejo. Pero no podía molestarse con él. No cuando sabía que ella era una de las pocas personas con las que Leon era capaz de relacionarse con soltura.
—Lo que te puedo decir es que estuve ocupada—respondió ella, claramente evadiendo una réplica que pudiese revelar mucho de sí. Jill se cuestionó a si misma por unos instantes, preguntándose cómo reaccionaría Leon si ella le contara de su "pequeño" trabajo.
—Siempre tan misteriosa—agregó Leon, como si hubiese esperado una replicación similar desde el principio. Después abrió la puerta de la recepción y permitió que Jill pasara primero, antes de seguirla.
La secretaria les acogió con un monótono "buenos días". Después les indicó la corta línea de estudiantes que yacían tras el mostrador de madera. Todos en búsqueda de sus nuevos horarios. Jill se posicionó al final de la fila, y Leon esperó atrás de ella. Cuando Jill recogió sus papeles correspondientes, y Leon se disponía a pedir los suyos, la puerta de la oficina se abrió bruscamente.
Entraron dos personas, Jill reconoció a ambas al instante.
Primero entró Claire Redfield. Radiante, alta, seguramente había perdido algo de peso en el verano. Su palidez común había sido remplazada por un ligero bronceado que acentuaba el tono rojizo intenso de su larga cabellera. Ella no se dignó a observar a nadie cuando se colocó al final de la línea.
Después fue secundada por su hermano, Chris. Cuando sus ojos se cruzaron, Jill advirtió una opresión formarse en el fondo de su estómago. Algo nada reconfortante. Ella desvió la mirada automáticamente, aun siendo consciente de que él no apartaría la vista en un buen rato. Súbitamente, Jill se encontró jaloneando de una de las tiras sueltas de su mochila, más nerviosa de lo que hubiera deseado. Necesitaba salir de ahí. No podía comportarse con normalidad con su mirada abrasadora posada en ella.
Lo peor. Jill no sabía si la intensidad de su mirada se debía a reproche u odio. Por otro lado, ella no sería capaz de mentirse a sí misma diciéndose que la veía por buenas razones. Porque él, tal vez, la quería. No, eso sería demasiado patético.
Después de todo, Chris Redfield era posiblemente una de las personas más inalcanzables que Jill podría conocer jamás. Señor Popular. Capitán de baloncesto. Un par de ojos azules y una maraña de cabellos rebeldes. Mientras que ella era, simplemente, una Don Nadie. Tendría muchísima suerte si él siquiera recordara su nombre.
Después de todo nunca habían sido nada.
—Préstame tu horario para ver en cuáles clases coincidimos—dijo Leon, estirando el brazo. Jill le pasó su horario despreocupadamente, ni siquiera lo había checado ella misma. Leon, en respuesta, le dio una breve sonrisa mientras lo leía.
— ¿En cuántas clases coincidimos ahora? —cuestionó Jill, sintiéndose positiva por primera vez en la mañana.
Claire detrás el mostrador le dirigió una ojeada desaprobatoria llena de desdén. Jill le devolvió la mirada valientemente, luego se volvió hacia Leon.
—Sólo nueve este año, tenemos Cálculo en la primera sesión, hoy—suspiró, al mismo tiempo que le devolvía sus papeles. Luego agregó en voz más baja —Si las miradas mataran.
—Vámonos—farfulló Jill entre dientes, dirigiéndolo hacia fuera, no sin antes captar por el rabillo del ojo como Claire se regresaba a su puesto con una sonrisa fanfarrona.
León trastabilló ante su agarre pero le siguió.
—No puedo creer que siga sin hablarte. ¿No eran mejores amigas el año pasado?
—El año pasado sucedieron muchas cosas, Leon.
…
No tardaron mucho en encontrar el aula de Cálculo, pues coincidía con el salón que solían asignar, el ciclo anterior, para Pre-cálculo. Jill se sentó casi al final, en una fila del extremo, con Leon a su izquierda. No eran los primeros en llegar y las caras que Jill alcanzó a discernir se le antojaron conocidas.
En la parte delantera del otro extremo había un par de muchachas. Era una diminuta porción del conjunto de populares en el instituto.
