Disclaimer: Los personajes fueron creados por Jane Austen y no gano ni un peso por esto.
No crean que me había olvidado de esta historia, la continuación de I wanna rock. La tuve muy presente durante todo el año pasado, sólo que entre una cosa y otra no he tenido tiempo de terminarla. Por lo mismo, no puedo prometer tres capítulos semanales como antes. En parte por eso y porque estoy participando en un reto de long-fics de Harry Potter, del que me faltan unos trece capítulos por escribir. En fin, por ahora subiré un capítulo a la semana (puedo comprometerme con eso) y cuando me vaya de vacaciones trataré de acumular capítulos y poder subirlos más seguido.
En fin, espero que les guste y disfruten con esta historia.
Música recomendada: "Just Like Paradise" de David Lee Roth.
Chocolate y café amargo
Capítulo 1
¡Bienvenidos a Liverpool!
Cuando las tres de la mañana la encontraban despierta y dando vueltas en la cama, Lizzie Bennet admitía que su vida no era precisamente lo que había pensado. Al terminar su licenciatura en Literatura había decidido ir a Liverpool a cumplir su sueño de ser una escritora exitosa. Dos años después, seguía viviendo en un departamento alquilado en un barrio lleno de artistas y drogadictos. Difícilmente alguien podría llamar a eso un éxito. Había descubierto de la peor forma que las cosas no serían tan fáciles para ella.
Para empezar, ninguna editorial había aceptado ninguno de sus manuscritos. Sólo había logrado vender algunos cuentos a pequeñas revistas literarias, pero esas no pagaban mucho —por no decir nada—. Tener que hacerse cargo de sí misma había supuesto un shock terrible. Nunca se hubiera imaginado que las cosas se le harían tan cuesta arriba. El mundo de los adultos era terrible: cuentas que pagar, renta que entregar a tiempo y hacerse cargo de todos sus gastos. Lo bueno era que su adorada hermana Jane vivía con ella y ayudaba a pagar la renta y otras cosas.
Aún así, lo que Lizzie ganaba con los pequeños cuentos y columnas no alcanzaba a cubrir ni la mitad de su parte de los gastos del departamento. Estaba obligada a aprender a balancear su escritura con ser mesera en una agradable cafetería cercana a casa. Aunque los cuentos y columnas no le proporcionaban muchos ingresos, Lizzie no estaba dispuesta a dejarlos de lado. Estaba convencida de que serían su entrada al mundo editorial. Su columna en The Fab Five (1) sobre las aventuras de una mesera y sus extravagantes clientes —siempre nombrados con apodos, por supuesto; nada de nombres reales— eran un éxito entre los aún escasos lectores de la revista. Lamentablemente, otros de sus manuscritos no habían tenido tanto éxito. Cada vez que enviaba uno a alguna editorial, invariablemente volvía con una notita impresa del tipo: "no está mal, siga escribiendo y veremos si la publicamos" o "lamentablemente, ahora no podemos publicarlo". Ante esos mensajes, la chica se limitaba a arrugarlas en su puño y mascullar un mantra yogui que había aprendido de Jane.
Esa misma mañana, había recibido una de esas cartas junto al manuscrito de su última antología de cuentos. No le había molestado si al menos la nota hubiera sido personalizada, pero éste claramente era un mensaje estándar. Seguramente le enviaban uno de esos a todos los rechazados. Además, junto al rechazo, había recibido dos cuentas a punto de vencer y una carta de su madre —que seguía sin saber cómo usar un computador—, nada de lo cual había contribuido a mejorar su estado de ánimo. Pero ella no era de esas personas que se quejaban cuando todo les parecía salir mal. No, ella era una de esas que seguían adelante; costara lo que costara.
Intentando dejar de lado sus pensamientos amargos, se concentró en lo que le esperaba para la segunda mitad de su turno en la cafetería. El primero ya había sido un desastre, seguro que lo que venía no podía ser peor. Quizás habría sido mejor idea quedarse en su cama.
—Lizzie, ¿no los atiendes tú? —preguntó Charlotte Lucas, una de sus amigas más cercanas, acercándose al mesón donde estaba Lizzie. La chica miró a donde señalaba su amiga, una de las mesas junto al ventanal, y vio a dos chicos, abstraídos en sus periódicos. Los menús estaban al borde de la mesa, como si ya hubieran decidido qué comer.
—¿Por qué no vas tú? —inquirió ella a su vez—. Están en tu sector.
—Pues… porque estoy ordenando estas tazas —respondió ágilmente Charlotte dirigiéndose al armario de la vajilla—. Vamos, mujer, anda. Se van a ir si nadie los atiende.