En la esquina, una rubia de baja estatura, se hallaba demasiado embelesada observándose en un pequeño espejo de mano como para saber que alguien había entrado a la habitación. Ella respondía al nombre Ashley Graham. Atrás de ella, sentada sobre el pupitre con las bronceadas piernas cruzadas, Excella Gionne, que con sus profundos ojos avellanados, estudiaba todo su entorno como una víbora. Su penetrante mirada se cruzó con la de Jill y ella cortó el contacto de inmediato. Jill la escuchó reír por lo bajo.
Sería una mañana demasiado larga.
La puerta del aula se abrió de nuevo, y Chris entró. Mientras avanzaba a su asiento, no volteó ni un solo instante en la dirección donde Jill se encontraba.
Al mismo tiempo que Chris se sentaba en la esquina trasera y era recibido efusivamente por Excella, Jill advirtió como Leon se inclinaba hacia ella, dispuesto a decirle algo discretamente, a lo lejos. Ashley, que con el ruido provocado por la llegada de Chris había despertado de su minuto narcisista, clavó sus enormes pupilas negras en el único hombre que yacía sentado en el extremo opuesto.
—Si Chris no te hubiera mirado tanto en la recepción, podría jurar que todo lo que me contaste que sucedió era mentira. —Por debajo del pupitre, de tal manera que sólo ellos dos fueran capaces de ver, Leon señaló a Excella, que abrazaba fuertemente a Chris
—Te extrañamos mucho…
Un beso resonó en el salón. Jill no pudo evitar gesticular una expresión ofendida, pero se encogió de hombros.
—Ashley Graham se te queda viendo.
—Le gusto —murmuró Leon, guiñando un ojo juguetonamente.
Jill abrió la boca pero no agregó nada, se limitó a meter su dedo índice dentro de su boca y fingió vomitar cómicamente. León enarcó una ceja, pero antes de poder contestar la puerta del aula se abrió de nuevo, y en esta ocasión, el silencio embargó la estancia.
—Ya te estabas tardando, Jessica.
En esta ocasión, Jill no pudo ignorar su curiosidad y tornó su rostro en su dirección, sólo para divisar como una flamante castaña de piernas largas se abría paso hasta el otro extremo del aula y era bienvenida entre los brazos de Chris. Ella río estruendosamente cuando él besó su frente dulcemente.
Jill apartó la vista y se topó con la mirada consternada de su mejor amigo.
—No digas nada, por favor—suplicó ella, para después poner todo su empeño en mantener su atención fija en cualquier cosa que no fuera la inofensiva escena que acontecía justo a menos de un par de metros.
Jill sólo pudo pensar en lo mucho que odiaba a esa desconocida mientras sacaba su libro de Cálculo I.
…
A la segunda hora, Leon y Jill tomaron caminos separados. Él se dirigió a su clase correspondiente de Educación física, y ella asistió a Francés II. No volvieron a coincidir hasta la hora del almuerzo. Jill lo encontró en la entrada de la cafetería junto a un muchacho de cabello cobrizo que ella no reconoció.
—Hola soy Steve Burnside—se presentó el desconocido, con más entusiasmo del que podría considerarse como normal, cuando hacían fila para pagar sus respectivos almuerzos. Jill le dio un dólar a la señora regordeta tras la caja registradora y luego le tendió su mano a su nuevo amigo.
—Soy Jill.
Jill interrogó a Steve mientras caminaban pausadamente hasta una mesa al fondo.
— ¿Primer semestre?
Steve asintió con la cabeza y se sentó junto a Leon.
—Entonces, ¿cómo demonios terminaste con un par de perdedores de tercer semestre? —inquirió Jill, obteniendo como respuesta un par de risas por parte de sus acompañantes.
—De hecho Cabello-bonito—Steve señaló a Leon, quien se mostró sinceramente incomodado ante su nuevo apodo. —…Se tropezó conmigo en el pasillo, tirando todos mis libros, y como disculpa se ofreció a pasar el almuerzo conmigo
—Está bien, sólo te advierto que así comienzan las comedias románticas—bromeó Jill.
Steve se carcajeó sonoramente. Un par de personas que estaban lo suficientemente cerca como para escuchar, le lanzaron miradas desaprobatorias. A Jill le agradó que Steve no pareciera tomarle importancia.
—Así que tú eres el comediante aquí—opinó Steve, una vez que retomó la compostura.