—Está bien —musitó luego de unos instantes—. Pero tú atiendes al próximo mocoso que cruce esa puerta —añadió con un tono que claramente era una amenaza.
Mientras se dirigía a la mesa, Lizzie se miró de reojo al espejo detrás del contador y se metió un mechón de cabello rebelde tras la oreja. Tomó una bandeja redonda, su libretita de pedidos y un lápiz antes de acercarse a los dos chicos.
—Buenas tardes, bienvenidos a Miss Austen's —los saludó esbozando una sonrisa profesional—. Mi nombre es Lizzie, ¿en qué puedo ayudarlos?
Uno de los jóvenes, un pelirrojo de aspecto simpático, levantó la vista al oír su saludo y le sonrió abiertamente. El otro, por su parte, siguió resolviendo el crucigrama de The Times.
«Maleducado», masculló Lizzie para sus adentros; pero no dijo nada. No podía meterse en problemas con los clientes. Necesitaba el trabajo.
—Buenas tardes, Lizzie —la saludó el muchacho pelirrojo con una elegante inclinación de cabeza. Lizzie notó inmediatamente que su acento no era de Liverpool, sino de Londres (2). Un recién llegado, al parecer—. ¿Qué nos recomiendas del menú?
La carta de Miss Austen's no era nada extraordinario. En sí, se basaba en muffins, brownies y cupcakes de todo tipo, además de distintos tipos de cheesecakes y tortas. Repostería en general. Sin embargo, la creciente demanda de almuerzos había obligado al dueño a crear una selección de sándwiches muy apetitosos, quiches y sopas para los días de frío.
—Los sándwiches están muy bien. El más conocido es el de salmón ahumado, pepinos frescos y queso crema —explicó la chica con una sonrisa—. Otro de los preferidos de este lugar es el de jamón serrano, lechuga hidropónica y tomates cherry. Y si prefieren algo vegetariano, hoy tenemos quiche de alcachofas y tomates pera.
—El segundo sándwich suena bien, quiero uno de esos, por favor —pidió el joven pelirrojo—. Darcy, ¿qué quieres tú? ¿No te apetece un sándwich?
—Sí, claro, Bingley. El de salmón estará bien —musitó el otro sin levantar aún la cabeza. Lizzie gruñó para sus adentros. De verdad ese chico era un maleducado. ¡Decir por favor no costaba nada!
—¿Y para beber? —la muchacha se mordió el labio inferior y reprimió el comentario sarcástico que se moría de ganas de hacerle a ese chico tan desagradable. Para evitar la tentación, bajó la cabeza sobre la libretita de los pedidos.
—¿Tienes limonada?
—Sí, con jengibre o con miel. ¿Cuál prefieres? —Lizzie no pudo evitar pensar que el chico era bastante simpático, especialmente en contraste con el otro.
—Con miel estaría estupendo. ¿Qué quieres tú? —dijo él en dirección a su amigo.
—Una coca-cola light, si no es problema —musitó el otro levantando la vista por primera vez y mirando fijamente a Lizzie.
La chica se removió inquieta bajo la mirada del joven. Nunca había visto una mirada tan… intensa. Además, no había que ser un gran estudioso de las expresiones humanas para saber que él desaprobaba completamente su aspecto. Vale, ella admitía que se veía bastante mal. Sus jeans claros tenían una mancha rosácea debido a un mocoso que había derramado un jugo de frambuesas en el suelo, y llevaba puesta una camiseta de hombre que le había prestado Paul, el cocinero, tras derramar gaseosa de naranja en su camisa blanca. Sí, Lizzie era consciente de que se veía muy mal, pero eso no era razón para que ese niñato la mirara de esa forma.
—Claro. ¿Eso es todo? —se obligó a responder mientras se contenía de insultar al joven. Aunque se lo merecía, eso era claro.
—¿Y esa cara? —le preguntó Charlotte al verla llegar al mostrador. Lizzie dejó el papelito en el ventanuco de la cocina y se apoyó en el mesón.
—Un niñato odioso —bufó señalando con la cabeza a la mesa de los chicos.
—Supongo que no tengo que recordarte que no pierdas el temperamento —se burló Paul asomándose por el ventanuco.
—No —replicó Lizzie con el ceño fruncido—. Además, su amigo es simpático. Al menos es capaz de decir por favor. En serio, el otro parece ser un chico educado y todo, pero no tiene modales. Seguro que es un nene de papi educado en Oxford, pero no aprendió ni un poco de cortesía.