—No, no, ese puesto está en constante disputa. Créeme cuando lo digo—aseguró Leon, cruzando sus brazos a la altura de su pecho al mismo tiempo que Jill le pegaba un débil puñetazo en el hombro.
—Me alegra que Leon haya tirado mis libros. Ustedes me agradan, de veras.
Después de una breve conversación los tres se enfrascaron en el almuerzo que permanecía intacto sobre la mesa. Jill bebió breves tragos de su lata de refresco mientras observaba a lo lejos, la mesa de los populares.
La mesa real. El lugar más exclusivo en todo el instituto. Jugadores del equipo de baloncesto, las chicas más preciosas y uno que otro asociado con mucho dinero, eran los únicos permitidos para tomar asiento ahí. Chris se encontraba sentado en el centro, con un brazo sobre el respaldo de la silla que estaba a su derecha, donde se sentaba Jessica Sherawat. Su nueva novia.
Justamente, resultaba chocante ver que Claire tomaba asiento a su izquierda. Sin embargo, Jill tenía que admitir que ella parecía encajar mejor de lo que hubiese esperado.
— ¿Puedo sentarme aquí? —Jill alzó la vista y se topó con una joven de una reluciente tez chocolate que yacía de pie frente a ellos, sosteniendo una bandeja plateada.
—Por supuesto—respondió Leon, regalándole una pequeña sonrisa.
La desconocida asintió tímidamente, y se sentó junto a Jill. Una vez teniéndola cerca, Jill se percató de que tenía facciones muy bonitas. Ojos grandes y oscuras pestañas espesas. Era la clase de rostro que se esperaba ver en la mesa más privilegiada de la cafetería.
—No se veían muy intimidantes... además vi que se estaban divirtiendo, así que decidí sentarme aquí. Por cierto soy Sheva. —dijo la nueva, con el nerviosismo apoderándose de su voz, de modo que lo dicho resultó casi ininteligible y atropellado.
El resto del pequeño grupo se presentó a Sheva, amablemente. El resto del almuerzo prosiguió sin más interrupciones de nuevos acompañantes, algo que Jill agradeció infinitamente, pues nunca había sido muy grata hacia las multitudes. Por otro lado, Jill prefería pasar desapercibida ya que consideraba que le costaba demasiado esfuerzo el relacionarse con los demás. En especial con gente nueva.
El timbre retumbó en la cafetería, y paulatinamente, las mesas comenzaron a vaciarse. Steve, tras conocer que Sheva era del primer semestre al igual que él, se ofreció a acompañarla a su siguiente lección.
—La siguiente clase nos toca juntos, ¿vamos? —preguntó Leon cuando se ponía de pie.
—Te veo afuera del salón. Tengo que ir al baño—se excusó Jill. Antes de cruzar las puertas dobles que le condujeron a un enorme pasillo, escuchó a Leon hablar:
—Pero apresúrate, porque tengo una mala noticia para compartirte.
…
Jill giró el frío grifo de metal. El agua corrió limpiamente, el rítmico sonido del flujo golpeteando contra el lavamanos resultaba hipnótico. Como una tosca melodía. Jill lavó sus manos lentamente, sin prestar mucha atención del reflejo que le regalaba el espejo frente a ella. De todas maneras, sabía lo que observaría. Una joven descuidada y con un par ojeras grabadas bajo los ojos.
Un par de pasos ligeros resonaron detrás de ella. Jill los ignoró mientras giraba el grifo, cortando el flujo de agua. Imprevistamente, alguien la aprisionó forzudamente contra el lavabo. Ella se estremeció cuando una gélida mano encontró su camino hasta su mentón, y de súbito le apretó la garganta. Jill parpadeó múltiples veces, antes de ser capaz de comprender que estaba aconteciendo.
—Hola, Jill—ronroneó Excella, en un tono amenazador, que disentía en exceso con su habitual hablar insinuante. El apretón contra su cuello pálido tomó más fuerza. Sus más desarrollados instintos le gritaron que se encontraba en peligro.
—Si presionas más, vas a dejar una marca—susurró Jill, entrecortadamente, esperando que con esto, la soltara finalmente.
— ¿Se supone que eso debería…—desobedeciendo de su advertencia su mano se ciñó fieramente ante su garganta. Sus largos dedos aplastaron la blanca piel—… asustarme o algo así?
—¿Qué es lo que quieres? —farfulló Jill, tras tomar una bocanada de aire. Su respuesta sonó más débil de lo que hubiera deseado.
En un cubículo individual, alguien tiró de la cadena. A pesar de esto, Excella se mostró inalterable, Jill captó en su mirada una chispa desconocida, de algo que era una extraña aleación entre ansiedad y desespero. Después de unos largos segundos, la puerta se abrió y una esbelta joven alta salió y se colocó detrás de Excella con ambas manos en la cintura.
Nadie que pudiera salvarme, pensó Jill, reconociendo la larga melena rubia de Alexia Ashford. Otra niña adinerada, parte del grupo de los populares, y a muy pesar, uno de los cerebros más brillantes de todo el instituto.
—Me he enterado por ahí que quieres meterte con Redfield. —Después de admitir esto, Excella desenganchó su mano de su garganta. Jill retrocedió un par de pasos torpemente, casi tropezando en el suelo, con una mano sobando su adolorido cuello. Cuando el palpitante dolor se sosegó un poco, Jill fue capaz de encarar valerosamente a sus acompañantes.
— ¡Patética! Ni siquiera trata de negarlo —exclamó Alexia, como si el tema del que estaban tratando fuera una blasfemia. Su hablar era agudo, casi infantil, común en personas de carácter mimado.
— ¿Por qué no me sorprendo? —Excella suspiró. —Bueno, sólo vengo a advertirte que si te acercas a él o tratas de sabotear lo que tiene con Jessica, haré de tu vida un infierno.
Jill asintió varias veces al mismo tiempo que Excella avanzaba lentamente hacia ella. Como una víbora, pensó Jill, espontáneamente. Cuando Excella estuvo lo suficientemente cerca, estiró velozmente sus delgados brazos y la empujó violentamente contra la pared. Jill gimió cuando su hombro impactó dolorosamente contra el muro. Ya predecía un visible moretón para los días siguientes.
—Sí sabes, ¿verdad? —empezó Alexia, mientras se posicionaba frente a ella. Una de sus manos se topó con la camisa a cuadros de Jill, luego la alzó, mostrando un estómago plano. Con la punta de sus fríos dedos comenzó a trazar figuras irregulares sobre la piel expuesta. Jill sufrió un estremecimiento de mera repulsión. —Jessica viene de muy lejos. Sus padres recibieron una oferta de trabajo en una importante empresa… ellos se conocieron en el verano. Chris no pudo resistirse a su belleza, o eso es lo que dice él. La invitó a salir en cuanto la vio en la playa.
Jill se mordió un labio para evitar proferir sonido alguno, cuando Alexia alternó sus caricias casi compasivas, con los bordes rasposos de sus uñas, que rasguñaron su abdomen como si se tratasen de lijas. Aun así, ese dolor no era comparable con el vacío que se había formado dentro de ella, tras sus palabras.
—Ellos son felices—agregó, Excella, para terminar. Alexia se apartó y se dirigió hacia la salida del baño de mujeres, de modo que bloqueara la entrada a cualquier posible mediador—No arruines eso. Aunque dudo que fueras capaz.
Alexia se carcajeó mientras apoyaba su espalda contra la puerta.
—Mírala, es feísima. ¿Cómo puedes sugerir que ella podría entrometerse entre ellos dos? —inquirió Alexia, socarronamente.
Avergonzada, Jill clavó sus ojos en las baldosas blancas del suelo, al mismo tiempo que Excella le tomaba del brazo, jalándola. Ella la forzó a avanzar, de modo que se encontró nuevamente contra los espejos.
—Observate, Jill —ordenó Excella, dejándola ir. Jill obedeció involuntariamente. Cuando sus ojos encararon a la triste joven que le devolvía la mirada desde el otro lado de la superficie reflejante, sus manos bajaron hasta el borde de su camisa y la jalaron hacia abajo, en un claro signo de inseguridad. — ¿Sabes por qué nunca encajarías con nosotras? Eres fea. Tu nariz es demasiado grande y tienes unas horrendas bolsas bajo los ojos. No te preocupas por hacerte ver ni un poco mejor. Andas toda despeinada y desaliñada. Te vistes como hombre.