Paul sólo asintió mientras dejaba un sándwich en un plato y empezaba con el segundo. Estaba acostumbrado a los discursos improvisados de Lizzie y sus reclamos en contra de todo el mundo y sus habitantes.
Al ver que su amigo se abstenía de hacer comentario, Lizzie se apoyó en el mesón y se dedicó a observar a los dos jóvenes. Aunque antipático, no podía negar que el chico de pelo oscuro era guapo. Muy guapo. Por supuesto, no lo era en el sentido de los chicos que le gustaban a su hermana Lydia. No era atlético y musculoso; era delgado y alto, con el cabello hasta el borde del cuello de la camisa que llevaba.
Sí, era guapo. Pero también era un idiota de marca mayor y Lizzie ya había tenido más que suficiente de hombres idiotas.
—¡Lizzie! ¡Ya está tu orden! —exclamó Paul mostrándole la bandeja preparada. La chica sirvió rápidamente un vaso de limonada con miel y destapó una botella de vidrio de coca-cola light, dejándola en la bandeja junto a un vaso vacío.
Esperando no botar nada al suelo, la chica atravesó el local hasta la mesa junto al ventanal. Con la habilidad adquirida luego de un par de años de trabajar de mesera, dejó los sándwiches y sirvió las bebidas con mucho cuidado.
—Muchas gracias —le agradeció el chico pelirrojo—. Por cierto, mi nombre es Charles Bingley y mi amigo es Fitzwilliam Darcy.
—¿Nuevos en la ciudad? —inquirió ella. Nuevamente tuvo que reprimir un comentario sarcástico al ver que el tal Darcy ni siquiera había levantado la vista al recibir su plato. Seguía resolviendo el mismo crucigrama del Times.
—Sí, llegamos esta mañana. ¿Tú vives aquí cerca? Verás, estamos buscando un departamento para alquilar y no sé por dónde podemos empezar a revisar. ¿Alguna sugerencia? —Bingley parecía ansioso por conversar con ella. Bueno, no podía culparlo por eso, su compañero no parecía estar muy interesado en comunicarse con el mundo.
—No sé. Yo vivo en la calle Matthew Arnold, cerca de aquí. Ahí hay varios edificios que arriendan departamentos. Pueden ver ahí —contestó con una sonrisa—. Por lo demás, ¡bienvenidos a Liverpool! Me encantaría poder ayudarlos más, pero tengo más mesas que atender.
Eso era una mentira como una casa, pero había visto como el tal Darcy le dirigía una mirada de desprecio y no tenía muchas ganas de quedarse por ahí. Vaya tipo desagradable.
Sí, quizás quedarse en su cama no habría sido mala idea.
-o-
Jane no pudo evitar un bufido de cansancio. Durante las últimas seis horas había estado bailando, con sólo un breve descanso alrededor de la hora de almuerzo para comer algo —una ensalada ligera, por supuesto—. Como era de esperar, la chica estaba exhausta y su habitual carácter dulce estaba empezando a agriarse.
Cinco, seis, siete, ocho. Los bailarines seguían el ritmo con los pasos que el coreógrafo de la compañía les había enseñado esa misma mañana. Dos, tres cuatro. La voz del coreógrafo es lo único que se escucha en la sala de ensayo. Como siempre, primero les enseñaban los pasos sin música y luego incorporarían la canción.
Al menos la sala de ensayos del teatro era un lugar agradable. A Jane le gustaba mucho esa sala, con todos los espejos, las reproducciones de Degas (3) y el piso de madera. Y la compañía de baile moderno en la que bailaba era buena. Algunas de sus amigas de Londres estaban en compañías mucho peores, que ni siquiera tenían teatros propios. Jane era afortunada. Lo único con lo que no estaba tan satisfecha era con su posición. Llevaba dos años en la compañía y seguía en el cuerpo de baile. Ella siempre había soñado con tener solos y ser la primera bailarina de su compañía, pero después de dos años, seguía en el fondo. Pero no iba a rendirse tan fácilmente. Estaba dispuesta a bailar hasta sangrar si eso significaba que podría cumplir su sueño.
La joven había mecanizado sus movimientos y se estaba concentrando en pulirlos a la perfección. Sabía que ella era sólo parte de la compañía y que siempre estaría en el fondo, pero quería hacerlo bien. A su alrededor podía ver cómo sus compañeros estaban haciendo lo mismo, aunque la mayoría ya estaba mostrando los mismos síntomas de agotamiento que ella.
La verdad era que Roger se había pasado ese día. Normalmente era exigente, pero con el montaje de esa pieza se había vuelto un negrero.