—Mejor continúa vistiéndote así. Tus muslos están muy gordos como para usar otra cosa que no sean esos horribles jeans —se burló Alexia, señalando con el dedo sus piernas. — Tus caderas son anchísimas, al igual que tus hombros. Además tus pechos están caídos.
—Y ese corte, es un insulto.
—Tu padre es un pobre que tiene que robar para vivir y comprarte tus prendas de segunda mano…
Con estas palabras, algo se accionó dentro de su cerebro. Jill abrió desmesuradamente los ojos, y por unos instantes, en su mente no hubo tiempo para pensar en lo desagraciada que era capaz de lucir. Todo pensamiento resultaba demasiado banal como para ser procesado.
—No te metas con mi padre, perra estúpida—farfulló Jill, antes de empujar con tosquedad a Alexia, de modo que la salida fuera accesible.
Mientras salía de los baños, a sus oídos nomas le llegaron los quejidos bajos de Alexia.
…
Para cuando Jill llegó a su casillero, su cuerpo estaba sumido en incontrolables estremecimientos. Los escalofríos característicos que preceden al llanto la atacaron. La garganta le apretaba dolorosamente, en especial donde Excella había presionado sus largos dedos. Los cortes frescos en su estómago escocían. Sin embargo, las lágrimas que se aglomeraban bajo sus grandes ojos azules estaban ahí por razones muy diferentes al sufrimiento físico.
No obstante, Jill no podía permitirse llorar en la escuela. No lo haría. Jamás estaría tranquila sabiendo que les estaba dando el gusto a Excella de devastarla. Y aun así, sin poder evitarlo, sus insultos resonaron en su cabeza como ecos puntiagudos, que penetraron en lo más profundo de ella. Apoyó su espalda contra su casillero, este le respondió con un estruendo metálico. Inhaló y exhaló respectivamente. Se dejó caer en el suelo, de modo que estuviera sentada, y abrazó sus piernas con sus brazos.
Se sentía exhausta y débil.
Pero no lloró.
Permaneció tirada en el suelo unos minutos, antes de decidir que después tendría tiempo de sobra para lamentarse. Entonces recordó a Leon, y de pronto, tenía las fuerzas suficientes como para ponerse de pie, otra vez.
…
Cuando llegó al aula que le correspondía, no se sorprendió cuando no encontró a Leon tras la puerta. Del bolsillo de sus raídos pantalones, sacó su móvil, uno simple y barato, no uno de esos ostentosos smartphones; y vio la hora.
Llegaba media hora tarde a su lección. Faltaban tan sólo veinte minutos para que su clase finalizara. Jill optó por permanecer afuera, y tomarse ese breve lapso restante, para tranquilizarse. Aún no había asimilado en su totalidad, el fortuito encuentro en los baños.
Decidió distraerse con cosas triviales, y después de jugar ociosamente un par de minutos en su patético celular, supo que lo mejor era dedicarle esos breves instantes a sus pensamientos.
Leon había asegurado que tenía una mala noticia para contarle, pero ¿cuál era?
Mientras su mente construía los peores escenarios, el tiempo voló con avidez, y antes de que se percatara de los segundos transcurridos, la puerta del aula se abrió y los alumnos se precipitaron hasta el pasillo. Mientras el flujo de personas avanzaba hacia sus siguientes clases, Jill aguardó pacientemente la llegada de Leon.
—Que sorpresa verte, Jill—susurró alguien, demasiado cerca. El aliento cálido y brumoso se esparció en la parte posterior de su cuello.
Antes de que Jill se girara sobre sus talones para encarar a la persona que le hablaba, ella ya sabía perfectamente de quien se trataba.
Su corazón se descontroló dentro de su pecho. No era una sensación agradable. Por el contrario, toda reacción que su cuerpo le regaló, fue similar a lo que sentiría si toda la sangre en su cuerpo se espesara. Todo resultaba demasiado doloroso. Cada latido. Cada respiración.
—Albert—respondió Jill, a su vez.
Y todo tuvo sentido.
Otra persona se posicionó detrás de ella. Entonces, Jill escuchó a Leon hablar quedamente, de modo que sólo ella pudiese escucharlo.
—Te dije que tenía malas noticias.
A/N: ¿Por qué Jill y Claire dejaron de ser amigas? ¿ Por qué terminaron Jill y Wesker? ¿Qué sucedió entre Jill y Chris? ¿Dejarán Reviews? (lol)