Cinco, seis, siete, ocho. Jane suspiró. Ya se había aprendido los pasos e intentaba hacerlos con los ojos cerrados. Paso adelante, paso a un lado, mano derecha arriba, la izquierda la agarra. No era demasiado complicada y ella siempre había sido rápida para aprenderlas. La gran dificultad de esta era que había que repetir los movimientos una y otra vez y ella ya no sabía cuánto más podría aguantar.
De reojo vio como Marge, otra integrante de la compañía, se equivocaba con un paso. Seguramente el agotamiento la estaba afectando más de la cuenta. Acto seguido, vio como la chica se desplomaba en el suelo.
—¡Rayos, Marge! —exclamó Jane, que nunca decía malas palabras, mientras corría hacia su compañera. Uno de los chicos la ayudó a sacarla de la pista de baile hacia un banquito junto a la ventana. Mientras Jane buscaba una botella de agua en el bolso de la muchacha, Marge parepadeó un poco y abrió los ojos.
—Estoy bien —logró mascullar una vez que se dio cuenta de dónde estaba y de lo que había pasado.
—No lo creo —replicó Jane tendiéndole una botella—. ¿Has comido algo hoy?
—No. La semana pasado subí dos kilos —murmuró la otra, provocando que Jane arrugara la nariz— y Roger me dijo que si seguía subiendo de peso, me sacaría de la compañía.
Jane masculló algo, que sonó como una una maldición, y se alejó de la chica. Si antes no había estado de muy buen humor, ahora estaba verdaderamente furiosa. Roger ciertamente había cruzado la línea y ella estaba más que dispuesta a cantarle las verdades. ¡No podía descuidar así la salud de sus bailarines!
El director les había permitido tomar un pequeño descanso —¡el primero de la tarde!—, por lo que Jane sólo tuvo que cruzar la amplia sala de ensayos para acercarse a él.
—Marge no ha comido nada en todo el día —le soltó sin más adornos. El hombre no reaccionó—. Dijo que tú le dijiste que si seguía engordando la sacarías. ¡Sólo engordó dos kilos! Eso no es nada.
Roger la miró y se encogió de hombros, ignorando por completo el hecho de que la joven estaba obviamente de muy mal humor. Hacía falta que algo muy gordo la alterara para que Jane Bennet levantara la voz.
—Son dos kilos, Roger. Marge está en forma —insistió la muchacha intentando bajar el tono de voz.
—Creo que eso es algo que yo tengo que decidir, querida —declaró Roger con un tono que Jane sólo pudo describir como condescendiente—. Pero tú no te preocupes, cariño, estás perfectamente. Te aconsejo que vayas a beber algo, sólo les queda un minuto de descanso.
—Es una broma, ¿verdad? —Jane miró al director incrédula—. Llevamos más de seis horas ensayando. Estamos exhaustos. Y ya no tiene sentido seguir practicando si nadie va a mejorar nada a partir de ahora, estamos demasiado cansados.
Roger se limitó a encogerse de hombros y a murmurar algo parecido a "treinta segundos" mientras se alejaba a decirle algo al coreógrafo.
Jane bufó de exasperación. Ese parecía uno de esos días en los que más hubiera valido quedarse en cama.
(1) Es un pequeño homenaje a los Beatles (Fab Four), banda originaria de Liverpool mismo.
(2) El acento de Liverpool es notablemente diferente al de Londres. Si no me creen, pueden escuchar alguna entrevista de los Beatles en los primeros años.
(3) Edgar Degas (1834-1917), pintor impresionista. Es muy conocido por sus cuadros de bailarinas y su estatua de "La pequeña bailarina" (yo vi esa estatua y algunos de sus cuadros en el MET de Nueva York y me encantan). Es uno de mis favoritos, por supuesto.
¿Qué les pareció? Ahora mismo estamos en la introducción de la historia, con todos los personajes llegando a la ciudad. Bueno, no todos. Aún faltan algunos por hacer su aparición. Si a alguien le interesa, puede revisar en mi perfil el fic I wanna rock, que cubre distintos momentos en la vida de Darcy hasta que llega a Liverpool junto con Bingley.
Lamento mucho haberme demorado tanto en subir esto. Pueden agradecerle a Ansiosa, que me dejó un review anónimo en el fic anterior para que me apresurara. Espero que sirva para calmarle la ansiedad. Y que sepas, desconocida, que me has emocionado mucho. No me imaginaba que mis historias pudieran provocar tanto interés.
¡Hasta el próximo capítulo!
Muselina
